I

"He venido huyendo de los mares

de los océanos que agudizan tu nombre

con el quiebre de las olas.

Del reloj que no deja de caminar,

de tus labios rosas,

de tu voz.

Ese sonido suave que me inunda el alma

y al mismo tiempo me apaga el corazón.

Tuve que acostumbrarme a no tenerte en la cama

como si alguna vez te hubiera tenido solo para mí.

Nunca debí acercarme la primera vez que te vi

debí dejarte como el león que se enamora de la gacela

y se relame los labios, y se pierde en sus ojos

pero aun así se marcha despacio.

Ojalá estuvieras aquí

para disfrutar mis días, para alegrar las mañanas

mientras me preparas una taza de té

y caminas en calzoncillos hasta llegar a mi cama.

He clavado mis pies en la arena,

con la esperanza de que el mar me devore

y me arroje lejos de ti.

Porque he venido a despedirme, a decirte

que no todo brilla sin ti, pero sí parece menos oscuro".

Kaedi Jitán

Guardó el libro en su mochila cuidando que las hojas no fuesen a doblarse. El viaje había sido tranquilo y sin interrupciones, bastante ameno a pesar de que el hombre que estaba a su lado roncaba como un motor. Pronto estaría de vuelta en casa. Reconoció las calles de la ciudad y vio a lo lejos la costa. Un nuevo atardecer, uno como muchos otros que tampoco regresarían. Se llevó las manos al rostro para limpiar sus lágrimas. Ni siquiera la tarde del funeral de su madre había llorado tanto como cuando terminó de leer ese poemario que Salvador le había enviado.
—¿Señorita, está usted bien? —preguntó su acompañante que acababa de despertar.
No fue capaz de decirle algo. Pronto habían llegado a su destino y fue la primera en bajar. Tomó su equipaje y se dirigió a la salida para conseguir un taxi.
—¡Lía!
Conocía esa voz. Volteó hacia un lado y vio a Nailea caminar hacia ella acelerando su paso. Llevaba a un pequeño niño de la mano, tenía el cabello rubio y unos enormes ojos color verde que por fortuna había heredado de ella. La abrazó, besó su frente y acercó al pequeño que parecía desconcertado con su presencia.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lía. Ya que nadie sabía que volvería ese día.
—Hablé con tu hermano. Me dijo que regresarías y que quizá querrías que alguien viniera a recibirte. Incluso me dio la hora de tu vuelo... Me da gusto verte otra vez. Ha pasado mucho tiempo, cielo.
—Mucho...
Lía sintió que algo le oprimía el pecho. Más allá de haberse marchado para velar la salud de su madre en sus últimos días de vida, había sido arrastrada hacia su ciudad natal para alejarse de todo el dolor que guardaba ese lugar. Sin embargo, ahí estaba. Había regresado porque era el momento de enfrentar sus propios demonios y de aceptar que había perdido a Kaedi para siempre. Finalmente, el pajarillo estaba en casa después de su largo vuelo.
—Amor, saluda a tu tía.
Reparó en el pequeño niño que la observaba sonriente. Imaginó que no la recordaría, lo había visto solo una vez en su cumpleaños número dos. No podía creerlo, después de tanta riña e insistencia, Nailea había terminado al lado de Salvador y no solo eso, ahora también era el padre de su hijo.
—Salvador debe estar muy feliz.
—Así es...no imagino a alguien mejor para cuidar de mi hijo.
Lía estaba segura de eso. Ese pequeño no era hijo biológico de Salvador, sino de Diego. Pero no imaginaba un mejor padre en ese mundo para él. Incluso podría asegurar que ahora tenían un ligero parecido que se había forjado con los años y la convivencia.
Salvador se acercó sigiloso, tomó al niño en sus brazos para darle un arrebatado beso y después reparó en ella, tomó su maleta y la colgó detrás de su espalda.
—Bienvenida, Lía. Veo que recibiste mi regalo —le dijo con voz seria, señalando el libro que llevaba bajo el brazo.
Una mirada reprobatoria de Nailea abordó a Salvador, para arrebatar el libro a Lía y azotarlo contra su hombro.
—¡Eres un idiota!
—Descuida —intervino Lía—, en realidad estoy muy agradecida de que me lo haya enviado.
—Me decepciona mucho escuchar eso. Mi intención era torturarte un poco.
El chico dio la media vuelta, tomó la mano de su hijo para comenzar a caminar rumbo a la salida y dirigirse al automóvil. Nailea intentó disculparse por aquella grosería, pero Lía no quería darle importancia. Estaba feliz de haber regresado, de saber que Kaedi estaba triunfando en Barcelona y también de que ambos chicos estuvieran juntos. Parecía el final feliz que todos merecían.

Volver a aquella ciudad no era algo fácil, a pesar de que su regreso tenía un propósito laboral los recuerdos llegaban como olas pegando con fuerza en lo más profundo de su memoria. Había ido hasta el fin del mundo no solamente para ver a su madre morir, estando ahí aprendió tantas cosas, una de ellas y la más importante fue que había hecho lo correcto al terminar con Nina. En realidad, esa ruptura fue inminente tras la partida de Kaedi. Le tomó algunos años de terapia descubrir que había utilizado a la rubia para fragmentar, de forma definitiva, su relación con Kaedi y sobre todo como un espacio "conforme" y "seguro" que su inseguridad había clasificado como "amor". Fue terrible descubrir que aquella relación tóxica no había hecho más que pedazos su espíritu y el de ella. Aún cerraba los ojos y podía ver de nuevo la mirada eufórica de Nina, la forma en la que arrastraba las palabras al entumecer su quijada de la ira que guardaba.
No puedes dejarme, Lía ¿estás escuchándome? ¡NO PUEDES HACERLO OTRA VEZ! ¡NO!
Por un instante pensó que iba a golpearla, pero la chica tomó algunas de sus cosas y se marchó con la misma rapidez con la que había vuelto al departamento. No volvió a verla después de esa discusión. Supo, por una de sus compañeras de clase, que se había ido a otra ciudad a trabajar en algún hospital de renombre. Lía no podía más que desearle lo mejor, y con esa ruptura, soltar al fin el ancla que la sujetaba definitivamente a ese lugar.
La vida en su ciudad natal no fue mejor, ver agonizar a su madre no era tan sencillo como hubiera imaginado. Aquella mujer se fue deteriorando hasta convertirse en su pequeña bebé. Lía prácticamente la alimentaba, le ayudaba a ir al baño, y constantemente era su vigilia veinticuatro siete. El día que dejó de respirar, ella pudo volver a respirar de nuevo. Su madre se fue en la penumbra de una tarde de lluvia, donde un huracán azotaba la ciudad con fuerza. Hubo solo pérdidas materiales por fortuna. Pero siempre le pareció que aquello era un homenaje a su memoria, a la mujer que alguna vez fue y seguiría siendo en su corazón.
—Nailea, ¿segura que no hay problema? De verdad puedo buscar un hotel o hablar con Fabián...
Su amiga le había dirigido hasta su nueva habitación, le ofreció quedarse con ellos en lo que podía acomodarse de nuevo en algún departamento de la ciudad. Aunque Lía se sentía algo incómoda al comprender que quizá Salvador no estaría muy contento con la noticia, finalmente aceptó. No era por temor a la soledad, había estado viviendo sola en el fin del mundo durante un año después de que su madre muriera. Simplemente su nuevo y fructífero trabajo quedaba a poco menos de media hora de aquel lugar.
—Nada de eso. Ya te dije que no es problema. Me encanta la idea de tenerte aquí. Será más práctico así, voy a necesitar toda tu ayuda para los preparativos de la boda.
Nailea estaba sumamente emocionada con todo lo relacionado con su boda, y Lía estaba feliz de verla así. Era bueno saber que al final se había animado a darle una oportunidad al chico, que siempre se había mantenido comprometido con ella y con su relación. A pesar de sus temores e inseguridades, Nailea había descubierto el amor auténtico en él. Además, el cariño que habían forjado con su pequeño hijo había creado una conexión única. Salvador no tuvo problema en hacerlo parte de su vida cuando aún estaba en el vientre de su madre. Sabía, en el fondo, que jamás iba a arrepentirse de eso. Amaba a Nicolás con todo su corazón, tanto, como amaba a su madre.
—No puedo creer que finalmente aceptaste.
Nailea suspiró y acto seguido bajó ligeramente su voz para hablarle a su amiga casi en secreto.
—A veces todavía tengo mis dudas.
Lía la miró con sus enormes ojos como platos, pero se percató de que ahora reía
—¡Por Dios, cariño! ¡No es cierto! Jamás había estado tan segura de algo. Salvador es todo lo que quiero.
Lía respiró un poco más tranquila. Pensó en la idea de encontrar a alguien y sentir que realmente podría cubrirlo todo. Parecía solamente una frase burda y melosa. A esas alturas dudaba que existiera alguien que fuera capaz de ser su todo. Al menos no para ella. Nailea observó su semblante, imaginó lo que pasaba por su mente antes de que la chica dijera algo.
—Kaedi... ella...
—¿Vendrá? —la interrumpió Nailea, muy suspicaz—. No, está de gira con su libro. Dijo que trataría de acomodar las fechas, pero no prometió nada.
Lía no dijo más, era una lástima para su amiga, era seguro que hubiera querido que Kaedi no se perdiera su boda, pero al parecer, ahora, la chica era una ocupada escritora en ascenso en Europa.
Nailea observó a Lía sacar la ropa de su maleta y comenzar a guardarla en el closet. Se preguntó si sería posible que aun estuviera enamorada de Kaedi. Había pasado mucho tiempo desde su intenso y fatídico romance. Lía había salido con un par de personas durante su estancia en su ciudad natal. Pero, se preguntó si realmente el amor tocó a su puerta en algún momento después de Kaedi.
—¿Querías verla? —se atrevió a preguntar, con una sonrisita dibujada en los labios.
Lía le regresó el gesto y comenzó a negar.
—Quiero decir, pensé que no se lo perdería por ningún motivo, ambos son sus mejores amigos.
—¿Todavía sientes algo por ella?
Aquella pregunta directa no le extrañó en lo más mínimo, era Nailea después de todo. Lo pensó durante un instante, sin duda, había algo que aún sentía en la profundidad de su corazón. Pero, siempre había creído que ese sentimiento nacía por la forma en la que habían terminado. Era como tener una emoción a medias cuando pensaba en ella. Esa tarde en el aeropuerto se repetía con mucha frecuencia en su cabeza, siempre pensando en qué palabras habrían sido más convincentes para que la chica se hubiera quedado a su lado. Había anotado cada uno de los argumentos que venían a su mente, hasta que aceptó que no tenía sentido. Kaedi estaba a miles de kilómetros, viviendo un sueño que solo le pertenecía a ella; rodeada por la fama de la vida bohemia de escritor, con un amor en cada ciudad, escribiendo poesía a cada una de sus musas.
—No lo sé —dijo finalmente, sintiendo una marea de emociones—, ¿sería estúpido decir que sí?
Su amiga negó, llegando hasta ella para quitarle las prendas que llevaba en las manos.
—Claro que no, es solo que, ya pasó demasiado tiempo, cariño. Quizá ella ya no sea la misma.
—Lo sé, seguramente está con alguien más, viviendo su sueño del otro lado del mundo.
Nailea desvió su mirada, lo cierto era que Lía no estaba lejos de la realidad. Y era mejor que lo supiera de una vez, así, podría desprenderse con más facilidad de esa idea.
—¿Está con alguien? —preguntó curiosa, a lo que Nailea asintió.
Lía esbozó una sonrisa poco convincente y la rubia entrelazó sus manos a las suyas.
—Estoy segura de que tú también encontrarás a alguien. Las dos merecen ser felices. Y este es un nuevo comienzo para ti.
Así era, ella misma había trabajado sobre esa idea desde su llegada. Nada iba a poder opacar la oportunidad que tenía de volver a hacer una vida en ese lugar. Tenía que dejar atrás tantas cosas, soltar tanto dolor y tantas inseguridades. Y la mejor forma de hacerlo sería aceptando que Kaedi jamás iba a volver y que el intenso amor que alguna vez habían sentido estaba en el pasado.

***

Después de ese fin de semana Lía tomó su puesto en el hospital de la ciudad como jefa de laboratorio. Estaba sumamente nerviosa y emocionada por empezar su jornada, confiaba en sus capacidades, había tomado mucha experiencia en el hospital de su tierra natal, sabía que su desempeño estaría a la altura. Al menos podía sentir que en lo laboral todo iba bien y eso era algo importante.
En cuanto entró al hospital fue a recepción para hablar con la encargada de recursos humanos y de ahí se pasó a ver al doctor Lou, el antiguo jefe de laboratorio a quien iba a suplir. Lou acababa de jubilarse, conocía a la madre de Lía de años. Así que no dudó en postularla para el puesto en cuanto supo que estaba interesada.
El apacible hombre le saludó con simpatía y la llevó a recorrer el hospital y el lugar donde trabajaría. Le dijo todo lo que tenían por hacer, las cosas pendientes y lo que era sumamente importante no dejar pasar. En el laboratorio había tres jóvenes a quienes el doctor Lou le presentó. Lía se percató de que un chico alto, de cabello oscuro, ojos marrones y tez apiñonada la había observado hasta el último momento. No era desagradable a la pupila, pero no tenía planes de involucrarse con nadie que trabajara con ella. Era una ley de vida que había aprendido con el paso de los años.
—Bueno, Lía, este será tu equipo de trabajo. Siéntete en confianza de apoyarte en ellos si necesitas algo.
La chica le agradeció al doctor, saludó a cada uno de los chicos y finalmente la llevó a su nueva oficina que se encontraba en el interior del laboratorio. Comenzó a revisar los pendientes para ponerse a trabajar de inmediato mientras el doctor no dejaba de repetirle lo mismo una y otra vez. Ahora entendía por qué es que lo mejor era su jubilación.
Cuando el doctor Lou le dio las indicaciones finales y se marchó, comenzó por ordenar los documentos en la computadora para familiarizarse con el equipo. Estaba en eso cuando el mismo chico que le había estado mirando hacía un rato tocó a su puerta asomando la mitad de su cuerpo.
—Jefa, es hora del almuerzo y queríamos saber si te gustaría acompañarnos.
Lía lo miró, observó su simpática sonrisa casi de oreja a oreja, no llevaba ya la bata y su atuendo era tan desalineado y pasado de moda que un recuerdo llegó a ella.
Sabía que no podía negarse, era como iniciar clases en una escuela nueva y desdeñar amigos no era buena opción.
—Claro, en un minuto estoy con ustedes.

***

Con el paso de los días se fue acostumbrado al lugar y a sus nuevos compañeros de trabajo. El ambiente era sin duda más ligero que en su anterior empleo, pero era realmente difícil tener que ser la jefa. El equipo trabajaba bien, pero no le gustaba mucho tener que ser quien se encargara de cerciorar sus resultados día a día. Sin embargo, eso ayudó a que comenzara a crear un sano compañerismo. Incluso con Matías, el simpático chico que la había invitado a almorzar con ellos el primer día. Después de ese almuerzo y muchos otros, el joven había sido claro con ella. Estaba interesado, realmente quería conocerla un poco más y estaba muy consciente de que era su jefa, así que no esperaba un trato especial ni nada por el estilo. No pudo evitar sentirse halagada, pero, aunque el joven le parecía atractivo, sabía que sería difícil si las cosas no salían como esperaban. Un movimiento en falso y su estadía en ese lugar se tornaría incómoda y tormentosa. Así que fue directa, otro de los aprendizajes que esos cinco años le habían dejado: "no ilusionar a nadie para saciar mi sucia egolatría". Simplemente dejó las cosas claras para Matías. Éste comprendió la situación y aceptó lo que su jefa le proponía. Una relación de beneficios sin ataduras. Era algo que les permitiría seguirse conociendo y cubrir las necesidades básicas uno del otro. A Lía no le parecía descabellado, aunque estaba consciente de que había quebrantado su propia regla, sin embargo, estaba lista para conocerlo. Quizá, si era capaz de llevar las cosas tranquilas algo bueno podía salir de eso.

Un mes pasó desde su llegada, entre los preparativos de la boda de Nailea y Salvador y su nuevo empleo el tiempo volaba con rapidez. No quería admitirlo, pero estaba muy cómoda en casa de su amiga. Sin embargo, era consciente de que aquello no podía ser así siempre. Todos necesitaban su espacio. Afortunadamente después de semanas de búsqueda logró encontrar un departamento que se ajustaba a sus necesidades.
Se encontraba empacando sus cosas cuando escuchó la voz de Salvador en la puerta.
—Nailea me pidió que te trajera más cinta —le dijo mientras asomaba su cabeza por la puerta de la habitación.
Le agradeció y se percató de que su cabello era ligeramente más largo ahora, llevaba barba y parecía haber pulido un poco su aspecto, quizá a exigencias de su futuro esposa.
—¿Terminaste?
—Sí, creo que es todo —contestó Lía, dándole un pequeño vistazo a aquella habitación que había sido su hogar.
—Tengo que recibir un equipo para la editorial, pero, regresaré a tiempo para ayudarles.
Lía asintió. En verdad estaba muy feliz de que Salvador por fin estuviera cumpliendo su sueño de tener una editorial. Sabía por boca de Nailea cuánto le había costado materializar ese deseo. Sin duda Kaedi estaría orgullosa y más que satisfecha con él. No solo por ser el mejor padre, amigo o esposo del mundo, sino por su labor a la comunidad literaria de la ciudad.
Se percató de que iba a la salida cuando lo detuvo.
—Salvador... —el chico volteó y posó sus ojos sobre ella—. Muchas gracias por haberme recibido. Sé que no soy tu persona favorita, después de todo. Pero te has portado muy bien conmigo.
El chico esbozó una sonrisa. Aparte del evidente y favorecedor cambio físico que Lía había tenido también parecía haber crecido desde el interior, actuaba con más seguridad, cargaba un aura más madura y sosegada. Sin duda la chica había cambiado en muchos aspectos, y para bien.
—Sin resentimientos —le dijo, encogiéndose de hombros y mirándola fijamente—, creo que todos hemos madurado lo suficiente para dejar atrás el pasado.
Volvió a regalarle una sonrisa y finalmente se marchó.
Después de unas cuantas horas Nailea llegó, por fin había terminado de acomodar las pocas cosas que quedaban y solamente estaba esperando a su amiga que había ido a recoger a Nico de su clase de karate. Solo era subir sus maletas al automóvil y llevarlas a su nuevo hogar. El cual no era la gran cosa, pero estaba más cerca de su trabajo, con una ubicación perfecta y un costo lo suficiente accesible como para no dejarlo pasar.
En el fondo estaba ansiosa por mudarse, a pesar de los buenos tratos de sus anfitriones, sentía que sobraba en ese cuadro de familia perfecta. Además, extrañaba su espacio, un lugar para ella sola.
Les llevó el resto de la tarde ayudarle a Lía a instalarse en su nuevo departamento, había comprado algunos muebles y electrodomésticos que necesitaba para sobrevivir. La ahora familia Vallejo se quedó con ella hasta que terminaron de colocar la última prenda en su armario y finalmente se marcharon pasadas las diez de la noche.
Lía se dejó caer sobre el sofá, estaba tan exhausta que no sabía de donde iba a encontrar fuerzas para levantarse por la mañana e ir a trabajar. Pensó que no les tomaría tanto tiempo, pero al final habían salido algunos detalles que atrasaron la labor. Miró hacia la ventana de su sala. Ese lugar ahora le parecía inmenso, y sin la voz de Nicolás haciendo onomatopeyas de todo, aquel silencio era ensordecedor. De pronto se sintió nostálgica, pensó en su hermano, en sus sobrinos, en los Vallejo. Pensó en la cálida sensación de tener a alguien que te esperara al volver a casa y en el temor que le producía que su cabeza comenzara a tener pensamientos absurdos.

Al día siguiente Fabián le llamó para avisarle que había vuelto a la ciudad, después de haber estado algunos meses fuera por cuestiones de trabajo había regresado antes con la noticia de que su amiga estaba de vuelta. Lía estaba feliz, quería verlo y poder abrazarlo. Tenía tanto que contarle y esperaba que él también lo hiciera. Quedaron de verse en el departamento, Lía no era muy buena cocinando, así que pidió un poco de comida japonesa y esperó a su amigo con una botella de ron como en los viejos tiempos.
—Te va bien ese tono de cabello.
Lía sonrió. En realidad, al inicio no le había convencido mucho, pero con el tiempo se acostumbró a ver ese tono castaño más claro en su cabello.
—Gracias, quería intentar algo distinto. Ahora también hago yoga y ya no como carne.
—¿En serio? —preguntó el chico algo sorprendido—. Vaya, sí que has cambiado. Pero me alegra mucho que estés de vuelta.
—También a mí, no te niego que extraño a mis sobrinos, a Joaquín y Melisa, pero me siento extrañamente cómoda aquí.
—¿Qué tal te va con eso de ser tía?
Lía le contó que la experiencia había sido muy significante, siempre se había reconocido como una persona poco empática con los niños. Pero sin duda esos dos pequeños habían tocado su corazón. Dante y Atenea se habían convertido en una buena forma de enfocar todas sus energías y sus afectos.
—Quizá en un futuro puedas formar tu propia familia —continuó Fabián, algo socarrón.
—Quizá... ¿qué hay de ti? ¿Qué tal todo?
Por su parte, Fabián estaba triunfando en su trabajo como promotor de una reconocida empresa farmacéutica, eso le permitía viajar llevando pruebas de medicamentos a todos lados. Pero ahora, no estaba seguro de querer continuar con ello. Había conocido a una chica de la que estaba perdidamente enamorado. Desaparecer dos o tres meses seguidos comenzaba a ser difícil para su relación, aunque Romina era verdaderamente madura. Lía sabía perfectamente lo que era estar en una situación así.
Pasaron toda la tarde poniéndose al día hasta que dieron las once de la noche. Fabián se despidió de ella y le prometió organizar algo para que finalmente conociera a su novia. Lía aceptó, estaba más que curiosa por conocerla. El chico hablaba maravillas de ella. Quería cerciorarse de que su corazón estuviera en buenas manos.
Lo acompañó hasta la salida y antes de que se marchara lo detuvo.
—Casi lo olvido —le dijo de pronto, llevando una mano a su cabeza—, me preguntaba si podrías acompañarme a la boda de Nailea.
—Claro que sí, ¿cuándo es?
—El próximo fin de semana.
Lía sintió un alivio, estaba feliz por la boda, pero al mismo tiempo se sentía nerviosa. No conocía a la mayoría de los invitados y sabía que Nailea y Salvador no podían estar con ella todo el tiempo. Llevar a alguien conocido la tranquilizaba bastante, y quién mejor que él.

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