Capítulo 20: Corazón de Hielo (III-IV)


Desde que la parte superior había colapsado, la milicia había impuesto el orden en la zona de seguridad. La gente se acumulaba cerca del punto de reunión, cada vez llegaban más y más. Un niño de alrededor de doce años, cabello castaño poco rizado y ojos color de miel, buscaba entre los rostros de las personas. A su lado, un hombre de edad muy avanzada hacía lo mismo.

Kail apretaba los puños de sus manos, deseaba ver el rostro de su padre, o el de Gianna, entre la gente. Pero la tarea se volvió complicada después de que el pánico se desató. Muchas personas se movían o le impedían la visión desde su corta altura. Su corazón palpitaba de prisa. Comenzaba a temer por el bienestar de su familia, cuando lo escuchó.

—¡Kail!

Reconoció la voz de su padre, bastante cerca.

—¡Papá! —respondió él, con apuro.

La mayor parte de la gente ya se había sentado, recluyéndose hacia los muros de roca, debajo de la protección metálica que evitaba que los restos del techo cayeran sobre ellos. De entre la gente, Kail identificó a su padre, abriéndose paso hasta él.

—Kail, santo cielo, estaba muy preocupado —dijo Jack, llegando hasta su hijo y levantándolo con un abrazo para luego dejarlo nuevamente en el suelo—. Fey, me alegro de que estés bien.

Jack añadió la última frase en el idioma nativo del anciano, e inclinó ligeramente la cabeza, gesto que fue correspondido por su interlocutor.

—Papá, ¿y la tía Gi? —preguntó Kail.

Jack arrugó la frente y miró hacia la dirección de la cual había venido.

—Está... está bien, hijo —dijo Jack, y su mirada se clavó unos cuantos metros más allá, entre la gente—. Espero que esté bien.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kail, confuso.

—Es... complicado, después podremos hablar con calma sobre ello. Por ahora, creo que debemos dejarla sola un momento.

Kail dirigió su mirada hacia Gianna con preocupación. No era extraño verla, sin embargo, ella nunca se quedaría sola en una situación así. Debía haber pasado algo realmente grave para eso. Quería ir, hablar con ella, pero por ahora... aceptaría las palabras de su padre.

Dejando ese asunto de lado, había algo que estaba preocupando a Kail sobremanera. Algo que, esperaba, su padre pudiese confirmar.

—Papá, lo que está sucediendo, ¿crees que sea...?

Jack miró a su hijo como si la respuesta fuese obvia, pero difícil de aceptar. Asintió con la cabeza.

Kail, e incluso Jung Fey, comprendieron al instante.

—Entonces... —Siguió hablando Kail—. ¿Quiere decir que no hay nada que podamos hacer?

Jack extendió sus manos hacia Kail, ofreciéndole un abrazo.

—Hijo, la verdad es que no se me ocurre nada justo ahora.

Kail aceptó el abrazo de su padre. Lo sentía tranquilo, pero con la respiración agitada. El palpitar de su corazón decía que estaba asustado, igual que él. A pesar de eso, le transmitía fortaleza, seguridad. Sabía que las cosas no estaban bien, pero la tranquilidad de Jack ante las adversidades lo hacía corresponder de la misma manera.

—Está bien, papá, entiendo —dijo—. Me alegro de que estemos juntos.

Rodeó a su padre con sus brazos. Fue un abrazo tranquilo, más de aceptación que de frustración. Nadie dijo nada.

Las rocas seguían cayendo, los puentes colgantes se precipitaban y los gritos de la gente —que no alcanzaba a cruzarlos—, acompañaban su caída. El miedo y los sollozos se esparcían en la zona de seguridad.

Kail cerró los ojos por un momento, pensando en todas las situaciones que lo llevaron a ese momento. Su vida no había sido muy larga, pero tenía la capacidad para darse cuenta de que las cosas se habían hecho mal, muy mal. Las personas jamás debieron haber arrojado las bombas, jamás debieron haberse recluido en refugios subterráneos a esperar su propia muerte, o jamás debieron haber retado al dragón de esa manera. Ahora no había a dónde ir, o qué hacer. ¿En qué momento habían pensado los adultos que vivir bajo tierra, mientras el mundo ardía en el exterior, era una buena idea?

El muchacho suspiró, sintiendo el calor de su propio aliento rebotando contra el pecho de su padre. Si tan solo hubiesen encontrado otra manera, ahora estarían afuera, luchando por mantener su mundo con vida. Ahora... ¿qué remedio quedaba? Sólo esperar la muerte.

Lo tenían merecido. Su padre siempre había dicho que cada quien cosechaba los frutos sembraba. La humanidad se lo había buscado, la resolución de sus acciones, su propia perdición. Pero... ¿por qué todos tenían que pagar los errores de otros? ¿Por qué las consecuencias tenían que llegar como un castigo para toda una especie? ¿Por qué él tenía que morir, con su familia, por causas que no podía controlar? Poco a poco Kail volvía a enfurecer con la situación, con los problemas que aquejaban al mundo en el que había nacido.

La tierra seguía temblando con violencia. Algunas personas comenzaban a empujarse contra la salida, tratando de alcanzar el ascensor que iba a la superficie. Los soldados los detenían para evitar que salieran a tener una muerte todavía más horrible de la que podían esperar dentro.

Kail veía a su padre, derrotado, rindiéndose ante el dragón, y se sentía triste. Ni siquiera luchaba. El padre que conocía jamás se rendiría, pero comprendía que era una persona, un humano, como todos los que estaban aquí. Los observó. Todos necesitaban ayuda, un motivo para seguir viviendo. ¿Qué tal si...? ¿Qué tal si salían?

Una idea llegó a la cabeza de Kail, un destello fugaz que lo hizo apartarse de su padre casi al instante. Lo miró a los ojos. Él le devolvió la mirada con curiosidad.

—¿Kail? —preguntó él.

Kail lo miraba, sorprendido, como si acabase de descubrir algo inaudito.

—No tenemos que morir ahora —dijo Kail, aún sin creerlo—. ¡No tenemos que morir papá!

Jack miraba a su hijo con curiosidad.

Los soldados mantenían a raya a la muchedumbre, gritando desesperados mientras la multitud empujaba con más y más fuerza para tratar de salir, de alcanzar el ascensor.

—No es momento para...

—¡No! Hablo en serio, papá. Ven aquí.

Kail tomó a su padre por el cuello de la camisa y lo jaló hacia abajo para que se acercara. Le habló al oído.

Conforme el chico pronunciaba las palabras, Jack abría sus ojos cada vez más. Padre e hijo se miraron, el primero lucía sorprendido, el segundo lo hacía con un aire de satisfacción y liberación en su rostro.

—Podría ser verdad, hijo.

—Entonces, ¿lo haremos? —preguntó Kail, esperanzado.

Jack sonrió.

—Lo haremos. Es muy posible que tengas razón.

La sonrisa de Kail se volvió radiante, mientras Jung Fey miraba sin comprender el porqué de su repentino cambio de ánimo.

Jack se acercó y le tendió la mano para que se levantara. El anciano recibió la ayuda y escuchó lo que Kail había sugerido. El maestro sonrió y asintió con gusto después de saberlo.

Entonces, entre todo el estruendo que acompañaba los temblores y derrumbes en el refugio, Jack inhaló profundo y fijó su mirada en la salida. Jung Fey se paró a su lado y Kail tomó lugar junto a ambos.

—¡Escuchad! ¡Nos vamos de aquí! —dijo Jack, con voz potente. Los soldados y personas dejaron de luchar por un momento para centrar su atención en él. Todos lo miraban—. No tenemos por qué morir. Si realmente deseáis vivir, aún os queda una última posibilidad. —Levantó un dedo para señalar hacia arriba—. Afuera. Iremos a la superficie.

Jack repitió el mismo mensaje en varios idiomas, provocando que las personas del refugio comenzaran a intercambiar miradas. En el refugio, él era un hombre respetado, siendo el único capaz de comunicarse con todos. La mayoría lo conocía o había entablado una conversación con él, por lo que, si había a alguien a quien escucharían, ese era Jack.

—No os rindáis todavía. La esperanza debe prevalecer en todos vosotros. Sé que teméis arriesgar vuestras vidas, o arriesgarse por otros. —Dirigió su mirada a los soldados—. Pero creed en lo que os digo. Hay una posibilidad de que la superficie ya no sea radiactiva. Pensadlo un poco, ¿por qué falla la electricidad, si funciona con radiación? Mi hijo y yo creemos que vale la pena intentarlo.

Una vez más tradujo el mensaje provocando miradas de recelo hacia él, especialmente por la milicia que custodiaba la salida por el ascensor principal.

Los soldados prepararon sus armas, inamovibles. Kail frunció el ceño al notarlo. No planeaban dejarlos salir, sin embargo, eso era algo que ya estaba contemplado.

Tras las palabras de Jack, los civiles y soldados volvieron a su forcejeo, todavía con más ímpetu que antes. Kail miró a su padre con preocupación, quien no se inmutaba ante los hechos.

—¡Ya basta! —gritó Jack, empezando a avanzar hacia la salida.

Al notar la imponente presencia del hombre, la multitud le abrió paso. Los soldados alistaron sus armas para amedrentarlo, pero no supieron cómo reaccionar cuando llegó a estar a unos centímetros de ellos. Jung Fey y Kail hicieron lo mismo. El muchacho estaba contento, inspirado; se sentía poderoso, fuerte, su padre y su maestro eran grandes pilares para él.

—¿Nos vais a dejar pasar? —preguntó Jack a los soldados, con amabilidad, pero a la vez con un tono intimidante—. No tenemos tiempo para esto.

Los soldados se miraron los unos a los otros, confundidos, pero no se movieron ni un centímetro.

El refugio seguía colapsando. Kail estaba nervioso, no estaba seguro de que las cosas fuesen a salir bien y no sería la primera vez que veía a los soldados disparar a quien se excedía. Un poco preocupado volteó a ver a su padre, Jack simplemente suspiró. El joven comprendió la situación, después de hacerlo no habría vuelta atrás.

—Que así sea... —murmuró Jack.

Y con un ágil movimiento, Jung Fey desenfundó su lanza plateada y barrió el suelo con ella, tirando a los soldados que custodiaban la entrada. Raudo y veloz, Kail siguió el ejemplo de su maestro, sacando el bastón doble que llevaba a su espalda, armándolo en medio segundo y golpeando las manos de los soldados que habían quedado en pie, despojándolos de sus armas. Con maestría, Jack tomó uno de los rifles, le colocó el seguro y lo utilizó para golpear a otro de los guardias que miraba atónito la escena.

Tras el acto —transcurrido en cuestión de segundos—, Jack levantó la voz de nuevo.

—¡Avanzad!

Las personas corearon su grito de diversas maneras y corrieron a la salida. Los soldados no tuvieron tiempo de levantarse y, cuando lo hicieron, fue tanta la desesperación que ellos también se unieron a la estampida, tratando de entrar al ascensor que los llevaría a la superficie. Los deseos de vivir renacían en la mayoría...

Mayoría, porque no todos pensaban igual. Muchas personas no se movieron de donde estaban cuando las puertas de la plataforma móvil se abrieron. Kail observaba a su padre llamándolos, incitándolos a salir, pero no hacían caso. Él lo sabía, y los comprendía con tristeza. Tenían todo el derecho de elegir una muerte rápida y tranquila, en lugar de arriesgarse a tener una muerte lenta y dolorosa con la radiación. De no ser porque recordó las fallas energéticas de los últimos meses, quizás él se sentiría igual. Pero si el dragón seguía vivo, significaba que algo había salido mal con la destrucción del exterior. Y a pesar de que no podría comprobarlo hasta estar afuera, era la única esperanza a la que se aferraba.

Kail suspiró con tristeza cuando las últimas personas que estaban dispuestas a salir abordaron el ascensor. Eran poco menos de la mitad, pero por lo menos estaba... un momento... ¿estaba?

—¡Papá! ¡¿Dónde está la tía Gi?!

—¿Gianna? Debe estar adentro Kail, ¿no la viste pasar? —respondió Jack, buscando entre las cabezas de la plataforma.

—No la vi. Espera, allá viene.

Kail miró con alivio como Gianna se acercaba despacio. Su mirada estaba clavada en él, y tenía una sonrisa tierna en su rostro. Kail la correspondió, finalmente podría preguntarle qué era lo que había pasado. El ascenso a la superficie era largo, así que tendría tiempo para hacerla sentir mejor.

—Daos prisa y subid —dijo Jack—, con el ascenso programado las puertas no volverán a abrirse.

Jack subió de prisa al ascensor y se dispuso a esperar a su hijo y a Gi. Kail asintió con la cabeza y esperó a la joven. Cuando llegó hasta él, la tomó de la mano y trató de avanzar hacia el ascensor, pero ella lo detuvo.

Kail se giró extrañado. Frunció el ceño. Gianna lo miraba con tranquilidad.

—¡¿Qué pasa tía Gi?! ¡Debemos irnos! No queda mucho tiempo.

El sonido de explosiones provenientes de lo más profundo de lo que un día fue el Refugio 14 todavía se escuchaban. Las rocas habían dejado de caer, pero ahora, temibles goteras de magma comenzaban a fluir de entre grietas, en las paredes.

Gianna se acercó a Kail con una sonrisa. Se agachó hasta estar a su altura y lo miró directo a los ojos, lo abrazó con mucho cariño, dejándolo sin habla. Kail sintió calor y humedad en su hombro izquierdo, justo donde Gianna había incrustado su rostro. Eran lágrimas.

—Sabes que te adoro, Kail. Tú... eres como un hijo para mí, lo sabes, ¿verdad?

Kail, anonadado por la repentina acción de Gianna, tuvo dificultades para articular sus palabras.

—S-sí, tía Gi... tú también, eres como... Pero ¿por qué...?

Gianna se separó del hombro de Kail y se limpió las lágrimas con la ropa. Estaba sonriendo. Él no entendía nada.

—Sólo quería que... lo supieras —dijo ella—. Ahora vamos, las puertas se cerrarán.

Kail asintió y ambos corrieron hasta llegar al ascensor. Las puertas comenzaron a cerrarse, muy lento, mientras Gianna ayudaba a Kail a subir. Jack lo recibió desde arriba, mientras Jung Fey extendía la mano hacia Gianna para que ella también lo hiciera.

Cuando ambos estuvieron en el ascensor, Kail se hizo a un lado para que Gianna pudiera acercarse a su padre. En la mirada de la joven, había una mezcla de ira, tristeza y alegría. Una mirada que puso nervioso a Jack cuando se acercó a centímetros de su rostro.

Parada de puntitas, la joven pasó una mano por la nuca del hombre que amaba, mientras la otra lo rodeaba por la cintura. Él se quedó paralizado ante tal acción, simplemente no supo cómo responder. Entonces, ante su atónita mirada, lo besó.

Kail vio a su padre asustarse, sonrió para sí mismo y se dio la vuelta para no mirar. Por su mente pasaban muchas cosas. No podía decir que la acción de Gianna lo hubiera tomado por sorpresa, pues para él siempre había resultado extraño que ambos adultos vivieran juntos sin ser una pareja formal. Quizás esta situación era lo que había desencadenado los eventos.

Seguía sonriente. Era increíble como una situación tan mala podía terminar siendo buena. Sin embargo, esa felicidad se tornó en desconcierto cuando escuchó que su padre dio un grito desesperado.

—Gianna... ¡¿qué estás...?!

La voz de Jack quedó cortada por el sonido de la puerta cerrándose por completo, dejando todo en un misterioso silencio.

Alguien corrió hacia la puerta, golpeándola con fuerza y desesperación. El resto de personas en el ascensor miraban la escena con la boca abierta, o con terror. Jung Fey era uno de ellos, pero Kail no entendía por qué.

La plataforma comenzó a ascender mientras Jack se arrojaba a la cerradura como loco desesperado, había lágrimas rodando por sus mejillas. Al sentir la impotencia, cayó de rodillas. Kail se acercó a él con temor, pero entonces lo comprendió. Gianna... ¿dónde estaba Gianna?

—¡¿Por qué?! —gritó Jack, y golpeó el suelo con un puño, furioso—. ¿¡Por qué lo hiciste Gianna?! ¡Joder!

Kail notó lágrimas agolpándose en sus ojos sin saber aún por qué, al tiempo que un doloroso nudo se formaba en su garganta. Sintió el cálido abrazo de Jung Fey y, sólo entonces, lo supo. Entendió por qué Gianna había dicho aquellas cosas. La tía Gi, la mujer que amaba igual que a una madre, no estaba, se había ido. Y mientras ascendían, una llama se encendía en su interior. Su dolor y furia hacían arder un fuego que alimentaba un nuevo deseo... acabar con el maldito dragón que no paraba de arruinar su vida.

Lloré con esto. Belive me.

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