Capítulo 23: Magia

Pista de audio: Música epica para escribir (:P)

Septiembre de 2017

—Céntrate Kail, siente la roca, siente el viento, siente tus propios impulsos eléctricos.

Era fácil decirlo, pero Kail aún no lograba comprender cómo. Habían pasado ya varios días tratando de llegar a la cima de la montaña, pero nunca se quedaban por mucho tiempo. Según lo que decía su padre, tenían que dominar bien ese poder para alcanzar lo más alto.

Jack lo hacía bastante bien. Había comenzado con cosas pequeñas, desde abajo, para comenzar a pulir su técnica. Le había mostrado a su hijo cómo mover el aire a su alrededor con el simple tacto de su mano, para luego elevar su dificultad, tratando de controlar la roca.

Kail aún no comprendía lo más básico, según su padre, lograr tener control total de su propio cuerpo. «Ese es el comienzo. —Había dicho en su primera enseñanza—. Antes de controlar tu entorno, Kail, tienes que aprender a controlarte a ti. Cada parte de tu cuerpo, cada órgano, cada célula... cada átomo». La única palabra que encontraba para describir lo que se le pedía hacer, era «magia».

—No pienses Kail —dijo Jack—. Estás pensando, puedo verlo en tus párpados. Deja de pensar, trata de sentir tu corazón, tus pulmones, el aire que respiras. Recuerda todo lo que aprendiste de pequeño. Esta es la razón por la que te enseñé la configuración electrónica de la materia. Visualiza cada átomo que te compone.

Kail escuchaba las palabras de su padre, con los ojos cerrados, sin decir nada. Fruncía el ceño, tratando de concentrarse tal y como se le decía. Estaba cansado, cansado de tratar de encontrar esa mística e incomprensible conexión. Y si tenía que dejar de pensar para lograrlo, entonces lo haría.

Respiró muy profundo, luego exhaló poco a poco... y esa fue su última acción voluntaria. Cuando el aire abandonó sus pulmones, Kail desconectó su cerebro y se quedó ahí, sentado en lo alto de una montaña, rozando las nubes.

El viento silbaba con fuerza, pero sin ser agresivo. Hacía frío, pero no tanto como en la cima de la montaña. La tela de sus ropas no era suficiente para retener su calor corporal, pero con los ascensos diarios ya se había acostumbrado a ello. La roca que lo sostenía era fría, con un pequeño halo de calor justo en el lugar en el que estaba sentado. A su lado, podía sentir la presencia de su padre, observándolo de cerca, en silencio.

De pronto, como una oleada que lo golpeó de forma repentina, nuevas sensaciones se sumaron a las primeras. El palpitar de su corazón, su respiración, el pulso en sus manos y la electricidad en su cuerpo se hicieron casi tangibles. Comenzó a sentirse intranquilo, más aún cuando notó que el aire de sus pulmones se desintegraba entre cientos de alveolos. Literalmente comenzó a sentir sus vasos sanguíneos, transportando pequeñísimas moléculas de oxigeno hacia el resto de su cuerpo, absorbiéndolo, desintegrándolo, transformándolo.

Las reacciones químicas que se llevaban a cabo dentro de él dejaban una huella de calor. Sentía ínfimos pinchazos aquí y allá. Veía miles y miles de destellos, moléculas transformándose, creándose y desintegrándose. Un pequeño universo en su interior.

Pero aún entre tanta maravilla comenzó a agitarse. Su corazón palpitaba muy rápido. Un impulso eléctrico recorrió su cuerpo, como un escalofrío desde su cabeza hasta su pecho. En menos de un segundo, un dolor intenso y fugaz lo debilitó. Tenía sueño, mucho sueño.

—Kail... ¡Kail! despierta —era la voz de su padre.

Abrió los ojos, lento. Estaba mirando a un techo de roca, iluminado por la luz del fuego. Tenía un ligero dolor en el pecho, que punzó un poco cuando trató de levantarse. La mano de su padre lo detuvo.

—No te levantes, hijo. Aún no.

El rostro de Jack lucía pálido, serio. Kail obedeció y se quedó recostado. Miró a su alrededor. Estaban en la pequeña cueva que habían usado de refugio. Ya era de noche.

—Papá... ¿qué pasó?

Jack miró a Kail con preocupación.

—¿No lo recuerdas? —la voz de Jack estaba cargada de preocupación—. Sufriste un ataque al corazón, estuviste inconsciente por muchas horas. Yo tuve que... ayudarte un poco.

Kail frunció el ceño y se llevó una mano a la cabeza. Recordaba... la verdad es que no sabía qué recordaba.

—Yo... —comenzó a decir—. Recuerdo que sentía... eso de lo que me hablabas. La química de mi cuerpo, papá, pero me sentí abrumado. Eran demasiadas reacciones, no supe qué hacer.

Jack sonrió.

—Está bien, hijo, creo que... cambiaremos el método de entrenamiento —dijo él, poniendo una mano sobre el hombro de Kail.

La mano izquierda no solía usarla para hacer eso, algo que Kail notó al instante.

—¿Estás bien, papá? ¿Qué es lo que te pasó? —preguntó Kail, mirando hacia la mano derecha de su padre, que mantenía sospechosamente fuera de su vista.

Al darse cuenta de que su hijo lo había notado, Jack levantó la mano para mostrarle. Estaba vendada.

—Una quemadura. No te preocupes, sana rápido. Por cierto, hoy es un día especial.

Kail no comprendió bien a qué se refería Jack. Tal vez habría tenido que utilizar su poder para ayudarlo y algo no había salido bien. Sea como sea, se sentía un poco culpable y prefirió no preguntar más al respecto. Además, ¿un día especial?

—No lo entiendo... ¿por qué es especial?

Jack miró hacia el exterior de la cueva.

—No me extraña que no lo recuerdes con todo esto. Hoy es... tu cumpleaños.

Kail dejó ir una risa en forma de aire.

—¿Así que iba a morir en mi cumpleaños? —dijo él—. Extraña forma de celebrarlo.

Jack acompañó la risa de su hijo, pasando su mano por su cabello y despeinándolo.

—Hoy tendrás un mejor regalo, ya verás —dijo él, levantándose para ir a la hoguera.

Kail lo siguió con la mirada, sin moverse. Jack recogió un pequeño leño ardiente con su mano, sin quemarse.

—Cuando te vi ahí, en el suelo, sin moverte, comprendí que podría haber otras maneras de aprender el poder. Esta... magia —dijo Jack, mostrando el pequeño leño—, estoy seguro de que, justo ahora, podrás hacerlo.

Kail abrió sus ojos, aterrado. Recordó la inmensa cantidad de reacciones químicas que presenció hace poco y el miedo se apoderó de él.

—¿A-ahora? —preguntó.

—Tranquilo, será simple. Muy sencillo en realidad —dijo su padre.

Kail no lo comprendía. ¿Cómo podía ser sencillo algo que ni siquiera entendía?

—¿Ves este leño encendido? —preguntó Jack, mostrando el fuego a su hijo. Kail asintió con la cabeza—. ¿Puedes decirme que está ocurriendo?

El muchacho no entendió bien la pregunta, pero, aun así, trató de responder.

—Se... ¿se está quemando?

—Correcto —dijo Jack—. Pero ahora quiero que me digas, con exactitud, ¿qué está ocurriendo?

Kail pareció comprender mejor esta vez lo que su padre quería. Esa era la manera en la que le preguntaba las cosas cuando era muy pequeño, cuando quería que analizara una situación a fondo. De esa manera le había enseñado cómo es que llovía, cómo las plantas crecían, cómo funcionaba el genoma. Al recordar esto, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Es combustión —dijo, con confianza—. El fuego es el resultado de la reacción exotérmica de un material oxidándose, en este caso, la madera. El calor que sentimos y la luz que vemos es parte de la energía que escapa de la reacción.

—¡Excelente, Kail! —dijo Jack, con gran alegría—. Ahora, dime una cosa. ¿Qué tendría que ocurrir para que este fuego se apagase?

Kail indagó un poco en su mente, tratando de evadir la respuesta más obvia: con agua.

—Puede hacerse de dos maneras —respondió al fin—. Quitando la fuente de oxígeno que alimenta al fuego, o absorbiendo todo su calor de golpe, vertiendo agua sobre este.

—Perfecto, hijo —dijo Jack, y pasó su mano sobre el fuego. Al hacerlo, este se apagó al instante. Kail sonrió como si su padre hubiese hecho un truco de magia para él—. Ahora dime, ¿cómo encenderías fuego en este leño apagado?

Ni medio segundo pasó para que respondiese.

—Eso es fácil —dijo—. Para que haya fuego tan sólo hace falta calor y aire. El aire ya está, así que faltaría una chispa, o algo que produjese un calor repentino para que el carbono de la madera reaccione con el oxígeno y comience a quemarse.

—Muy bien —respondió Jack—. Mantén esa idea en la cabeza, ¿de acuerdo? Mira bien este leño y piensa en cómo encenderlo. Esa chispa que hace falta para que prenda, ese calor, es un catalizador. Plásmalo en tu mente, ¿lo tienes?

Kail no sabía bien qué es lo que su padre quería lograr, pero hizo lo que le pedía. Imaginó el leño ardiendo, tratando de pensar en la reacción que se llevaba a cabo.

—Lo tengo —dijo Kail.

—Ahora dame tu mano —se apresuró a decir su padre—. Quiero que trates de transmitir ese pensamiento hasta tu palma, ¿crees poder hacerlo?

—¡¿Transmitir el pensamiento a mi mano?! —preguntó Kail, confundido.

—Sí, sí, sólo imagínalo. No es que tengas que hacerlo como tal. Imagina que ese pensamiento llega a tu mano.

—E-está bien —dijo Kail, frunciendo el ceño y extendiendo su mano hacia su padre.

Jack sostuvo la mano de Kail y esperó unos momentos.

—¿Lo tienes, hijo? ¿El pensamiento de cómo encender el fuego está en tu mano?

—C-creo que sí. No estoy muy seguro —respondió Kail, esforzándose en imaginar lo que su padre pedía.

—Está bien Kail, ahora... vamos a comprobar algo.

Aún sonriente, Jack puso en la mano de Kail el leño apagado. Apenas la madera entró en contacto con su piel, esta se encendió.

—¡Wooha! ¡¿Qué pasó?! —dijo Kail, sorprendido, soltando el leño asustado.

El pedazo de madera rodó por el suelo, en llamas.

—JAJAJA ¡Ese es mi hijo! —rio Jack con alegría, levantando el leño que Kail acababa de encender con sus propias manos.

—No... no lo entiendo. ¿Cómo lo hice? ¡¿De-de verdad fui yo?! —Kail aún no podía creer lo que acababa de pasar. Miraba el leño, sorprendido.

—Tú solo, hijo. Sabía que podrías lograrlo.

—Pero... pero... eso significa que... de verdad tengo el poder. Puedo... —Kail se puso de pie de un salto, lleno de alegría y euforia—. ¡Puedo hacer magia papá! ¡Soy igual que tú!

—¡Por supuesto que puedes hijo! Y esto es sólo el principio. Juntos vamos a aprender a controlar esta... —Jack dejó ir una leve sonrisa—... magia.

—¡¿Crees que pueda intentarlo de nuevo, papá?! ¡Por favor!

Kail estaba que no cabía de gozo en sí mismo. Su padre lo miraba con alegría, sentía que acababa de darle un buen regalo de cumpleaños.

—Hazlo, Kail —dijo Jack—. Hazlo todas las veces que quieras. No más huir, ¿recuerdas?

—¡Sí! ¡Voy a ser como tú! ¡Quiero...! ¡Quiero mover el aire con mis manos!

Kail se sentía fuerte, poderoso. Jugaba extendiendo sus manos, moviéndolas como su padre lo hacía, imaginando que el viento lo seguía y, aunque aún no tenía idea de cómo hacerlo, sentía que podría lograr cualquier cosa.

Esa noche festejaron en soledad, practicando una y otra vez cómo encender y apagar el fuego. Conversaron sobre cómo es que Jack había logrado descubrir su poder, e incluso se volvió a relatar la vieja historia de los Rahkan Vuhl, aquella que había escuchado años atrás en la Torre de Falghar, en compañía de Lina, madre de Kail, en ese lejano mundo.

Y pensar que hace doce años un terremoto acompañaba el nacimiento de ese niño... cuánto habían cambiado las cosas desde entonces. Esa noche había nacido un nuevo Vuhlukan, aquellos que, según la leyenda, eran los aprendices de un verdadero Rahkan Vuhl.

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