XV

"No conoce el arte de la navegación

quien no ha bogado en el vientre

de una mujer, remado en ella,

naufragado

y sobrevivido en una de sus playas."

Cristina Peri Rossi

Finalmente llegó el tan esperado día del viaje, Lía tuvo que disculparse con sus amigos, al parecer Matías había tenido un contratiempo familiar y no podría acompañarlos en la expedición.
—Es una pena —le dijo Nailea mientras acomodaba al pequeño Nicolás en el asiento.
Salvador pasó con una maleta enorme que debía ser de la chica.
—Una pena muy conveniente a mi parecer —le susurró a su mujer al oído, que de inmediato le propinó un codazo.
Subieron a la camioneta, el pequeño Nicolás iba en medio de Lía y Kaedi sin dejar de expresar lo emocionado que estaba por el camping familiar. Nombró todas las cosas que su madre le había comprado unas diez veces y Kaedi replicaba diciendo que lo suyo era mejor. Continuaron así durante un rato hasta que Salvador amenazó con dejar en la carretera al próximo que volviera a decir algo, así que el resto del viaje fue tranquilo, ameno y silencioso.
Después de tres eternas horas llegaron a la preciosa cabaña, estaba por caer la noche y los rayos exiguos del sol golpeaban con hermosura aquel paisaje.
Nicolás corrió señalando los altos árboles que se erguían por ahí.
—¡Papá, me encanta este lugar! ¿Por qué no me habían traído? ¿crees que podramos encontrar un oso?
—En realidad espero que no —le contestó el chico, acariciando su cabeza—. Además, no creo que haya osos por aquí cerca —miró a su hijo que parecía realmente decepcionado—. ¿Qué vas a hacer si encuentras un oso, Nicolás?
—¿Darle miel?
Kaedi llevaba su ligera maleta en la espalda y fue hasta ellos para mirar aquel lugar, hincándose junto a Nico.
—Oye, no creo que haya osos por aquí cerca pero, quizá podamos ver algún ciervo, ¿qué te parece?
—¡Sí! Pero tendremos que tener cuidado con los cazadores.
Kaedi asintió. Dejó que la mano de Nico la arrastrara hasta el interior de la cabaña mientras le contaba la triste historia de un ciervo llamado Bambi. El pequeño narró con gran esmero la historia del pobre venadito hasta la muerte de su madre en donde tuvo que parar. Kaedi se percató de que unas gruesas lágrimas caían de sus mejillas rosadas. Lía llegó hasta ellos, tomando a Nico entre sus brazos para consolarlo.
—¡Estarás contenta, Jitán! —recriminó Nailea, que ahora también estaba junto a ellos intentando sosegar los sollozos de su pequeño.
Kaedi comenzó a reír, mirando a Lía para que apoyara su inocencia.
—¡Yo no hice nada!

***

Después de bajar las cosas y cenar se dirigieron a los dormitorios. Eran cuatro habitaciones espaciosas tan elegantes como el resto de la cabaña.
—La que sea está bien para mi —dijo Kaedi, tomando su maleta para subir al segundo piso.
Nicolás subió corriendo las escaleras, exigiendo la habitación que tenía un elegante balcón.
—¡Nicolás, ven acá! —le gritó Nailea mientras iba detrás de él— ¡No corras en las escaleras y nada de balcón!
Lía llegó hasta ella y compartieron una sonrisa mientras veían a su amiga ir y venir con el pequeño remolino de cabellos rubios. Kaedi ayudó a la chica con una de sus maletas y ambas subieron para echar un vistazo.
Había un par de habitaciones apartadas y continuas, Lía le dirigió una mirada cómplice pero en ese instante llegó Salvador.
—¿Eligieron ya sus habitaciones? —preguntó, apareciendo repentinamente en medio de las dos.
Lía asintió, abriendo la puerta de la habitación que tenía enfrente.
—Me quedaré con esta. Buenas noches —Entró y cerró la puerta sin decir más.
Salvador observó a Kaedi, acercándose lentamente a su oído.
—Recuerda que la duela hace mucho ruido por las noches.
Kaedi lo miró de reojo, ni siquiera iba a decir nada para no hacer alarde. Lo conocía, entre más hacía evidente que la irritaba más imposible era quitárselo de encima. Se metió a la habitación que estaba enseguida de la de Lía.
—Buenas noches —Azotó la puerta en el rostro del chico y miró aquella espaciosa habitación. Demasiado grande para dormir sola, pensó.

***

Por la mañana todos tuvieron que despertar temprano, a pesar de sus intentos Nailea no había hecho que Nicolás volviera a dormir después de las siete de la mañana. El niño estaba emocionado por iniciar la exploración y pelear con algunos cuantos cazadores que querían asesinar a la mamá de Bambi.
Kaedi fue la última en bajar a la cocina, por suerte el desayuno estaba listo así que solo se sentó a la mesa.
—Buenos días, cariño —dijo Nailea, llegando con una taza de café que puso en sus manos—. ¿Qué tal dormiste?
—De maravilla, esa cama es muy cómoda —Miró a Lía que al parecer había despertado hacía rato ya que tenía el cabello húmedo y lucía fresca—. Buenos días —se dirigió a su chica y a Nicolás, acariciando su rubio cabello como a un pequeño cachorro.
Se sentó junto a Lía para desayunar, mirándose discretamente en momentos claves en donde Salvador y Nailea parecían distraídos. Kaedi rozó su mano a la de ella, y ésta la aferró ligeramente mientras bebía té con la otra.
Se prepararon después del desayuno para iniciar con su excursión. A pesar de que Nailea odiaba aquel contexto, los mosquitos, el calor y tener que caminar como desquiciados hasta subir una maldita colina, no podía negarse por el entusiasmo de su pequeño hijo que se sentía el más temerario de los exploradores.
A pesar de los intentos fallidos de su tía Kaedi de encontrar a Bambi, Nicolás estaba feliz de al menos haber visto uno que otro conejo y algunas ranas escondidas entre las hojas y troncos.
Por su parte, Lía tomaba algunas fotografías. Quería atesorar esos momentos, así que no perdía la oportunidad de capturar en algún ángulo perfecto a Kaedi.
Finalmente subieron una empinada colina y pudieron observar el paisaje, la cabaña podía verse desde ahí, incluso parte del pequeño pueblo que se encontraba cerca. Kaedi estaba segura de que por la noche aquel espectáculo de estrellas sería inigualable. Esperaba poder tener la oportunidad de compartir algo así con Lía en algún momento.
Regresaron a la hora de la comida, prepararon algunas truchas que Kaedi y Salvador habían pescado con mucha habilidad. Habían ido a acampar en muchas ocasiones, conocían la técnica y la forma de obtener una buena trucha con solo un bote, un anzuelo y algo de hilo de caña. Así que mientras pescaban, Lía y Nailea se encargaron de preparar lo necesario para rellenar y sazonar la comida.
—Es una pena que Matías no haya podido venir. Es un chico encantador, ¿no te parece, Kaedi? —preguntó la rubia mirando a su amiga entrar en la cocina.
Kaedi dejó los pescados sobre la barra, sintiendo los ojos de Lía sobre ella.
—Pues... no lo sé. No es mi tipo y aparte no lo he tratado demasiado. Solo lo he visto un par de veces.
—Bueno —continuó Nailea con algo de intención— pero, es de esas personas que no necesitas tratar demasiado para darte cuenta de que son agradables. Algo así como tú.
—¿Estás diciendo que se parece a mí? —Kaedi reparó en Lía—. Interesante ¿no crees?
—¡No! —exclamó, preocupada de que aquello pudiera herir los sentimientos de Lía—. Claro que no fue eso lo que quise decir... olvídalo. ¿Tú que piensas, Lía?
Lía tomó una de las truchas que había sobre la mesa y comenzó a limpiarla.
—Ya te he dicho antes lo que pienso.
—Sí, ya lo sé, esperaba que hubieras cambiado de opinión —la rubia lanzó un largo suspiro, sin duda sus amigas no tenían solución—. En fin, ¿qué hay de ti, mi amor? ¿Has conocido a alguna chica?
—Claro que no, en este momento no estoy interesada en eso —expresó ahora Kaedi—. Estoy enfocada en el trabajo, una musa me ha encontrado y estoy bastante ocupada aprovechando mi momento de inspiración —Se percató de que Lía sonreía sutilmente, ocultando su rostro para que Nailea no pudiera verla.
—Está bien, no las voy a presionar —dijo finalmente, mientras continuaba cortando algunos vegetales—. Igual me gusta que estén solteras así tienen tiempo para mí.
Lía intervino con una risita espontánea:
—Pero si la que no tiene tiempo para nosotras eres tú.
—¡Yo siempre tengo tiempo para ustedes! No sé porque de pronto desaparecen. Ahora que lo pienso, las últimas semanas las dos estuvieron muy ausentes...
Kaedi y Lía se miraron con algo de pánico, pero antes de que Nailea continuara Nicolás había llegado como una ráfaga.
—¡Mamá! ¡Mira qué encontré!
El pequeño llevaba entre las manos una enorme lagartija que provocó que Nailea comenzara a gritar como desquiciada y corriera de un lado a otro. Nico la seguía, esperando que se detuviera para contemplar al espectacular animal pero Nailea parecía al borde del colapso. Kaedi y Lía comenzaron a reír a carcajadas hasta que Salvador llegó y pudo quitarle al animal de las manos.

Durante la tarde, jugaron un poco de voleibol, cartas, juegos de mesa y por la noche encendieron una fogata para asar algunos bombones, escuchar música y charlar. Kaedi contó algunas historias de terror por petición de Nico que, fuera de asustarlo, provocaron que se quedara dormido justo a la mitad.
—Los niños de hoy ya no se asustan con nada —dijo Salvador, cargándolo en brazos para llevarlo hasta la cama.
Los cuatro amigos se quedaron un poco más frente a la fogata, repasaron algunas anécdotas, hablaron sobre sus sueños, lo que habían logrado y finalmente disfrutaron del hermoso paisaje de las estrellas cubriendo todo el firmamento.
Kaedi observó a Lía, estaba sentada a algunos pasos de ella mirando el cielo, sobrecogida por el frío que comenzaba a sentirse. Fue por una manta y la colocó sobre ambas mientras se acurrucaba a su lado.
Salvador las miró de lejos, dando un trago a su cerveza.
—¿Cómo funciona ese código de lesbianas?
Kaedi volvió sus ojos a él:
—¿Qué código?
—Ese en el que pueden ser perfectamente amigas de sus exes.
Lía y Kaedi comenzaron a reír.
—No es un código de lesbianas —continuó la chica de cabellos revoltosos—. Es cosa de personas maduras, algo que tú no comprenderías.
Nailea se unió a sus risas, abrazando a su esposo que se había quedado muy serio. No quería ser muy obvia, pero durante toda la velada había sentido una energía extraña proviniendo de esas dos. Estaba segura de que Salvador también lo había percibido. En verdad esperaba equivocarse.
Después de un rato, una lluvia ligera comenzó a caer y entraron deprisa a la casa antes de empaparse. Podían escuchar como el sonido del agua, golpeando el techo, era cada vez más sonoro. Cada quien volvió a su habitación.

Kaedi estaba vistiéndose cuando escuchó su móvil vibrar sobre la mesita de noche, lo tomó para leer el mensaje:

La chica no respondió más, imaginó que se habría quedado repentinamente dormida así que se dispuso a hacer lo mismo. Abrió ligeramente su ventana para sentir la brisa de la lluvia caer con ligereza sobre su cama. Adoraba ver los relámpagos surcar el cielo. Cuando era niña solía pensar que los relámpagos eran guerreros celestes peleando entre ellos por el trono de Dios. Pensó que quizá podría hacer un maravilloso poema con eso. Estuvo por sacar su computadora cuando escuchó su puerta abrirse lentamente. Imaginó que sería Nicolás escabulléndose de su habitación, pero para su grata sorpresa se trataba de Lía.
Se recostó sobre la cama, colocando el cobertor sobre ella haciéndole una señal a Lía para que entrara antes de que pescara un resfriado.
—¿Qué haces aquí? —susurró, sintiendo los gélidos pies de la chica sobre sus piernas. Tuvo que contener la risa mientras esta se aferraba a ella con diversión—. ¡Estás helada!
—Lo siento, te extraño y tengo mucho frío, no podía dormir.
Kaedi la rodeó con sus brazos, intentando que el calor se esparciera por todo su cuerpo para que recuperara su temperatura corporal.
—Casi olvido lo cálido que es dormir a tu lado —susurró, clavando su rostro en el cuello de su chica que sonreía.
Le dio un beso tierno en la frente, pero Lía no podía soportarlo más. Adoraba que fuera respetuosa y quisiera darles tiempo para recuperar su relación. Pero a esas alturas sus deseos eran incontrolables. Levantó el rostro, para tomarla y darle un intenso beso que sin duda pretendía ir más lejos esta vez.
Deslizó sus manos debajo de la camiseta de Kaedi, acariciando sus senos con suavidad.
—Nos pueden escuchar —musitó, sintiendo que el corazón le latía acelerado.
Lía sonrió:
—Entonces intenta ser silenciosa —Colocó su cuerpo sobre ella, sentándose sobre su vientre mientras deslizaba su suéter azul dejando al descubierto sus preciosos senos.
A Kaedi le impresionó descubrir que alguien también estaba trabajando en su físico. Acarició con la yema de los dedos el vientre firme de la chica, sintiendo como su piel se erizaba. Se reincorporó, enterrado su rostro entre su pecho para besarla y subir hasta su cuello; entonces encontró su boca. Comenzó a saborearla con lentitud intensificando sus sentidos.
Las ágiles manos de Lía se deshicieron de la ropa de Kaedi, se recostó a su lado y esperó a que esta se colocara junto a ella. La diestra de Kaedi comenzó a acariciarla por sobre la ropa interior, la respiración de ambas se agitaba y la noche pasaba como si aquel fuera el fin del mundo o el inicio de otro.
El sonido de la tormenta eléctrica hacía retumbar la cabaña con complicidad. Kaedi acarició la espalda de Lía, deslizó su ropa interior dejando al descubierto su piel. Podía escuchar su ligero jadeo, y observaba como buscaba su boca con desesperación mientras sus ojos se perdían en la delicada línea de su espalda y su cintura. Los labios de Kaedi recorrieron aquel camino hasta llegar al límite. Dejó infinidad de pequeños besos diáfanos alrededor de los sexys hoyuelos que se formaban en su espalda baja.
Una de las manos de Kaedi se introdujo despacio entre sus piernas, tocando con suavidad su punto medio, mientras que con la otra, tomaba sus quijadas y se llevaba esa boca a la suya con rudeza.
No pasó mucho tiempo para que Lía pudiera correrse, tembló con la misma fuerza que mil relámpagos, aferrada al cuello de su compañera que respiraba exhausta sobre su nuca. Lía adoraba la forma en la que Kaedi tomaba el control, pero no terminaría las cosas ahí. Recuperó el aliento y se colocó sobre ella como en un inicio.
Kaedi miró con esos ojos transparentes cada parte de su cuerpo a detalle. Ahí estaba, erguida y orgullosa, la musa de todos sus versos.
Lía comenzó a cabalgar, no se necesitaba más que el roce de la pelvis de Kaedi y su mano aferrada a la entrepierna de la chica para terminar con el juego. Los ojos de esta última se cerraron, el sutil movimiento de aquellos ágiles dedos terminaría por hacerla estallar antes de lo deseado. Apretó con fuerza las caderas de Lía, dejando escapar el grito sofocado de cinco años.

***

Comenzó a trazar con sus dedos el pequeño tatuaje del gorrión sobre las costillas de Kaedi, ese tatuaje era nuevo, como muchos otros. Pero era el único del cual quería escuchar la historia.
—Dicen que es uno de los lugares más dolorosos para tatuarse.
—Valió la pena —contestó, jugando con el collar que colgaba del cuello de su chica.
—¿Qué significa?
—Cuando te conocí —respondió Kaedi, acercándose hasta su rostro, para rozar su nariz con la de ella— lo primero que pensé fue que eras como una pequeña ave. Salías algunas veces, volabas libre, pero... por alguna razón siempre regresabas a la jaula.
—¿Lo hiciste por mi?
Asintió, y se percató de que Lía giraba para señalar el tatuaje sobre su espalda, un pequeño libro que sobresalía bajo la luna de su nuca.
—Es muy lindo... —Extendió sus brazos, esperando el cuerpo tibio de Lía sobre ella una vez más. Besó su frente, despejando los cabellos ahora castaños de su rostro—. Dejamos muchas piezas sueltas en ese naufragio en el que se convirtió nuestra relación.
Lía suspiró, supo que era el momento para sacar todo lo que había guardado por años.
—Cuando te fuiste, me di cuenta de que no podía seguir dentro de la jaula. Estaba profundamente dolida por haberte perdido, por haberte lastimado. Así que... después de tu partida tomé los pedazos de mi vida y comencé a trabajar en mí. Descubrí que si no sanaba todo lo que venía arrastrando jamás podría ser feliz. Y lo hice, regresé a terapia y me propuse cambiar, quería cambiar porque en el fondo tenía la esperanza de que algún día regresaras. Y sabía que necesitaba hacerlo por mí, para poder estar contigo. Aun tengo miedo de lo que pueda suceder.
La sonrisa de Kaedi era indescriptible, Lía incluso podía jurar que sus ojos se cristalizaron. —Ya que estamos siendo sinceras... —comenzó, mirándola fijamente—. Yo también tengo miedo. Tampoco fue fácil para mí, ¿sabes? La pasé muy mal los primeros meses, no hacía más que llorar todos los días; me sentía tan sola en esa enorme ciudad, tan lejos de todo... y después de haberte dejado en el aeropuerto solo quería regresar a buscarte. Mamá tuvo que viajar a Barcelona, perdí un semestre en la universidad. También tuve que ir a terapia... Me costó mucho trabajo reponerme y seguir adelante.
Lía la miró expectante, jamás hubiera imaginado algo así. Siempre creyó que al marcharse y dejar todo atrás las cosas habrían sido mejores para ella. Su egoísmo la había hecho creer que Kaedi no tenía motivos para sufrir cuando había sido ella quien cortó de tajo lo suyo en ese aeropuerto. Estaba tan equivocada.
—Lo importante ahora es que estamos juntas de nuevo y quiero hacer las cosas bien.
Acarició la mata de cabello rebelde que caía por su frente:
—También yo, no pienso dejarte ir por nada del mundo.
Sus labios se encontraron una vez más, después de un rato Lía se puso su ropa, se despidió de Kaedi y volvió a su habitación. Era arriesgado quedarse ahí ya que Nicolás y Nailea tenían la costumbre de despertar temprano e invadir las habitaciones sin previo aviso. Salió de puntillas y se recostó sobre la cama quedando profundamente dormida. 

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