Capítulo 25: Esperanza
Pista de audio: Blue Bird - Cover instrumental por Phil Kaiku.
Cuando su rostro se hizo visible desde el marco de la puerta, el tiempo pareció detenerse. Ataviada con pieles, delgada y de cabello negro. Un par de ojos color castaña, labios pequeños y nariz respingada formaban el rostro de una mujer que rondaba los treinta. Al conectar las miradas, el impacto fue mutuo.
—J-Jack... Kail... —murmuró, con un hilo de voz.
No dijeron nada. No porque no quisieran, sino porque simplemente se habían quedado sin palabras.
La mandíbula de Jack estaba trabada, su respiración se había ido. No podía creer lo que veía.
—T-tía Gi... ¿de verdad eres tú? —fue Kail quien logró articular voz primero.
Empezó a caminar hacia ella. Primero despacio, pero casi al instante, corriendo.
Gianna sonrió y miró a Kail con cariño. La mujer dejó el umbral de su casa y avanzó hacia él, extendiendo sus brazos para recibirlo. El muchacho la abrazó con tanta fuerza, que incluso la levantó del suelo.
—Santo cielo Kail... como has crecido.
—¡Tía Gi! ¡De verdad eres tú! ¡No puedo creerlo! ¡Papá y yo creímos que...
—Estaba muerta... lo sé, lo sé pequeño ven aquí.
Las lágrimas corrían por el rostro de Gianna mientras abrazaba al muchacho. Y mientras hundía su rostro en el hombro de aquél que consideraba un hijo, abrió los ojos para encontrarse con los de Jack. Le sonrió.
Él la miraba con cariño, observando como Kail se derretía en lágrimas, abrazándola. Tras unos momentos, al separarse, ella le limpió las mejillas y lo besó en la frente. Acto seguido, comenzó a caminar con los brazos extendidos.
Jack la miró y también comenzó a caminar hacia ella. Al llegar uno frente al otro, se fundieron en un cálido abrazo.
—Gianna... lo... lo siento mucho —fue lo primero que dijo, a su oído.
Gianna hizo un sonido extraño, mitad risa mitad sollozo.
—Tranquilo —pronunció—. He tenido tiempo para pensar en todo. Ahora lo único que importa es que estamos juntos de nuevo.
»¿E-el señor Fey, no...? —Gianna se detuvo un momento, como si supiera la respuesta. Jack lo confirmó con una negación de cabeza—. Comprendo. Los tres, entonces, no... los cinco.
Un terrible peso se liberaba en Jack. Aun no podía creerlo, esto era... demasiado maravilloso para que fuese real. Un momento, ¿había dicho...?
—¿Cinco? —preguntó Jack, arqueando ambas cejas.
Gianna rio y se giró hacia la pequeña de cabellos dorados.
—Se llama Sibi. Y aún tenéis que conocer a Rex —dijo ella con alegría—. Tengo muchas cosas que contaros.
—¡Nosotros también Gi! ¡No sabes cuánto me alegra verte de nuevo! Yo... —La voz de Kail volvió a quebrarse—... creí que nunca volvería a verte.
—Ooh, ven aquí pequeño. Ahora nunca volveré a separarme de vosotros. Lo prometo, no importa lo difícil que sea la situación.
—Eso espero, Gi, lucharé para que así sea —dijo Kail, volviendo a abrazar a su compañera de vida.
—Gianna, cómo sabías que nosotros... —alcanzó a balbucear Jack.
Ella le dirigió una sonrisa radiante.
—Jamás perdí la esperanza, Jack —respondió, guiñándole un ojo—. Venid, seguro tendremos mucho de qué hablar. Estáis planeando llegar al mar de Zantum, ¿no es así? —dijo Gianna, con una sonrisa de triunfo.
Por un momento, Jack recordó a su vieja alumna que disfrutaba con tener más conocimiento que los demás, esa misma que siempre deducía todo. Sonrió. Era ella... no podía ser nadie más que ella.
—Siempre tan perspicaz, Gianna —dijo él—. Nunca decepcionas.
Ella sonrió con picardía.
—Tuve al mejor maestro —dijo—. ¿Entramos? Rex se sorprenderá de veros.
—¿Quién es Rex? —preguntó Jack.
—Es «algo» que... tal vez os cueste un poco de trabajo asimilar. Vamos, pero ya os lo digo, tened la mente abierta.
Jack y Kail se miraron un poco confundidos, y algo aterrados por el tono que Gianna había usado. Aun así, avanzaron detrás de ella.
Que vueltas da la vida, pensaba Jack, deteniéndose un momento antes de atravesar el umbral de la casa de Gianna. Cuando creía que todo estaba perdido, cuando creía que lo único que le quedaba en la vida era proteger a Kail, el mundo volvía a sonreírle. No sabía cómo, ni por qué, pero esta vez, el tiempo y la suerte estaban a su favor. El día de hoy se sentía más poderoso, más afortunado, y mucho más animado que nunca. Las esperanzas volvían a él. Arquedeus ahora parecía una meta más cercana y tangible.
Jack sonrió y dio un paso dentro de la casa, manteniendo ese pensamiento en su mente. Tal vez, si pensaba lo suficiente en ello y lo transmitía hacia todo su cuerpo. Quizás, sólo quizás... su magia haría efecto.
***
La oscuridad de la caverna era profunda. Una respiración tranquila y vibrante hacía eco. Algo grande estaba adentro.
Una ventisca azotaba el exterior. El mundo poco a poco volvía a la normalidad y el dragón rojo podía volver a casa con tranquilidad. Sus zneis volvían a expandirse por el mundo y otro refugio humano había caído. No sabía cuantos más quedaban, pero el proceso era simple. Era como quemar a las hormigas en su propio hormiguero. Simple, efectivo y rápido.
Las cosas mejoraban a pasos agigantados, Arquedeus sería el siguiente paso. A pesar de ello, el dragón sabía que aún no estaba listo para enfrentarse a ellos, no eran salvajes. Los arqueanos retenían las enseñanzas de los antiguos, las habían explotado y desarrollado de maneras que ni siquiera él terminaba de comprender. Eran peligrosos, necesitaba un verdadero ejército para enfrentarse a ellos. Pero no un ejército de zneis, sino uno de verdaderos dragones. Tenía que traer a su vieja huina de vuelta, a sus hermanos de sangre.
Todo lo que había hecho desde su despertar conducía a ello. Para despertar a sus hermanos primero tenía que demostrar que era tan digno como su padre. Una hembra y una cría eran requeridas para ganar el respeto, el título de padre.
Entró en la caverna replegando sus alas. Sus pasos resonaron por las enormes cámaras cavadas por su propio magma. Mientras avanzaba la emoción lo invadía, el momento había llegado.
Se movió entre las aberturas rocosas hasta llegar al fondo del lugar. No le gustaba la ausencia de color, prefería los matices, pero así era como se adaptaba su vista para ver en la oscuridad, sin necesidad de luz.
Seivhra lo esperaba en la cámara más grande, en el centro, cerca del abismo donde el magma corría como arteria del subsuelo, iluminando con un tenue naranja las escamas verdes de la gran dragona. Al ver la llegada del Rojo, ella saludó con un movimiento de cabeza y un bufido, acto que fue correspondido de la misma manera.
La mirada del dragón se detuvo en los objetos ovalados que estaban cerca de su hembra. Dos huevos, tan grandes como una casa humana, se calentaban en un rio de lava.
Uno de ellos estaba resquebrajado y dejaba salir sonidos de su interior. El dragón rojo acercó sus oídos con emoción hasta estar cerca, sin embargo, repentinamente el cascarón se rompió y una llamarada brotó desde dentro, extinguiéndose en las escamas rojas del padre.
Un rugido de sorpresa, lleno de júbilo, hizo retumbar toda la caverna. Seivhra también se sorprendió, levantándose casi al instante para llegar hasta su cría.
El huevo siguió fracturándose ante la mirada expectante de los padres. Primero unas finas garras, luego las patas y, finalmente, unas alas delgadas y de aspecto débil que se extendieron para terminar de romper el cascarón. Escamas rojinegras y ojos amarillos se iluminaron de naranja por la poca luz. La pequeña criatura miró a sus padres y emitió un chillido como saludo.
El dragón rojo acercó sus fauces para hacer contacto con su primer hijo. La criatura se colgó de su narina provocando que, el Rojo, estornudara. Seivhra dejó ir una risa gutural. El gran dragón la miró de forma divertida.
El pequeño reptil trepó por la cola de su madre, primero lentamente, pero adquiriendo y ganando agilidad con cada paso. Llegó corriendo hasta el lomo y, desde ahí, trató de extender sus pequeñas alas. Miró el suelo y dio un gran salto, tratando de levantar vuelo, sin éxito.
El dragón rojo estiró una pata para detener la caída de su hijo y lo devolvió al lomo de su madre para que volviese a intentar. El pequeño dragón, curioso del mundo, miraba en todas direcciones mientras su pupila se hacía grande y pequeña. Su padre estaba maravillado, era el primer hijo real que tenía, ni siquiera en los tiempos antiguos había tenido la oportunidad de ello.
El privilegio de tener hijos —y no zneis— estaba reservado para El Primero. Sin embargo, debido a su ausencia, este privilegio había sido ocupado por el dragón rojo.
Estaba feliz, nunca se había sentido tan feliz. Por primera vez veía su objetivo logrado y su meta final estaba cada vez más cerca. Ahora era igual que Padre, un devhron; pronto traería a todos de vuelta y esta vez ninguno podría negarse a seguirlo.
—Zorak, por ser el primero —dijo el dragón en voz alta, hablando en el idioma divino—. Tu nombre será Zorak.
Seivhra dejó ir una especie de gruñido, apoyando al dragón rojo. La cría de dragón escuchó las palabras de su padre y se sorprendió. Acto seguido, trató de abrir sus fauces para imitar el sonido.
—Zo, Zo, Zo...
Parecían más chillidos, pero las cuerdas vocales del pequeño dragón funcionaban bien.
Su padre sonrió ante el pobre intento.
—Ya aprenderás —dijo él—. El mundo te espera, Zorak, primero de mis hijos y futuro comandante de mis ejércitos. Pronuncia orgulloso tu nombre, pues juntos vamos a devolver este mundo al esplendor de antes.
El pequeño dragón trató de rugir, pero tampoco lo consiguió. Seivhra rugió en su lugar, haciendo resonar toda la cueva y provocando que el pequeño rodara desde su lomo a la cola, alcanzando el suelo.
El hijo del dragón rojo había nacido, la espera había valido la pena. La hora de despertar al resto de dragones había llegado. Ahora nada le impediría rescatar este mundo de los humanos. Terminaría el trabajo que no concluyó hace diez mil años.
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