Capítulo 13: Noir (III-III)

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Una vez más Jack se encontraba llamando a una puerta desconocida. Una dirección perteneciente a las afueras de Noir, un destino, es lo único que tenía. Disparos lejanos se escuchaban, la barricada que retenía a los híbridos no debía estar muy lejos. El aire olía a eolín, residuo dejado por las armas de la Guardia de Galus. De verdad estaba pasando, a donde quiera que fueran parecía una zona de guerra.

Cualquier construcción cercana a la barricada estaba sumamente deteriorada, parecía imposible que alguien habitara las cercanías, las calles estaban en muy mal estado. La casa que tenía delante no había sido la excepción. La mitad de ella se encontraba quemada, pero la otra mitad resistía estoicamente en pie. Los híbridos debieron haber hecho esto antes de que se formara la línea de defensa. Un pico repentino del cual pocos habían logrado escapar. En Neos había sido igual, la única diferencia había sido el Gigante Rojo. Lo que su presencia transmitía era de verdad indescriptible.

—¿Crees que quede alguien con vida? —preguntó Gianna. Llevaba a Kail de la mano.

Annie, su desinteresada benefactora, les había otorgado ropas nuevas que ahora vestían. A Kail, una chaqueta nueva; a Gianna, una vieja gabardina negra; y a Jack, una manta que había adaptado para llevar como capa.

Tras la pregunta de Gianna, Jack se encogió de hombros.

—No perdemos nada intentando, de cualquier forma, nos quedaba de paso —respondió. Y llamó a la puerta.

Al principio no hubo respuesta, pero antes de que lo hiciera por segunda vez, una voz se escuchó desde el interior.

—Adelante, está abierto —habló en alemán. Parecía ser alguien de edad avanzada.

Gianna y Kail se sorprendieron por escuchar respuesta. Jack se extrañó ante la declaración, pues la puerta no tenía ninguna perilla, lector magnético o cualquier otro tipo de manija para abrir. Al no encontrar cerradura, puso su mano sobre la madera y empujó suavemente. La puerta se movió con facilidad hacia el interior. Tal y como decía, estaba abierta. Una puerta abierta, sin cerrojo, cerca de la brecha de defensa y en tiempos de cerrar hogares a cal y canto. «Curioso», pensó Jack.

Primero entró él, seguido de Gianna y Kail, quien unió su mano libre a la de su padre. Entraron despacio, a una casa de aspecto viejo. Al frente había un angosto pasillo con varias entradas. Luz emanaba de la última.

—Por aquí.

Jack miró a Gianna y ella le devolvió una mirada de asentimiento. Ambos avanzaron hacia el fondo del pasillo llevando a Kail de las manos. La situación parecía un poco sospechosa, pero, ¿para qué Annie se habría tomado tantas molestias en salvarlos para después dañarlos? No tenía sentido dudar de ella.

En lo que quedaba de la vivienda, se notaba que pertenecía a un hombre del mar. Con viejos restos de insignias de la guardia, maquetas despedazadas —completamente dispersadas—, fotografías de cruceros y submarinos con los marcos rotos. Un escenario triste, encontrando escombros a uno de cada dos pasos, paredes caídas en las habitaciones y vigas de madera atravesadas por el techo derrumbado. En lo que quedaba de estanterías, aún había fotografías de reconocimientos empolvadas, libros por aquí y por allá, incluso ropa y utensilios de comida. El único olor que se apreciaba era el de la madera quemada, vestigios del ataque de los reptiles.

Kail observaba sus alrededores con más curiosidad que lástima, al contrario que Jack y Gianna, que lo hacían como si observaran la historia de este lugar.

Al llegar a la última habitación, se encontraron con un hombre sentado frente a un escritorio. La luz de una lámpara iluminaba unas cuantas hojas de papel. Detrás suyo había una cama llena de libros, delineando el espacio en el que seguro dormía. El lugar no tenía ventanas, estaba oscuro. Aquí, era en donde se concentraban la mayor parte de objetos funcionales de la casa. Al notar esto, Jack dedujo que el hombre pasaba todo el día encerrado ahí mismo.

—Mi hija os envía, ¿cierto? —preguntó, ajustando un poco sus anteojos al verlos.

Jack frunció el ceño. Gianna y Kail no comprendían al hombre de edad avanzada, pero su tono y la mirada que había clavado en sus ropas transmitía curiosidad.

Eso es —respondió Jack, cauteloso—. ¿Cómo lo sabe?

El hombre echó la cabeza atrás, abriendo la boca en señal de reconocimiento. Luego se dejó ir contra el respaldo de su asiento y señaló la ropa que llevaban.

—Yo le compré esa capa a Annie, hace muchos años. Y esa manta... ah, era mi favorita.

Jack se sintió avergonzado al escuchar las palabras del hombre y, sin pensarlo dos veces, se despojó de su improvisada capa de viaje para entregársela. Gianna y Kail lo miraron confundidos, pero el hombre lo detuvo antes de que continuara.

—No, no, no... ¿qué está haciendo? Annie se lo dio, significa que ahora es suya.

Jack miró al hombre, conectando la mirada por un breve momento. En sus ojos se veía el dolor y la tristeza, pero la certeza de que no aceptaría un «no» como respuesta. Lo que percibía no parecía deberse al hecho de que llevaran las cosas de Annie, sino por otra razón.

¿Cómo sabe que no la he robado? —preguntó Jack.

El hombre rio.

¿Robarle a Annie?¡Ja! Estarían manchadas de sangre. Además... ¿Por qué robaríais esos trapos viejos?

Jack sonrió ante la declaración, el hombre conocía bien a su hija.

—Tiene una buena hija —respondió, dirigiéndole una sonrisa.

Su interlocutor devolvió la sonrisa a través de su barba, por lo menos, el doble de tupida que la de Jack. Lento, pero seguro, se levantó de la silla y extendió una mano hacia de forma educada.

—Mi nombre es Richard, sólo Richard.

Estrechó la mano de Jack, haciendo lo mismo con la de Gianna y Kail, quienes sonrieron al sentir el tacto de su piel. Su nombre, ambos habían comprendido.

—Jack.

—Gianna.

—Kail.

Cada uno se presentó al estrechar manos. Ya no tenía más sentido ocultar sus nombres reales.

—No sé qué podáis querer con este viejo, pero me temo que no voy a seros de mucha ayuda. No me queda nada —dijo él, antes de que nadie pudiera explicar la razón de su visita.

Jack sonrió.

Tranquilo, Richard. No esperábamos encontrarte de todas formas. ¿Por qué no estás con Annie? —dijo Jack. Había cumplido con la petición de Annie, pero no podía simplemente irse.

—Es curioso que lo digas —dijo Richard—. Annie no hablaba conmigo desde hace ya muchos años.

Jack frunció el entrecejo.

—¿Por qué harías algo así? Quiero decir, vivís cerca.

Al ver que la conversación se alargaba, Kail comenzó a curiosear por el lugar, yendo directo a los libros que estaban sobre la cama.

—No... Kail —dijo Gianna en voz baja, pero siguió al niño hasta que ella también fue atrapada por la curiosidad.

El hombre suspiró, dirigiéndole una sonrisa a Gianna, junto con un gesto de mano permisivo, ante la clara mirada que decía «lo siento» al tomar algunos de los libros que para hojearlos con Kail.

—Una corta distancia no significa cercanía, Jack —dijo el hombre—. Fui descuidado con ella, me merezco su trato.

Jack guardó silencio por un momento antes de responder. Kail y Gianna comenzaban a cuchichear por lo bajo, comentando lo que lograban identificar de los libros alemanes.

—¿Temas difíciles? —preguntó Jack.

—No del todo —dijo Richard, acompañando su declaración con una negativa de cabeza—. Lo he terminado aceptando. Estas... cosas —señaló la parte chamuscada de la casa—, ayudan a la gente a poner en perspectiva su vida.

»Yo pasaba más tiempo en el mar que con mi familia. Ella necesitó un padre y no lo tuvo. Así que cuando volví, ya no estuvo para mí. —Suspiró—. Su madre murió mientras yo estaba lejos, jamás me lo perdonó.

Hubo otro breve silencio en el que los murmullos de Gianna y Kail se hicieron más claros, hablaban de algo sobre sumergibles, barcos y otras cosas. Jack echó la cabeza atrás, pensativo. Acto seguido, clavó sus ojos en los de Richard.

—La vida no siempre es como uno desearía que fuera —dijo Jack, en un intento por hacer sentir mejor al hombre.

—Eso ya quedó atrás —respondió Richard, haciendo un ademán con la mano—. Aprendí a vivir con la soledad que yo mismo me construí. Podrá ser mi pecado, pero también mi penitencia. Y ahora, con todas estas cosas, sé que el final está cerca.

—¿No temes tu final?

—¡Ja! ¿Temerle? Lo espero cada día. El día en que mi penitencia terminará.

El hombre rio con fuerza en una sola sílaba. Gianna y Kail pegaron un salto en su lugar, asustados por el ruido. Al notar que sólo era risa, Gianna puso los ojos en blanco, negó con la cabeza para sí misma y siguió con lo suyo.

—Confío en que sabes lo que haces —dijo él, con una sutil mirada severa—. Pero si me permites opinar. Diría que esa penitencia podría terminar el día en que decidas perdonarte a ti mismo. Tal vez tu hija esté esperando ese momento.

»Si de verdad piensas que el final solucionará las cosas. Que dejando la puerta abierta para que entren los extraños, o centrando tu vida en el pasado te liberará. Debo decir que te equivocas.

El hombre abrió la boca para replicar, pero Jack no lo dejó.

—Tranquilo —dijo—. Sólo doy mi humilde opinión. Podría ser yo el que está equivocado. O tu hija, que quizá desearía tener a su padre cerca en un momento así. Tal vez se aleja, temiendo encontrarse con un hombre que no le importa vivir.

»¿Ves a este pequeño? —Jack apuntó discretamente con su cabeza hacia Kail. El hombre lo miró, pero Kail no lo notó—. Él es mi hijo. Su madre murió mientras él lloraba en mis brazos. Él no tuvo la oportunidad... Annie la tiene. No se la arrebates.

El hombre se quedó observando a Jack con fijeza por un momento. Su mirada pasó por Kail, luego por Gianna y terminó en el suelo. Dejó ir una risa suave.

—Quién diría que hay alguien que todavía se interesa por estas cosas.

Cerró sus ojos por un momento, inhaló profundo, después los abrió y se dirigió a una estantería cercana. Rebuscó entre libros hasta que encontró algunos viejos papeles amarillentos.

—Annie sigue teniendo ese buen ojo para las personas.

El hombre volvió a su silla y se sentó. Extendió los papeles y se los entregó a Jack.

Jack los recibió con curiosidad y los revisó. Eran instrucciones, dibujos e indicaciones de todo tipo, bastante bien detallados. Jack levantó la mirada, extrañado, para mirar a Richard, quien sonreía con una mezcla de melancolía y alegría.

—Esta es la razón, la causa. El sueño de mi juventud que no pude cumplir. Esos papeles, junto con los libros que está hojeando tu compañera, tienen mi legado.

Jack miró a Richard, un poco confuso.

—Un... ¿Un submarino?

—Stahl Teufel —dijo él con entusiasmo—. Ligero, resistente y rápido. Nadie nunca había ideado algo así. Pequeño, pero infalible.

Stahl Teufel, «Demonio de Acero». Jack sonrió mientras revisaba las hojas, pasando los modelos y las instrucciones.

No parece una fantasía —dijo él—. Esto está escrito como si hubiera sido construido.

—Y es que existe —dijo el hombre—. Lo construí en el 84 para los rusos, pero nunca lo pude ver en movimiento. Pensaban utilizarlo para espionaje, contra nuestra nación, pero el Concejo Supremo lo vio venir.

»Aaah, ese fue... el inicio de mi desgracia. Apenas pude escapar. Estuve fuera mucho tiempo, en un astillero de Siberia, armando esa joya. Cuando volví, Eika, madre de Annie... Ya sabes lo que pasó después. Su muerte me devastó, no pude estar en sus últimos momentos. Desaparecí por algunos años y para cuando traté de volver a vivir mi vida, ya era tarde. Mi hija no quería verme, todo era un desastre.

Jack guardó un silencio solemne para permitir que Richard se tranquilizara. Cuando lo creyó prudente, habló.

—Lo siento.

Él asintió a manera de agradecimiento.

—Yo... Yo no era un traidor, ¿sabes? Solo quería expandir mis horizontes, romper mis límites.

Jack sonrió.

—Entiendo lo que es eso. No tienes que darme explicaciones. Hay veces en que el hambre de saber va más allá de un bando u otro.

El hombre suspiró.

—Esos planos son un tesoro para mí, pero... te voy a pedir por favor que te los lleves. Aléjalos de mí, quémalos, haz con ellos lo que quieras.

Jack miró a Richard con curiosidad.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó.

El hombre asintió con la cabeza; luego la echó hacia atrás, recordando.

—El Concejo Supremo desmanteló la organización sin saber que logré construir el Stahl Teufel. Viví años pensando en cómo regresar a Siberia, a buscarlo, a continuar con él... —Richard sonrió con tristeza—. Una vida desperdiciada.

—En Siberia, ¿eh? —preguntó Jack con calma. Mientras observaba los papeles que tenía entre manos.

El hombre asintió.

—Es hora de hacer lo correcto. Tengo una hija con la que debo pasar lo que me quede de tiempo. Tal vez no vaya a ser mucho, pero...

Al escuchar lo último, Jack sintió que su visita a Noir había valido la pena. Sonrió y ofreció su mano a Richard para estrecharla. Jamás podría pagar lo que Annie había hecho por él, por Gianna y por Kail, pero haber hecho esto... era mejor que nada.

Hizo una señal de que era hora de irse. Gianna estuvo a punto de dejar los libros que estaba viendo, pero Richard le hizo una señal para que los llevara con ella. La muchacha le dirigió una cálida sonrisa y se acomodó tres libros de tamaño medio bajo el brazo. Kail hizo lo mismo con uno. El ejemplar que el pequeño se llevaba era un simple libro de historias de fantasía, con dibujos de dragones en su interior, historias de vikingos.

—No dejes que el pasado te atormente, Richard —dijo Jack—. Si algo sé de ello, es que te puede arrastrar a una soledad absoluta.

Richard se levantó de su silla, sin decir nada, y acompañó a sus invitados fuera de casa. Los despidió con la mano mientras se alejaban. Mirándolos, una lagrima rodó por su mejilla, el hombre separó un poco sus labios y dejó que sus palabras volaran al viento, sin que nadie pudiera escucharlas.

—Jack... Gracias.

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