Capítulo 4: La Gruta (IV-IV)



Sus brazos colgaban como extremidades inútiles, sin vida. El tiempo transcurría lento, como si cada palpitar de su corazón marcase el compás de una aterradora melodía. A su lado, yacía la mórbida criatura cuya forma atentaba contra las leyes naturales. El carmín de su propia sangre aún coloreaba sus finas escamas, arruinando el perfecto camuflaje, desentonando con cruenta verdad. Al verlo, un recuerdo llegó a su cabeza como un disparo fugaz. Un reptil-dragón, persiguiéndolo en un oscuro túnel. Jack confirmaba su teoría, esta criatura era otra de las aberraciones creadas por el Gigante Rojo.

Levantó sus manos frente a sus ojos. Podía moverse con fluidez, a pesar de que todo a su alrededor parecía estar en una suspensión estática. Era una sensación extraña, como si estuviese dentro del agua, en un océano muy profundo. Las heridas en sus brazos sanaban, casi por voluntad propia. Lo sentía, era consciente de ello, de cada minúscula partícula regenerándose, de sus células multiplicándose, una experiencia fascinante, a la vez que aterradora.

Fijó su vista en Gianna. Su principal objetivo era salvarla, a ella y a su hijo. Y lo haría. No había tiempo para fallos, no había tiempo para errores. Un movimiento, una acción, un destello. Tendría que hacerlo, tendría que ser rápido, invisible, fugaz... como la sombra que deja el fuego.

Su vista escaneó la situación. Podía sentir un gran calor acumulándose en su cabeza, su cerebro procesaba una infinita cantidad de información en tan solo una milésima de segundo. Gianna en el suelo, protegiendo a Kail con su cuerpo; él estaba bien, pero ella... el rojo que emanaba de las rasgaduras en su espalda brillaba, tétrico, a la luz de su linterna.

La criatura que producía el daño seguía ahí, posando como un retrato para que Jack la viese; pequeña, de escamas verdes y patas lobunas, filosas garras, ojos amarillentos y temibles colmillos, afilados como sierras. Alan, a unos cuantos metros, aterrado, agolpándose contra la pared de roca. Más allá, entre la oscuridad, una incierta cantidad de monstruosas siluetas se divisaban.

«En un solo movimiento», se dijo a sí mismo. Inhaló profundo y cerró sus ojos por un instante. Sintió su sangre corriendo por las venas y arterias que recién se formaban en sus brazos, ahora recuperados. Centró su mirada en sus blancos, la criatura invisible y el reptil de forma canina que atacaba a Gianna. Extendió sus brazos, sintió el contacto de su piel con el aire de la cueva y notó un cosquilleo en su cabeza: un impulso eléctrico. Él lo había hecho, completamente consciente, usando sus neuronas, exprimiendo funciones únicas. Dicho impulso llevaba implícita una orden para cambiar la carga eléctrica en los átomos de su piel, convirtiendo la palma de sus manos en un catalizador energético. ¿Qué era el aire, sino un compuesto de átomos? ¿Qué es el cuerpo, sino un compuesto de más átomos? ¿Qué es la materia, sino átomos y más átomos? Si el cerebro tiene la capacidad para hacer reaccionar los átomos que conforman un organismo, ¿qué le impide ampliar su control más allá de este? Nada.

Jack lo comprendía. Observaba las palmas de sus manos y sentía que no existían límites para él. Todo lo que estaba en contacto, todo aquello que estuviese conformado por materia, podía doblegarse ante la esencia química de su existencia. «Aire... Oxígeno, hidrógeno, nitrógeno... Separarlos requiere una cantidad energética de... Y al combinarse entonces... Con una electronegatividad de... El gasto energético será... Un chasquido». Su mente lo imaginaba, su cerebro lo interpretaba. Su velocidad de procesamiento era incomprensible para cualquier mente humana común. Y así atrajo el aire hacia él, hacia sus manos. Juntó todo lo que pudo, hasta formar dos esferas. Chasqueó sus dedos. Las esferas de aire vibraron por un momento, y de la nada, se convirtieron en agua. Extendió sus dedos, soltó las bolas de agua, y se quedaron flotando a su alrededor. ¿A esto es a lo que llamaban magia? Si era así, entonces, él lo llamaba ciencia. Este era Jack Relem, a quien el dragón nombraba: último Rahkan Vuhl.

El tiempo volvía a correr con normalidad. Jack se lanzó hacia delante con un grito intimidante que atrajo la atención de todos los reptiles por un breve instante. Contrajo los músculos y, con gran potencia, giró dos veces extendiendo sus brazos como si lanzara algo a toda velocidad. Como resultado, las esferas acuosas salieron disparadas como bólidos, tan rápido, que el viento silbó a su paso. La primera impactó contra la criatura que lastimaba a Gianna. La segunda, silbó por detrás de Jack, reventando contra el cuerpo de la criatura invisible, bañándola con el líquido y dejando un sonido de escarcha, congelándose al contacto. Ambos reptiles chillaron de forma aterradora al recibir el ataque que había sido lanzado con la potencia de una bala. Fue tan rápido, que sólo Jack supo realmente lo que ocurrió.

Sin perder tiempo, llegó hasta Gianna, saltándola para rematar con una patada al lagarto que la atacaba, destruyendo su cráneo de tamaño canino contra las rocas. Enseguida, se volvió hacia la joven y la ayudó a levantarse.

—¿Estás bien? —dijo Jack.

Ella estaba temblando, abrazando fuertemente a Kail. El pequeño lloraba por los rasguños que tenía en su rostro debido a la fuerza con la que la joven lo comprimió contra la roca, nada que no pudiera arreglarse.

—Es... Estoy bien —dijo Gianna, temblando de dolor.

Jack observó su espalda, alumbrando con la linterna de su cinturón. Su piel se abría en pequeños canales que dejaban la sangre brotar. Buscó de prisa en sus bolsillos y sacó un recipiente con atomizador. Roció su contenido sobre toda la espalda de Gianna, provocando que la joven gritara por el dolor y la sorpresa. Alan, aterrado por lo que veía, abría sus ojos y su respiración se agitaba a un grado alarmante.

«Anfíbol. Silicio, sodio, potasio, calcio... Memoria no me falles». Jack repasaba los elementos que conformaban las rocas. Necesitaba saber con exactitud la composición de aquello sobre lo que quisiera extender su control. Hasta ahora, sólo había intentado con elementos básicos; aire y agua eran su repertorio; sin embargo, la situación ameritaba ir un paso adelante. La adrenalina lo controlaba, le daba fuerzas, pero no sabía por cuánto tiempo, sentía que su cabeza reventaría por la presión en cualquier momento.

Con un movimiento ágil y rápido, golpeó el suelo con el puño y una estaca se levantó, como si brotara de este. Levantó su mano y la roca siguió el movimiento, en el aire. Agitó su brazo hacia delante, de forma contundente, y la roca salió disparada a gran velocidad. «De acuerdo... es más fácil de lo que creí», pensó. Volvió a golpear el suelo y esta vez brotaron una decena de estacas. Repitió el proceso, arrojándolas hacia la oscuridad, resultando en un coro de chillidos que hizo eco por la caverna. Era difícil ver más allá de lo que la luz de la linterna permitía, pero Jack sabía que había más de esas cosas viniendo. No podían quedarse, tenían que salir ahora mismo.

Gianna guardaba silencio, juzgando la situación. Jack miraba la sangre en el suelo, las criaturas muertas, y escuchaba el llanto de Kail uniéndose al de Alan. Esto no tenía por qué haber pasado. Si tan sólo hubiera seguido la razón en lugar de su corazón. Si tan sólo hubiera aceptado que Luis, el padre de Alan, había muerto hace mucho. No tendrían que haber venido a este sitio. Falla tras falla, errores que le recordaban a Jack lo frágil que era la vida. Pero no esta vez. No, nadie moriría hoy, no lo permitiría. Saldrían vivos de esta, y entonces, se replantearía sus acciones. Su hijo era lo más importante, seguir arriesgándolo así era una estupidez. Si sobrevivían a esto, se aseguraría de darle la vida que se merecía.

—¡Jack!¡Vámonos de aquí! —dijo Gianna, lista para salir. Se encorvaba un poco por el dolor en su espalda. Ardía, pero no le impedía moverse.

Con dificultad, Gianna se amarró a Kail al pecho y tomó a Alan por la mano, obligándolo a ponerse en pie. Con sus piernas, la joven alejaba a los lagartos que se acercaban a ella, pateándolos con todas sus fuerzas. Jack volvía a arrojar una nueva oleada de estacas de piedra hacia las criaturas que se abalanzaban sobre ellos. Pero había más..., y venían más. Eran de diferentes formas y tamaños, algunas alargadas reptaban por el suelo, otras —que parecían lagartijas gigantes— saltaban con agilidad, pero todas, sin excepción, compartían las mismas escamas y aterradores ojos viperinos que resplandecían a la luz de las linternas.

Nuevas estacas se clavaron en las criaturas, haciendo que muchas de estas cayeran retorciéndose hasta dejar de moverse. El camino quedó despejado por un instante y Jack comenzó a correr por delante, imponiendo el paso, alejando a las criaturas para que Alan y Gianna pudiesen correr hacia la salida.

—¡¿Qué estáis haciendo?! —gritaba Alan, jalándose hacia el extremo opuesto—. ¡Mi papá! ¡Falta papá! ¡No podéis dejarlo!

—¡Alan, basta! ¡Tenemos que irnos! —replicó Gianna, luchando contra el deseo del niño.

Alan forcejeaba, impidiendo que la joven avanzara debido al dolor de sus heridas. Jack se encontraba manteniendo a raya, como podía, la infestación que los rodeaba, pero si las cosas seguían así, no lo lograrían.

Giró el resto de su cuerpo en compás con el viento y la poca agua que había a su alrededor. Estaba moviendo las moléculas en sintonía con las suyas para que siguiesen su piel. Lo mismo que había hecho para librarse del dragón rojo, hace algún tiempo, volando en un helicóptero.

Sin detenerse, arrojó una serie de esferas de viento y agua que impactaron en las criaturas que se acercaban, atontándolas y cegándolas por un momento, pero la adrenalina bajaba, y con ella, la concentración, la capacidad de Jack para mantener sus poderes funcionando. A su alrededor solo había rocas, rocas y más rocas. Lo único que llegaba a su mente, en este momento, era provocar un derrumbe.

Gianna gritaba, Kail y Alan lloraban, pero Jack actuaba. El sonido de los gritos, chillidos y gruñidos, fue ahogado por el ruido del crujir de la piedra cuando el Rahkan Vuhl golpeó el suelo, con lo poco que le quedaba de fuerza, para crear una fisura que llegó a resquebrajar el techo de roca. Una lluvia pétrea que sellaría ese lugar comenzó a caer sobre ellos.

Con el escaso tiempo que quedaba, concentró lo último de su energía en sus músculos para reforzarlos a tope y lograr la última carrera por su vida; con un brazo, levantó a Gianna por la cintura, dejándola sin aliento por la sorpresa; con el otro, levantó a Alan, quien se agitaba como un loco, tratando de volver por su padre, pero impotente ante la fuerza de Jack. Con sus piernas ardiendo de dolor corrió tanto como pudo. Es ahora cuando le pasaba factura el nunca haber entrenado su cuerpo como debía.

Al sentir el ajetreado movimiento, Gianna hizo todo lo que pudo para proteger a Kail por los tumbos que daba. Jack siguió corriendo, saltando entre las rocas con cuidado de no resbalar, buscando la salida. Detrás de él, sólo quedaba el sonido de la roca desmoronándose, acompañado por los chillidos de las criaturas que eran sepultadas debajo de estas.

Cuando estuvieron a salvo, lejos del peligro, las piernas de Jack fallaron y cayó al suelo, arrastrando unos centímetros por la velocidad. Gianna rodó lo mejor que pudo para proteger a Kail de la caída, pero Alan... nadie notó lo que hacía hasta que fue muy tarde.

—¡Papá! —gritó el niño, llorando a todo pulmón.

—¡Alan no! —lo llamó Gianna.

—¡Alan! —gritó Jack con un hilo de voz. Pero sus músculos no respondían más, estaban destruidos. Ahora eran tan solo una masa gelatinosa que recubría sus huesos.

Jack y Gianna observaban con impotencia como el niño corría hacia la zona del derrumbe. Las rocas aún seguían cayendo y el piso se fragmentaba. Entonces, en un simple parpadeo, los gritos de Alan quedaron silenciados por una de las rocas que caían. Jack miró horrorizado el cuerpo desapareciendo bajo el desastre.

Gianna desvió la mirada, abrazando a Kail, quien había comenzado a llorar tras la caída.

—¡AALAAN!

Gritó Jack, extendiendo su grito, mientras se dejaba caer completamente de espalda al suelo, dejando la gruta en un crudo silencio en el que lo único que se escuchaba... era el llanto del polvo y la roca sepultando al padre y al hijo.


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