Sinopsis

- Bohyun, Jae necesita ropa nueva.

- Sehun, no tienes que decírmelo, puedes usar la tarjeta que te di. - Solo asiento y subo hasta la habitación del pequeño para despertarlo.

- Hola, Jae. - Él despierta y se cuelga de mi cuello.

- ¡Hola, papi!

Estoy casado con un socio de mi padre, o podría decir, con quien era el jefe de mi padre. Cuando mamá murió la persona que debía cuidarme vendió la casa y se gastó todo el dinero en bares y prostitutas. Le debíamos a todos.

Desde los seis años aprendí que la vida de un niño no siempre es la mejor de todas las etapas; tenía derechos si mi padre quería. Pasaba horas despierto porque tenía miedo.

Cuando cumplí diesiciete años, contrajo deudas con una empresa que lo había contratado. Dilapidó el préstamo y, para evitar la cárcel, me vendió - no existe otro término - a su acreedor.

- ¡Papá! - Jaehyun saltó de mis brazos y corrió hasta su padre.

- ¿Cómo estás hijo? - Lo levantó y se acercó.

Me acostumbré a la idea de tener un hijo cuando conocí a Jae. Mi... esposo se había divorciado de la madre del pequeño cuando este tenía un año. Según él, no se llevaban bien. Ella se fue y no volvió a ver a su hijo; no tengo una opinión sobre eso.

En los primeros días, recuerdo que el bebé, así le decía antes, lloraba mucho y no se calmaba fácilmente. En ese entonces decidí hacer algo que me ha cambiado mucho, me hice cargo de Jae como si fuera mío y, al parecer, mi comportamiento era muy convincente.

Un día, mientras buscaba cereales para el bebé en un supermercado, una mujer me miró de reojo y murmuró algo, no le presté mucha atención; coloqué el paquete en el carrito con las demás compras y me dirigí a la caja. Afuera, me esperaba mi esposo que sostenía a Jae en su regazo, seguramente no aguantó estar encerrado en el auto; lo que ocurrió fue una sorpresa y escandalizó a todas las viejas del lugar...

- ¡Papi! - Gritó con una angustia contenida que me hizo apurar el paso.

- ¿Qué pasa? - Se acurrucó en mi pecho, me miró y luego escondió sus ojos.

- Voy por las bolsas. - Oí que él me decía.

- Bien. - Abracé a Jaehyun y lo llevé hasta su sillita para bebés. Desde los espejos podía ver como las mujeres, incluso algunas jóvenes, nos señalaban y cambiaban de aire a cada momento. ¿Se notaba demasiado? Pues, en realidad, sí. Yo tenía mi uniforme de secundaria, mi rostro y contesturá delataban mi edad; además, estabamos con Jae, un bebé de un año. Las cuentas se hacían solas.

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