Capítulo 14 (parte 1)
Con el estómago lleno, Alana y Noche aparecieron en la orilla de un profundo rio oscuro rodeado de una frondosa vegetación. Él se dio cuenta de que con cada viaje que realizaba estaba perfeccionando su habilidad de transportarse por medio de los portales acuáticos. A su lado, la bruja se veía anonadada con el lugar. Por medio de su conexión, el Segador logró sentir un cosquilleo agradable producto de su asombro.
—¿Qué es eso? —preguntó ella señalando a la nada—. Parece un arrullo.
Noche esforzó su oído tratando de captar los diferentes sonidos de la naturaleza. Podía sentir el correteo de un pequeño ratón a través del pasto y las suaves pisadas de una enorme araña por la corteza de un árbol. Pero no, ella no podía escuchar esos sonidos con sus oídos mortales. Pronto supo qué era lo que su amiga estaba escuchando con tanta admiración.
—Es una cigarra —respondió.
Para ella eso fue suficiente.
—Nunca antes había estado en las tierras calientes —confesó la chica, apretando el camafeo y el ámbar con su mano—, pero sí había oído hablar de ellas.
Noche observó la máscara y luego a la mortal.
—¿Qué opinas?
Alana levantó la mirada hacia él y le sonrió.
—Es... tan diferente a lo que me imaginaba. Hay tantos árboles y seres que no conozco, pero al mismo tiempo siento que siempre supe que existían. ¿Será que este lugar imita el caluroso verano que mi madre conoció en su tierra natal?
Luego volteó a mirarlo con los ojos muy abiertos. Una nueva tonalidad de ese cosquilleo que él había identificado como asombro lo invadió.
—¿Acaso viajamos...? —empezó a preguntar, pero Noche entendió pronto lo que ella estaba suponiendo y sacudió la cabeza.
—No puedo viajar distancias tan largas, estoy asignado a este lugar.
Unos pequeños puntos del sabor amargo que había sentido en la tarde se unieron al cosquilleo de su interior cuando su amiga bajó la mirada. ¿Qué era eso? ¿Decepción, tristeza? Aún no lograba identificarlo. Luego apareció una tibieza juguetona que ya conocía muy bien: la curiosidad.
—¿Entonces por qué vinimos a este lugar? —preguntó ella. Él aguzó sus sentidos y divisó una pequeña fogata no muy lejos de donde se encontraban. Un hombre canturreaba una canción olvidada por los humanos y, a juzgar por su entonación, ya debía estar un poco borracho. La Sombra de la Muerte supo que había aparecido en el lugar correcto.
Tomó a Alana de la mano y, con cuidado, la acercó a uno de los arbustos mientras señalaba en dirección al fuego cercano, esperando que los ojos humanos de la mortal lo pudieran identificar a esa distancia.
—Hemos venido a verlo a él —explicó—, el Ermitaño.
Al sentir el aroma a cedro de la bruja, una oleada de algo tibio se le subió al rostro, coloreando sus mejillas. ¿Sería posible que se estuviera ruborizando? Alejó el pensamiento de su cabeza, era una reacción humana que no le pertenecía a él.
—He oído hablar de él en el inframundo —continuó el ser—. Antaño lideró una hermandad de brujos en España, hace más de doscientos años. —Alana lo miró con curiosidad y él creyó saber por qué: todo lo relacionado con las historias que le contaba su madre le llamaban la atención—. Hizo un pacto con un dios menor. Estaba enfermo y asustado, así que entregó diez almas de su hermandad a cambio del conocimiento mágico completo y otras tres más a cambio de vivir la duración de tres vidas humanas. Aprendió lo que necesitaba para sanarse y luego huyó... Si hay alguien que pueda decirnos cómo romper el Hechizo de la Hortensia, debe ser él.
El Segador sabía que una noticia como esa iba a impactar a la mortal; sin embargo, no estaba preparado para la oleada de sentimientos tan fuertes que lo invadió por dentro. Lo aturdieron a tal punto que no logró identificar ninguno de ellos. Se llevó la mano al pecho y solo supo que se estaba conteniendo cuando la mano de la chica tomó la suya. El remolino de sensaciones dentro de él se calmó, dando paso a una tranquilidad apacible. Abrió los ojos y se encontró con los de Alana, que lo observaban expectante.
—Entonces ¿qué esperamos? —dijo ella—. Vayamos a hablar con él.
Noche distinguió en de sus ojos una luz que no había visto antes, tan brillante como la luna, y pensó que tal vez en su vida de inmortal nunca vería nada más hermoso.
Extendió un dedo y con él recorrió el rostro de la bruja, lo que le produjo un cosquilleo. Ahora no solo su alma experimentaba sensaciones, su cuerpo también había empezado a hacerlo.
Se obligó a sí mismo a retirar la mano y levantar su mirada hacia el cielo, temiendo no ser capaz de parar hasta recorrer todo el cuerpo de Alana para descubrir cómo se sentía cada uno de sus contornos bajo su tacto.
—Tengo que prevenirte —dijo tratando de ignorar un nuevo revoloteo en su pecho y la sospecha aterradora de que tal vez era él mismo quien empezaba a producirlo—. No aceptes nada que el Ermitaño te dé de comer. Los años y la soledad lo han cambiado, hay más de monstruo en él que de humano...
Alana frunció el ceño con sospecha.
—¿No me vas a acompañar? —preguntó.
Noche tomó la máscara del brazo de la pelirroja y se la llevó a su rostro.
—Estaré a tu lado —respondió—, pero él no me va a ver... Recuerda que él tiene el conocimiento mágico completo; si me ve, sabrá lo que soy.
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