Capítulo 15: Escamas en la Arena
Pista de audio: Breathe - Two steps from hell.
Abril de 2014
Casi no había nubes en el cielo. El sonido del oleaje era acompañado por el golpeteo de una roca contra la madera. Hacía un calor húmedo e intenso. Pequeñas gotas de sudor rodaban por el rostro demacrado de un joven delgaducho, desde la frente hasta caer por la punta de su nariz. Bajo las cuencas de sus ojos, tan azules como el inmenso mar que tenía delante, un par de ojeras adornaban su semblante.
El joven —de piel quemada por el sol— llevaba horas trabajando en dar forma a una pobre barcaza. Su ropa andrajosa y vieja hacía juego con una barba tupida y desordenada —igual que su cabello—, parecía que llevara un mapache rubio en la cara, iluminado por el atardecer que se apreciaba en el horizonte.
Una sombra pasó, veloz como un parpadeo, sobre la arena en la que trabajaba. La oscura mancha se perdió de vista entre la vegetación que colindaba con la playa, seguida del estruendo de algo grande chocando contra el suelo. Varios troncos crujieron al frenar su caída, partiéndose con la fuerza de impacto, pero el joven ni siquiera se inmutó ante el suceso. Era algo normal. Resopló cansinamente, levantando uno de sus mechones frontales con el aire expulsado, y siguió trabajando.
—Otra vez... —dijo él en voz baja.
El sonido de grandes pasos acercándose entre la maleza hizo que el muchacho dejara lo que hacía. Puso la roca, clavos y madera en el suelo, y dirigió su mirada al origen. Una figura hacía sombra cerca de él. Ahí, a su lado, estaba de pie una criatura cubierta de escamas doradas que reflejaban una tonalidad azul a causa del sol. Hizo un sonido de descontento.
—¿Reclamas? Ya te he dicho que dejes de intentar. ¡Esta barca nos llevará!
El joven dio un leve tirón a una cuerda que colgaba cerca, perteneciente a una de las velas conformadas por la unión de algunas viejas sábanas y otras telas remendadas.
La criatura miró la barca con una expresión de incredulidad en su cara draconiana, dirigiéndola al joven y echando sus ojos viperinos hacia arriba mientras negaba con la cabeza. Se dio la vuelta y le dio la espalda. Él observó su reacción con el ceño fruncido. No estaba sorprendido, pero sí que le molestaba. El reptil gigante necesitaba cruzar el océano, pero no tenían ningún tipo de transporte para hacerlo. El muchacho rubio había dado todo de sí para conseguir los objetos necesarios para construirlo, pero a su acompañante no parecía importarle.
—¡Bah! ¡Haz lo que quieras! —dijo él, dando también la espalda, arrodillándose y volviendo a martillar—. Soy el único que se está esforzando. Día tras día, bajo el sol, comiendo asquerosos insectos, peces duros o cangrejos babosos, construyendo esta pequeña barca para que puedas llegar a donde quieres. ¡¿Y qué haces tú?! Te das festines de cosas que sabes que no puedo comer, andas dando tumbos por ahí, fingiendo que vuelas, y te das deliciosos baños de arena como si fueras una mascota cualquiera. ¡Deberías poner más de tu parte!
El joven le reprochaba, pero el reptil no prestaba atención. Era grande, pero de aspecto ágil. Al estar de pie superaba al joven por poco menos de un metro en altura. No cabía duda de que era un híbrido, aunque debía ser de una especie singular, como ningún otro.
Era una hembra. Caminaba sobre sus dos patas traseras, erguida y altiva, sin dejar en el olvido las delanteras cuando necesitaba rapidez. En su lomo, dos alas membranosas de aspecto frágil se extendían con dificultad mientras se sacudía las astillas y restos de árboles que habían quedado tras la caída. Al concluir su limpieza fijó su vista delante, se puso a cuatro patas, extendió sus alas con firmeza y comenzó a correr, adquiriendo una gran velocidad en pocos segundos.
—Claro, claro, ahí vas de nuevo. Ignórame, no pasa nada. ¡Suerte con la caída!
El joven refunfuñaba mientras seguía con su trabajo de varias semanas. La madera y los clavos los había conseguido de viejas embarcaciones encalladas o destruidas en las playas cercanas. Hacía años que no tenía contacto con otra persona y no pensaba romper el encanto que eso conllevaba. Su amiga escamosa era lo único que necesitaba, aunque, de todas formas, no es que tuviese a nadie más. Familia, amigos... habían quedado atrás. Ahora todo eso daba igual, nada que en este horrible mundo parecía importar.
A ella no le gustaban los humanos y, con el tiempo, él había adquirido un poco de esa aversión. Después de todo lo que pasó, prefería la soledad. No necesitaba a nadie más, a nadie que no fuera ella. Su amiga estaba segura del rumbo que quería seguir, y él estaba dispuesto a ir, acompañarla en ese viaje.
—Iguanas... Las crías, se convierten en tus mejores amigas, y luego te dejan construyendo barcas a la mitad de la nada mientras se divierten por ahí. ¡Buff! —Una repentina ráfaga de viento, generada por la criatura que pasó planeando a pocos centímetros de su cabeza, hizo que el joven pegara un salto hasta caer de sentón. Miró furioso hacia la dragona que se alejaba, luchando por mantener el vuelo—. ¡Eey! ¡Cuida lo que haces! ¡Casi destruyes mi obra de arte!
El joven agitaba el puño con furia, pero su enojo se convertía en sorpresa, dejándolo boquiabierto al darse cuenta de que la criatura seguía en el aire, tambaleándose y desequilibrada, pero sin tocar el suelo.
Todavía con la boca abierta, se levantó y comenzó a correr hacia el reptil alado.
—No puedo creerlo... de verdad lo estás... —Levantó sus manos y comenzó a gritar, dando saltos de alegría, siguiendo la trayectoria de su amiga—. ¡Sigue así! ¡Agita esas alas! ¡Puedes hacerlo!
La alegría le invadía al observarla planear. Llevaba intentándolo desde que era más pequeña, pero sus alas aún no se terminaban de desarrollar bien. Él hizo lo que pudo en su momento, para tratar de ayudarla, pero había sido sino hasta hoy que finalmente lograba su cometido. Con el paso de los años había olvidado la euforia de querer verla volar, algo que se veía cada vez más lejano por su constante incremento de tamaño.
—¡Eso es! ¡Lo tienes! ¡Sigue el viento! ¡Sígueelo!
La criatura se veía temerosa, asustada de su propio logro, tratando de mantener la firmeza en sus alas sin titubear. Luchaba para seguir los ligeros cambios de dirección del viento, adaptando sus membranas y patas para usarlas como alerones. La cola, que antes parecía inútil, ahora le servía como su timón.
Al escuchar la voz del joven, la dragona se sintió plena y completa. Tal vez fueran las palabras de apoyo, o el verdadero deseo de surcar los cielos, pero con el ánimo renovado, sus alas se agitaron con fuerza y decisión. En su mirada se notaba una meta fija: las nubes. Levantó la cabeza, acomodó la cola, contrajo las patas y... se elevó. Había dejado de planear, se había impulsado hacia arriba con sus propias alas, subiendo y subiendo cada vez más.
—¡Sí! —gritó el joven, dando un salto y agitando el puño en el aire—. ¡Así se hace! ¡Woohoo!
Los gritos de júbilo alcanzaron el cielo, transmitiendo su emoción al reptil que ahora volaba alto. Una sonrisa de dragón se dibujó en su rostro, dejando a la vista unos delgados y puntiagudos colmillos. Sin embargo, repentinamente, la emoción de su propia victoria la cegó por completo y sus alas fallaron. Asustada, comenzó a retorcerse en el aire, tratando de recuperar la posición, pero no lo lograba. Estaba cayendo y su velocidad aumentaba. El viento silbaba y la aturdía. El miedo se había apoderado de ella.
Un sonido de chapuzón se escuchó, seguido del silencio dejado por el mar en calma. El joven había dejado de gritar con euforia y ahora se marcaba la preocupación en su rostro. Su amiga había caído, dejando unas cuantas burbujas brotando del agua. Sin embargo, a los pocos segundos se escuchó un chapoteo. Una cabeza con forma de lagarto salió.
El joven sonrió aliviado y corrió para lanzarse al agua, nadando a buena velocidad hasta donde estaba la criatura.
—¡Lo hiciste, pequeña bribona! ¡De verdad lo hiciste! —dijo en cuanto se encontró con la hembra híbrida, flotando en el mar. Se colgó de su cabeza escamosa y la abrazó con alegría. La dragona solo bufó, molesta por sentir que se ahogaba con el abrazo—. Vamos, tenemos que festejarlo. ¿Ración doble de pescado esta noche?
El reptil miró al joven con su ceño escamoso fruncido.
—Vale, vale, lo pescaré yo. Pero no te quejes si es una ración pequeña, yo no tengo garras tan rápidas como las tuyas, ¿comprendes?
Ella puso los ojos en blanco, pero luego miró al joven, acercó su cabeza hacia él, y con el equivalente a su mejilla, se frotó contra su cabello mojado.
—Jajaja. Basta, basta. Vamos, volvamos a tierra, comienzo a cansarme de patalear.
Su amiga asintió y dejó que se sostuviera de su cuello mientras ella se impulsaba con sus grandes alas hacia la orilla. Al reptil se le facilitaba nadar, pero el aire aun le costaba dominarlo.
Cuando tocaron tierra, el joven se quitó camisa y pantalón para a exprimirlos. La dragona simplemente extendió sus alas como un gran buitre que se seca al sol.
—Vamos, encendamos una hoguera —dijo el joven—. Así nunca nos secaremos.
La hembra observó al joven echar a andar, sonriente, hacia su piltrafa de barca. Estaba bastante delgado, la dieta que llevaba no era demasiado buena, pero la soportaba con tal de estar a su lado. Ella sentía lo mismo por él, lo cuidaba, lo protegía y deseaba su bienestar. Verlo en ese estado le producía gran tristeza.
Lo seguía, andando detrás de él, pensando en que tal vez no había sido demasiado justa en los últimos meses. Eran amigos después de todo, no podían evitar tener malos ratos.
—¿Me regalas un poco de fuego? —dijo el joven, señalando un cúmulo de madera carbonizada. La dragona abrió sus fauces, tosió un poco y, luego de escupir algo de agua, lanzó una pequeña chispa que encendió el fuego—. Gracias. Eres un encanto cuando te lo propones.
Ella hizo un gesto de enfado, pero luego sonrió. Él hizo lo mismo. La victoria de conseguir algo que llevaban intentando años, había recordado a ambos lo que de verdad importaba en la vida. Ganar no era lo importante, tampoco tener razón o sentir que uno es más grande que otro. Los amigos se apoyan en los malos y buenos momentos, aunque a veces sea difícil tratar el uno con el otro.
—Fue sorprendente, ¿sabes? Primero escuché el viento y creí que habías caído, pero cuando te vi planeando, fue como cuando extendiste tus alas por primera vez. Te veías tan feliz. —El joven suspiró—. Discúlpame por todo. No debí dejarte sola. Yo... Nunca dejé de creer en ti, pero pensaba que necesitabas más tiempo para desarrollarte, ya sabes, han sido solo ocho años.
Dos ojos grandes, redondeados, como los de un gato que mira en la oscuridad, lo observaban. Se veían cristalinos, puros, llenos de vida.
Con un movimiento suave y sutil, ella se acercó hasta estar detrás del joven. Se echó al suelo, acurrucándose, con su largo cuello envolviéndolo. Un leve ronroneo se escuchó desde dentro de su garganta.
—Oye. Hace mucho que no hacías eso —dijo él, posando sus manos sobre las escamas doradas y acariciando el cuello de la hembra—. Yo también te quiero.
Ambos se quedaron observando el fuego en esa posición durante un buen rato, hasta que el joven volvió a romper el silencio.
—Debes seguir practicando. ¡Mañana mismo continuaremos! ¡Te ayudaré! Y cuando puedas hacerlo cruzaremos el mar. Encontraremos ese lugar que tanto has soñado y sabremos por qué sientes ese extraño vacío. Cada vez estamos más cerca, pequeña.
Ella respondió con ligeros gruñidos, que él comprendía a la perfección.
—No tienes que agradecerme nada. Estamos aquí juntos. Terminaré mi barca y tú me llevarás a través del mar. ¿Te gusta la idea? —Otro gruñido respondió a las palabras—. ¿Qué por qué no te llevo yo a ti? ¡Ja! Espero que estés bromeando.
Ambos rieron a coro mientras el fuego ardía y la noche caía. Habían pasado por muchas cosas, pero su aventura apenas comenzaba.
Desde hace tiempo, desde El llamado, la necesidad de alejarse de los humanos, esconderse y unirse a otros de su especie, se había intensificado. Pero no pensaba acudir, jamás lo haría. Había tomado su decisión hace mucho tiempo: permanecer en compañía de su humano, los dos juntos, ambos dejando atrás a los de su propia especie para seguir unidos.
Bertha y Finn. Una fuerte convicción y una meta los unía. Ella quería llegar más allá del mar, encontrarlo, alcanzarlo. No sabía exactamente que era, o que había ahí, pero algo en su interior la llamaba. Más allá del mar, en Arquedeus.
Ninguno sabía lo que podían encontrar o a qué peligros se enfrentarían, pero estaban dispuestos a seguir adelante. No se abandonarían y, encontrasen lo que encontrasen, su amistad siempre estaría por sobre todas las cosas.
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