Capítulo 13 (parte 2)
Alana estaba sola en la cocina puliendo la vajilla. Por más de que agradecía que no la hubieran encerrado en su habitación, lo que hacía en ese momento tampoco distaba mucho de eso. Los invitados ya se habían marchado a las lagunas, donde se realizaría el rito de purificación y luego celebrarían con danzas y comida hasta la mañana siguiente.
Dejó caer el trapo y se llevó las manos al rostro, desdichada. ¿Por qué, después de tantos años de haber sido excluida en su choza y de estar acostumbrada a su soledad se sentía tan triste?
Quería pertenecer a algún lugar, quería eliminar el hechizo de su vida, quería ser querida por alguien, apreciada... quería ser normal.
Un frío mortuorio abrazó su cuerpo. Cuando Alana levantó la mirada se encontró con Noche arrodillado frente a ella para quedar a su nivel. A través de la máscara, pudo sentir esos ojos de vacío.
El Segador estiró una mano y con uno de sus dedos helados le recorrió la piel de la mejilla, arrastrando sus lágrimas, y luego se quedó observando la gota en su dedo por un momento.
Así, sentado junto a ella en el suelo de la cocina, a la bruja le pareció que su amigo se veía como una enorme ave negra.
—¿Por qué? —preguntó Noche volviendo la mirada hacia la pelirroja. Alana dejó caer el rostro, tratando de ocultarlo y sintiéndose estúpida por la tristeza que acababa de experimentar.
La Sombra de la Muerte se acercó a ella y, con delicadeza, puso la mano debajo de su barbilla, acercando el rostro de la bruja hacia él.
—No deberías avergonzarte —susurró—, los sentimientos que tienes y que brotan de tu interior como burbujas son hermosos.
—Yo... —empezó a decir la bruja, pero luego se detuvo. Dejó caer su cabeza en el pecho de su amigo y volvió a llorar. Él la abrazó y acarició su cabello hasta que se quedó dormida.
***
Cuando Alana abrió los ojos, el sol ya no entraba por la ventana de la cocina y Noche todavía acunaba su cabeza.
—¿Te sientes mejor? —preguntó. Ella asintió, un poco avergonzada por haberse quedado dormida. Su amigo la observó detrás de la máscara de hueso con ojos llenos de preocupación.
Ella sabía que si quisiera quedarse así el resto de la noche él la acompañaría, pero esa era la velada del Quinto Rito y lo último que deseaba era permanecer encerrada en medio del vacío y el silencio de esa casa señorial.
Necesitaba salir de ahí, sin importar a qué lugar, antes de que su tristeza volviera a invadirla. Se levantó y le extendió una mano al Segador, quien la tomó y se dejó llevar. A la bruja le pareció percibir una sonrisa en su mirada y en ese momento detestó la máscara que tenía su amigo.
—Acércate —pidió y la Sombra de la Muerte le obedeció. Luego desató la máscara, liberando su rostro. Él la observó con intensidad, la suficiente como para hacerle bajar la mirada de nuevo.
—Vamos —dijo ella y, sin soltarlo de la mano, lo arrastró fuera de la cocina.
Aunque el clima nunca cambiaba en ese pueblo, la tarde era clara y tranquila, tal como se podría esperar en un solsticio de verano.
La casa estaba vacía. Para ese momento, todos los que vivían ahí, junto con los invitados ruidosos que habían llegado por la mañana, estarían disfrutando de la celebración junto a las lagunas.
Alana cerró los ojos tratando de recordar cómo había pasado esa fecha los años pasados, pero se dio cuenta de que no había hecho nada más que observar el bosque y tratar de olvidar.
—Puedes decírmelo si quieres —susurró Noche.
Alana negó con la cabeza. Era estúpido sentirse así cuando sabía que su corazón estaba helado por el hechizo, era estúpido anhelar algo que nunca había tenido y nunca sería para ella. Tan solo debía adquirir la fortaleza para evitar que eso la volviera a afectar, la fortaleza suficiente para recordarse a sí misma que estaba hechizada y por eso no merecía el afecto de quienes la rodeaban y, sobre todo, que su amor podía traer desgracias como la que había ocurrido con su madre. Abrazó su camafeo con una mano.
—¿Tiene que ver con que la casa esté desocupada y en silencio? su amigo. La bruja lo volteó a mirar y se encontró nuevamente con ese rostro hermoso como la luna, ese rosto elusivo que huía de ella cuando el ser se cubría el rostro con la máscara.
Deseó no tener que olvidarlo, poder saber más de él o de lo que fue en su pasado, pero estaba segura de que incluso él mismo lo desconocía.
—¿Cómo puedes saber...? —empezó a preguntar, pero luego se calló. Sabía que él no era estúpido, tendría que haberse dado cuenta de su tristeza.
—Te sentí —admitió el Segador—. Sentí la alegría que brotaba de ti hace un rato y luego la profunda decepción que parecía querer consumirte.
Alana observó los ojos brillantes de Noche, los mismos que parecían decir «Y no me equivoqué». Se sintió extraña, como si estuviera desnuda. Pero, a pesar de lo que podía esperar, estaba cómoda con esa desnudez.
«¿A quién le importaba el Quinto Rito?», pensó. Al final ella contaba con la compañía de alguien tan especial como su amigo.
Suspiró.
—Odio que me excluyan de sus fiestas —confesó—. Conozco mi condición, sé lo que soy... pero hoy no pude evitar emocionarme, desear algo que sé perfectamente que nunca ha sido para mí. Tal vez fue por vivir en esta casa que me dejé llevar...
Él la observaba fijamente, pensativo, mientras la escuchaba en silencio.
—Cuéntame —le dijo.
—¿Qué?
—Cuéntame cómo imaginaste que sería participar en el Quinto Rito. Cuéntame por qué lo anhelas... permíteme conocerte.
Sin querer, ella sonrió.
—Una vez cuando era pequeña me escabullí para verlo —le confesó—, pero me descubrieron pronto y, al igual que hoy, Clementina me reprendió recordándome que mi hechizo podía corromper la magia de la tierra.
De pronto entendió algo: siempre le habían dicho que no podía acercarse a la celebración de la hermandad, pero nadie le había dicho que no podía celebrar sola. Mientras estuviera alejada de la magia que Clementina realizaría ese día, todo estaría bien.
Así que se le ocurrió una idea.
—Espérame aquí —le pidió a la Sombra de la Muerte y luego salió corriendo hacia su habitación.
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