Capítulo 4: La Gruta (II-IV)
Un movimiento despertó a Jack, quien reaccionó con un sobresalto. A su lado, unos ojos oscuros lo observaban desde una distancia prudente.
—¿Es usted de la guardia? ¿Habéis encontrado a mi papá? —preguntó el niño que yacía junto a Jack, sentado en el sillón de la casa de los Milán.
A Jack se le hizo un nudo en la garganta, pero tuvo que responder.
—N-no —dijo con dificultad—. Me llamo Jack, soy amigo de tu padre. Tú debes ser Alan, ¿no es así?
El pequeño se alegró con la respuesta.
—¡Sí! ¿Mi padre lo ha enviado? —preguntó, malinterpretando las palabras—. Las cosas han estado muy... mal.
Jack sintió esas palabras como un cuchillo afilado enterrándose en su corazón, devolviéndolo a la realidad. La noche anterior, la casa, la avioneta, el niño... ¿cuánto tiempo había dormido? La luz del sol ya entraba por la ventana. «Vigilaré ¿eh? —pensó Jack—. Valiente protector he resultado».
—Esto... —interrumpió Alan los pensamientos de Jack—. ¿Papá vendrá pronto?
Jack volvió a centrar su pensamiento en quien estaba frente a él, tomó aire y puso su mano en el hombro de Alan.
—No lo sé, hijo —respondió—. Yo también lo estoy buscando.
Los ojos de Alan se tornaron tristes, una reacción casi instantánea tras las últimas palabras de Jack.
—E-entiendo —dijo él.
—Dices que las cosas han estado mal. ¿A qué te refieres, Alan? —dijo Jack, apresurándose a ocupar la mente del niño en otra cosa.
El rostro de piel joven de Alan, cubierto de suciedad, se torció en una mueca de dolor, probablemente por la petición de hablar de la situación, o por ser desviado del tema de su padre. Cualquiera de las opciones parecía válida. Aun así, el pequeño se armó de valor y habló.
—Papá... —dijo, conteniendo un sollozo—... fue a la gruta y no ha vuelto. La abuela llamó a la guardia y vino a cuidarme mientras lo buscaban, pero entonces, los estragos del pueblo hicieron que se olvidaran de él. Ya... ya sabe, con las noticias de los ataques en la ciudad.
»Después... ella... abuelita... —El pequeño no pudo más y su voz se quebró—. Es mi culpa... yo le dije que quería verlo... mencioné la gruta y ella... ella salió a buscarlo. Luego vinieron los monstruos... y tampoco volvió...
Las palabras de Alan se perdieron entre sollozos. A Jack se le partía el corazón de verlo sufriendo de esta manera. ¿En qué mundo tenía que vivir para ver a un niño así?
Silenciosa como una sombra, pero sin querer ocultarse, Gianna apareció en la habitación, atraída por las voces y la intensidad de la conversación. Con calma y despacio, llegó a sentarse en uno de los sillones. Jack le dirigió un saludo con la cabeza, mientras trataba de tranquilizar a Alan entre sus brazos.
—Calma, calma... —decía él, con una voz suave, tranquila y paternal—. No eres culpable de nada Alan...
—¡No! ¡Usted no sabe! —dijo Alan, levantando la voz y apartando a Jack, frotando sus ojos para retirar las lágrimas—. Yo... yo... sé que papá debe estar bien, en alguna parte... con la abuela.
Jack y Gianna se dirigieron una mirada de impotencia. Habían pasado semanas desde los conflictos. Estuvieran donde estuvieran, padre y abuela de Alan, seguramente habrían ya...
En ese momento, Jack y Gianna parecieron darse cuenta de algo al mismo tiempo, sin embargo, fue la joven quien tomó la palabra.
—Alan —comenzó a decir Gianna. Al escucharla, el pequeño se sobresaltó, pues no había notado su presencia—. Disculpa, no quise asustarte, vengo con Jack. Esto... tal vez sea una pregunta difícil, pero... ¿dónde está tu mamá?
Contrario a lo que podría pensarse, Alan no se inmutó con la pregunta. La respondió con tranquilidad.
—Ella murió cuando yo era un bebé —dijo, limpiando las lágrimas con su ropa—. Nunca la conocí. Papá dijo que fue una enfermedad.
—Comprendo —dijo Gianna—. ¿Y hay alguien en el pueblo a quien conozcas?
Alan negó con la cabeza, dirigió su vista hacia la ventana y su mirada se perdió en el horizonte con un tenebroso destello.
—No lo entendéis —dijo él, con su voz temblorosa—. Todos... todos se han ido. No solo papá y la abuela. No queda nadie en el pueblo... Cuando los monstruos aparecieron no quedó nada.
—¿Monstruos? —dijo Jack, frunciendo el ceño. Alan los había mencionado antes, pero no había reparado en ello como un peligro real... hasta ahora.
El niño asintió, sorbiendo los mocos y limpiando su rostro con la manga sucia. Gianna se apresuró a alcanzarle un pañuelo limpio para que lo hiciera.
—Hace unos días... —dijo él, juntando valor—. Por eso no he salido de casa. T-Tengo miedo. Están allá afuera... por todas partes.
—¿Qué monstruos, Alan? —añadió Gianna, dirigiéndole a Jack una mirada de preocupación que él correspondió. ¿Serían acaso...?
—No lo sé... —respondió el niño—. Salieron de la granja de papá, y antes de que la señal se perdiera los vi en las noticias. Ellos decían que... decían que no saliésemos, que pronto enviarían a la guardia para ayudarnos... pero nadie vino.
Firno era un pequeño poblado con muy pocos habitantes. El pequeño debería estarse refiriendo a las noticias locales, porque en el resto de Galus, no se había mencionado ningún pueblo atacado. Las cosas debieron haber sucedido tan rápido, que nadie pudo avisar a la Guardia de Galus. Si era lo que estaba pensando, entonces...
—¿Hace cuánto fue eso Alan? —preguntó Jack.
—No estoy muy seguro... —respondió—. Han sido días.
Jack suspiró. El estado en el que habían encontrado a Alan demostraba que seguro estuvo inconsciente en varias ocasiones. Preguntar sobre el tiempo no serviría, era un milagro que siguiera vivo.
—Alan... esto es muy importante —agregó Jack—. ¿Crees que tu papá y la abuela...?
—¡No! —dijo el niño, con ahínco—. Deben estar bien. Mi papá no iba al pueblo, debe estar en la gruta... Seguro está atrapado, igual que yo lo estaba, igual que la abuela... La abuela debe estar con él... tenéis... tenéis que encontrarlos.
El pequeño se abalanzó sobre Jack y comenzó a llorar de nuevo, esta vez golpeando el pecho de Jack con sus pequeños puños a manera de súplica.
—Alan, no creo que...
De pronto, Alan pareció tener una idea brillante. Sus ojos se abrieron mucho y, con ellos, observó los brumosos iris de Jack.
—¡Pero debe estarlo! —dijo él, deteniendo su impulso emocional, tratando de controlar su respiración—. En la gruta... papá tenía un... campamento. Me llevó ahí un día. Hacía cosas con aparatos que servían para encontrar serpientes. Él dijo que algo raro pasaba con su granja y tenía que investigar. ¡Seguro que está ahí, en el campamento!
Jack miraba a Alan con el corazón partido. No podía decir que no a la esperanza de un niño. ¿Quién era él para decir que su padre estaba o no estaba vivo? ¿Podría él arrebatar esa esperanza y derrumbarla como si de un castillo de naipes se tratase? No, no podía hacerlo.
Todo apuntaba a que algo le hubiera pasado a Luis. Conocía a su viejo amigo, nunca habría abandonado a su familia... y menos en una situación así. Además, estaban esos... monstruos. Y si eran lo que él estaba pensando, bueno... solo empeoraba las cosas.
—Alan... háblame un poco sobre lo que dijo tu padre. ¿Problemas con las serpientes? ¿Sabes qué clase de problemas eran?
El niño se tranquilizó un poco. Parece que hablar de su padre, como si estuviera vivo, le calmaba un poco.
—No lo sé —dijo él—. Un día papá estuvo triste porque muchas de sus serpientes murieron por la noche. Por eso decidió ir a la gruta... dijo que revisaría si a otras les había pasado lo mismo.
Jack respiró hondo, guardó silencio y buscó la mirada de Gianna, ella le devolvió el mismo miedo que él tenía en sus ojos. ¿Serpientes muriendo de la nada? ¿Aquí, en Firno? No tenía que ser precisamente la misma razón que en Nivek... ¿Verdad?
—Alan... ¿sabes algo? —dijo Jack—. Tal vez tengas razón... pero voy a tener que ser muy sincero contigo. —Sostuvo a Alan por ambos brazos y se arrodilló para poder mirarlo a nivel de sus ojos—. Alan, tu papá podría... no estar bien, ¿de acuerdo? Tienes que tener eso en mente. Tienes que ser fuerte, por él, por tu mamá, por tu abuela, por todos...
»Pase lo que pase, Alan, estaremos contigo. Te ayudaremos a encontrar a tu padre, ¿te parece bien? Pero a cambio, quiero que seas muy fuerte, sea cual sea la situación. ¿Crees poder hacerlo?
Gianna observaba a Jack impresionada con lo que había dicho, ella jamás habría pensado en ser tan directa. Lo que él había dicho era difícil, pero suave; cruel, pero realista y sincero. Al escuchar a Jack, los ojos de Alan se llenaron de lágrimas. Jack le ofreció sus brazos, pero el pequeño cerró sus ojos por un momento, tomó mucho aire, apretó sus puños con fuerza, y respondió.
—Lo haré por papá.
Alan habló con toda la seguridad que pudo. Jack sonrió ante su impresionante fortaleza y le dio una palmadita en el hombro. En su mente, tenía a Kail... de alguna manera sabía que tendría que enseñar a su propio hijo a lidiar con esta clase de problemas apenas aprendiese a hablar. El mundo se había vuelto hostil, y este muchachito, justo ahora, llenaba a Jack de esperanza y orgullo; tanto, que una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¡Así se habla! —dijo él—. Ahora come algo, debiste haber pasado hambre.
Jack se levantó y sacó una lata de alimento de sus propias provisiones, alcanzándosela a Alan. El niño la tomó, la abrió con un poco de desesperación y comenzó a comer. Mientras lo hacía, Jack le dirigió la palabra a Gianna, invitándola a salir de la habitación.
—Come tranquilo Alan, ahora volvemos... hay algo que quiero revisar antes de irme.
Alan asintió con la cabeza mientras se llevaba a la boca una cucharada de habas con carne. En cuanto Jack se encontró afuera de la pequeña sala, con Gianna, le preguntó:
—¿Y Kail...?
—Duerme —respondió ella, antes de que Jack terminara la pregunta—. Pronto necesitaremos más alimento Jack. No creo que las soluciones neurálgicas sean lo mejor para un bebé... ni para nosotros.
Jack asintió con seriedad y reforzó su respuesta con palabras.
—Lo haremos... prometo que, si las cosas vuelven a tornarse peligrosas, dejaré la idea de Arquedeus por ahora. Nos buscaremos un lugar en dónde ocultarnos y trataremos de rehacer nuestras vidas.
»Pero antes, debemos ayudar a este niño. No puedo... no puedo abandonar a Alan sin saber que le pasó a su padre. Luis era un amigo. Además, si lo que dice es verdad... Sabes lo que significa, ¿no?
Esta vez fue Gianna quien asintió con la cabeza, con un tétrico silencio que rompió tras un breve instante.
—Podría haber... ¿otro dragón?
Jack asintió de nuevo.
—Es una posibilidad... tenemos que comprobarlo.
—¿Y si es así qué? ¡¿Simplemente lo mataremos?! —dijo Gianna, alterándose.
—Baja la voz. No inquietes al niño más de lo que ya está —respondió Jack, poniendo ambas manos sobre los hombros de Gianna. Ella respiró profundo y se calmó. Jack continuó—: Esta vez no usaré mi poder, Gianna... lo comprobaremos y nos iremos.
Gianna guardó silencio por un momento, levantó la mirada y clavó sus ojos de castaña en el hombre que comenzaba a conocer más de lo que nunca había imaginado.
—Por nuestro bien, y el de todos, espero que tengas razón Jack.
—Seremos precavidos —replicó él—. Será... rápido.
Gianna suspiró. Jack esperaba su respuesta. Le hubiese gustado estar tan seguro por dentro como por fuera, pues tenía tanto miedo como ella. En cualquier otra situación, seguro se habría negado a hacer algo tan arriesgado... pero al ver a Alan, no podía evitar recordar a Kail. Si había una esperanza de que su padre estuviera vivo, y si había algo que él pudiese hacer... lo haría.
—¿Partiremos ahora mismo? —preguntó la joven, aún sin estar del todo convencida.
—Afirmativo, prepárate —dijo Jack, tratando de sonar seguro de sí—. Sólo hay una cosa que debo hacer antes... te veré en un momento.
Gianna abrió la boca para responder, pero Jack no le dio tiempo a hablar. La dejó ahí, con la palabra en los labios. Él creía que hacía bien alejándola de los problemas, pero lo que no sabía, es que la joven estaba comenzando a molestarse con esa actitud. Gianna observaba lo observaba alejarse, furiosa, pero sin atreverse a desafiar su indicación. Después de todo... hace no mucho ella había sido su alumna, y él profesor. Él daba las órdenes y ella las recibía. Aunque quizás eso... no tardaría en cambiar.
***
La puerta de la granja estaba abierta, destruida. Apenas entró, el sonido de cristales resquebrajándose lo siguió en cada paso. Había vidrio por todas partes, restos de contenedores que parecían haberse roto dentro. La granja debió contar con decenas de ellos, todos bien equipados, preparados para incubar huevos y alimentar a las crías. El micro hábitat, en donde debían tener a las serpientes adultas, se trataba de grandes cubiles con vegetación, agua y otros detalles distintos para cada tipo de criatura. Todo estaba destruido, no quedaba nada.
Jack dio unos pasos por el triste lugar, en donde encontró cuerpos sin vida de algunas serpientes. Se arrodilló, tomó una serpiente muerta, la levantó y la acercó a su rostro para analizarla de cerca. Era una cobra, relativamente fresca. Sus escamas de color terroso, aún brillantes, dejaban ver sus característicos patrones oculares detrás de su cabeza. Era una adulta, aunque no muy grande, ligera, de unos cuatro años.
La parte ventral no tenía nada fuera de lo ordinario, pero al darle la vuelta se llevó una sorpresa. Dos pequeñas protuberancias brotaban de su piel, por debajo del nivel de su cabeza. Intentó tocar una para analizarla mejor. Era hueso, pero se notaba deficiente, incompleto, fallido. «Los ejemplares que no lo lograron», pensó. Ya había visto esto antes: una iguana que atentaba contra las leyes de la naturaleza, con las mismas características, aunada a un sinfín de lagartijas y otros reptiles muertos.
Como un reflejo, se llevó la mano al colgante que llevaba en su cuello. Apretó con fuerza la pequeña memoria electrónica que contenía los datos de su vieja investigación, aquella por la cual Niel, su antiguo estudiante, había dado la vida. Gracias a esos resultados ahora podía interpretar lo que estaba ocurriendo. Estas serpientes... estas criaturas... habían mutado por la presencia de un dragón.
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