Capítulo 12: En las Escamas (III-III)
Pista de audio: Sakkaku - Bleach.
Nota 2: Este capítulo tiene una estructura especial en la que se apreciará el cambio entre dos perspectivas, (será muy sencillo de identificar a través de los separadores).
La visión de Jack estaba borrosa. Había polvo y rocas pequeñas todavía cayendo. Escuchó toses pertenecientes a Gianna, a su lado, y sintió a Kail en sus brazos. La luz apenas alcanzaba a iluminar los oscuros recovecos que habían quedado tras la lluvia de escombros. Por pura suerte habían alcanzado cobertura del fuego.
Despacio, Jack se acercó a una de las fuentes de luz. Una abertura a un costado del marco de la puerta. El derrumbe de Laboratorios Zavtra se unía al resto de edificios que ardían en llamas, o a las columnas de humo que se levantaban por toda la ciudad. El sonido de sirenas, disparos y lenguas de fuego, se sumaba a coro a los bufidos, rugidos y gruñidos de los cientos de reptiles que invadían Neos.
«Creo que he fallado el cálculo».
La voz del dragón llegó a la cabeza de Jack, como un eco, retadora, vulgar, despiadada. Lo sabía, no podía verlo si no usaba su poder, no podía estar consciente de su presencia sólo con sus ojos u oídos. Mientras estuviera oculto, no lo encontraría. O eso pensaba, cuando el infierno volvió a comenzar.
El dragón emitió un sonido que sirvió de orden para las criaturas que se movían por suelo. En respuesta, los híbridos se movilizaron y corrieron hacia las ruinas del edificio mientras su creador observaba atento, desde la altura que su cuerpo le confería.
Jack maldijo la situación para sí mismo y nuevamente empujó a una confundida Gianna y a un asustado Kail para perderse entre la oscuridad, justo en el momento en que una horda de criaturas invadía lo poco que quedaba de Laboratorios Zavtra.
—¡Jack, vamos a morir! —decía Gianna, asustada.
Le hubiese gustado decir algo para tranquilizarla, pero él pensaba lo mismo. Así que sólo corrió. Levantó a Kail en sus brazos, empujó a Gianna hacia el frente y corrió.
Esta situación lo había tomado completamente por sorpresa. Justo cuando creía que su vida había vuelto a la normalidad, cuando pensaba que el mundo volvía a sonreír para él, cuando la felicidad por fin llamaba a la puerta de su casa, tenía que estar pasando esto. En el rostro de Jack, había lágrimas sepultadas por el polvo y la oscuridad. Lágrimas que ni Kail ni Gianna podían ver. La realidad, el horror... volvían a superarle.
Se abrían paso entre un laboratorio en ruinas con cientos de criaturas siguiendo su rastro. Cada vez había menos lugares en los que ocultarse. No había salida. No había escapatoria. Eran como ratones corriendo en un laberinto cerrado, con el gato adentro, pisándoles los talones. Este pensamiento llegó a la cabeza de Jack, acompañado de un sonido que tuvo el efecto necesario para que tomara consciencia de lo que estaba haciendo: un sollozo de Kail.
El corazón del hombre que llevaba a su hijo de siete años en brazos se encogió al escucharlo y sentir las lágrimas humedeciendo su hombro. Hacía años que Kail no lloraba. De hecho, habían sido escazas las ocasiones en las que había derramado lágrimas desde que tuvo la capacidad de hablar. ¿Por qué seguía huyendo? ¿Por qué, si había pasado años ejercitándose, estudiando e investigando para un momento como este, por qué se dejaba vencer por el miedo?
Una serie de recuerdos invadieron su mente. «Te Amo. Cuida de Kail. Sois los más fuertes». Las palabras llegaron como un disparo fugaz, aderezadas con una visión casi instantánea. Una cabellera roja se perdió de vista, frente a él, entre la oscuridad.
Jack paró en seco y frotó sus ojos con la mano libre que tenía. El repentino silencio, dejado por la ausencia de sus pasos, permitió que el eco de las criaturas invasoras resonase por el lugar. Eran como una plaga, una plaga buscando alimento.
Gianna también paró al darse cuenta de lo que sucedía, girando su vista hacia atrás.
—¡¿Qué... qué estás haciendo Jack?! —Habló en voz baja, desesperada—. ¡Tenemos que encontrar una salida!
—Lina... —murmuró Jack, en voz tan baja que sólo él pudo escuchar.
Fijó su vista en el rostro de Gianna, iluminado por la poca luz que había. Gianna estaba sucia, con la cara llena de sal, igual que él. Kail se mordió los labios con el repentino silencio, tratando de no hacer ruido, pero sus espasmos por contener el llanto seguían estrujando el corazón de su padre como un papel ardiendo en invisibles llamas. Llamas, fuego, cabello rojo, esas palabras... Jack recordaba el valor que Lina tuvo para proteger a su hijo hasta el final. Y ahora tenía que corresponder, tendría que hacerlo también.
—Gianna, coge a Kail —dijo Jack, entregando el niño a la joven.
Kail estaba rígido, tanto, que incluso costó trabajo separarlo de su padre. Se prensó de inmediato a ella, sin querer levantar su mirada, encaramándose como un simio al cuello de su madre.
—Quedaos cerca —dijo Jack, con un tono serio en su voz.
Gianna tenía el terror reflejado en su rostro, pero no rechistó, se acercó. Él se giró y le dio la espalda.
Escombros, era lo único que observaba. Destrucción y caos, una delicia para su mirada. El daño que los humanos habían hecho a su mundo pronto sería reparado.
«¿Dónde estás Rahkan Vuhl? —pensaba el dragón, mientras buscaba cualquier indicio de movimiento, o incluso el uso de almigia».
Sus zneis estaban tardando. No quedaba prácticamente ningún lugar en el cual pudiera esconderse, entonces ¿por qué...?
El sonido de una onda expansiva, acompañado de aquella sensación de las cuerdas de la realidad vibrando, hicieron que naciera una sonrisa en su rostro.
«Ahí estás», se dijo a sí mismo.
La bata de laboratorio del científico comenzó a ondear, primero leve, pero cada vez más de prisa. Jack sintió como los vellos de sus brazos, espalda y nuca se erizaban, despacio, de abajo hacia arriba. Cerró sus ojos y apretó ambos puños con fuerza, perforando la piel de la palma de sus manos con sus propias uñas. Sintió la sangre emanando entre sus dedos, tibia, lenta, fluyendo hasta dejar caer pequeñas gotas al suelo. El viento empezó a arremolinarse a su alrededor.
Gianna sintió miedo, nunca había visto que Jack actuara así, pero se mantuvo firme. La joven cerró sus ojos y abrazó con fuerza a Kail, apretándolo contra su hombro.
De pronto, con un flashazo y un chispazo sonoro, todo se iluminó de un verde intenso. Una ráfaga de viento se extendió como una onda expansiva que arrojó escombros a la distancia, lanzados como metralla. Llamas verdes, las culpables del destello, recorrieron todos los rincones como serpientes furiosas abriéndose camino entre la destrucción, consumiendo todo lo que tocaban, ardiendo con intensidad en un fuego que no se apagaba.
Jack estaba de pie, con una mano extendida al frente y la otra sosteniendo una larga tubería de cobre, manchada de sangre. Sus ojos se habían tornado de color blanco. Su cabello, igual que su bata, aún se agitaba con el viento. Sus venas se marcaban a través de su piel. Respiraba tranquilo, lento, pausado. No parecía ser la misma persona benevolente de siempre. Impactaba.
El fuego verde seguía ardiendo a su alrededor. Ni siquiera recordaba cómo había atraído el objeto hasta su mano. El cobre de la tubería, combinado con el salitre que se acumulaba en esta, se desintegraba. Cobre, sodio y nitratos. Había pensado la reacción de manera casi intuitiva, para dar vida a las llamas que ahora giraban a su alrededor, produciendo un sonido envolvente.
Kail y Gianna se encontraban en el ojo del huracán, estupefactos, observando el devastador poder de un Rahkan Vuhl.
Un círculo limpio bien marcado entre las ruinas del edificio, al aire libre, y una decena de híbridos retorciéndose por las llamas, es lo que había quedado como resultado de la furia de Jack. Sin más opción que mostrarse, sin ningún lugar en dónde ocultarse; ahí, a la mitad de la destrucción, el último Rahkan Vuhl yacía de pie. Llamas verdes giraban a su alrededor y su mirada estaba clavada en el gran dragón rojo que observaba la escena con incredulidad.
La sonrisa del dragón desapareció al instante al ver a un puñado de sus hijos retorciéndose entre llamas verdes. Su furia estalló.
«Alejaos —dijo, apoyando su orden con un rugido».
Los híbridos restantes comenzaron a huir, mientras el dragón se acercaba al punto del estallido. Ahí, en el foco de todo, había un hombre de pie, el Rahkan Vuhl. ¡¿Pero cómo osaba hacerlo?! Al final era igual que al resto. Profanaba la almigia y se regocijaba de ello.
El dragón preparó una llamarada para el humano que osaba retarlo. El fuego comenzó a iluminarse en el interior de sus fauces, sin embargo...
El dragón rojo emitió un poderoso rugido y una gigantesca bola de fuego empezó a acumularse dentro de sus fauces. Jack realizó un giro con su mano, guiando al viento, extendiéndola y apuntando al dragón. Hubo un breve momento en el que no pareció ocurrir nada, sin embargo, de pronto, las llamas verdes que revoloteaban a su alrededor se apagaron. El mismo efecto se fue extendiendo desde su posición hasta la del dragón y, en pocos segundos, la bola de fuego que se formaba en la boca del gigante, desapareció.
El dragón, furioso, le dirigió una mirada asesina y extendió sus enormes alas, golpeando dos edificios, derrumbándolos como si fueran nada. Pero el rostro de Jack aún seguía serio. Sabía que absorber el oxígeno alrededor del dragón, no volvería a funcionar. Una mirada entre ambos se cruzó durante un breve instante que, para ellos, parecieron siglos.
La mirada de la bestia ya no era la misma de siempre, había cambiado. Ahora no parecía el lobo que mira a la oveja. Esta vez, en su mirada, Jack podía captarlo mismo que había en la suya: miedo.
Anonadado, el dragón trató de volver a crear fuego, pero no lo logró. Al analizar sus alrededores comprendió el porqué. No había aire.
Su corazón dio un vuelco. ¿Cómo? Miró al minúsculo punto brillante en el suelo. Alguien de ese tamaño jamás podría realizar una acción así. Ni siquiera él, siendo un dragón... no tenía idea de cómo hacer algo así. En toda su vida no había visto que un Rahkan Vuhl pudiese hacer algo así.
Por un breve segundo, su mirada se entrelazó con la del hombre de las llamas verdes. La mantuvo por poco tiempo, aceptándolo como su rival. Acto seguido agitó sus alas, alejando la atmósfera pobre que el humano había generado a su alrededor, atrayendo más aire hacia él para permitir la combustión.
Una segunda llamarada fue lanzada. Esta vez seguro impactaría en su objetivo.
Con un rápido y poderoso movimiento, el dragón batió sus alas produciendo una ráfaga de viento, tan fuerte, que obligó a Jack a desviar toda su energía a sus músculos para evitar que lo moviera y así proteger, con su propio cuerpo, a Kail y a Gianna.
La ráfaga devolvió el oxígeno a las fauces del dragón, el cual no desaprovechó ni un segundo para cargar una bola de fuego que Jack no tuvo tiempo de extinguir. Exhaló con todas sus fuerzas, apuntando hacia lo que quedaba del edificio del fallecido Liam Bostroj. No era un ataque ordinario, las llamas calcinaron los pocos cimientos que aún quedaban, convirtiéndolos en lagunas de magma.
Jack observaba el infierno acercarse. Gianna abrazaba a Kail con fuerza. Un doloroso recuerdo renacía en la cabeza del Rahkan Vuhl. Su esposa e hijo, él de pie, frente a una llamarada igual que esta. No... esta vez era diferente.
Los puños de Jack se cerraron con fuerza, reabriendo las heridas que se había hecho hace apenas un momento. Sus ojos brillaron con la luz del fuego, el mismo ardor que sentía en su interior y que se encendía más mientras se acercaba. Una vez más, sintió que sus vellos se erizaban. «No te llevarás nuestras vidas», pensó.
Se veía tranquilo, pero en realidad, la furia, la desesperación y el amor por su familia lo encendían. Levantó una mano hacia el cielo, cerrándola en un puño, lento, muy lento. La manga de su bata cayó, dejando a la vista la piel de su brazo. Estaba reuniendo el hidrógeno y el oxígeno que el dragón le había regalado. Se concentraba tanto en hacerlo, que ni siquiera notó las escamas negras que comenzaban a recubrir su piel. Unas escamas pequeñas y brillantes.
¿Qué era esta sensación? ¿Miedo? El dragón no lo comprendía. No... era una estupidez. Tan sólo por haber reaccionado ante unos cuantos ataques no representaba un peligro real. Era un simple humano, después de todo. Un grano de arena comparado contra el inmenso mar de su poder.
Los gritos en la ciudad cada vez se hacían menos. Sus zneis habían dejado el campo libre y volvían a cazar presas móviles, lejos de ahí. El siguiente ataque sería diez veces más potente que el anterior. El Rahkan Vuhl no sabía contra qué se estaba enfrentando, esto no era el final, tan sólo era un calentamiento.
Y lanzó el potente fuego.
—¡¡Jack!!
El grito de Gianna fue el disparador, el fuego los cubrió por completo, su plan se desencadenó.
Concentrado en no sentir el dolor de sus huesos rompiéndose, facturó el concreto con un solo golpe. Quería hundirlo, reducir el nivel del suelo. Un cráter se expandió de forma circular con ellos en el centro, hundiéndose varios metros. En el momento en que el puño impactó en el suelo, un chorro de aire helado brotó de la zona de impacto, enfriándose al instante, endureciéndose en forma de una cúpula de hielo que resistió el envite de las llamas. El sonido del fuego y el hielo luchando sobre sus cabezas duró tan solo unos segundos, hasta que las llamas del dragón cesaron, dejando una nube de vapor que marcó el final de la peligrosa maniobra.
Jack estaba jadeando, Gianna aún temblaba sin saber qué hacer y Kail miraba impresionado a su padre. Había escuchado historias, pero verlo... era muy diferente. Estaban mojados por el agua residual. El dragón, observaba con furia a los sobrevivientes. Claramente le estaban causando problemas, pero, a pesar de eso, se lograba distinguir la confianza. Sabía que tenía las de ganar.
Resistencia. Eso era. Jack también se había dado cuenta de ello. No estaba acostumbrado a utilizar su poder. Su brazo colgaba, inútil, y poca fuerza le quedaba para sanarse a sí mismo. Estaba cansado, no sabía cómo continuar. Las cosas se veían mal, bastante mal.
Un rugido de dolor se escuchó en los cielos de la ciudad. Jack, Kail, Gianna... incluso el dragón, todos buscaron el origen de aquél sonido. Había sido como un gruñido, como una queja, coreada por explosiones. Sea lo que sea, estaba siendo acribillado por la Guardia de Neos.
El vapor se expandía sin permitir ver el resultado de su último ataque.
Ya estaba, ni siquiera sabía por qué se había preocupado. Ya no sentía al Rahkan Vuhl utilizando la almigia. Sólo un ataque más... para asegurarse.
Inhaló profundo, preparando el fuego que devoraría el último de sus problemas. Sin embargo, el sonido de un chillido draconiano hizo que casi se atragantara. Dirigió su vista al cielo. No podía creer lo que veía.
Levantó el vuelo, aterrado. A lo lejos, una silueta de figura draconiana, delgada y de aspecto frágil, volaba a su encuentro. Exhalando su fuego contra aquellos que osaban dañarla.
—¡Seivhra! Te dije que no vinieras. —Rugió el dragón en su propio idioma—. ¡Largo de aquí! Este no es lugar para ti.
La hembra ignoró las órdenes, tratando de huir de una lluvia de ataques humanos. Era mucho más pequeña que el dragón rojo, debía medir lo mismo que una de sus patas.
—¡Papá mira! —dijo Kail, señalando al cielo.
Jack y Gianna desviaron su mirada hacia el punto en que el niño señalaba. Ahí, a la distancia, se alcanzaba a ver una criatura volando con dificultad. Era verde, pequeña en comparación con el dragón rojo, pero mucho más grande que cualquier híbrido. En forma, era muy parecida al gigante. Detrás de su imperfecto vuelo, una serie de explosiones la seguían. Huía de los ataques humanos.
Al verla, el dragón reaccionó de inmediato, olvidándose de cualquier otra cosa. Extendió sus alas, las batió y despegó con fuerza del suelo, dirigiéndose al instante hacia donde estaba la segunda criatura.
—Se... se olvidó de nosotros —dijo Gianna, incrédula.
Jack se quedó estupefacto con la escena. Era verdad... ¿acaso esa criatura no era un híbrido convencional?
—No... no debemos desaprovechar esto —dijo él—. Vámonos de aquí, rápido.
El Rahkan Vuhl dejó que su cuerpo descansara. Cayó al suelo. No había más escamas negras en su piel, jamás las notó siquiera. Gianna se apresuró a levantarlo, Kail, hizo lo mismo. Con esfuerzo, entre los dos lograron apoyarlo sobre los hombros de Gianna y comenzaron a alejarse rápido.
Detrás de ellos, aún se veía a la gigantesca criatura roja, volando y lanzando fuego por la ciudad.
La hembra verde rugía con temor, sin comprender las palabras de su creador, o más aún, la situación en la que se encontraba. A lo lejos, el silbido de aquellas máquinas voladoras humanas ya se escuchaba.
«¡Largo de aquí, criatura tonta! ¡Aargh! No sé por qué hablo contigo».
El dragón batió sus alas con fuerza y lanzó otra llamarada que hizo estallar todo a su paso. Mantenerla con vida era lo más importante, considerando que sólo era capaz de crear una cada mil años, perderla sería un precio demasiado caro.
No había logrado comprobar la muerte del último Rahkan Vuhl, pero su encuentro fue suficiente para entenderlo. No estaba preparado, no tenía lo que se requería. Podría realizar hazañas increíbles, pero no tenía el mismo entrenamiento que los guerreros que enfrentó antaño. Si se iba de aquí con vida, sólo le esperaría angustia hasta el día de su muerte. Este mundo ya era suyo de nuevo.
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