Capítulo 4: La Gruta (III-IV)



Jack dio unos pasos hacia el cadáver. Gianna se quedó atrás, manteniendo a Kail en sus brazos y a Alan a raya, detrás de ella. Cuando estuvo cerca, se inclinó para observar mejor.

El rostro no se apreciaba bien debido a lo hinchado que estaba, pero parecía pertenecer a una mujer de edad avanzada. Un olorcillo pútrido apenas se alcanzaba a identificar, debía llevar unos días en descomposición. Tenía varias marcas de colmillos, desde su cabeza hasta los pies, con su ropa rasgada en los lugares en los que había sido mordida. Su dirección denotaba que había muerto mientras trataba de huir de la gruta. Sin duda alguna... debía ser la abuela de Alan.

—¿Y bien? —preguntó Gianna, nerviosa.

Jack dirigió una mirada solemne, torció un poco la boca y le señaló a Gianna un camino alejado del cuerpo. Ella comprendió la situación y guio a Alan lejos.

—Está bien, Alan... debemos continuar.

El pequeño dejó fija su mirada en el cadáver mientras lo bordeaba de la mano de Gianna. Incluso Kail se había quedado observando desde su favorable posición, a la espalda de su padre. Era demasiado pequeño para comprender, ni siquiera Alan llegó a reconocer el cuerpo debido a lo desfigurado que estaba.

Jack siguió a Gianna hacia el interior de la gruta, Alan los guiaba. Una vez dentro, aguzó sus sentidos, necesitaba mantenerse atento, pues no cabía duda de que los monstruos de los que el chiquillo había hablado, eran tan reales como el cuerpo que habían encontrado apenas llegar a la entrada.

—Esperad un momento —dijo Jack, tras avanzar un poco más allá de la abertura rocosa, por la cual escurría agua de algún manantial cercano—. ¿Hueles eso, Gianna?

La joven olfateó un poco, Alan también lo hizo, pero su nariz poco entrenada jamás podría apreciar lo que ambos adultos sí.

—Serpientes —dijo ella.

—Orina de reptil —añadió Jack.

Alan se pegó al brazo de Gianna, con temor.

—Tranquilo —dijo ella—. No pasará nada, ¿de acuerdo? Estamos juntos, estaremos bien.

Las palabras de Gianna iban dirigidas a Alan, pero también las decía para sí misma. Sabía que necesitaba tranquilizarse, esta situación comenzaba a revivir las viejas vivencias... en Nivek.

Jack se mantenía sereno, calculador. Estaba consciente de que el miedo podría paralizarlo en una situación peligrosa y no podía permitirse eso con lo único que quedaba de su familia en juego. No..., tenía que estar preparado para todo.

Gi tiene razón, Alan —dijo Jack, sin dejar de mirar a los alrededores—. Sigamos avanzando. No perdamos tiempo.

—¿Gi? —preguntó Gianna, tratando de desviar sus pensamientos hacia otra cosa—. ¿Ya nos tenemos tanta confianza, profesor Relem?

Jack sonrió de verdad por primera vez en algunos días. Se encogió de hombros.

—Llevamos meses viajando juntos —dijo en tono casual—. Era cuestión de tiempo.

Gianna también sonrió. Alan los miró sin comprender bien de lo que hablaban y jaló un poco la mano a la joven para seguir con la marcha.

El interior de la gruta era muy bello, pero ahora, el peligro y sus objetivos mantenían a los adultos concentrados en sus alrededores; en sus pasos y en los sonidos, más que en la impresionante formación natural de roca que recorrían. Las lámparas que llevaban consigo dibujaban un camino de piedra húmeda y fría. Sus pasos se escuchaban, dejando un eco mitigado por el sonido de las intermitentes goteras que acaparaban el vacío auditivo. De haber visitado este lugar en cualquier otro momento, habría sido una experiencia casi de fantasía.

Anduvieron por caminos amplios, a veces iluminados por entradas de luz natural. Pasaron junto a una pequeña cuenca llena de agua cristalina cuyo fondo no se alcanzaba a ver. Bordearon algunos acantilados que se dirigían hacia inciertos y oscuros precipicios, hasta que, tras poco menos de media hora, alcanzaron el lugar que Alan había mencionado. Ahí, en una amplia abertura cavernosa, había un pequeño puesto de avanzada. Un lugar en donde los científicos suelen establecerse para realizar estudios en el área. Y este, específicamente, se encontraba bastante bien resguardado.

—¡Llegamos! —dijo Alan, soltándose de la mano de Gianna y corriendo hacia el puesto, gritando—: ¡Papá! ¡Papá! ¡Venimos por ti!

Gianna trató de alcanzarlo, al igual que Jack, pero el pequeño se escabulló, haciendo que su voz resonara por las paredes.

—Me cago en... —murmuró Jack—. Gianna tenemos que salir de aquí, pronto. Revisemos ese lugar y vámonos.

Gianna asintió con firmeza y ambos corrieron también hacia donde Alan. Al llegar junto al puesto de avanzada, se encontraron al chiquillo intentando abrir una puerta bien atrancada.

—Shhh, espera Alan, espera —dijo Jack, retirando al niño de la puerta.

Alan pataleó para soltarse, pero la fuerza de Jack terminó por hacer que se rindiera.

—¡Papá debe estar adentro, con la abuela! ¡Hay que ayudarlos!

—Calma, Alan. Los monstruos, ¿recuerdas? Si no te tranquilizas, no podremos hacer nada.

Al recordar los monstruos, Alan se llevó las manos a la boca al instante y dejó de moverse. Sólo entonces, Jack lo soltó. Si de verdad había monstruos en esta gruta, no tardarían en acudir como respuesta al sonido, sin embargo, el que el puesto de avanzada estuviera sellado, reforzaba la teoría de Alan de que su padre estuviese vivo.

—Luis, ¿estás ahí? —dijo en voz baja, tratando de forzar la cerradura, pero la puerta no cedía, era como si algo estuviese atrancándola por el otro lado—. Luis, si estás ahí responde. Tu hijo está con nosotros.

Pero no hubo respuesta, tal vez, él ya...

Jack echó una mirada al puesto de avanzada. Tenía paredes de algún tipo de polímero reforzado, no podría romperlas con facilidad. Al pensar en esto, notó que no era el primero que lo hacía. Con la linterna apuntando a un área específica, se acercó con el curioso Kail a su espalda. Había marcas de abolladuras y colmillos.

Pasó una mano sobre estas mientras fruncía el ceño, tratando de indagar qué clase de criatura había hecho algo así. Parecía grande, más que un perro, menos que oso. Había marcas de sangre. Tal y como temía... era demasiado tarde.

—Debemos irnos de aquí —dijo Jack, comenzando a deshacer el soporte de Kail para pasárselo a Gianna.

Ella recibió al bebé en brazos.

Por fortuna, el más grande de sus temores aún no era confirmado. Desde que había entrado, no había sufrido ningún tipo de desmayo ni había escuchado voces. Eso es lo que había sentido al entrar en la mina de Valtag, el lugar en donde el dragón rojo había estado por siglos. El hecho de que nada de eso ocurriese le tranquilizaba, permitiéndole decir, por ahora, que no había ningún dragón en este lugar. Vale... quizá un dragón no, pero...

Un sonido llamó su atención. Se giró asustado, su adrenalina se disparó. Observó a través de la oscuridad, iluminando la roca con su linterna..., pero no vio nada. Estaba agitado, no sabía por qué; era como si supiese que había algo ahí, pero no lo veía. Volvió a darse vuelta, pero apenas lo hizo apareció de nuevo ese sonido. Parecían pisadas, a unos metros por detrás, sin embargo, la luz de la linterna no permitía ver na...

—¡JAACK!

El grito de Gianna hizo que su sangre se helara.

Se giró de prisa tan solo para ver como la joven caía al suelo, boca abajo, protegiendo a Kail contra su pecho. Sobre su espalda, una criatura del tamaño de un perro, pero con escamas, clavaba sus garras, rasgando su ropa y piel. Alan gritaba despavorido, a su lado, dando varios pasos atrás hasta quedar espalda contra la roca.

—¡GIANNA! —gritó Jack, corriendo de prisa hasta dónde estaba ella. Sin embargo, apenas se impulsó sintió que algo lo tiró al suelo.

Se dio la vuelta por acto reflejo, cayendo sobre su espalda y sintiendo un gran peso sobre él. Con sus manos trató de alejar a la criatura, pero solo sintió como unas filosas garras desgarraban la carne de sus brazos. «¡¿Pero qué cojones...?!», pensó al no poder ver nada sobre él. Forcejeaba, tratando de quitarse lo que sea que estuviese sobre él. La linterna alumbraba, pero era como si lo atacase un ser invisible.

—¡Jaaaaaaaaaaaaaaaack! —seguía gritando Gianna, mientras se escuchaba a Kail llorando, uniendo sus lágrimas a las de Alan.

—¡GIANNAAAAA! ¡JODER! —gritó mientras se esforzaba por liberarse.

No comprendía. Sentía el peso, sentía las afiladas garras perforando su piel, sentía un aliento respirando por encima, escuchaba gruñidos y sonidos guturales... pero no veía nada. Al menos no hasta que prestó la atención suficiente. Ahí, sobre él... era como una anomalía en su visión, como si la luz se distorsionara. De pronto, una terrible idea llegó a su cabeza. «¿Camuflaje?», pensó.

Los gritos de Gianna no cesaban, Jack comenzaba a sentirse presionado. Tenía que hacer algo YA.

Con desesperación, dejó que las garras de la criatura se clavaran en sus antebrazos, bañándolo en sangre, pero manchando también la piel de su depredador. El rojo dibujó unas finas escamas reptilianas que cambiaron de color, casi al instante, al contacto con el líquido. Camuflaje... de verdad era camuflaje.

Sin perder tiempo, utilizó todas sus fuerzas para intentar algo. Su antebrazo, perforado por las garras de la criatura, le sirvió para engancharla, levantarla con un pie y girar su cuerpo para escapar de ella. En cuanto se sintió libre del peso, dio un tirón a sus brazos para liberarlos de su agresor. Dejó ir un grito agudo cuando sintió como las garras rasgaban su hueso, arrancaban su músculo y se llevaba parte de ambos.

Un sonido de crujido y succión se escuchó. Estaba libre.

Por un momento, sintió que todo le dio vueltas debido al dolor. Su vista se nubló y un gran cansancio lo invadió. Sentía que desfallecería, pero entonces, algo se activó dentro de él. Algo que no había querido hacer. Algo que no estaba en sus planes.

Sin darse cuenta, el dolor se había ido y el tiempo parecía ir más lento. Su visión se agudizó y sus sentidos se expandieron a límites insospechados. Podía sentir, tener constancia de cada una de las células en su cuerpo, controlarlas.

Jack comenzó a respirar despacio. Lo había hecho. Su cuerpo había reaccionado por sí solo, como mecanismo de defensa, y ya era tarde para arrepentirse.

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