Capítulo 8: Los Quintero (III-III)


Pista de audio: Amnesia - Requiem -(instrumental).

Un año después.


La noche caía con todo su peso, el cielo estrellado era su techo. El pórtico de su casa estaba a su lado, y ahí, sentado con la espalda recargada a la pared, estaba Jack. Su cabello era tan corto, que sus ondas características se habían perdido. Llevaba una semana sin afeitarse. Vestía chaleco oscuro y camisa blanca, arremangada. No hacía frío, era una noche cálida y veraniega.

Estaba observando el horizonte, aprovechando el silencio. Kail dormía, adentro y Gianna había salido a divertirse con algunos conocidos del trabajo. En su mano, tenía una copa de vino azul, característico de Vaenis. A diferencia de la ciudad, aquí las noches eran tranquilas, por lo que una buena copa a la luz de la luna, era algo que disfrutaba enormemente. Le dejaba pensar, recordar.


Suspiró. No estaba mal vivir de los recuerdos, ¿o sí? La respuesta no le importaba. Echaba su cabeza atrás después de cada sorbo de vino, cerrando sus ojos y dejándose llevar por el roce del viento. A veces, incluso sentía que era ella, acariciando su rostro.

—¿Cómo estás, mi amor? —dijo Jack, dejando que sus palabras hablaran al aire—. Sé que es una estupidez, pero a veces te siento conmigo.

El hombre inhaló profundo antes de dar el trago final. Dejó la copa vacía en el piso y apoyó su mano sobre su rodilla.

—Sabes que yo no creo en esto —murmuró en voz baja—. ¿Por qué estoy hablando contigo? ¿Por qué estoy hablando con un recuerdo?

Levantó la vista. El viento sopló con fuerza, como una brisa cálida que hizo que los vellos de sus brazos se erizaran.

—Pero, ¿sabes algo?, si estuvieras aquí, sé que serías feliz. —Dejó escapar un suspiro muy lento—. Te encantaba el croar de las ranas por la noche y el canto de las aves por la mañana. Te gustaba el aroma húmedo del pasto y la tierra y el sonido que hace el follaje con el viento. —La voz de Jack comenzaba a quebrarse. Una lágrima resbaló por su mejilla—. Te encantaba sentir mis brazos alrededor de tu cintura, y a mí... me gustaba sentir tu calor. Cuando reposaba mi barbilla sobre tu cabeza, te hacía cosquillas, ¿recuerdas?

Se llevó un puño a los labios. Respiró profundo y contuvo un sollozo, su cuerpo vibró por dentro, conteniendo el inmenso dolor que quería escapar hacia el exterior. Finalmente, lo dejó ir en forma de una risa lastimera.

—¿Pero qué estoy haciendo? —dijo, mientras ponía una mano en el suelo para levantarse—. Ella ya no está aquí.

Se lo dijo a sí mismo, dejando de hablar con la nada. Levantó la copa del suelo y se dio un golpecillo en la frente con ella. Dio unos cuantos pasos al frente y se recargó en la valla de madera que tenía vista al campo de siembra; su cosecha crecía imponente, como ninguna otra. A la luz de la noche, la vellosidad de los tallos resplandecía como un campo de estrellas, sumándose alas del cielo.


La mirada de Jack estaba perdida. Aún sentía el palpitar de su corazón, latiendo de forma inconsistente. Lo sabía mejor que nadie, la muerte es el final de todo; cuando alguien se va, es para no volver. Y ahora, las endorfinas y la noradrenalina hacían su trabajo, alterando su ritmo cardíaco y haciendo que se sintiera devastado. Lo comprendía, pero no le disgustaba, sabía que era algo necesario. Era la única manera de aceptar que ya no estaba y, al mismo tiempo, volver a sentir ese gran amor que tenía por ella.

Para Jack, Lina siempre estaba con él. En sus recuerdos, en cada reacción química que su cuerpo producía, en cada impulso eléctrico que emanaba de su sistema. El mismo grupo amino que le permitió amarla, era el mismo que ahora le agitaba el pulso y lo hacía sentir ese emocionante vértigo al pensar en ella. Le gustaba, era como si de verdad estuviera ahí.

—Debería dejar de hacer esto —dijo Jack, apretando la boquilla de la botella de vino azul y arrojándola lejos—. No le hará bien a nadie.

El sonido de impacto, seguido de los cristales rotos, se escuchó perdido en la oscuridad

—Ey, ¿era esa mi botella de vino azul? —preguntó una voz rasposa—. Lo era, ¿verdad? ¿Por qué lo hiciste, hombre? Era un regalo.

Jack se sobresaltó y casi dio un brinco cuando se giró para ver quién era. Ahí, caminando hacia él, venía un hombre que rondaba su misma edad, pero de aspecto acabado. De barba tupida, como la suya, cabello cenizo y ojos alegres. Lo saludó.

—Vaya, Nikk —dijo Jack, girando su vista de prisa hacia el sembradío, limpiando las lágrimas con su hombro en un movimiento ágil—. ¿A qué debo tu visita? ¿Has cerrado el bar?

El hombre llegó hasta estar junto a Jack y se apoyó en la misma valla que él. Su granja no era cerrada, por lo que cualquier vecino podía adentrarse en ella sin mayor conflicto. Ambos miraron al horizonte.

—Mi casa queda de camino, lo sabes bien —respondió Nikkelson, el dueño del bar—. Ahora dime, Raúl, ¿qué ha pasado? Cuéntamelo.

—¿D-de qué estás hablando? —cuestionó Jack, nervioso. Lo había tomado desprevenido.

—Vamos Raúl, atiendo un bar. ¿Crees que no lo he visto ya un millón de veces? Tus cejas caídas, el rastro de sal en tu rostro, el cabello desarreglado y los brazos descubiertos. Además... tengo nariz.

Jack no pudo evitar reír.

—No es lo que piensas, Nikk —dijo Jack—. Esto es... como un ritual.

—Aah, un ritual ¿eh? —replicó Nikk, levantando la cabeza de forma sarcástica—. Entiendo, entiendo. En ese caso, ¿puedo unirme?

—Lo siento, se acabó el elixir —dijo Jack, señalando con la cabeza el lugar en donde había impactado la botella.

Nikkelson suspiró de forma cansina. Jack lo sabía, no se zafaría tan fácil.

—¿Cómo esta Gila? —preguntó Nikk.

Jack se sorprendió por el repentino cambio de tema, pero lo agradeció de sobremanera. No le gustaba mucho hablar del tema de su esposa con nadie que no fuera Kail, ni siquiera con Gianna. Era algo que prefería enterrar en el olvido.

—Se divierte —dijo Jack, más tranquilo—. Y se lo merece, ha estado trabajando duro.

Nikkelson rio.

—Es hermosa, pero esa ya lo sabes, ¿no? Es tu hermana, después de todo —dijo Nikk, con más inocencia de la que debería, algo que Jack prefirió pasar por alto.

—Lo es —respondió—. La verdad es que eso me alegra, Nikk. Ver feliz a Gila es una de las razones por las que pienso que vale la pena luchar.

—Una vez hablé con ella —dijo el hombre—. La invité a salir, espero que no te moleste; por supuesto me rechazó. —El hombre rio como si fuese algo inaudito—. El punto es, Raúl, que le pregunté por qué. No cualquier chica me rechaza, ¿sabes? Y la respuesta me cautivó... ella dijo que no necesitaba nada más que a su familia.

Una sonrisa tenue se dibujó en el rostro de Jack. No sólo eso, una alegría incomprensible también lo invadió. En ese instante, frunció el ceño y se sintió mal consigo mismo. No era la primera vez que le ocurría eso. A veces, cuando abrazaba a Gianna o cuando demostraba su aprecio, esa misma sensación se apoderaba de él como un demonio: la culpa.

—Eso es..., extraño, Nikk. No quiero saber sobre tus conquistas amorosas, y mucho menos si incluyen a mi hermana.

Nikkelson se encogió de hombros.

—Lo sé, Raúl —respondió—. Sólo quería darte a entender que esa joven realmente te aprecia, a ti y a tu hijo. Si no supiera que son hermanos, bueno yo...

Jack se echó a reír antes de que Nikk completara la frase. Cuánta razón tenía este hombre.

—Es algo mutuo. Nos queremos, es algo normal.

Nikkelson dirigió su mirada al cielo. Jack hizo lo mismo.

—¿Sabes algo Raúl? —dijo Nikk—. Yo una vez perdí a alguien muy querido.

Jack guardó silencio. Sintió una punzada en el pecho.

—Pensé que el tiempo lo curaría —siguió el dueño del bar—, pero la verdad es que deja huella.

Jack asintió.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque todo corazón puede volver a amar, Raúl—dijo Nikk, dando una palmada en el hombro a su interlocutor—. Con el tiempo, por supuesto.

»¡Aah! Mira qué hora es, parece que se me hace tarde. Me voy, Raúl. —El hombre dio la media vuelta y comenzó a alejarse—. Salúdame a Gila, dile que me encantan sus ojos de perla y castaña.

El hombre le guiñó un ojo a Jack, quien lo observaba alejarse, boquiabierto.

—L-Lo haré Nikk, descansa.

—Que no te vea arrojando mis botellas de nuevo, Raúl.

Nikkelson levantó una mano sin mirar atrás para despedirse, y desapareció de la vista.


Nuevamente el silencio reinó y la calidez de la noche lo envolvió. Su corazón seguía palpitando con fuerza. Ya era hora de dejar de pensar en todo esto. Debía ocupar su mente en lo importante, seguir preparándose para cualquier cosa era su prioridad.

La vida en la granja le permitía adentrarse en los misterios que su destino ocultaba. Cada día nuevo, significaba zambullirse en un mar de libros e información química y molecular; cada proceso, cada reacción, todo tendría que ser conocido por él. No sabía por qué lo hacía, pero... si algún día se veía en la necesidad de volver a usar su poder, para salvarse, o para salvar a los suyos... estaría preparado.

Jack se dio la vuelta, volvió a mirar a su campo de siembra y recordó las últimas palabras de Nikkelson. ¿Lo habría intuido, o habría sido una sublime coincidencia? De cualquier forma... ¿volver a amar? Le parecía una locura.

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