XXXI

"Henos aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro."
Rosario Castellanos

Durante el camino Lía se dio cuenta de que se acercaban a una zona de residencias. Por ese mismo lugar vivían los padres de Nina. Todo tenía una hermosa vista al mar y había casas en largas colinas. Era toda una belleza, esperaba en algún futuro poder tener un lugar así para ella. Envejecer en una casa como esas era un sueño.
Antes de llegar Kaedi le advirtió de la extraña relación que llevaba con su padre. Al parecer era agradable, pero no aprobaba muchas de las decisiones de su hija. Entre ellas haber dejado la ingeniería para estudiar literatura. Eso, y que, éste siempre había pensando que Kaedi estaba influenciada por su madre. Y por eso se la pasaba dándole la contra en todo.
Al llegar, pasaron por un portón eléctrico del cual colgaba una cámara de seguridad, de lado había una pequeña bocina de donde salió la voz de una mujer. Cuando Kaedi se identificó como hija del ingeniero Jitán, las puertas se abrieron mecánicamente y al entrar Lía quedó impresionada al ver la sorprendente casa. Su padre tenía más de un automóvil en la cochera y había también una piscina que apenas se veía a lo lejos. Un gran jardín con algunas palmeras y varios arbustos altos que custodiaban la casa. Sin duda era un sujeto con una buena posición económica, no podía entender cómo es que Kaedi vivía en un departamento pequeño en la zona centro de la ciudad y manejaba semejante cacharro cuando su padre tenía ese gran condominio.
—¿Tu padre es millonario?
Kaedi rio. El excentricismo neoliberal de su padre sin duda impresionaba a muchos. Ya imaginaba que por la cabeza de Lía pasaba la misma pregunta que todos sus amigos le hacían: "¿por qué tu padre es rico y tú conduces esa basura?" La respuesta era más compleja de lo que le habría gustado admitir. 
—Digamos que él tiene otro estilo de vida —puntualizó.
Bajaron de la Caribe y Lía aún miraba asombrada aquella casa. Tenía algunos paneles solares, altas ventanas, una preciosa fuente al centro con un piso de adoquines color chedrón. Una mujer joven salió a recibirlas con mucho esmero, llevaba a un pequeño en brazos que en cuanto vio a Kaedi luchó para zafarse de su madre y correr hacia ella.
—¡Karim! —gritó, alzando al pequeño hasta su rostro. Le dio un beso en la frente mientras el niño reía y esperaba a que lo subiera aun más alto. 
Era imposible negar que por las venas de Karim pasaba la misma sangre que la de Kaedi. El pequeño niño tenía el cabello rizado y abultado, una sonrisa resplandeciente, incluso se le marcaban un par de hoyuelos en las mejillas como a ella. A excepción de su color castaño mucho más claro, era imposible no relacionarlos.
—Desde que supo que venías no ha dejado de preguntar por ti.
Lía miró detenidamente a la mujer que se aproximaba. Era muy hermosa, alta, castaña. Tenía los ojos claros y usaba ropa con corte ejecutivo. Parecía una mujer importante y de mucha presencia. Ahora entendía a Sara, cualquiera se sentiría intimidada con semejante belleza y jovialidad. 
—Mucho gusto, tú debes ser Lía —Le extendió la mano y después la besó en la mejilla—. Bienvenida ¿qué tal el viaje?
—Bien —intervino Kaedi sin percatarse de que Sol le hablaba únicamente a Lía—. Todo está muy cambiado por aquí.
—Las residencias crecen rápido. Es un lindo lugar para vivir —dijo la mujer, orgullosa—. Pero venga, pasen. Hice limonada.
Las llevó hasta el interior de la enorme casa. Al entrar era como llegar a otra dimensión, las paredes grises se alzaban a sus lados y las decoraciones simples resaltaban la exquisita belleza del lugar. Había grandes cuadros con pinturas minimalistas y Sol las adentró a una sala espectacular que tenía vista hacia el mar. Ahí mismo había un pequeño barandal que hacía una especie de terraza por la cual entraba un ligero olor a costa.
—¿Limonada está bien? Puedo traerles algo más fuerte si gustan.
—Está bien —contestó Lía con un hilo de voz.
Kaedi la miró, se dio cuenta de que parecía un poco tímida y hasta cierto punto nerviosa. Era adorable, jamás la había visto de esa forma. Se llevó el vaso de limonada a los labios sin dejar de mirar a su alrededor como si se tratara de un museo.
—¿Estás bien? —preguntó acercándose a ella. Tomó su rostro y se dispuso a besarla en los labios pero en ese instante escuchó que alguien entraba por la puerta principal.
Un hombre alto y de aspecto intimidante se acercó hasta ellas. Llevaba pantalón caqui y una camisa azul cielo. Lía se percató del enorme parecido que éste tenía con Kaedi, era como verla en un espejo pero con el cabello corto y algo de prominente barba. Los genes del hombre eran increíbles. 
—Llegaste justo a tiempo, como prometiste.
—Sé que odias que sea impuntual.
—Me alegra que lo sepas —Finalizó el sujeto con una voz seria, acercándose a ellas con una mirada fría.
Se percató de la zozobra de Lía, así que  después de jugar un rato con esa pose extendió sus brazos hacia Kaedi. La chica  se puso de pie y ambos se estrecharon, el hombre depositó un beso en su frente y fue entonces cuando sus ojos se encontraron con los de Lía que de inmediato llamó su atención. Era la segunda vez que Kaedi le presentaba a una chica.
—¿Y la señorita es...?
—Lía Galli. Es un placer conocerlo, señor...
—Rajid Jitán, el placer es mío, Lía. Mi hija me habló de ti esta mañana, me alegra que hayas venido.
No sabía por qué se sentía un poco incómoda al escucharlo decir aquellas palabras sin dificultad ni titubeos. Miró a su chica y parecía tranquila, incluso se acercó a ella y la tomó de la mano.
—¿Segura que estás bien?
—Sí —respondió finalmente.
Rajid las condujo hasta otra habitación. Fue como si entraran a una oficina en lugar de a un comedor. La mesa de caoba y las largas sillas negras le daban un aspecto elegante y reservado. Kaedi caminó a la cocina para ayudar a Sol, quien negó, diciendo que eran sus invitadas. Pero después de insistir dejó que se encargaran de poner la mesa.
—Sol quiso preparar la comida por su cuenta —dijo Rajid mientras acomodaba a su pequeño hijo en su sillita—. Al parecer nos tiene una sorpresa, sólo esperemos que esa sorpresa no se queme.
Soledad entró con un plato de carne. Era una receta familiar con algo de lomo de cerdo agridulce. Lo descubrió y un suave olor a piña escapó de él.
—Se ve muy bien, cariño.
La mujer se inclinó para besar a Rajid y éste sonrió. Tomó el trozo de carne y comenzó a partirlo en partes como si aquello fuera una ceremonia de acción de gracias. Lía y Kaedi compartían miradas ocasionalmente. Las cosas parecían ir bien, hasta el momento ni Sol ni Rajid parecían ser extraños. Al contrario, se veían enamorados, unidos y no les molestaba que ella y Kaedi estuvieran juntas.
—¿Cómo ha estado tu madre? —preguntó Rajid de un momento a otro.
Lía miró discretamente a Sol que no se inmutó en lo más mínimo ante aquella pregunta.
—Bien. Trabaja demasiado. Lía y ella están en el mismo hospital.
Rajid asintió. Dejó de lado su tenedor y miró atento a Lía que ni siquiera había probado un bocado.
—¿Eres doctora, Lía?
—Soy QBP, señor.
—Es una profesión interesante, actualmente hay un amplio campo de trabajo —dijo amablemente para luego posar su mirada en su hija—. ¿Y tú? 
Kaedi bebió de su limonada, luego hizo un mohín encogiéndose de hombros sin siquiera molestarse en mirarlo y continuó con su comida.
—Yo estoy bien, papá, gracias por preguntar.
—¿Cómo les va a ti y a Salvador jugando a ser empresarios?
Kaedi paró de comer, pensó que esta vez su padre se había superado, aun ni siquiera terminaban la cena y ya estaba atacándola con esa clase de preguntas que no hacían más que molestarla. Pero no iba a caer en sus provocaciones, no delante de Lía. Sin embargo, aquella pregunta había logrado tensar el ambiente.
—Nos va bien.
—¿Así nada más? ¿No quieres contarle nada a tu padre?
Rajid tenía sus ojos puestos en Kaedi. Parecía tener otra expresión un poco más hostil y fría como al inicio. Pero ahora Lía estaba segura de que no bromeaba más.
—Ya te lo dije. Me va bien, las ventas se nivelan con el servicio de café...
—¿Y tienen permisos?
Dejó caer repentinamente el tenedor sobre su plato, le regresó la mirada a su padre. Sabía hacía donde iba y no podía permitirlo.
—¿Ves por qué no te cuento nada?
—Rajid... —intervino Sol—. Estamos cenando. Déjala comer con tranquilidad.
Continuaron con la cena dentro de una atmósfera algo tensa. Pero minutos después Karim había hecho un gran desastre con su plato embarrándose la cara con la salsa de piña, todos estaban riendo. Lía pudo percatarse del cambio contextual que eso había provocado. Era un alivio.
Finalmente, Sol llevó el pastel de cumpleaños, después de todo, aquella reunión era parte de la celebración de su pequeño hijo.
—Dejamos el regalo en el auto —recordó Lía.
—No te preocupes, iré por él.
Kaedi salió de la casa mientras Lía se quedaba frente a su suegro y a la mujer de éste. El hombre la veía con simpatía e incluso le regaló una sonrisa sincera.
—Así que eres química, me parece una labor muy importante ¿te gusta tu trabajo, Lía?
—Por supuesto. Me gusta mucho lo que hago.
—Tus padres deben estar orgullosos.
Lía sonrió. No estaba muy segura de eso, pero, debido a su situación, sabía que la posible respuesta sería no. Su madre siempre quiso que al igual que su hermano y ella misma, Lía estudiara medicina y se convirtiera en una reconocida doctora. Sin embargo, aquella idea no la atrajo nunca; por otro lado, su padre jamás mostró interés en sus decisiones. Le gustaba pensar que para él era suficiente el hecho de que hubiera terminado la escuela y tuviera un trabajo que le permitiera solventar su vida. Kaedi volvió y se sentó junto a ella dejando caer un beso en su mejilla.
—¿Papá está molestándote? —preguntó sonriendo mientras su mirada pasaba de su chica a su padre.
—No, por supuesto que no.
—Sólo le pregunté si su trabajo le hacía feliz —intervino Rajid.
—No había conocido a nadie que fuera tan feliz con un microscopio —aseguró, pasando su brazo por detrás de Lía para abrazarla.
Lía y Kaedi compartieron sonrisas. Rajid no dejaba de mirarlas como si analizara ese cuadro de relación. En el fondo siempre había estado orgulloso de Kaedi aunque no se lo dijera, era consciente del esfuerzo enorme que hacía por forjar su propio camino. Además de que admiraba la paciencia que tenía hacia con su madre. Él no le había soportado más de cinco años. En el fondo, sentía que Kaedi le recriminaba los años de ausencia. Y era consciente de que había sido un error "abandonarla" y comenzar una vida nueva. Había pensando cientos de veces en ir por ella y hacerla parte de la familia que ahora tenía, pero conocía a Sara, aquel proceso solamente se habría  convertido en una brecha mayor entre ellos que habría terminado por arrastrar a su pequeña hija aun más.  Por eso es que ni siquiera se sintió con el valor de juzgar o recriminar su sexualidad, ¿con qué cara un papá ausente podía exigirle algo tan absurdo a un hijo? Rajid sabía que lo único que le quedaba era intentar ser buen padre ahora, aunque pudiera parecer un poco cruel en cuestionar los gustos de la chica, solo quería lo mejor  para Kaedi y para Karim. En quien veía la oportunidad de redimir su terrible papel de padre primerizo.
—¿Y tú eres feliz, Kaedi?
—Claro —respondió con seguridad—. Tengo a una chica increíble a mi lado y por fin hago lo que me gusta.
Lía sintió las manos de Kaedi aferrarse a las suyas. La miró a los ojos, sonriendo algo altanera. No pudo evitar pensar que quizá esa invitación había sido con la intención de fastidiar a su padre y nada más. Eso significaba que estaba utilizándola para demostrarle que se podía ser feliz siendo una lesbiana bohemia vendiendo café y libros usados.
—¿Vender libros? ¿Gasté dos años en tu educación sólo para que tu felicidad fuera vender libros?
Sol sujetó el hombro de su marido. Kaedi levantó la vista, no quería ser grosera con él, menos aun enfrente de Lía y su pequeño hermano. Se percató de que el hombre estaba sereno, pero tenía esa expresión arrogante que sabía que Kaedi detestaba.
—Sabes, papá. Lamento mucho haberte hecho gastar tanto dinero en vano. Pero, es por eso que no te pido ni un centavo. No me interesa volver a recibir ni un peso de tu bolsa — se puso de pie. Tomó el regalo que había traído y lo puso junto a su hermanito. — Feliz cumpleaños — le susurró al pequeño, mientras hacia de lado su abultada melena de herencia familiar, para besar su frente.
—Y te vas, como siempre que comenzamos a hablar sobre ti. Tu madre te ha mal educado.
—¡Deja de decir eso! —gritó de repente. Sintiendo como su chica sostenía suavemente su brazo intentando tranquilizarla—. ¿Dónde estabas tú para educarme como lo merecía?
—No seas infantil.
—Y tú no seas un provocador.
Kaedi camino hacia la salida y Lía fue detrás de ella. Rajid no parecía un sujeto malo con los demás, había sido un excelente anfitrión pero era evidente que como padre había fracasado.
—Sólo quiero ayudarte.
Kaedi y Lía ya se habían despedido de Sol, quien profundamente apenada las acompañaba a la puerta. Kaedi miró a su padre, decirle a un hijo que era prácticamente un fracasado no era la mejor forma de ayudar.
—Por lo menos dime si ya recibiste una respuesta de esa dichosa escuela.
Kaedi se detuvo en seco. Miró de reojo a Lía y la sujeto de la mano para salir de la casa deprisa.

Subieron a la Caribe. Kaedi podía sentir la mirada de Lía sobre ella, era claro que buscaba una explicación. De repente era como si todo se hubiera venido abajo, otra vez.
—¿Estás bien? —preguntó, observando como Kaedi se limitaba a negar con la cabeza.
Había un desplante irritado en su mirada. Sin embargo, sabía mejor que nadie que Lía era la menos culpable de lo que acababa de pasar. De hecho, se arrepentía de haberla invitado, conocía perfectamente a su padre, era consciente de que aquello podría pasar y aún así arrastro a su novia con ella hacia aquella encantadora velada familiar.
—Lo siento, no quería que presenciaras esa simpática escena con papá.
—No fue tu culpa.
—Lo fue —continuó— no debí haber reaccionado así.
—Tu papá sólo se preocupa por ti. No creo que tenga mala intención.
Kaedi suspiró. Continuó con la mirada fija en el camino. Esperaba que Lía preguntara algo referente a eso último que su padre le había dicho. Era inminente.
—Lo sé, pero siento que siempre está intentando atacarme, nada de lo que hago le gusta.
Lía contuvo un poco la respiración. Miró sus largas pestañas y el perfil de su rostro. Se llevó las manos a los muslos y apretó con fuerza la mezclilla de su pantalón.
—¿De qué escuela hablaba, Kaedi?
Un silencio ensordecedor lo llenó todo. Sabía que tenía que encontrar la forma menos desastrosa de decirle la verdad a Lía de una vez por todas. En el fondo había esperado ese momento, incluso había practicado un discurso, pero su mente estaba en blanco. 
—Envié una solicitud para una universidad en Barcelona. Pero no me han respondido, supongo que no me aceptaron.
—¿Piensas irte al otro lado del mundo y no me lo habías dicho?
El tono de voz de Lía era como si estuviera conteniéndose. Pero Kaedi, sabía que, aquello si era un motivo suficiente como para hacer un gran drama.
—Lía, eso fue antes de nosotras. Si no te lo había dicho es porque no es importante, ya te lo dije seguramente me rechazaron.
—Pudiste haberlo siquiera mencionado, claro que es algo importante.
Sabía que con Lía lo mejor era guardar silencio. Sin embargo, también sabía que no iba a dejar pasar eso tan fácil. Dentro de su cabeza solamente había una razón por la cual Kaedi quisiera ir a Barcelona.
—¿Es por ella, cierto? ¿Pensabas regresar con tu ex novia?
Kaedi orilló el automóvil. Estaba comenzando a perder la calma. Respiró profundamente porque sabía que dar el primer grito sería el detonador de aquella discusión. 
—Lía, no tienes porqué hacer esto más grande de lo que es. Ya te lo dije, si no mencioné nada antes fue porque no tenía caso.
—¡¿No tenía caso?! ¿Y qué va a suceder si te aceptan?
—¡No iré! —tomó aire intentando recuperar la calma y el tono de su voz que se había elevado—. Aunque llegaran a aceptarme no podría irme...por lo menos no sin ti.
Lía miró fijamente los ojos de Kaedi, unos segundos después se quitó el cinturón. Estaba bastante fastidiada con la situación. Abrió la puerta del vehículo y tomó su bolso del asiento trasero.
—Lía, espera ¿a dónde vas? ¡Lía!
Pudo observar por el espejo retrovisor como la chica se alejaba dando grandes zancadas. No iba a arrastrarla forzosamente hacia ella. Si quería estar sola era mejor darle su espacio, además, sentía que después de todo lo que había sucedido ese día, ella también lo necesitaba. 

Al regresar a casa se dio cuenta de que Lía no volvería. Pasaron más de dos horas, comenzaba a preocuparse seriamente, pero siempre había pensado que las peores noticias son las primeras en llegar. Por la mañana intentaría volver a comunicarse con ella o comenzar a llamar a sus conocidos. Aún así no podía creer que se comportara de esa forma por algo que ni siquiera pasaría, porque ahora estaba seguro, jamás iría a Barcelona.

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