Capítulo 6: La Granja de Vaenis

Pista de audio: Sound of an angel - Beautiful violin music.



Un cielo despejado, día soleado. Era cerca de medio día y el contrato anual por un terreno a las afueras del pueblo había sido firmado. Jack no tenía dinero para pagar, Gianna tampoco. La representante de Vaenis había sido muy accesible. La promesa de que la granja daría cosecha en el primer año de trabajo era la base del permiso para vivir en ella.

El tranquilo Vaenis estaba en la Sección Norte de Galus, sin alejarse demasiado de la Sección Central. Un poblado que parecía ser ajeno a todo lo que había pasado en el resto de la nación. Sin aeropuertos, estaciones de autobús, fábricas, centros comerciales o cualquier otra cosa que atrajera a las grandes masas. Vaenis tan sólo era... Vaenis. Pintoresco, rodeado de árboles y vegetación, con riachuelos que cruzaban las empedradas calles. La arquitectura de las casas aún mantenía el viejo estilo europeo, sin demasiada influencia arqueana. Era, sin lugar a dudas, el sinónimo de tranquilidad.

Su nueva vida acababa de dar inicio con el primer paso al interior de la quesería, de ahora en adelante, su casa. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, Gianna se sentía alegre de verdad. Vivirían en una casa... tendría una casa


Miraba asombrada las habitaciones, ya amuebladas, del lugar que Jack había conseguido. El hombre la observaba con un gesto de empatía. El verlo feliz, el sentirse feliz ella misma, ya era un gran logro.

—Es increíble, ¿no lo crees? —dijo la joven, dando vueltas en la sala para dejarse caer sobre un sofá.

Una nube de polvo se levantó en cuanto el peso de Gianna cayó sobre el asiento. La tos la invadió haciendo que se levantara de prisa, agitando una mano para alejar la suciedad. Jack comenzó a reír.

—Mantén la calma, Gianna —dijo él, conteniendo la risa—. Vamos a tener que reacondicionar este lugar.

Al ver su nuevo hogar, una ligera sonrisa se dibujó entre la barba poco tupida de Jack. Gianna lo observaba y no lo reconocía. Jack Relem solía ser un joven investigador de porte elegante y casual, por lo que, Raúl Quintero, tendría que ser un hombre que denotaba su edad, barbudo y de cabello corto. Esto, de alguna manera, le causaba gracia.

—Y que lo digas —respondió ella, levantando una vieja manta que cubría parte de la mueblería. Una mesilla de centro quedó a la vista—. Esta vieja casa necesita muchos arreglos.

—Me complace que se nos permita vivir aquí —dijo Jack, poniendo a Kail sobre sus hombros, quien abrazó la cabeza de su padre como si fuera una pelota.

Gianna lo observó. Estaba nerviosa, vivir con el que algún día fue su maestro, uno de los hombres más deseados de la antigua Universidad de Nivek, era algo que nunca hubiese imaginado. Ella nunca había visto a Jack de esa manera, sin embargo, cuando su mirada se cruzaba con esos ojos, era imposible no perderse en ellos y salir ilesa. A veces odiaba que las hormonas tuvieran dominio sobre su razonamiento, pues no quería que Jack, o incluso ella misma, pudiese hacerse ideas equivocadas.

—Así que... así termina todo, ¿eh? —dijo Gianna, haciendo un rodeo por la polvosa sala, descubriendo mantas y dejando a la vista muebles viejos e inútiles.

Jack hizo lo mismo, pero paseándose por el salón contiguo, un comedor.

—¿A qué te refieres? —cuestionó.

Gianna suspiró antes de emitir una respuesta. Era obvio que sabía a qué se refería, pero tal vez no había sabido expresarlo. Ninguno sabía si realmente el dragón había desaparecido, estaba muerto, o el porqué de su ausencia. La respuesta a esa duda era inexistente, por lo que ella trataba de creer, con todo su ser, que de verdad el dragón ya no estaba. De lo que sí estaba segura, era de que Jack pensaba igual, aunque tampoco lo dijese con tal de lograr que Kail creciera tranquilo. Sí, tal vez con eso... todo valdría la pena.

—A nada... —respondió finalmente, entendiendo que eso ya no debía preocuparle.

El silencio reinó por los siguientes minutos, en los cuales ambos recorrieron la casa, cada uno por su lado. Las columnas de piedra lucían en buen estado, y el acabado de madera estaría bien tras una pulida. Incluso había una chimenea. Al verla, Gianna no pudo evitar emocionarse. Siempre había querido una chimenea. Este era un lugar hermoso.


—Jack —llamó ella, en voz alta.

—Raúl, no lo olvides —respondió Jack, acompañado del eco de un lugar cerrado. Estaba revisando el cuarto de baño.

Gianna no pudo evitar reír al escucharlo. Era verdad. Su acompañante no había querido arriesgarse. El nombre de Jack Relem era demasiado famoso para utilizarlo. Cualquiera que lo escuchara se haría eco de él y, eventualmente, alguien terminaría solicitando su presencia para hablar sobre lo ocurrido en Nivek, o sobre cualquier otro tema de su antigua vida de investigador. Por esto, apenas llegaron a Vaenis, él se presentó como Raúl Quintero e hijo, Niel Quintero. Hermano de Gila Quintero —nombre que le correspondía a ella—. La historia de estos personajes ficticios era simple: eran sobrevivientes de los misteriosos «ataques terroristas», lo habían perdido todo y necesitaban un lugar para vivir.

—Raúl, es verdad, lo siento —dijo Gianna, conteniendo la risa—. Espera... ¿No querrás que te llame así todo el tiempo? ¿O sí, señor Quintero?

Esta vez fue Jack quien dejó escapar la risa.

—No, no, claro que no —dijo, y la risa de Kail se unió a su eco—. Entre nosotros no importará, pero afuera...

—Claro, tendré cuidado, no te preocupes —dijo ella.

Estaba demasiado silencioso. No lo veía así desde... bueno, desde que perdió a su esposa. Desde que habían llegado aquí, Gianna se había estado preguntando qué estaría pensando Jack. ¿Sería igual de extraño para él, que para ella?

—¿Qué ibas a decirme hace un momento? —inquirió Jack.

Gianna dudó un momento.

—No era importante —respondió, sin prestar mucha atención a la pregunta—. Tan sólo... quería escuchar tu voz.

—¿Perdón? —preguntó Jack, sin mostrarse ofendido, más bien divertido.

Al darse cuenta de lo que había dicho, Gianna sintió un intenso calor detrás de sus orejas. ¿De verdad había dicho eso? Bueno, sí... lo había dicho, pero no era exactamente eso lo que había querido decir. ¿Oh sí? ¡No! ¡Definitivamente no!

—Yo no... Eso no era... —tartamudeó, tratando de explicarse—.... ¡me refería al silencio! Comenzaba a estresarme.

—Eeh, lo sé, lo sé. Sólo jugaba —dijo él, entre risas, y sus pasos se escucharon andar en dirección hacia dónde ella estaba.

Sí... eso había sido, y no otra cosa. Era una locura, ¿por qué se ponía así? Ella solo quería una vida tranquila para todos, salir adelante era su principal objetivo. Ya ni siquiera pensaba en lo que había dejado atrás, toda una vida tratando de ser una investigadora reconocida, ¿y ahora? Parecía curioso que algo que jamás hubiese concebido antes —como vivir en una granja, con un hombre diez años mayor que ella y su hijo—, ahora le parecía una idea atractiva. Quizá fuese porque Jack era, con creces, una de las personas con más completas que jamás había conocido, o tal vez, porque los cambios que había sufrido su vida en los últimos años la llevaban a querer paz, tranquilidad.

Los pasos de Jack se detuvieron en el pasillo que conectaba el comedor con la cocina. Gianna se trasladaba hacia una especie de estudio, pasando junto a él, momento que aprovechó para devolverle la jugarreta de hace un momento. ¿Acaso creía que sólo él podía hacer bromas?

—Eh, Jack —le dijo, sonriendo con picardía—. ¿Realmente serás un granjero? Tú, el afamado investigador, Jack Relem.

El hombre detuvo su paso por un momento, apenas miró a Gianna y torció su rostro en una media sonrisa, triste.

—Siempre se puede seguir aprendiendo de la tierra, ¿no crees? —dijo Jack, dándose la vuelta para seguir caminando.

Gianna, notó la incómoda respuesta y se sintió fatal. Estaba jugando, pero eso..., no se lo había esperado. Por un momento había olvidado que no sólo ella estaba sacrificando una vida, sino también él. Era una tonta... se había pasado con esa pregunta.

—Yo... lo siento, perdona. —Se apresuró a decir—. No sabía que...

Él volteó a mirarla y le dirigió una cálida sonrisa, una sonrisa tranquila que le arrebató las palabras de la boca, dejándola sin habla. Tras el gesto, siguió andando en dirección a la cocina, con Kail en sus hombros.

Gianna se quedó ahí, anonadada por un momento. De verdad que Jack podía ser sumamente misterioso a la vez que incomprensible. Habían vivido tantas cosas juntos, pero tener una vida normal iba a ser nuevo para todos.

—Un horno. —Se escuchó la voz de Jack, lejana, atravesando la casa de una sola planta—. No veía uno desde que era niño. ¡Tengo que intentar hacer pan en esto!

Gianna rio por lo bajo al escucharlo. Definitivamente era un hombre único. A saber qué era lo que el tiempo depararía para ambos. Algo que no importaría si se mantenían juntos. No quería verlo de forma estúpida, pero seguro que cualquiera de sus viejas compañeras universitarias diría que se había llevado el paquete completo.

A decir verdad, esta nueva vida no pintaba nada mal y, aunque distaba mucho de su proyecto original, estaba segura de que muchas personas habrían cambiado la suya por algo como esto. Jack y Kail. Sí,esta era su nueva familia.

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