Capítulo 16 (parte 2)

Alana ya se había metido en la cama cuando la puerta se abrió de un golpe seco, obligándola a sentarse y cubrirse el cuerpo con sus cobijas. Clementina se acercó hasta ella, visiblemente enojada.

—Te dije que te alejaras del Rito —la reprendió haciendo un gran esfuerzo por no gritar. Níspero, quien acompañaba a su madre, se quedó en la puerta como si temiera cruzar más allá y terminar regañada también—. La magia de esta tierra se debilita y tú... —dejó escapar una exclamación llena de frustración.

La hechizada apretó con fuerza la cobija ante sí, queriendo usarla de escudo, como si pudiera protegerla de la ira de la bruja principal.

—¿Dónde estuviste? —preguntó la mujer caminando por el lugar. Parecía una llama desbocada debido, principalmente, al vestido que había usado durante el Rito y que aún no se había quitado. Se notaba que había ido directamente a buscarla después de la celebración. A la pelirroja le pareció haber vivido algo similar en el pasado, pero inmediatamente esa imagen se desvaneció de su cabeza. Envié a alguien a buscarte, pero no estabas en tu habitación ni en la cocina como te ordené.

—Yo... —empezó a responder la joven sin entender muy bien qué estaba pasando, pero Níspero la interrumpió dando un paso hacia adelante y señalando por la ventana, donde el sol empezaba a salir.

—Madre, mira —dijo.

Ambas observaron el árbol que había crecido a partir de la fogata. Clementina se llevó la mano al rostro para cubrirse la boca antes de dar la vuelta y marcharse de ahí.

Níspero caminó hasta la cama de su amiga con su vestido blanco del Rito, muy parecido al que Alana también había usado, y la abrazó, tratando de calmarla. Luego posó las manos sobre las de su amiga, haciendo que las relajara y soltara la cobija.

—¿Qué está pasando? —preguntó bajando la voz.

La pelirroja negó con la cabeza, logrando que Níspero suspirara.

—Aparecieron fuegos fatuos y nos atacaron —explicó la rubia—. Mamá dice que sólo tú puedes hacer eso... ya sabes, por culpa de tu hechizo.

Alana miró el árbol por la ventana y las sospechas que había tenido esa mañana aumentaron.

«Un Hijo del Bosque tiene en su interior la fuerza para llamar a los dioses y ser escuchados por ellos».

—¿Hubo heridos? —preguntó la hechizada.

Los cabellos bruñidos de su amiga se movieron juguetones cuando ella negó con la cabeza.

—No. Pero nos llevó un buen tiempo poder repelerlos a todos... ya sabes que la magia en estas tierras ha disminuido.

—No pude haber sido yo —se defendió Alana. Pero luego pensó en Noche robando la comida y el Rito que habían hecho los dos. No tenía que haber nacido un árbol de las cenizas. ¿Y si la misma magia que lo hizo brotar fue la que llamó a los fuegos fatuos?

—Te creo —la apoyó su amiga—, solo me preocupo por ti. ¿Dónde estabas? Te estuvimos buscando y cuando no apareciste me preocupé. Pensé que algo malo te había pasado.

Entonces la bruja le contó a su amiga lo que había hecho esa noche, guardándose los detalles de la conversación con el Ermitaño sobre la magia y los Hijos del Bosque, así como la compañía de Noche. Cuando terminó, estaba tan exhausta que se quedó dormida mientras sentía cómo Níspero salía de la habitación con cuidado de no hacer ruido para no despertarla.

***

Hacía mucho tiempo que Alana no dormía tan profundo como para que no recordara lo que había soñado. Cuando abrió los ojos nuevamente, ya era mucho más allá de mediodía y los sonidos de la casa eran los mismos de siempre, era como si la noche anterior los habitantes de ese lugar no hubieran estado festejando hasta el amanecer.

Escuchó el golpeteo coqueto de un par de zapatos de tacón y, por el sonido de las pisadas, reconoció inmediatamente a Níspero. Al cabo de unos segundos, la joven apareció por el pasillo con un delicado vestido rosado y la bandeja con el medicamento de siempre que le dio a Alana para que tomara. Como era amargo, lo apuró de un solo sorbo. Níspero dejó la bandeja sobre la cama y se dirigió a la poltrona para observarla mientras se levantaba de la cama.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó después de un rato.

—Sí —respondió la pelirroja tomando la esponja de la palangana cercana y limpiando con ella su cuerpo.

—¿Por qué te exiges tanto? —insistió su amiga revisando sus uñas perfectamente cuidadas—. Lo del Quinto Rito no fue tu culpa.

Níspero se acomodó sus hermosos bucles dorados con las manos y luego se levantó de su lugar en la silla para acercarse al espejo de la pared y observarse mejor.

Alana sonrió para sí misma. Recordó que, cuando su mamá aún vivía, ella y Níspero se vestían igual. Hacía mucho tiempo había dejado de extrañar sus hermosos vestidos de telas finas.

—No quiero ser un problema, quiero ser capaz de valerme por mí misma... y ya va siendo hora de romper el hechizo que cargo —dijo tomando la túnica sencilla que descansaba sobre la silla.

Níspero la observó con curiosidad a través del reflejo.

—Aun así... —dijo tratando de disimular el desagrado que le producía su vestimenta—. Siento que te exiges mucho. —La rubia se cansó de observarse en el espejo y volvió de nuevo a la silla. Se sentó con gracia, cuidando que su vestido no se arrugara—. Primero, pidiendo ser una criada; luego, encontrándote con desconocidos en la noche... y ahora me dices que vas a ir a buscar un vial a un lugar muy peligroso —continuó—. ¿No tienes miedo de que te vuelvan a hacer daño?

Alana suspiró antes de tomar el cepillo que había en su tocador y llevarlo a sus cabellos de fuego.

Níspero se quedó en silencio, observándola arreglarse. Por el rabillo del ojo, la pelirroja se dio cuenta de que quería decirle algo, pero se estaba absteniendo. Abrió la boca en varias ocasiones sin decirle nada. Finalmente volvió a tocarse sus bucles.

—Escuché algunos rumores difíciles de creer... —dijo después de un rato—. ¿Es verdad que fuiste al mercado con un demonio antes de que quemaran tu casa? Hubo heridos...

La rubia se interrumpió a sí misma, temerosa de seguir hablando. Alana se llevó la mano al collar con el ámbar que tenía debajo de su túnica, junto al camafeo de su madre.

—No era un demonio propiamente... —respondió tratando de hacer pasar a Noche por una lechuza negra que tomaba la forma de un humano. Algo que ella misma había creído cuando lo recogió en el pastizal.

—Era una Sombra de la Muerte —la interrumpió Níspero y la hechizada guardó silencio—. Te escuché hablando con mi mamá en su despacho —confesó.

Alana se sintió incómoda con la conversación. Sin embargo, se recordó a sí misma que Níspero era la hija de Clementina, por lo que esperaba que, al igual que su madre, guardara el secreto. Así se lo hizo saber y los ojos de Níspero brillaron con intensidad, emocionada.

—¿Cómo son?

Alana trató de recordar, en vano, el rostro de su amigo. Tan solo podía evocar la palidez de sus facciones y el frío de su tacto. Decidió, entonces, hablarle a la chica de lo que ya todos conocían: la máscara de hueso y la capa negra. Níspero pareció satisfecha con eso.

—¿Algún día podré conocerlo? —preguntó.

Alana prometió preguntarle al Segador la próxima vez que se vieran, quizá después de que hubieran conseguido el vial y el hechizo se hubiera terminado.

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