Capítulo 9: Batas Blancas



Marzo de 2010. Sección Norte de Galus. Granja de los Quintero.


Sin dragón, sin investigaciones ni preocupación alguna, Jack comenzó a centrarse en mejorar sus aptitudes. Quería estar mejor preparado para cualquier eventualidad, hacerlo le daba confianza. Lo físico siempre había sido su punto débil, el no ser muy fuerte. Delgaducho, débil y poco flexible, era lo que le caracterizaba como un investigador modelo. Nunca se había mostrado orgulloso de ello, pero poco tiempo le quedaba para ejercitarse en una vida llena de probetas, clases y conferencias.

—¡Raúl! —gritaba una voz femenina, a la distancia—. ¡Raúl! Tienes que ver esto, de prisa.

Jack giró su vista hacia la casa y respondió agitando su mano, en señal de haber comprendido. Soltó el grueso mango de madera del azadón que estaba usando, clavando su parte metálica en la tierra. Miró a las personas que trabajaban junto a él.

—Tomaos un descanso —dijo Jack, limpiando el sudor de su frente—. Ya tenemos suficiente para la siguiente cosecha.

—No es necesario, señor Raúl. Vaya con la señorita Gila, podemos seguir con esto —dijo un hombre barbón y de espalda ancha.

—Sí, sí, vaya. Si esta cosecha es tan buena como la anterior, un poco de trabajo extra no será nada —agregó una joven, sonriente.

Los otros dos que no hablaron, tan sólo asintieron ante estas últimas palabras.

Jack sonrió como respuesta, su compañía de trabajo siempre había sido grata. La gente de Vaenis era una maravilla.

—Me enorgullecéis —dijo él, reforzando sus palabras con un gesto de cabeza—. Cuando terminéis id por bebidas y cargadlas a mi cuenta en el bar de Nikkelson.

Hubo un grito de júbilo como respuesta, que fue coreado antes de que las herramientas volvieran a trabajar la tierra.

Avanzó a paso rápido, atravesando gran parte de su campo de cultivo. Al final, y después de cuatro años, había resultado un negocio productivo y bien remunerado. Su vida en Vaenis no era igual a la que tuvo en Nivek, era sencilla, pero con su propia esencia, su propia alegría. Vivir con Kail y con Gianna, sin preocuparse por entregar reportes o cuidar animales de laboratorio, era una experiencia distinta que no le molestaba en absoluto. Había descubierto una nueva etapa, una nueva faceta suya, a pesar de tener ya treinta y cuatro años.

Bien dicen que la edad no es determinante cuando estás dispuesto a vivir. Una parte de su vida había terminado, hace cinco años, en Nivek. Una parte de él había muerto junto con su esposa, en aquel destello de fuego que la consumió. Sin ella, Jack Relem jamás podría sentirse completo otra vez. Sin embargo, con el tiempo había aprendido a aceptar, a dejar atrás tanto como podía. Como Raúl Quintero había abierto sus ojos a nuevas experiencias, a una nueva vida.

Un nuevo hombre había resurgido de entre las cenizas, como si hubiese vuelto a nacer, un hombre que aún tenía una familia de la cual preocuparse y cuidar. Kail... y Gianna, una mujer que resultó ser más que un simple apoyo, más que ayuda. La joven, de veinticuatro años, había crecido en una familia horrible, llena de odio y falta de cariño, y aun así, se empeñaba en darle a Kail todo lo que había carecido cuando era niña. Ella... había compensado muy bien la ausencia de una madre para el pequeño. A veces, al verla, se preguntaba si estarían haciendo lo correcto en vivir juntos, de esta manera, sin ser pareja. Sin embargo, al verla tan feliz, y con las sombras de su pasado presentes, simplemente lo dejaba pasar.

El plan de llegar a Arquedeus había sido dejado atrás, de forma indefinida, más aún con los nuevos misterios que volvían a rodear al viejo continente, los mismos de la antigüedad, en los que todo barco o avión que intentase llegar... desaparecía sin dejar rastro. De reptiles y dragones no había vuelto a escuchar hablar desde hace tiempo, e incluso ya comenzaba a olvidarse del tema. Sin duda, seguía repitiéndose a sí mismo que había tomado la decisión correcta, pero... aún había algo en su interior que parecía llamarlo, que quería salir, que rogaba porque prestara atención a su alrededor. Un «algo» que se aseguraba de mantener bien adentro, escondido, desde que había decidido dar a su hijo una vida normal.

—¡Papá! ¡Dragones! —la vocecita de un niño atrajo la atención de Jack apenas entró en la sala de estar.

Ahí, sentado frente a la televisión, estaba Kail. Junto a él, Gianna miraba la pantalla plana mientras sostenía al niño por sus pequeños hombros.

Jack sintió como se le revolvía el estómago al escuchar esa palabra, sin embargo, guardó la calma y se limitó a arquear una ceja. ¿Dragones? Su vista se desvió hacia donde señalaba. En la televisión terminaba un reportaje sobre algo que no alcanzó a escuchar.

—Te lo perdiste —dijo Gianna.

La joven miraba a Jack, preocupada.

—¡Un dragón, papá! ¡Como los que me contaste! —seguía diciendo Kail, con una emoción que Jack y Gianna no compartían.

—¿Un dragón? ¿Qué significa esto? —dijo Jack, buscando respuesta en Gianna.

Kail se levantó corriendo y tomó a su padre de la mano. Lo llevó arrastrando hasta un ordenador portátil y lo encendió.


Gianna no respondió, simplemente dejó que Kail le mostrase. Tras unos minutos, la pantalla mostraba imágenes. Jack se acercó para ver mejor, mientras su hijo se hacía a un lado para dejarlo mirar. El pequeño se veía emocionado por lo que mostraba, pero el rostro de su padre ensombrecía más a cada segundo.

Era una grabación tomada directamente de alguna cámara de video; de fondo, se escuchaban gritos; la gente huía de algo, una criatura corriendo, a lo lejos. Esa cosa no parecía estar atacando, más bien parecía perdida, desorientada. No se lograba apreciar muy bien por el movimiento, pero se distinguían patas y cola. Era una figura reptiloide, verde y grande, como una lagartija súper desarrollada. No cabía duda, eso era...

—Kail —dijo Jack—. Eso no es un dragón, hijo.

Kail observó a su padre, confundido.

—¿No lo es?

—No, hijo —reiteró Jack—. Un dragón es enorme. Eso de ahí es otro tipo de criatura.

Kail frunció el ceño y se quedó observando el video pausado, justo en el momento en el que la criatura se apreciaba mejor.

Gianna se acercó a Jack por detrás y le habló.

—La noticia que te perdiste, Jack, no era precisamente sobre esa criatura.

Jack se giró para poder observar a Gianna a los ojos.

—¿Qué sucede Gi? ¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó.

Gianna lucía indecisa, como si le resultara difícil decir lo que sea que estuviese guardando.

—Jack... En la televisión dijeron que han aparecido muertes masivas de reptiles en todo el mundo. Ha sido tan drástico que no ha podido ser ignorado. Y nadie... nadie sabe por qué, Jack. —Gianna calló por medio segundo, atragantándose con las palabras que estaba por decir—. Nadie, excepto nosotros.

»Y luego están esas cosas. Creo que deberíamos...

Jack suspiró, levantando una mano para que Gianna no continuara.

—Deberíamos ayudar. ¿No es así? —terminó la frase.

Gianna bajó su mirada al suelo y asintió con la cabeza, con la tristeza de alguien que está aceptando una gran responsabilidad. Jack respiró profundo.

—No te contengas, Gi —dijo él—. Lo he estado pensando. Tú también, ¿no es así?

Gianna asintió, junto con una sonrisa triste.

—¿No te pareció raro que el dragón desapareciera, así, sin más? —dijo ella—. Debe estar planeando algo. Esos reptiles, Jack, están muriendo en todo el mundo por alguna razón.

Jack se llevó una mano a su barba desarreglada. A decir verdad, se veía un tanto descuidado y la edad se le notaba más en los rasgos de su rostro, algo que también podría decirse de Gianna.

—Comprendo tu sentir —dijo Jack—. Pero nadie nos creería. Incluso el Consejo Supremo nos rechazó cuando intentamos hablar sobre la investigación de Bertha. Nadie cree una sola palabra, están cegados...

—Lo sé, Jack... es solo qué —Gianna apretaba su puño con fuerza—. Debe haber algo que podamos hacer. No me siento bien quedándome aquí. ¿Recuerdas por qué decidí partir contigo?

Jack parpadeó, anonadado.

—No... no lo malentiendas —continuó ella—. Adoro vivir aquí, adoro esta vida que tenemos, pero... —Juntó aire, y lo dijo—: Sé que no es real, sé que es... una fantasía. Si el Consejo Supremo no quiere hacer nada, no significa que nosotros tengamos que parar. Lo siento, Jack, por más que me guste esta vida, temo que no vaya a durar demasiado. No debemos olvidar lo que somos... lo que eres.

Gianna pronunciaba cada palabra con una dificultad tangible. Realmente se veía que hablaba con la más pura y dolorosa verdad. Jack la miraba con una mezcla de tristeza, frustración y admiración. Ella había conseguido juntar más coraje que él. Más coraje para decir lo que pensaba desde hace tiempo.

Hubo un silencio breve, en el cual sólo se escuchaba el tecleo de Kail, buscando más videos sobre avistamientos de esas raras criaturas —la mayoría vistos como grabaciones falsificadas de alguna manera—. Tras esos instantes, Jack puso ambas manos por debajo de los hombros de Gianna, en sus brazos, y la empujó a la habitación contigua, lejos de Kail.


El cabello largo de la joven cayó sobre su rostro por el repentino movimiento, pero eso no impidió que la mirada de Jack conectara directamente con la de ella. Ahí, a solas, le habló con palabras suaves, cargadas de gentileza.

—No es así, Gianna. Esto no es... no es una ilusión. —La voz de Jack iba cargada de emociones—. Esto es tan real que nuestra cosecha da frutos, tan real como los nombres que Kail dio a cada uno de los roedores que intentan robarla. Incluso está Nikkelson, el del bar, quien te ha estado guardando una bebida especial para cuando aceptes salir con él. —Gianna no pudo evitar soltar una risa que tranquilizó un inminente sollozo. Jack continuó—: Todo es real, Gi, y deberías saber que... —Hizo una breve pausa—... aunque Lina ya no esté conmigo, estaría muy feliz y orgullosa de todo lo que has hecho por nuestro hijo.

Gianna tragó saliva ante la última afirmación, pero guardó silencio, Jack aún tenía la palabra en la boca.

—Tú... —continuó él—. Tú de verdad has sido como una madre para él, y te lo agradezco. Te lo agradezco desde el fondo de mi corazón, te lo agradezco en nombre de mi fallecida esposa, y estoy seguro de que no tengo que hablar por el propio Kail. Él te ve como una madre, te ama igual que a una. —Jack tomó aire y le dirigió una sonrisa—. Y ni yo, ni nadie, tiene el derecho a negarte eso. Tú, yo, Kail, nuestra familia es real, Gianna. Tal vez no sea una... normal, pero nunca pienses que no es real.

Jack terminó sus palabras, abrazando a Gianna con calidez. Ella siguió en silencio, su barbilla comenzaba a temblar. Esperó unos segundos, disfrutando del agradable momento. ¿Esto era amor? No... esa no era la cuestión. Esto era amor, definitivamente lo era, pero... ¿qué clase de amor?

Gianna asintió en silencio mientras correspondía el abrazo, dejando caer sus lágrimas sobre el hombro de Jack.

—Jack yo... —habló Gianna, con un hilo de voz—. Yo... lo siento. Nunca he tratado, ni trataría de sustituir a Lina. Ella era increíble, habría sido una madre perfecta. Yo jamás podría pensar en...

Jack la abrazó con más fuerza. Sabía que era un tema delicado para ella, por eso mismo era necesario remarcarle eso. Lina... Por más que doliera, Lina ya no estaba.


—Shhh —la acalló, en voz baja—. No digas más. Lo sé, lo entiendo, y sé que ella lo entendería. Puedes estar tranquila.

Jack imprimió un poco más de fuerza en el abrazo antes de separarse de Gianna. La miró a los ojos llorosos y le dedicó una sonrisa. Después caminó hacia la chimenea, esa, junto a la cual se habían creado tan bellos momentos, y extendió su mano para tomar algo. Sobre la caldera, había una repisa con una cajita de madera. Él la tomó, regresó donde Gianna y se la entregó, con cuidado, como el bien tan preciado que era.

—Dejemos atrás el pasado —dijo Jack—. Tienes razón en todo, debemos mirar al frente, debemos hacer algo. Y ha llegado el momento de honrar la memoria de nuestro viejo amigo como se debe. Sacrificó su vida para que esto prevaleciera, y si el Consejo no lo quiso, entonces lo usaremos nosotros.

Gianna tomó la pequeña caja de madera y la abrió. No era un misterio lo que había en ella. En el interior, se encontraba una antigua memoria electrónica con la figura de un reptil. La sostuvo con una mano y la apretó con fuerza.

—Niel... —murmuró. Después, agregó en voz alta—: Jack... ¿Qué...? ¿Qué es lo que estás pensando?

Jack le dirigió una media sonrisa.

—Espero que aún recuerdes cómo usar los instrumentos de laboratorio. Tendré que afeitarme la barba, ah, y necesitaremos batas...

Gianna lo miró con incredulidad y una extraña alegría se encendió en su interior. Una parte de ella gritaba de emoción por tan sólo pensar en ello.

—¿Ba-batas? ¿Pero cómo? ¿Crees que nosotros solos...?

—Tendremos que intentar —dijo Jack—. Tal vez no sea mucho, pero, si con esto... —Jack apretó la mano de Gianna, en la que tenía la memoria de datos—. Si con esto podemos volver al tablero, entonces debemos hacerlo.

Gianna se quedó sin palabras por un segundo, boquiabierta. Su decisión fue casi inmediata. Su mirada lucía seria, decidida, como en los viejos tiempos. Miró a Jack a los ojos y asintió. Sobrepusieron sus manos. Ambos sonrieron con decisión, ni siquiera fueron requeridas las palabras para sellar ese pacto.

Jack y Gianna volvieron a la habitación en la que Kail seguía observando videos, esta vez sobre alienígenas u otros temas extraños. Jack miró a su hijo, a sabiendas de que estaba a punto de informarle sobre un gran cambio en su vida.

—Kail —dijo—, vamos a tener que dejar este lugar. Tu tía Gi y yo creemos que podemos hacer algo para demostrar que los dragones existen.

La mirada de Kail se tornó seria.

—¿Vamos a cazarlos papá? ¿Cómo la tía Gi y tú lo hacíais? —dijo Kail, preocupado.

Gianna soltó una ligera carcajada, Jack rio con ella. La inocencia del pequeño aún superaba su raciocinio. ¿Cazarlos? Jack había contado a Kail sobre cómo logró huir de criaturas así, en la gruta, y la palabra «cazar» no le resultaba adecuada para esa situación.

—No Kail... —dijo Jack con calma—. Para cazarlos necesitamos probar a la gente que existen. Hasta hace poco, incluso yo pensaba que se habían ido... de verdad quería creerlo. Pero no es así, hijo, y sólo ayudando a todos a creer en ellos, es cómo podremos hacer algo.

Gianna se acercó a Kail, se arrodilló para mirarlo de frente y agregó unas palabras.

—Ya verás que te divertirás, Kail. Vas a poder ver a tu padre y a tu tía en sus verdaderos dominios. —Gianna agitó la sedosa cabellera rizada del pequeño—. Podrás conocer un laboratorio de verdad. Y quién sabe, tal vez hasta puedas usar un microscopio.

La mirada de Kail se iluminó ante la propuesta.

—¡¿Pues qué esperamos?! ¡Vamos!

Jack y Gianna rieron de nuevo ante la alegría del pequeño, risa que llevaba parte de nerviosismo al saber que dejarían esta vida atrás.

Tras perder a Bertha, cualquier posibilidad de probar la existencia de la sobrevolución, de probar que los reptiles podían mutar hasta convertirse en bestias draconianas, había desaparecido con ella. La única manera de lograrlo era conseguir un nuevo espécimen y recrear el experimento. Raúl y Gila Quintero tendrían que mudarse a la ciudad para tratar de conseguir financiamiento en algún laboratorio privado. Sin duda alguna, tiempos duros vendrían, pero, de alguna manera, llevarían la esencia de antaño.


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