Capítulo 4: La Gruta (I-IV)
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Habían pasado ya varios meses desde el ataque a Nivek, aquella catástrofe que las personas se negaron a creer. La erupción del Brauquiana había quedado atrás. Y un buen día, de un momento a otro... los ataques del dragón cesaron. Todo fue como si se hubiera esfumado, poco a poco los automóviles volvían a verse por los caminos, las noticias hablaban sobre otros sucesos y, aunque la gente aún tenía miedo, el temor invisible no causaba más que preocupación. Naturaleza humana. Cuando la amenaza desaparece, cuando la vida vuelve a ser la misma de antes... olvidar es fácil.
Pero no para Jack, quien aún deseaba llegar a Arquedeus. Por desgracia, sus ánimos iban en descenso debido a que parecía imposible abandonar la nación por mar o aire. O por lo menos no por la vía convencional. Aún le quedaba una última opción... una que estaba dispuesto a intentar antes de darse por vencido.
Caminaban por la orilla de una carretera que conectaba Siltra con Firno, un poblado sencillo que se encontraba alejado de las grandes urbes. Un viejo amigo de Jack vivía cerca; dirigía un negocio que contaba con su propia avioneta para hacer entregas. Si no había rutas de escape, tal vez algo pequeño podría ser la respuesta.
Una gran pista de terracería se divisaba a lo lejos. No había nada más a los alrededores. Luis Milán, el amigo de Jack, vivía apartado del resto de pobladores debido a su trabajo: criador y coleccionista de serpientes. Tenía una granja llena de estos reptiles. Se dedicaba a conseguir especies de todo el mundo, las cuidaba y reinstalaba en hábitats donde sus números peligrasen. Para eso mismo usaba su propio transporte aéreo, así se ahorraba tarifas.
Jack avanzó por delante. Gianna lo siguió, con Kail amarrado de canguro a la espalda, usando un improvisado soporte que la joven había aprendido a hacer de forma magistral con sus chaquetas. Delante de ellos había una casa y, a lado de esta, un hangar de madera se levantaba. Al llegar, Jack miró por una rendija, pero sus ánimos se fueron al suelo de golpe. La avioneta no estaba.
Suspiró. Eso significaba que Luis se había ido de... No, algo aquí no cuadraba. Lideró la marcha hasta la puerta de la residencia, pero apenas subió los peldaños de la entrada, extendió su brazo marcando el alto. Gianna arrugó su frente y él le hizo una seña con el dedo para que guardara silencio. Ambos avanzaron lentamente, con precaución.
Las luces estaban encendidas y la puerta estaba entreabierta; no mucho, apenas una rendija, pero Jack ya estaba acostumbrado a fijarse en estos detalles debido al incremento en la delincuencia de las últimas semanas. No se veía nada desde donde estaban, pero se escuchaba un televisor encendido: estática. Gianna le dirigió una mirada de cuestionamiento; él pidió guardar silencio con su expresión y le señaló un sitio para que se ocultara. Ella hizo un gesto de molestia, pero no discutió. Y cuando Gianna hubo desaparecido de la vista, Jack se dispuso a entrar.
Sacó, de la parte inferior de su pantalón, un tubo metálico y lo asió en su mano con firmeza. Lo tenía preparado para estas ocasiones. Abrió la puerta de la morada con precaución y dio un paso dentro, silencioso, procurando distribuir bien su peso en cada pisada para evitar que la madera chirriara —tarea difícil, pero que se favorecía por el sonido de estática que venía de la sala contigua—. No sería la primera vez que entraba en hogares saqueados y vandalizados. La situación, el pánico y el miedo, habían dejado tantos estragos como la criatura que los había provocado.
Lo primero que notó al estar en la casa, era que lucía en buen estado, algo que le pareció raro para los panoramas que tenía en mente. Había retratos en las paredes, en los cuales podía identificar a su viejo amigo, a su esposa e hijo. Ocupando gran parte del espacio, había estanterías con trofeos de aviación y diversos reconocimientos —diplomas de herpetología, biotecnología y otros—. Los objetos de valor seguían en su sitio, sin muestras de violencia en el lugar.
Al alcanzar la cocina, un olor fétido casi le produce una arcada. En cuanto entró, un objeto pequeño quedó atrapado bajo su pie, produciendo un ruido metálico. El hombre se agachó para ver lo que era, lo tomó entre sus manos y leyó la etiqueta que ilustraba la lata vacía: "Pasta Galeana", rezaba. Miró abajo. Había más de una docena de latas de comida regadas por el suelo y restos de envoltorios de otros alimentos; todos manipulados por una persona, no por un animal. El refrigerador estaba abierto y, a pesar de estar enchufado a la electricidad no parecía funcional, su motor se había quemado; en su interior no quedaba nada, al igual que en la alacena y en el resto de cajones que yacían vacíos. Alguien había acabado con todos los alimentos de la casa.
El temor de Jack se acrecentaba. ¿Estaría bien su amigo? ¿Su familia?
—¿Luis? ¿Blanca? ¿Alan? —pronunció, sin levantar mucho la voz.
No hubo respuesta alguna.
Entró en la sala —una habitación más amplia y alfombrada—, encontrándose unos cuantos sillones, estantes llenos de libros y el televisor en el centro, responsable del molesto sonido. Pasó su mirada por todo el lugar. No había nadie.
Para cuando terminó de revisar el resto de la casa, supo que estaba vacía. El cuarto de baño estaba sucio, pero las cañerías funcionaban bien. Había electricidad, aunque muchas bombillas se habían fundido. Aún faltaba revisar la sección trasera, en donde Luis debía tener su granja de serpientes, pero después de lo que había presenciado en Nivek, no estaba seguro de que fuera una buena idea dirigirse ahí. Quizás... podría ser un buen lugar para pasar unos días.
Volvió afuera e hizo a Gianna una señal para que entrase. La casa debía llevar sola ya bastantes días. Los ocupantes no estaban, por lo que había una esperanza de que estuviesen bien, quién sabe, quizás hubo alguna evacuación en Firno y se vieron obligados a dejar su hogar.
Un ruido proveniente de la sala del televisor se superpuso a las palabras de Jack. Había sonado como si algo se moviera entre una pila de latas vacías.
Gianna dio un salto y se dispuso a proteger a Kail por instinto.
—¿La televisión? —preguntó ella.
—No puede ser —dijo Jack—. Sólo había estática.
—¿Por qué no la apagaste? —dijo la chica, con un poco de molestia en su voz.
—Lo siento —dijo Jack, con un tono sarcástico—. Estaba más concentrado en posibles intrusos que en la televisión.
Gianna enrojeció, probablemente por notar la confianza que comenzaba a tomar con él. ¿Desde cuándo se hablaban de esa manera? Ni siquiera se había dado cuenta.
El sonido se escuchó nuevamente.
—Iré a revisar —dijo Jack, dándose valentía con su infalible tubo de metal.
—Podría ser peligroso —dijo Gianna, alcanzando la manga de la camisa de Jack.
Él le dirigió una mirada que la tranquilizó. Al ver sus ojos, Gianna, aún nerviosa, lo soltó y lo dejó ir.
Jack avanzó hacia la habitación de la televisión. El ruido de latas moviéndose ahora se volvía continuo, sin lugar a dudas había alguien ahí. Entró en la sala. Estaba vacía, igual que antes.
Su ritmo cardíaco se aceleró. El sonido se detuvo, dejando que sus pulsaciones parecieran tambores en su interior. Quedó consternado; la última vez que había escuchado cosas, nada había salido bien.
Dirigió su vista a la televisión. Seguía encendida, así que se decidió a apagarla. Estaba en el centro, rodeada por los tres sillones que acaparaban la vista. Sin embargo, al dar unos pasos más, su corazón dio un vuelco. Ahí estaba de nuevo, el sonido metálico, a unos centímetros de sus pies.
Jack blandió el tubo con fuerza como reacción instintiva, pero lo detuvo a centímetros de distancia del cuerpo que se arrastraba en el suelo. Ahí, entre latas de alimento, había un niño.
Asustado, Jack soltó de inmediato su arma y se agachó para ayudar al infante. Estaba en el suelo, entre los tres sillones y la televisión; por eso no lo había visto al principio, hasta que hizo ruido. Debía rondar los diez años de edad, estaba sucio y lucía demacrado, pero seguía con vida.
Jack miró a su alrededor. Había cobijas y ropa en los sillones, como si hubiera estado durmiendo ahí por algún tiempo. Al sentirse en los brazos de alguien, el niño entreabrió sus ojos y extendió una mano hacia el rostro de Jack, pero esta cayó, débil, ante su propio peso.
—¿Pa... papá? —preguntó él con dificultad. Sus labios se notaban resecos.
—¡Gianna! —gritó Jack—. ¡La mochila!
A paso veloz, Gianna apareció en la habitación; vio la escena, hizo un sonido de sorpresa con su voz y corrió hasta estar al lado de Jack. Se quitó a Kail de la espalda y lo dejó recostado sobre un sillón, el bebé había despertado con el grito de su padre y ahora observaba callado, curioso.
—Dame un poco de solución neurálgica —dijo Jack—, debe llevar días sin probar alimento. Es un milagro que siga vivo.
Gianna apagó el molesto televisor de una vez por todas, pues comenzaba a estresarla, acto seguido, buscó entre la mochila de provisiones que llevaba consigo, hasta sacar un pequeño tubo de cristal transparente que contenía un líquido azul. Cargó una pistola de inyección con la solución y, sin perder tiempo, se la lanzó a Jack, quien la atrapó con la mano que no estaba sosteniendo al pequeño. Con la pistola en mano, inyectó la solución directamente al cuello del niño. Tras el sonido del disparador, hubo silencio. Fueron segundos de tensión... hasta que el pequeño comenzó a respirar de manera profunda y tranquila, poco a poco.
La solución neurálgica era un salvavidas de la medicina galeana más moderna. Jack se había logrado hacer con una buena dotación de estas después de visitar un hospital evacuado, en Siltra. Esta sustancia era difícil de conseguir y proporcionaba los suficientes nutrientes al cuerpo para suplir alimentos durante un buen tiempo. Sin duda, eso le salvaría la vida al pequeño. O por lo menos eso esperaba.
Levantó a la criatura del suelo, hizo espacio en uno de los sillones —el más largo—, y lo dejó ahí. Gianna se acomodó junto a Kail, lo levantó y lo sentó en sus piernas mientras miraba a Jack.
—¿Qué significa esto? —preguntó ella—. ¿Crees que esté bien? ¿Qué hacía un niño aquí, solo?
El rostro de Jack aún lucía tenso, miraba preocupado al niño que ahora dormía tranquilo.
—Gianna... él es Alan, hijo de mi amigo Luis.
Gianna abrió la boca para decir algo, pero no pareció encontrar palabras para expresarse y prefirió no hacerlo. Jack dejó escapar una risa nerviosa, respiró profundo y agregó:
—No sé qué habrá pasado exactamente, pero esto explica lo que vi en la cocina. Parece que Alan ha estado solo por un buen tiempo. Cuando la comida se acabó debió haber pasado momentos duros... no sé cuánto más habría resistido si no hubiéramos llegado.
Jack pasó su mano sobre la frente de Alan, removiendo su cabello largo, alejándolo de su rostro para verlo mejor. Se veía en calma, muy delgado; débil, pero sin heridas.
—¿Q-qué habrá pasado con sus padres? —preguntó Gianna, un poco insegura, como si supiera la respuesta a esa pregunta.
—No lo sé, Gianna, pero las cosas no pintan nada bien.
—¿Qué haremos con el pequeño?
Jack pensó la repuesta por unos momentos.
—No podemos llevarlo con nosotros. La solución neurálgica tardará un poco en hacer efecto, esperaremos a que despierte y, cuando eso ocurra, quizá él pueda decirnos lo que pasó. —Suspiró—. Si no recuerdo mal, la abuela de este niño debería vivir cerca del centro de Firno.
Gianna asintió con la cabeza, mientras movía sus piernas dando brinquitos para entretener a Kail. El hijo de Jack —que se encaminaba a su primer año de vida—, ávido y curioso de su entorno, parecía una pequeña lechuza. Sus ojos dorados destacaban, incluso más que su ondulado cabello castaño.
Con un gran suspiro, Jack se acomodó en el sillón, dispuesto a dormir un poco. Habían pasado los últimos días durmiendo en camiones de carga, automóviles o lugares incómodos. Observó al bebé y a la joven y se preguntó... por un momento... ¿qué pasaría con ellos si él les faltase? Agitó su cabeza para alejar esa idea de su mente. No... no les faltaría nunca.
—Había una cama en buen estado, úsala con Kail, dormid tranquilos —dijo él—. Yo me quedaré vigilando, esperando a que Alan despierte.
—También deberías dormir un poco —replicó Gianna, preocupada.
—Estaré bien, el lugar no parece peligroso. Cerraré las puertas y me relajaré un poco.
—De acuerdo —dijo Gianna, con un suspiro—. Vamos Kail, es hora de dormir en una cama, como la gente.
Gianna se levantó con Kail en sus brazos. El pequeño dejó escapar algunas risas mientras se elevaba en el aire, en brazos de la joven. Jack observó la escena con una sonrisa, viendo como ambos salían de la habitación para dirigirse a una de las camas de la casa. Seguro que los dueños originales no las extrañarían...
«Lina... —pensó. Pero rápidamente sacudió la cabeza para alejar el dolor». Había pasado todo este tiempo haciendo lo mismo. No quería pensar en lo ocurrido, aún no se sentía listo para enfrentarse a eso.
Dio una última revisión a los signos vitales de Alan, posicionando dos dedos en su cuello, por debajo de la mandíbula inferior. Su pulso era tranquilo, su respiración también. Sabiendo esto se relajó un poco, subió sus pies al extremo del sillón y se dispuso a descansar, asegurándose de tener siempre una mano sobre el pequeño, por si despertaba. ¿Qué había sucedido con Luis o Blanca? Aún guardaba esperanza, pero también se temía lo peor. ¿Qué padres dejan a su hijo, solo, para morir de hambre? Sólo aquellos... que han muerto primero.
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