Capítulo 17: El Refugio

Pista de audio: S.T.A.L.K.E.R. guitar tracks.

Año 2015

Luz de media tarde, tonalidad sombría. Los oficiales rondaban los puentes y las plazas principales, asegurándose de que no hubiera problemas. Los recursos estaban muy bien administrados, pensados para mantener a la población durante los primeros años, pero algunos no estaban conformes con las raciones diarias. La delincuencia estaba ligada a los deseos carnales y a la avaricia alimenticia, males mayores considerando la situación actual.

Era importante mantener el orden, siempre, en todo momento. La primera fase estaba resultando complicada, pero, tras el primer golpe de hambre, la producción de las granjas subterráneas y los filtros de agua deberían comenzar a cumplir su propia labor. La comida sería mejor y las raciones deberían aumentar.

La vida en el refugio era difícil, pero dormir sabiendo que no había híbridos cerca era invaluable. Kail era el único que parecía molesto con el mundo. El hijo de Jack se había vuelto callado, serio y pensativo. Un pequeño que ahora se centraba en un único objetivo: entrenar.

Una gota de sudor voló en cuanto el bastón se agitó con fuerza. El instrumento era mucho más largo que su portador, quien debía medir no más de un metro cincuenta de altura.

Kail, a sus diez años, blandía con gracia su arma, siguiendo los movimientos del anciano que estaba frente a él. A su lado, Jack lo acompañaba con los mismos movimientos mientras Gianna los observaba, sentada con un libro en las manos. Los tres hombres, juntos, lucían como si recrearan un baile sincronizado mientras la joven prestaba atención a su lectura.

Las actividades que podían realizarse en el Refugio 14 eran variadas. Iban desde pintar, bailar, cantar o esculpir, hasta aprender oficios específicos, como agricultura, medicina, enseñanza o cultura mundial. Cualquier cosa era enfocada a la preservación y supervivencia de la humanidad, una prueba de la sostenibilidad del proyecto Sombra de Fuego. Kail había despertado un interés especial por las artes marciales, algo que debía agradecer a Jack, pues sus capacidades lingüísticas habían conseguido un maestro único en el arte del bastón: Jung Fey, un anciano de origen chino que terminó en este refugio por voluntad de su nieto. Entregó su conocimiento marcial a cambio de algo muy simple, pero no por eso menos valioso: compañía.

El entrenamiento del día seguía. El cuerpo de Jack se notaba adaptado al ejercicio, con fuerza y firmeza en sus movimientos. Kail, aunque de poco músculo, no lo hacía mal. Gianna era la única que aún se negaba a participar. La exigencia física requerida la sobrepasaba y su naturaleza sedentaria la dominaba. Jack no quería obligarla a nada, pero solía presionarla de forma indirecta para que también aprendiera. El ejercicio físico ayudaba a despejar la mente, y eso, era algo necesario para sobrellevar el día a día.

Un paso atrás, giro de bastón, vuelta entera, patada alta y extensión. El maestro Fey se movía en silencio, a sabiendas de que las palabras eran inútiles para cualquiera que no fuese Jack. Su conocimiento era impartido a través de la vista y la práctica. Kail lo comprendía y captaba muy bien el enfoque, de hecho, parecía gustarle tanto que a veces se saltaba sus aburridas clases para ir a entrenar con Jung en solitario. Nunca sobraba tiempo para mejorar su arte.

La vida en el refugio era tranquila, algunos dirían que casi aburrida. Los menores de doce años debían asistir a clases culturales obligatorias, en donde se les instruía sobre generalidades útiles para su situación actual. Jack no se molestaba porque Kail faltara a esas clases —el pequeño era un genio—, sin embargo, sí le recalcaba que era importante desarrollar sus habilidades sociales, pues le costaba trabajo relacionarse con los demás. A su hijo, por supuesto, eso no le hacía ninguna gracia.

Gianna era la que más parecía disfrutar la estancia en el refugio. Después de haber vagado por un mundo en ruinas, dormido en lugares sin techo, comido cosas en mal estado, o tenido que vestir la ropa de los muertos, estar en un lugar como este la reconfortaba. Su casa era tan pequeña que apenas cabían los tres, no había ropa bonita o laboratorios, pero era soportable con tal de no estar en el peligroso exterior. Disfrutaba de la vida como no lo había hecho en años, veía a Jack y a Kail entrenando y se sentía llena, como antes, como cuando tenían una vida sin problemas en Vaenis. Lo mejor de todo era que las cosas ya no cambiarían más, por primera vez volvía a sentir estabilidad. No quería pensar demasiado en ello, pero le alegraba saber que iba a pasar el resto de su vida junto las dos personas que amaba, aunque eso significara que no volvería a ver nunca más la luz del sol.

—Tía Gi, inténtalo por favor —dijo Kail, llamando la atención de Gianna.

La joven miró al pequeño, quien le extendía la mano en el breve descanso que se tomaba. En su mano derecha portaba el bastón de madera que le había otorgado su maestro. Ella le dirigió una sonrisa.

—Kail... ya sabes que no soy buena.

Jack se acercó por un lado y recargó su codo sobre el hombro de Gianna, sin dejar caer todo su peso. En su mano izquierda llevaba el tubo metálico que él mismo había conseguido para unirse al entrenamiento con su hijo.

—Yo tampoco lo era. Basta con esforzarse —dijo, mirándola. El cabello del hombre volvía a estar corto, su barba afeitada, hacía tiempo que no lucía ese aspecto.

Gianna dejó ir un suspiro.

—Nunca os rendiréis, ¿verdad? —dijo, dejando su libro a un lado y levantándose—. Vamos a ver, dadme un palo.

Padre e hijo sonrieron con complicidad. El pequeño fue quien brindó su arma a Gianna, ella lo recibió mirándolo como si fuera un palo cualquiera. El maestro Fey los observaba de lejos, acariciando su blanca barba de chivo, sentado sobre un pequeño tocón que solía utilizar para descansar entre entrenamientos.

Jack sostuvo su arma frente a él, como una espada.

—¿Así? —dijo Gianna, tratando de imitarlo. Él sonrió de forma divertida al mirar su pésima postura.

—Respira profundo, relaja tus músculos, estira tus hombros. Elévate, siéntete alta y mira al frente.

Gianna cerró sus ojos y frunció los labios, tratando de hacer todo. Relajó sus músculos, estiró sus hombros. Elevarse... ¿cómo hacía eso? De pronto, y sin previo aviso, sintió el tacto de las manos de Jack sobre las suyas, ayudándola a sostener el bastón. Se sobresaltó, su corazón comenzó a palpitar muy de prisa.

—Lo haces bien. Ahora... mueve tu pie hacia delante y deja que el bastón vaya contigo.

Gianna dio un paso y sintió como Jack se movió detrás de ella. Sus brazos la rodearon sin llegar a tocarla y sus manos guiaron el bastón.

Hacía tanto que no estaba tan cerca de Jack, en calma. Podía percibir su suave aroma a madera vieja y sentía la calidez de su respiración por encima de su cabello. Sus movimientos eran delicados y suaves, pero a la vez fuertes.

—¿Lo sientes? —preguntó Jack.

—¿E-El qué? —respondió Gianna, bastante cohibida.

Jack sonrió.

—Paz, tranquilidad. El flujo de tu cuerpo con el bastón.

Gianna arrugó la frente, tratando de notar lo que le decía. No se había percatado, pero la sintonía y el ritmo de los movimientos dejaban que su mente volara lejos. Su cuerpo estaba tranquilo. Abrió la boca para responder, pero no pronunció ninguna palabra.

La sorpresa de la chica fue suficiente para Jack. Con su labor cumplida, la soltó. Ella alcanzó a sostenerlo del brazo para que no se fuera. Sin embargo, al darse cuenta de lo que había hecho, lo dejó ir como si hubiese cometido un error.

Hubo un breve momento incómodo en el que ninguno de los dos supo qué hacer. Gianna se alejó.

—E-está bien, puedo continuar sola —dijo ella, tratando de retomar los mismos movimientos.

Jack la miró arqueando una ceja y asintió con la cabeza. Ella le dirigió una media sonrisa y trató de hacerlo por sí misma. Sin embargo, la verdad era que otra idea rondaba su cabeza. Los brazos de Jack... se sentían fuertes. Gianna ni siquiera se había percatado de ello debido a todas las situaciones en las que se habían visto envueltos. Pero tenía sentido, había entrenado todas las noches desde que dejaron Vaenis, duplicando sus esfuerzos tras la caída de Neos. Él no lo decía, no lo gritaba a los cuatro vientos, pero todo este tiempo se había estado preparando, solo, en silencio.

Gianna le dirigió una mirada curiosa, como si viéndolo pudiera descifrar sus pensamientos. Él le devolvió el gesto, sonriente, animándola a continuar con el ejercicio. Y Kail ahora también la imitaba, utilizando el bastón metálico de su padre.

Una señorita muy sensible, Jack —habló una voz senil, en chino—. Algo me dice que no es tu hermana, ¿verdad?

Jack se cruzó de brazos mientras observaba a Gianna y a Kail de lejos. Aunque sus cuarenta ya estuvieran a la vuelta de la esquina, la edad de Jack apenas empezaba a notarse. Jung Fey era un hombre mucho más viejo.

—Eres muy observador, Jung —dijo Jack, sonriente—. ¿Cómo te has dado cuenta?

El anciano de cabello canoso apoyó su bastón de punta afilada junto a Jack, el mismo que usó para entrenar durante su juventud. Le dio un ligero golpecito en la cabeza.

Soy un anciano, Jack—respondió el hombre viejo—. Lo he visto infinidad de veces. Esa jovencita siente algo por ti.

Jack desvió la vista hacia Jung Fey. Su rostro se tornó serio.

—Es un tema complicado, Jung —dijo, vacilante—. Ella y yo... Nos queremos, somos como una familia

Jung Fey negó con la cabeza.

No lo sé, hijo, ella no parece pensar así. —Jung Fey señaló con la cabeza a Gianna—. Mírala. No le gusta el bastón y, sin embargo, tú lograste que se sintiera cómoda con él. Ella te admira, y su corazón alberga más sentimientos por ti de los que podrías imaginar.

Jack miró a Gianna con las palabras de Jung Fey en la cabeza. Había pasado tanto tiempo desde que asimiló lo que sentía, que había olvidado que quizás ella no pensara igual. Tenía que equivocarse, Jung Fey debía estar en un error. No quería lastimarla, no así.

No... no creo que sea posible, Jung. Debe ser nostalgia. Hace tanto que no teníamos una vida de paz.

El bigote y la curiosa barba del anciano se torcieron en una divertida sonrisa.

Sí... sí... Puede que tengas razón, mi querido Jack. —Le dio una palmadita en el hombro—. Ya estoy viejo, podría estar equivocado.

»Por cierto, pronto necesitaremos otro bastón. Parece que... de verdad le gusta.

Jung Fey señaló a Gianna, justo antes de darse la vuelta y retirarse. Jack se quedó ahí, observando a la joven que seguía practicando con Kail, danzando en un baile marcial sobre el tejado de la casa de su maestro. Sonreía, lo disfrutaba, se divertía. Su cabello volaba con el viento, dando giros que parecían ir a cámara lenta.

El corazón de Jack palpitaba con fuerza. Y cuando la mirada de Gianna se cruzó con la suya, se dio cuenta de cómo la evadió, apenada. Reconocía esa mirada, quizás esto sí que se complicaría un poco.

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