Capítulo 1: El Collar de Oro
Se encontraba frente al portón de madera, pero ella no quería llamar. El sol ya se estaba ocultando y el frío de la noche empezaba a calar a través de las ligeras ropas que vestían. En sus brazos, Kail, su hijo, dormía tranquilamente; a su lado, una joven miraba la puerta con desdén.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Jack, poniendo su mano libre sobre el hombro de Gianna.
La joven lo miró y sonrió de forma sutil, tranquila.
—Es necesario —dijo ella. Respiró profundo y llamó a la puerta.
Pasaron unos segundos sin que nada ocurriera. Gianna volvió a golpear en la madera, más fuerte que la vez anterior. Esta vez unos pasos se escucharon bajando escaleras en el interior. La joven se puso nerviosa. Jack lo notó, y no la culpaba. Había tratado de convencerla de que había otras opciones, de que no tenía que hacerlo, pero ella había insistido. Estaba decidida, lo cual no evitaba que tuviese miedo. Después de todo, estaban tocando a la puerta... del asesino de su madre.
—Ya voy, ya voy. ¿Quién es? —dijo una voz ronca al otro lado de la puerta.
Gianna cerró sus ojos y tomó la mano de Jack, apretándola con fuerza. Él la sostuvo y no la soltó. Estaba sudando, de verdad tenía miedo.
—S-soy yo. Gianna —dijo ella, tratando de evitar que el temblor de su cuerpo se proyectase en sus palabras.
Hubo un breve silencio antes de que la puerta se abriera. Jack no sabía si, el hombre que estaba dentro, estuviese observando a través de la mirilla de la puerta, dudando en si abrir o no. Realmente no sabía nada, además de lo que Gianna había contado. Sabía que era un hombre peligroso, y estaba dispuesto a actuar en consecuencia. No hubiese aceptado venir aquí de no ser por el valor de la joven para proponerlo. Por supuesto, tampoco es que tuvieran muchas opciones.
El apretón en su mano se intensificó cuando la puerta se abrió. Gianna pasó saliva, y respiró hondo. Un hombre que rondaba los cuarenta apareció tras el umbral. Vestía un pantalón sucio y una chaqueta de lana vieja. Su cabello era largo y alborotado, como si recién se estuviese levantando... a las ocho de la noche. Su barba estaba sucia y larga. Apestaba a alcohol. Tenía toda la pinta de un vagabundo.
—Niña... ¿Qué te trae por aquí? Aaah... —dijo el hombre, llevándose una mano a la cabeza, como si el hecho de hablar le causara dolor—. Debe..., debe ser por eso. Lo del volcán. ¿No es así?
Gianna torció sus facciones al verlo; fruncía el ceño, apretaba los labios, se notaba que no quería hablar con él. Pero lo hacía por Jack, por Kail, por ella.
—S-sí. Es por eso —dijo la chica, aun sin soltar la mano de Jack. Hecho que el hombre notó al instante—. No quiero molestar, sólo he venido por algo.
El individuo desaliñado hizo los ojos pequeños ante la declaración, clavando su mirada en Gianna, luego en Jack, pasando por sus manos entrelazadas y, finalmente, terminando en el bebé. Jack no pudo evitar lanzar una mirada severa. Le daba asco, pero tenía que contenerse.
—¿Y quién es este? —dijo el hombre, dando un paso fuera de la casa. Jack, por instinto, hizo que Gianna retrocediera con un ligero apretón de mano. El sujeto frunció el ceño ante la acción, pero no avanzó más, se dio cuenta de que no iba a dejarlo tocar a la joven.
—Es... un amigo —respondió Gianna, mirando a Jack con una media sonrisa.
El hombre miró con recelo a Jack, de arriba a abajo, sacando la mandíbula inferior de forma suspicaz.
—Amigo, ¿eh? Sí, cómo no. Adentro —indicó el hombre, y dio media vuelta para entrar en la casa, dejándoles el paso libre.
A Jack no le gustaba nada esto, pero estaba preparado para cualquier cosa. Si se atrevía a atentar contra él, contra su hijo, o contra Gianna, no dudaría en actuar. No permitiría que un sucio alcohólico dañara a las últimas personas que le quedaban.
Gianna suspiró en cuanto la silueta siniestra se perdió de vista, internándose en la casa. Estaba sudando, pero aliviada. Se notaba un poco más tranquila. Soltó la mano de Jack, dejándolo con una mano agarrotada por la fuerza del apretón y su nerviosismo.
—Puedo hacerlo. Tan sólo mira. Confía en mí —dijo ella, tratando de sonar segura de sí.
Y esa era otra de las razones por las que Jack había accedido. Esto parecía más una prueba autoimpuesta. Algo que ella quería hacer, algo que quería superar antes de partir en el viaje que le esperaba. Tal vez cortar el único lazo que la ataba a su antigua vida.
Jack volvió a tomar a Gianna por el hombro. Kail seguía dormido y la luz del sol ya se había ido totalmente. Ella entró primero, él la siguió.
El interior de la casa se iluminaba por las luces de tristes bombillas que dibujaban las siluetas de un terrible desorden. La madera del piso rechinaba con cada paso. Las paredes estaban cubiertas de polvo, con viejas marcas blancuzcas en donde, seguramente, hubo retratos tiempo atrás. Había botellas de cerveza y alcohol por todas partes. El lugar olía rancio, con una combinación entre orina, alcohol y desperdicios. Por lo que Jack sabía, el hombre vivía solo, algo que de cualquier manera hubiera intuido al ver tremenda pocilga; nadie más podría tolerar vivir con alguien así. No podía creer que Gianna hubiera tenido que pasar su niñez en un lugar como este.
—Aahí, sentaos ahí —dijo el hombre en cuanto Gianna y Jack arribaron a lo que, se presumía, debía ser la sala.
Su anfitrión señalaba un par de sillones cubiertos de trapos y ropas sucias. Gianna hizo cara de asco ante la oferta y la rechazó con un gesto de mano. Jack, se limitó a no moverse. El hombre hizo un gesto antipático y se echó en otro sofá, haciendo que varias botellas saltaran y cayeran al suelo. Subió sus pies a una mesita de centro —o lo que quedaba de ella— y extendió sus manos en el respaldo del sofá.
—¿Y bieen? —preguntó. Tenía un horrible tono burlón que hacía que los nervios de Jack saltaran—. ¿Qué queréis? ¿Habéis venido a amenazarme? No te olvides de...
Al escuchar las últimas palabras, el rostro de Gianna cambió. Jack pudo observar cómo se ponía roja, pero no de vergüenza, sino de ira. Él podía reconocer perfectamente cuando la joven perdía los estribos, tenía un carácter explosivo. Sin embargo, en esta ocasión, respiró muy profundo, apretó sus puños con fuerza, y habló con la mayor calma posible.
—No me interesa encerrarte. Ya ha pasado mucho tiempo y, por lo que veo, tu dinero se terminó. No tendría ningún problema en contratar algunos abogados para hacerlo.
El hombre se tensó.
—No te atreverías... el caso se cerró, es tarde.
—Era una menor en ese entonces —arremetió Gianna—. ¿Crees que no lo reabrirían si lo pido ahora?
El hombre guardó silencio, pero Jack sabía que Gianna se estaba arriesgando. No tenían dinero alguno como para reabrir casos legales de años atrás. No... Gianna estaba presionando, y disfrutaba ver temblar de miedo al hombre que la hizo sufrir por tantos años. Ninguno de los dos tenía dinero, ese era el principal motivo de que estuviesen ahí. El parto del bebé, el viaje a Alabis, la catástrofe en Nivek, la complicada y tardada burocracia habían dejado a Jack sin un centavo para poder ir a donde deseaba. Ninguno tenía familiares con vida, a Gianna tampoco le había quedado nada. Y bueno... su única idea... había sido lo que estaban intentando justo ahora.
—Si no vienes a eso, ¿entonces qué quieres? —dijo el hombre con un tono seco.
—Quiero el colgante de mi madre.
Hubo un silencio largo que se tornó un poco incómodo.
—Lo vendí.
—No te creo —dijo Gianna.
—Eso hice.
—Que no —insistió ella—. No lo harías. Eso es... es... el arma que usaste. Sé que la ocultas bien.
—¡¿Y crees que estoy loco?! —bramó el hombre, levantándose de su asiento casi de un salto—. ¡Nunca te lo daría! ¡Es algo que podría incriminarme! ¡Es lo que necesitas, ¿verdad?!
Y ahí estaban. Jack no podía creerlo. Ese hombre tenía la vergüenza de hablar de un arma homicida, un arma que mató a la madre de Gianna, un arma que había guardado con recelo durante años. ¿Cómo podía vivir con eso? Sabiendo el dolor que le había causado a una pequeña niña... a su propia hija. Quería golpearlo, pero la férrea actitud de Gianna lo detenía. Esa era su batalla, sabía que tenía que dejarla luchar.
Una solitaria lágrima brotó del rostro de la joven. Solitaria porque no brotó ni una más. Era una lágrima de ira, de frustración. Jack sabía que ella también quería golpearlo. Pero no ahora, no aún.
—Ya te he dicho que no vengo a eso —respondió Gianna—. Es valioso para mí. No dije nada, te dejé tenerlo porque sabía que algún día volvería por eso.
Y no mentía. Realmente, aunque nada de esto hubiese pasado, aunque Nivek no hubiera sido destruida y sus padres adoptivos no hubiesen muerto... pensaba volver a recuperar lo que le pertenecía.
—Pues no te la voy a dar.
—Héctor, no... padre —dijo Gianna—. ¿No harías ese gesto, aunque fuese por tu hija? Si de verdad eres un ser humano... si tienes una pizca de razón en ti, sé que lo harás.
El hombre miró a Gianna sin decir nada durante un momento. Parecía juzgar las palabras, su validez, su realidad. Y entonces, luego de pensar un poco, respondió.
—¿Y crees que te voy a dar algo tan valioso para que te vayas con este palurdo? Se nota que lo que quieres es dinero para mantener a ese vástago. ¿No es demasiado mayor para ti? Eres igual que tu ma...
Jack no resistió más, las palabras del hombre habían excedido lo que esperaba. Cerró un puño con fuerza, asegurándose de que mantenía a Kail fuera de peligro. Pero entonces algo lo silenció, alguien más había pensado lo mismo. Gianna... Gianna había golpeado primero, con un fuerte puñetazo, la cara del hombre que había convertido su infancia en un infierno.
Hector cayó al suelo mientras la joven tronaba los huesos de sus nudillos. Su fuerza podía llegar a ser temible cuando enfurecía. Tenía diecinueve años y doce de ellos los había pasado deseando una oportunidad como esta.
—NO TE ATREVAS —dijo ella, tratando de controlar su ira—. No te atrevas a hablar mal de mi madre, o de Jack, o de su hijo. No sabes nada. Siempre viví a tu sombra y ahora estoy haciendo lo que mi madre debió haber hecho antes de que tú...
No terminó la frase, pero dejó que su pie lo hiciera por ella. Dejó ir fuertemente el tacón plano de su bota en la cara del hombre, quien trató de cubrirse inútilmente del impacto. Soltó un grito de dolor cuando su nariz comenzó a sangrar. Jack sostuvo a Gianna por el hombro para tranquilizarla. El remedo de persona que quedaba en el suelo ni siquiera podía defenderse, estaba ebrio, era un completo infeliz.
—Vamos Jack —dijo Gianna, haciendo a un lado al que algún día fue su padre—. Sé dónde buscar.
—N-no te saldrás con la tuya... —dijo él—. Lla-llamaré a la guardia.
Gianna detuvo su marcha antes de salir de la sala.
—¡Anda, llama! ¡Cobarde! ¡¿Por qué no me golpeas como hacías a ella? ¿Es porque sé cómo defenderme? No tienes valor.... Llama y diles que tu hija vino a golpearte. Diles que vino a llevarse el colgante con el que mataste a su madre. Diles... y veamos qué pasa.
El hombre gruñó como respuesta, pero no se movió.
—Eso creí... —dijo Gianna. Estaba temblando de rabia—. Das lastima.
Y echó a andar lejos de ahí, furiosa. Jack la siguió, ni siquiera miró al hombre que se retorcía en el suelo de dolor. Los gritos habían despertado a Kail, pero el bebé no lloraba. Tal vez el hecho de que hubiera conocido los gritos, las explosiones y la muerte desde tan pequeño, influyeran en que no lo hiciera ahora.
Subieron las escaleras y Gianna comenzó a entrar en las habitaciones. Jack la esperaba afuera, mientras escuchaba el sonido de objetos cayendo y madera rompiéndose. Finalmente, tras unos minutos, bajó del ático con algo entre sus manos.
—Lo encontré —dijo ella, mostrando un hermoso collar de oro con un diamante en él. La piedra era larga y puntiaguda. Lucía valiosa.
—¿Estás segura de esto Gianna? —dijo Jack—. ¿No preferirías conservarlo? Es de tu madre, después de todo.
Gianna miró a Jack con incredulidad y luego al collar con un gesto de odio.
—¿De verdad? —dijo ella—. Me produce asco el sólo tenerlo en mis manos. Tengo los suficientes recuerdos de mi madre aquí. —Señaló su cabeza—. Y aquí. —Señaló su corazón—. Nunca lo quise como recuerdo, lo único que quería era que él no lo tuviera. Este collar será el pase que necesitamos para salir de Yallen. Tal vez no será suficiente, pero seguro que podremos obtener lo que falte para ir a Alabis. Es lo menos que puedo hacer. Jack, salvaste mi vida.
Jack sonrió.
—Gianna, no te sientas en deuda conmigo. No sabes que feliz estuve cuando supe que mi alumna estaba viva.
—Estoy de acuerdo. Ahora salgamos de aquí. El lugar me produce nauseas, no sé cuánto más pueda resistir sin vomitar.
Jack dejó ir una risa tonta y empezó a andar por las escaleras, fuera de aquel lugar. El padre de Gianna se había quedado en la sala, probablemente bañado en su propia sangre. No había llamado a la guardia, quizás por miedo, por pereza, o porque de verdad le llegaron al corazón las palabras de su hija. Eso era algo que Héctor guardaría por el resto de su vida; una que, probablemente... no sería muy larga.
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