XVI

"Espérame donde los sueños,

donde las promesas llevan un vestido tan corto

que si soplas, se cumplen.

Donde la tristeza se rompe en la primera sonrisa

y la nostalgia es una canción

que ya no ponemos a todo volumen.

Espérame donde el clima

dependa solamente de nosotros.

Donde el calendario nos pague cada deuda con un beso

y el silencio se rompa primero con tu nombre

y luego con el mío.

Ernesto Pérez V.

Nailea abrió despacio la puerta de su habitación, había escuchado los pasos de Lía volver a su cama después de la tormenta. No podía creer la suerte que tenía cuando se trataba de enterarse a detalle de la vida sexual de otros.
Sin querer, había despertado durante la madrugada, Nicolás estaba inquieto por la tormenta, así que Salvador lo había acostado con ellos y Nailea había perdido el sueño mientras consolaba a su temeroso pequeño.
Se levantó al baño y llamó su atención el sonido de un par de voces proviniendo de la habitación de Kaedi. Se inclinó, escuchando a detalle la sinfonía de placer que ambas chicas estaban presentando. No podía creerlo, estaba furiosa. Después de todo se habían salido con la suya. Regresó a la cama, por la mañana hablaría con ellas. No estaba en su ética de amiga dejar las cosas así.

A la mañana siguiente Kaedi despertó más temprano de lo usual, se sentía vívida y con mucha energía. Imaginó que las endorfinas de la noche anterior estaban haciendo lo suyo. Vio a Nicolás sentado en la mesa desayunando cereal y a Nailea de pie preparando el desayuno.
—Buenos días —Revolvió los cabellos de Nico entre sus dedos, percatándose de lo inmutable que permanecía mirando su iPad. No escuchó la respuesta de su amiga, así que se acercó hasta ella esbozándole una sonrisa—. Dije buenos días, mamá.
—Te escuché la primera vez —respondió de manera agresiva, dejando confundida a Kaedi— Además, ¿qué tienen de buenos? —Nailea bajó el tono de su voz en esa segunda oración, señalando a Kaedi con la espátula que llevaba en la mano.
—¿Qué te pasa?
—¿Quieres saber qué me pasa? Te voy a decir qué diablos me pasa, ven acá —La rubia tomó a su amiga del brazo, arrastrándola hasta el pequeño almacén—. Las escuché anoche, Kaedi. No puedo creer la maldita suerte que tengo de escucharte siempre en ese tipo de situaciones.
Kaedi suspiró, alejando el cabello de su rostro con frustración:
—Nai, déjame explicarte
—¡No! —contestó la rubia alterada—. ¿Es en serio? ¡Me hiciste lo mismo que con Anna! Además, ¿Lía? ¿de verdad? Sé que hace años fue mi culpa que ustedes dos acabaran juntas pero, sabemos cómo terminó aquello, ¿de verdad van a pasar por eso de nuevo?
Kaedi esperaba aquel discurso, pero estaba demasiado segura de lo que ambas sentían a esas alturas como para dejar que sus palabras le influenciaran.
—¿Qué te hace creer que las cosas van a ser iguales? Ya no somos las mismas de hace cinco años, Nailea. Lía y yo nos amamos, ¿de acuerdo? Eso es lo único que no cambió en este tiempo.
—¿Qué carajo estás diciendo? —Salvador abrió de golpe la puerta del almacén, sin dar crédito a lo que aquellas dos conversaban.
Lía estaba en las escaleras, también había escuchado la discusión. Vio a Nicolás acercarse curioso al escuchar la voz elevada de su padre. Lo tomó en brazos para regresarlo al sofá en donde veía sus caricaturas.
Los ojos de Salvador estaban encendidos. Una parte de él podía intuirlo, pero en el fondo jamás imaginó que Kaedi fuera tan imbécil como para tropezar dos veces con el mismo obstáculo.
—¿Es en serio? ¿después de toda la mierda que pasaste vas a hacerlo de nuevo?
Kaedi pasó de largo, saliendo del almacén. Conocía lo insoportable que podía llegar a ser.
—¿Saben algo? No tengo porque darles explicaciones de lo que hago, y tampoco necesito su aprobación para estar con Lía.
—No —Salvador se interpuso, clavando ligeramente un dedo en el pecho de Kaedi—, ¡claro que sí! ¿Sabes por qué? Porque fuimos nosotros los que tuvimos que consolar a tu mamá cuando Lucía le llamó aquella tarde para decirle que te había encontrado casi muerta en tu departamento.
Kaedi sintió un nudo en la garganta, descubrió los ojos llorosos de su amigo y después reparó en Lía que parecía tan sorprendida como nadie.
—Fui... fui yo quien tuvo que volar con ella trece horas viéndola sufrir, mientras intentaba tragarme todo el miedo que sentía. Así que no te atrevas a decir que no tenemos derecho a preocuparnos por ti —Dio la media vuelta, abrió la puerta de la cabaña de golpe azotándola con fuerza a sus espaldas.
Nailea corrió detrás de él. Mientras que Nico se quedaba en la sala prestando atención a la extraña escena.
Lía estaba al pie de las escaleras esperando una explicación de la chica. No comprendía nada de lo que Salvador acababa de decir, pero sintió un terror profundo al imaginarlo.
Kaedi la miró, negando. Dejándole en claro que no estaba lista para eso.
Fue hasta Nico, que había corrido a la ventana porque estaba asustado y preocupado por su padre.
—¿Qué pasa, tía Kaedi? ¿por qué papá está tan furioso?
—No te preocupes —le dijo la chica con un hilo de voz—. Tuvimos una pequeña discusión pero todo va a estar bien. ¿Quieres ir a tomar unas fotos antes de irnos? —preguntó, acariciando su mejillas con ternura
Nicolás asintió, tomó su iPad en donde guardaba una amplia colección de fotografías de su viaje que le mostraría a sus amigos de la escuela. Kaedi lo llevó por la puerta trasera para que no viera más a Salvador de esa forma.
Lía regresó a su habitación. Se sentó al borde de la cama, lo que había dicho Salvador era el motivo por el cual él, Sara y la misma Nailea se oponían a que estuvieran juntas de nuevo. Kaedi había tenido una crisis terrible durante su estancia en Barcelona, lo suficientemente difícil como para hacerla intentar quitarse la...no podía creerlo. Sintió un nudo en la garganta, de nuevo, su egoísmo le había cegado por completo a los sentimientos de Kaedi.
Después de unas horas, Nailea y Salvador volvieron. Kaedi y Nicolás estaban en el sofá y Lía ya había terminado de hacer sus maletas. Regresaron ese mismo día a la ciudad.
Durante el trayecto nadie dijo nada, el silencio lo reinó todo y para Nicolás era evidente que las cosas continuaban extrañas.
—¿Por qué están enojados todos? —preguntó, dejando el iPad de lado y cruzando sus pequeños brazos a la altura de su pecho.
Nailea volteó a verlo:
—No estamos enojados, mi amor. Solo estamos cansados.
—No le mientas a nuestro hijo.
—Salvador, basta, no es el momento.
Lía tomó el iPad, colocándolo sobre sus piernas:
—¿Quieres que veamos una película?
Nico aceptó, era mejor que tener que soportar ese ambiente de adultos.
—¿Quieres verla con nosotros, tía Kaedi?
Kaedi asintió. El pequeño tomó el iPad y lo colocó sobre el compartimiento para que los tres pudieran mirar la película. Lo cierto es que ni Lía ni Kaedi habían podido concentrarse. Sentían como si una extraña barrera se levantara entre ellas. Sin duda necesitaban hablar.

Cuando llegaron al edificio, Lía y Kaedi bajaron, acompañadas por Nailea mientras sacaban su equipaje de la cajuela. Salvador estaba en la camioneta sin emitir palabra alguna, ni siquiera un adiós.
Kaedi se acercó a Nailea para besar su mejilla:
—¿Nos vemos mañana? Creo que deberíamos hablar de esto con más calma.
—No tenemos nada que hablar —aseguró la rubia con un tono serio—. Tienen razón, todos somos adultos que toman sus propias decisiones y así como ustedes no están obligadas a escucharnos, nosotros no estamos obligados a apoyar lo que hacen, por mucho que las queramos.
Lía fue hasta ellas, mirando fijamente los ojos esmeralda de su amiga:
—Nailea, no digas eso, por favor.
—No pasa nada, cuídense y mucha suerte —Dio la media vuelta para subir a la camioneta cuando de pronto se detuvo, volviendo a ellas para entregarle a Lía una fotografía—. Casi lo olvido —vio a sus amigas observar la imagen del ultrasonido—, felicidades, van a ser tías otra vez —La rubia volvió al auto y se marcharon sin más.
Lía aferró aquella fotografía a su pecho, sintió que las lágrimas se desbordaban de sus ojos cuando el abrazo de Kaedi la aferró con fuerza.
Entraron al edificio, y Lía le dijo que necesitaba un momento para estar sola. La chica aceptó así que ambas volvieron a sus respectivos departamentos.
Kaedi estaba preocupada, imaginó todo lo que su corazón y su mente sentían después de lo que había pasado. Necesitaba hablar con ella pero respetaría su decisión de tomarse un tiempo aunque la idea de imaginarla sola y llorando en su departamento le atravesara el corazón.
Dejó que las horas pasaran, por la mañana quizá se atrevería a visitarla solo para cerciorarse de que estuviera bien.
Era de noche, estaba preparando una taza de café para finalmente sentarse a escribir, cuando escuchó que alguien tocaba a su puerta.
Miró por el ojillo y descubrió a Lía. Se sintió feliz y aliviada de verla ahí, significaba que era momento de hablar. La chica apenas entró, la aferró en un largo abrazo mientras ella besaba su frente y la invitaba a pasar.
La llevó hasta la sala, le preparó un delicioso té de frambuesas y se acurrucó junto a ella como solían hacerlo siempre.
—¿Por qué no me dijiste lo que habías hecho? —preguntó Lía, mirándole con evidente dolor.
Kaedi se percató de que los rasgados ojos de su chica estaban ligeramente hinchados, incluso en ese instante un par de lágrimas volvían a brotar de ellos.
—Ven —la tomó entre sus brazos, acariciando su espalda y besando su rostro—. Si no te dije nada fue primeramente, porque no estoy orgullosa de lo que intenté hacer. Fue una etapa muy desagradable, estaba en un lugar muy oscuro y no me gusta pensar en la persona en la que me convertí en ese momento. Y después esto, no quería que te sintieras culpable.
Lía se alejó ligeramente de ella, quería verla a los ojos y decirle todo lo que pensaba y sentía. Necesitaba que lo supiera.
—¿Cómo no me voy a sentir culpable, Kaedi? Yo te arrastré a ese horrible infierno. Y tengo miedo de que vuelva a suceder... ¿y si ellos tienen razón? Quizá no debemos estar juntas... estamos mejor así, mira todo lo que lograste, yo también estoy mejor.
—Lía, no, no digas eso, por favor. Tú no me arrastraste a ningún lado, lo que pasó fue responsabilidad de las dos y ya no tiene caso pensar en eso. Ya lo dijiste, estamos bien ahora, somos distintas, nuestra relación es distinta; y no me importa si ellos creen en nosotros porque yo lo hago —La tomó entre sus brazos un tanto preocupada. No quería que cargara con una culpa que no le correspondía.
Lía soltó un largo sollozo, enterró su rostro temeroso entre el pecho de su chica sin poder controlarse. Después de un rato, pensó en las palabras de Kaedi, si estaba dispuesta a todo entonces ella también. Tenía que seguir luchando. Estaba enamorada, era lo único certero que había en su vida ahora y no la dejaría ir por nada del mundo, justo como le había prometido.
—No voy a renunciar a ti de nuevo. Me voy a quedar a tu lado. Te amo.
—Te amo —contestó, sintiendo como la felicidad se desbordaba de su pecho.
Se quedaron un buen rato recostadas en el sofá, abrazando sus dolores del pasado, besando sus heridas y dejando como promesa que ninguna se daría por vencida jamás. No le darían al destino el gusto de verlas separadas una vez más.

***

Al día siguiente Kaedi fue por la mañana a la editorial, saludó a Linda, su recepcionista y esta le informó que Salvador estaba en el área de diseño esperándola. Le pareció extraño, por lo general Salvador iba primero al café y después terminaba la jornada en la editorial afinando algunos detalles. Imaginaba por donde iba aquello.
Se dirigió hasta donde estaba su amigo, dio los buenos días a los chicos de edición y diseño que se encontraban laborando ya en sus respectivos departamentos y posteriormente lo siguió hasta su oficina. Cerró la puerta, imaginando la clase de sermón que seguiría a continuación, pero el chico solamente le extendió una carpeta.
—¿Qué es esto? —preguntó algo confundida.
—El avalúo de tu parte de la editorial y del café, voy a comprarte ambas partes.
—¿Qué? ¿de qué estás hablando? Yo no quiero vender nada.
—Vas a hacerlo —continuó él, con un tono de voz determinante—. Vas a dejar todo lo que según tú te retiene en este lugar, vas a empacar y vas a regresar a Barcelona a ser la mejor escritora contemporánea.
Kaedi lo miró fijamente:
—¿Sabes algo, Salvador? Te quiero mucho porque eres mi mejor amigo, y estoy eternamente agradecida por todo lo que has hecho por mí, pero no es justo que te valgas de eso para tratar de intervenir en mi vida. Quédate con todo, no me interesa el dinero; pero de algo puedes estar muy seguro, no me voy a ir de aquí —Arrojó la carpeta al escritorio, dio la media vuelta y salió de la editorial sin decir más.
Salvador era consciente de que quizá estaba llevando las cosas al límite, Kaedi no era ninguna chiquilla y por más que quisiera no podía intervenir en cada una de sus decisiones, por más estúpidas que fueran. Podía confiar en que había aprendido su lección, pero Lía... no había nada que pudiera hacer para confiar en ella. A pesar de esos notorios cambios, sentía que la chica seguía siendo la misma ególatra y superficial manzana deliciosa.
—Hola, mi amor. ¿Estás listo?
Nailea había cruzado la puerta de la oficina. Por un instante Salvador olvidó que ese día tenían una cita con el ginecólogo para ver cómo iba la gestación de su bebé. No podía creer que ni siquiera hubiera tenido oportunidad de compartir esa felicidad con su amiga.
Aunque supieron del embarazo unos días antes de la boda, decidieron mantenerlo en secreto hasta pasar el primer trimestre. Imaginaron que después del viaje sería una grata sorpresa darles la noticia, Salvador no imaginó que la sorpresa sería para ellos.
Conducía silencioso el coche, mientras Nailea lo miraba de reojo.
—¿Estás bien? Te ves muy serio.
—Hablé con Kaedi esta mañana.
—¿Y qué pasó?
El chico suspiró, relajando sus hombros por primera vez desde su salida de la editorial.
—Nada, le dije que quiero comprar su parte de la editorial y de la librería.
—¿Que quieres hacer qué? Salvador... —Nailea volvió sus ojos esmeraldas a su marido—. ¿Por qué harías algo así?
—Porque quiero que regrese a Barcelona.
—Kaedi no va a regresar a Barcelona, deberías saberlo.
Salvador suspiró, agarrando fuertemente el volante.
—Tenía que intentarlo.
—Tal vez deberíamos darles el beneficio de la duda. Creo que fuimos muy duros con ellas.
Salvador soltó una risita irónica y vio apenas a su mujer
—¿Tú crees? Por Dios, Nailea, conoces a Lía.
—Sí, pero, es una persona diferente ahora, Kaedi también lo es. Quizá nos estamos apresurando.
Salvador no estaba seguro de eso, podía haber cambiado algunas cosas, pero en el fondo las personas siempre eran las mismas. Él era testigo de eso, recordó a su madre, la infinidad de veces que le dijo que cambiaría, que las cosas serían diferentes y simplemente se había marchado cuando él apenas tenía diez años. Dejándolo a cargo de un padre ausente, en un castillo de oro que dejó de llamar hogar con los años.
—No vas a comprarle nada, ¿verdad?
El diálogo de Nailea lo hizo volver al momento. Carraspeó y se percató de que no había dado la vuelta en el lugar adecuado.
—No, no quiso venderme. Dijo que podía quedarme con todo que no le importaba el dinero.
—Pero obviamente no lo vas a hacer.
—¿Por qué no? Necesitamos el dinero más que nunca —esbozó una sonrisa, pasando la palma de su mano por el vientre de Nailea.
—Eres un tonto —negó, golpeando ligeramente su mano para después entrelazarla—. Tienes que hablar con Kaedi, por favor
El chico suspiró.
—Voy a pensarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top