Capítulo 13 (parte 3)

No tardó mucho en salir de nuevo, vestida con las telas vaporosas y la corona de flores que le habían dado las doncellas.

—¿Cómo me veo? —preguntó a su amigo, pero él no respondió No importa —dijo Alana sin esperar a que lo hiciera—. Vamos.

Noche la siguió en silencio hasta que salieron de esa casa lúgubre. El ruido de los animales del bosque se hizo más fuerte, llenándolos de vida y alejando de ellos ese silencio opresor. La hechizada sintió que finalmente podía respirar. Después de unos minutos llegaron hasta un pequeño claro, cerca de un riachuelo.

La bruja tomó los bordes de su vestido y dio una pronunciada venia al Segador, casi tocando el suelo con su rodilla. Él la miró sorprendido y luego la imitó, realizando una versión masculina de su gesto, con una mano delante de su torso y la otra detrás.

La pelirroja se había atado la máscara de su amigo en uno de los brazos para poder moverse con libertad sin perderla de vista.

Tomó la mano de la Sombra de la Muerte y lo acercó hasta el riachuelo, se descalzó y metió sus pies adentro. Le pidió a Noche que la imitara y él levantó un poco su túnica negra, raída en el borde, dejando al descubierto un par de garras oscuras de ave. Como ella lo observaba con sorpresa, transformó sus piernas para que parecieran humanas.

—Uno solo de tus dedos tiene el tamaño de mis pies —comentó la bruja acercando sus piernas a las de él. Luego le explicó—: La primera parte del Quinto Rito siempre es el lavatorio, por eso la hermandad celebra el ritual junto a las lagunas sagradas... Puede que no podamos darnos un baño purificador, pero esto servirá.

Noche parecía pensativo, como si recordara algo.

—¿El sacerdote...? —preguntó. No tuvo que terminar su frase para que ella supiera qué era lo que quería decir. Sabía que había recordado su tarde en el mercado.

La hechizada negó con la cabeza.

—No sé cómo lo hace la hermandad, creo que abren una barrera mágica por hoy para que no los descubran.

El Segador pareció satisfecho con la respuesta y observó las ondas que se producían cuando ella jugueteaba con sus pies. De pronto, el reflejo del cielo sobre el agua llamó su atención, por lo que levantó la vista para verlo mejor y ella lo imitó.

—El cielo —dijo señalándolo— se quema.

Alana dejó escapar una risa parecida al canto de las aves.

—Es el sol de los venados —explicó—. Se le llama así porque, cuando sucede, lo hace a la hora en la que los venados salen de sus escondites a calmar su sed. Creo que es un buen augurio. —Se levantó y volvió a ofrecer a Noche su mano para ayudarlo—. Vamos —dijo—, ahora que ya estamos limpios debemos continuar con la celebración.

Sin calzarse nuevamente, la bruja corrió junto a los troncos de los árboles, sosteniendo su falda para que dejara de levantarse con cualquiera de sus movimientos, mientras buscaba algo en el suelo.

—¿Qué estamos haciendo? —le preguntó el Segador.

—Estamos buscando ramas —explicó ella—. Dicen que todo lo que desees o pidas en la Noche de los Fuegos se hará realidad, para eso tenemos que tallar una runa en las ramas y luego quemarla... creo que estas dos están bien. —Levantó las ramas del suelo y le entregó una a su amigo—. Toma, esta es para ti.

Él observó la rama, pensativo.

—¿Qué pasa?

—¿Sabes cómo escribir r ?

Alana abrió los ojos con sorpresa y luego bajó la mirada, apenada. Suspiró antes de volver a levantar el rostro con una sonrisa.

—No, pero la intensión es lo que vale —respondió. No iba a dejar que ese pequeño detalle le dañara su celebración.

Noche sonrió, se llevó la rama a la boca y cubrió sus labios como si le contara un secreto.

—¿Tendría que hacerlo así, Reina del Rito? —preguntó—. ¿Así es como la rama escuchará mi deseo?

Cuando terminaron, la hechizada encendió una pequeña fogata con ayuda de dos piedras mientras tarareaba la canción que había escuchado por la mañana y cuya letra desconocía. Una vez el fuego estuvo estable, empezó a danzar igual que como lo había hecho con las doncellas.

La Sombra de la Muerte se quedó a un lado observándola bailar, pero, un tiempo después, ella lo tomó de la mano y lo guio junto a la hoguera para que la acompañara.

El Segador conocía la coreografía o, al menos, una variante de ella, así que tomó la mano derecha de Alana y la puso en el centro de su pecho mientras él la sostenía por la cintura y la hacía girar en un semicírculo alrededor del fuego. Ambos entrelazaron las manos que sostenían las ramas y las lanzaron al fuego al mismo tiempo, desprendiendo un tenue chisporroteo. Luego, sin soltarse las manos, empezaron a saltar sobre la hoguera una y otra vez para celebrar a los dioses solares al ritmo de la música que tarareaba la bruja. Siguieron así hasta que la pelirroja quedó tan agotada para seguir haciéndolo que se dejó caer al suelo, riendo.

Para ese momento, el sol ya se había puesto y solo quedaba el brillo de las estrellas en el cielo. Su amigo se unió a ella en el suelo y ambos se acostaron sobre el césped para observarlas.

—¿Ahora qué sigue? —preguntó él.

Alana se giró sobre uno de sus costados para poder mirarlo mejor.

—Ahora es cuando contamos historias alrededor de la hoguera mientras disfrutamos de un enorme banquete con frutas y panes de semillas hasta que amanezca. También podríamos embriagarnos y volver a bailar si tú quieres.

La Sombra de la Muerte también se giró y sus miradas se cruzaron.

—Pero no tenemos ninguna bebida para hacerlo —advirtió.

La bruja se dejó caer de nuevo en el césped con el rostro hacia el cielo y luego rio, alegre.

—Tampoco tenemos historias para contar —respondió— o al menos a mí no se me ocurre ninguna.

—Podrías contarme sobre tu madre —dijo Noche señalando el camafeo que caía sobre el pecho de la pelirroja junto con el ámbar que él le había entregado hacía unos días. Ella se sentó, acarició el collar con cariño y lo observó mientras esbozaba una sonrisa triste y meneaba la cabeza de un lado al otro.

—Esta noche no —respondió—. Estoy tan feliz ahora que no quiero llorar.

Volteó a mirar a su amigo que se había tumbado para observar las estrellas. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración. Se veía tan humano que a ella le costó recordar que se trataba de un ser inmortal. ¿Cuántas historias habría acumulado a lo largo de su existencia eterna?

Sin quererlo, la bruja llevó la mano hasta la máscara que le decoraba el brazo.

—¿Y tú? —preguntó pasando sus dedos por ella. Hacía ya un buen tiempo que había dejado de temerle al verla—. ¿Tienes alguna historia para contar? ¿Quién eras antes de transformarte en esto?

El Segador se levantó de su lugar, posó una mano sobre la máscara y observó a la hechizada con una mirada intensa. Había un brillo nuevo dentro de sus ojos que parecía quemar tanto como una de las enormes hogueras del Quinto Rito. «Podría ser... ¿deseo?», se preguntó Alana. No. Estaba equivocada. Una Sombra de la Muerte no podía sentir y, si lo hiciera, sería ella quien no podría corresponderlo por su hechizo.

Rápidamente se dio cuenta de que su mente vagaba por lugares peligrosos. Dejó caer su mirada y retiró la mano de la máscara.

—Creo que esta noche tampoco es para contar esas historias —se respondió ella misma.

Un silencio incómodo se despertó entre los dos, roto únicamente por la música del bosque. De pronto, su amigo se puso de pie, sobresaltándola.

—Ya vengo —anunció pasándose la capa sobre la cabeza y desapareciendo.

Antes de que Alana pudiera decir cualquier cosa o reaccionar, reapareció muy cerca del último lugar en el que ella lo había visto, pero esta vez con los brazos cargados con comida y una manta blanca.

—¿De dónde las sacaste? —preguntó, sorprendida, caminado hacia él para ayudarlo.

La Sombra de la Muerte se encogió de hombros, un gesto muy humano para un ser inmortal.

—Dijeron que tú no podías acercarte —respondió, entregándole la manta a su amiga, quien la extendió en el suelo mientras el Segador dejaba caer la comida sobre ella—, pero nadie dijo que yo no pudiera hacerlo.

Alana se echó a reír y Noche la imitó con una risa tan sincera y pura que despertó una tibia sensación dentro del pecho de la bruja.

—Vamos, come —insistió él extendiéndole una manzana—,hay un lugar al que te quiero llevar cuando hayamos terminado.

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