XXVII
"Lo que más me gusta
es el temblor de tus manos
al sujetar los poemas
que vas a leer.
Es el mismo temblor
de tus ojos cuando me miras,
el mismo que reconozco
en tus manos
cuando me abres para leerme."
M.V.
El frío cálido de aquel lugar llegó rápidamente anunciando otra época del año. Ahora el mar quebraba con fuerza a las orillas de la bahía exhalando desde sus adentros un suspiro gélido. Kaedi llevaba los zapatos en una mano, mientras sujetaba con la otra a Lía. Observó sus pies desnudos sobre la arena y recordó divertida su primera cita. Se aferraron durante un instante, mientras una tiritaba en los brazos de la otra.
—Volvamos a casa, estás congelándote —dijo al tiempo que tomaba las manos de Lía y se las llevaba a los labios para acalorarlas con su vaho.
—Sigamos un poco más, quiero ver el atardecer.
Se quedaron admirando aquel espectáculo que tanto les gustaba compartir. Aquel que anunciaba la muerte de otro día; por eso el cielo se tintaba rojizo, había dicho Kaedi a Lía y a ésta le pareció una buena metáfora. Cuando el sol se ocultó. Ambas se pusieron de pie y caminaron hacia la Caribe.
Kaedi condujo hasta casa mientras charlaban de cosas cotidianas. Nada fuera de lo común como desde hacía unos meses después de que Lía salió del hospital. Su relación estaba floreciendo. Nadie mencionaba ni a Nina ni a Lucía, era como un acuerdo tácito entre ambas.
Al llegar al departamento de Kaedi, que era en donde pasaban la mayor parte del tiempo, Lía comenzó a desnudarse en la sala. Kaedi estaba sirviendo un poco de té, bebió sorbo a sorbo mientras contemplaba la espalda desnuda de su chica.
Se acercó hasta ella, acariciando su cuerpo lentamente, besándola, recorriéndola. Miró el sofá, pero decidió llevarla hasta la habitación para hacerle el amor ahí. Mientras Lía se aferraba a su espalda, Kaedi continuaba sobre ella. Comenzaba a conocer cómo es que le gustaba, y cuáles eran sus puntos más sensibles así que la estimuló hasta el límite. Cuando sintió que la espina dorsal se marcaba entre sus manos decidió mirarla al rostro. Tenía la boca entreabierta y de ella salía un quejido que se sofocaba en su garganta mientras se enrojecía. Finalmente Lía quedó abatida sobre la cama.
—Eso fue muy bueno —dijo quitando el cabello de Kaedi de su rostro.
—Y apenas estamos empezando.
Lía abrió sus ojos para mirar atenta los movimientos de Kaedi. Se quitó lentamente la ropa interior y al dejar su sexo expuesto Lía se incorporó un poco.
Kaedi tenía un cuerpo muy diferente al de Nina. Su espalda era más ancha, tenía un poco más de senos y aunque sus caderas no eran tan curvilíneas tenía la parte baja del abdomen marcada y las piernas fuertes.
Se colocó sobre ella nuevamente, con el voluminoso cabello cayendo hasta su cintura. Lía no podía dejar de ver aquel espectáculo, ese cabello le caía hasta el pecho haciéndole cosquillas, mientras la chica luchaba por quitarlo de en medio cada que se inclinaba para darle un beso.
—¡No lo sujetes!... —dijo mirando que Kaedi extendía su largo brazo para tomar una liga—. Me gusta de esa forma.
Lía llevó sus manos hasta los senos de Kaedi mientras la miraba sobre ella jadear lentamente. Introdujo un dedo en su boca y después la recorrió lentamente con él hasta llegar a su pezón. Llevó su mano hasta el sexo de la chica y comenzó a estimularla mientras ésta se movía ligeramente.
Nina jamás la había dejado tomar el mando de esa forma, todo era a su condición. Pero con Kaedi, mordió, azotó y lamió todo lo que quiso sin que se opusiera en lo más mínimo. Al contrario, parecía que aquello la excitaba más y más. Lía estuvo a punto de correrse con sólo mirarla, sólo faltaba que ella...
—Lía, no pares... —dijo de repente provocando que el corazón de la chica se acelerara.
Comenzó a agilizar el movimiento. El rostro de Kaedi enrojeció hasta que culminó sin dejar de vibrar sobre la cadera de Lía. Su mano estaba tan húmeda, jamás habría imaginado que una chica pudiera correrse así.
—Eso fue...tan sensual que creo que volveré a correrme —se mordió los labios, mientras Kaedi sonreía algo apenada.
—No digas eso. Creo que exageré un poco. Esto es un desastre.
—Para nada, estuviste perfecta.
Lía acurrucó a Kaedi entre sus brazos. Con Nina eso sucedía rara vez. Jamás había sentido esa sensación tan cálida y verdaderamente satisfactoria como en esa ocasión.
***
Despertaron temprano a pesar de que era fin de semana. Irían a visitar a la madre de Kaedi. Lía se sentía un poco nerviosa, no estaba acostumbrada a aquella situación a pesar de que había visto a la doctora en ocasiones ya que trabajaban en el mismo hospital.
Llegaron a una casa algo oculta a las afueras de la ciudad. No estaba muy lejos del hospital. La casa era pequeña y algo rústica. Tenía un jardín amplio, y se veía un grupo de perros acercarse hasta ellas como si reconocieran a Kaedi, movían las colas y ladraban para que la chica bajara a saludarlos.
En ese instante Sara salió de la casa para recibirlas mientras hacía a un lado a la jauría que las tenía rodeadas.
—No te harán nada, sólo quieren saludarte.
Lía bajó temerosa, pero al estar aferrada de Kaedi ningún canino se echó encima de ella.
—Llegan temprano. Esto es una sorpresa, Kedi.
—Mamá, no me digas así.
La mujer estrechó a su pequeña hija en un abrazo y le dio un beso en la mejilla.
—Pero si fuiste tú misma quien se puso "Kedi" —dijo concentrando su mirada en la acompañante de su hija—. Sucede que cuando era pequeña, Kaedi no podía decir su nombre, así que ella misma se lo facilitó. Era un encanto, siempre con ese revoltoso cabello y una sonrisa de oreja a oreja.
Lía sonrió divertida y se dio cuenta de que Kaedi estaba algo sonrojada. Parecía molesta pero eso fuera de preocupar o alarmar a Sara la incitaba a molestarla más.
Después de eso la saludó con familiaridad.
—Lía, qué gusto verte. ¿Cómo va todo?
—Mejor, Sara. Gracias por preocuparte.
La mujer se inclinó para besar a Lía en la mejilla y después las dirigió a la puerta de su casa. Por dentro era aún más sorprendente. Miró a su alrededor, había algunos cuadros, pinturas y murales. Era un lugar tranquilo. Un rincón llamó la atención de Lía en donde había un grupo de fotografías de Kaedi cuando era pequeña.
—¿Eres tú? —Kaedi asintió dejándose caer en el sofá—. Por Dios eras un encanto. Aquí pareces un chico.
—Jamás dejó que le pusiera un vestido. Después de los cinco años fue imposible someter a esta niña.
Sara llevaba una charola con té y bocadillos que recién había preparado, la colocó en la mesa de centro de la sala.
Lía observaba sonriente como la mujer ponía una mano sobre el hombro de su hija y después se inclinaba para besar su cabeza. No recordaba la última vez que su madre había hecho algo como aquello.
Charlaron durante un rato, la mayoría del tiempo sobre los logros de Kaedi, le mostró fotografías, dibujos, incluso algunos juguetes que le pertenecían.
—Siempre fue muy artística. Me sorprendió cuando dijo que quería estudiar ingeniería como su padre. Debí suponer que lo hacía para complacerlo.
—Papá siempre ha sido difícil —intervino guiñándole un ojo a Lía, como si la previera sobre la reacción que su madre tendría después.
—Difícil es poco. Es cuadrado, malhumorado y el ser más desesperante sobre la faz de la Tierra. No sé como esa chiquilla ha soportado tanto a su lado.
Lía miró a Sara, era guapa tendría quizá poco más de cuarenta años. Pero sin duda era una mujer mucho mayor que la ahora esposa de su ex marido.
—Pero así son los hombres. Dejan siempre lo mejor que tienen para perseguir faldas de colegialas. En parte a mí me alegra que Kaedi sea lesbiana. Digo, no tiene que lidiar con la estupidez casi nata de los hombres.
— Má, —intervino algo molesta— no todos son así. Papá no es tan malo, simplemente las cosas no funcionaron entre ustedes.
—Todo fue culpa de su madre. Nos obligó a casarnos cuando supo que estábamos esperando a Kaedi, pero cuando vivimos juntos me di cuenta que no teníamos ni la más mínima compatibilidad, sin embargo, ya era tarde.
—¿Me estás culpando por arruinar tu vida?
Sara comenzó a reír. Unos minutos después terminaron el té, y la madre de Kaedi comenzó a preparar la comida. Las chicas quisieron ayudarle, pero se negó.
—Son mis invitadas —dijo la simpática doctora.
Continuaron charlando hasta que comieron y posteriormente salieron a que Sara le mostrara a Lía su jardín lleno de begonias.
—Kaedi adoraba venir aquí a regar las flores conmigo. Solía decir cosas hermosas sobre ellas, desde que aprendió ese verso de las rosas son rojas las violetas azules, no dejaba de repetirlo cada vez venía aquí. Me miraba con sus enormes ojos y me decía "Má, las begonias llevan hermosos vestidos como los que tengo yo en el armario ¿por eso te gustan? ¿Porque ellas si los usan?" Yo sonreía, me alegraba tanto que dijera cosas como esas.
Lía observó a Sara, tenía un mentón como el de Kaedi y sus sonrisas eran muy similares, también trasmitía esa inefable paz y una alegría singular que lo llenaba todo.
Kaedi llegó al poco rato, llevaba un par de limonadas para su chica y su madre. Se acercó a Lía para besarla en los labios pero ésta se alejó al sentir la mirada de Sara sobre ellas.
—Por mí no se contengan. Iré a ver que prepararé para la cena.
Sara caminó con rumbo a la entrada de la casa. Lía volvió a los labios de Kaedi con ansias mientras sus manos comenzaban a tocarla también.
—¿Nos quedaremos a cenar? —le susurró al oído.
—Así parece —contestó la chica riendo— mamá es así de espontanea.
Durante la cena Lía observó la peculiar relación que su chica tenía con su madre. Parecían un par de amigas cotilleando y bromeando sobre casi todo. Aquella atmósfera era diferente, ella no podía imaginar siquiera tener una conversación fluida con su propia madre. De hecho, estaba segura de que jamás había pasado. No podía evitar sentir un poco de envidia por su perfecta relación.
Después de cenar, se dieron cuenta de que el tiempo había pasado de prisa y era más tarde de lo que esperaban. Sara insistió en que era mejor quedarse y no se arriesgaran a conducir tan tarde. Logró convencerlas a pesar de que Lía se encontraba un poco incómoda con la situación.
—Me agrada tu madre, es diferente.
—Es algo distinta. Pero es la mujer más bondadosa que conozco.
Lía entró a la habitación de Kaedi. El cuarto era más espacioso que el de su departamento, pero tenía las paredes cubiertas por un papel tapiz oscuro y algunos posters de bandas de rock. Detuvo su mirada en una fotografía, en ella aparecían Nailea, Kaedi y otra chica con el uniforme de la escuela. Las tres sonreían pero había algo en la forma en la que Kaedi abrazaba a la misteriosa chica que llamó su atención. Irradiaban una química peculiar que parecía escapar de esa imagen.
—Es la típica habitación de una adolescente.
Kaedi rio al escuchar eso, sin duda lo era. Sólo faltaba la colección de libros que tenía en su vieja repisa para completar aquella habitación. Lía se dejó caer en la cama, mientras le hacía señas para que fuera hasta ella.
—Debemos ser silenciosas. Mamá tiene el sueño ligero —susurró mientras se inclinaba para besarla.
—No puedo jurarte nada...
***
—Sólo diré que serás la culpable si esa chica le rompe el corazón.
—¡¿Por qué sería mi culpa?!
Salvador se puso de pie, dejó su cigarrillo de lado y se sirvió una taza de café mientras Nailea lo observaba con los ojos encendidos como un par de velas.
—Porque fue idea tuya esto de "ayudar a Lía". Ambos sabemos que a la chica le faltan uno o dos tornillos.
—Cierra la boca —intervino caminado hacia él— no sabes lo que Lía ha sufrido.
—No —contestó Salvador algo indiferente— pero sé lo que Kaedi ha sufrido...
Nailea bajó su mirada. Eso era seguro. Kaedi no sería capaz de contarle a Lía sobre lo del accidente. En ese entonces, era otra persona, solitaria, alejada, depresiva y hasta cierto punto autodestructiva. Fue gracias a Lucía que había salido de ese agujero y Nailea imaginó porque era que Salvador se sentía tan preocupado.
—Kaedi puede caer en cualquier momento, decidiste sacrificar la felicidad de nuestra amiga por tu maldito egoísmo.
La rubia caminó hasta él, levantó su mano para estrellarla directo en la mejilla de Salvador.
—Eres despreciable. Yo quiero ayudarlas a las dos. Jamás lo hice para que...
— ¿Para que Kaedi se quedara aquí y no fuera a Barcelona? Por favor, no mientas, Nailea.
Los ojos de la chica estaban rojizos y acuosos. Intentó volver a golpearlo pero la detuvo.
—Si vuelves a golpearme voy a tener que castigarte. Y se me ocurren muchas formas de hacerlo.
—¡Déjate de estupideces! ¡Me largo! — tomó su bolso y caminó hacia la puerta pero al intentar abrir la manilla se dio cuenta de que estaba cerrada con llave.
Miró a Salvador de reojo, sostenía las llaves entre sus manos y sonreía conforme.
—¿Podrías dejar de comportarte como un niño?
—No —contestó caminando hacia ella— hasta que tú dejes de comportarte como una niña berrinchuda y caprichosa. Mírame cuando te hablo...
Nailea subió su mirada. Sus preciosos ojos verdes quedaron fijos en el rostro de Salvador. Adoraba la forma en la que su barba crecía desde sus pómulos hasta la punta de su barbilla partida. El chico se acercó más y más hasta aprisionarla entre la puerta y su propio cuerpo. Sentía que el corazón le iba a explotar en el pecho cuando se inclinó hacia ella para rozar su nariz con sus labios.
—Me encanta la forma en la que esperas a que sea yo quien haga el primer movimiento. Aun y cuando tú lo deseas más que yo, esperas. Te resistes. Eres prudente, y eso es muy extraño en ti.
—¡¿Qué quieres de...?!
Salvador dirigió sus labios hacia los de ella para besarla lentamente mientras la chica poco se resistía. Recorrió sus piernas con una de sus manos hasta subir lentamente la falda negra que llevaba para acariciar sus muslos.
—¿Estás usando lencería sexy?
—No la uso para ti. No te hagas muchas ilusiones —contestó algo jadeante.
La tomó por la cintura, elevándola lo suficiente como para hacer que sus piernas rodearan su cadera haciéndola caer sobre una de las mesas.
Nailea acababa de arrancarle la camisa cuando su móvil sonó, era Kaedi. Alejó a Salvador de ella y caminó un poco por la habitación sin dejar de mirar al chico que ahora sólo la observaba con los ojos encendidos y el pecho rojizo.
—¡Qué dicha escuchar tu hermosa voz!...No, no estaba ocupada... —miró a Salvador esbozar una sonrisa—. Claro... ¿por qué no van a mi casa? será una noche de chicas...perfecto. Besos, las amo.
—Supongo que no estoy invitado.
—Supones bien.
—Es una pena. Porque estoy seguro de que nosotros cuatro la pasaríamos bien.
Nailea tomó su bolso, se arregló un poco el cabello y la falda antes de restregarle las llaves en la cara. Salvador la miró sorprendido al darse cuenta de que había sido rápida esta vez.
—Quizá algún día tengas suerte. Adiós, Chavita.
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