XXII

"Crees que no existen palabras que puedan definirla,
pero entonces respira y eso es poesía"
M.V.

El vuelo estaba retrasado cuarenta minutos. Estaba esperando a aquella chica que volvía de Barcelona con la esperanza de encontrar a la novia que había dejado años atrás. Pero lo había pensado, llevaba días dándole vueltas a la situación y estaba decidida a hacer las cosas bien con Lucía. Ella era quien le había enseñado a enfrentar la vida con sinceridad y prudencia. Así que no haría más que aplicar su propia filosofía.
Llevaba las manos metidas en la chaqueta, ensayando cuál sería la reacción más apropiada para recibirla. Miró su teléfono, no había mensajes de Lía ni tampoco llamadas. Desde hacía más de tres días no tenía contacto con ella. No sabía qué era lo que había pasado, desde el viaje de la boda, la chica se había comportado distante y apenas si habían tenido oportunidad de verse y tomar un café. Aun así, no quiso darle demasiada importancia a aquello, sabía también que ahora Lía era una mujer muy ocupada entre el hospital y la escuela, además de ser niñera de su novia. La sola idea de que fuera Nina quien compartiera su cama todos los días con ella le producía malestar, así que también trataba de evitar esos pensamientos aunque fueran inevitables...
—¡KAEDI! —gritó una voz familiar desde un extremo del aeropuerto.
Lucía fue hasta ella dejando su maleta de lado y aferró a la chica en un abrazo. Kaedi no podía creer que fuera ella hasta que sintió la suavidad de sus labios sobre los suyos. Después de unos segundos se separaron y Lucía la contempló emocionada:
—¡Estás muy delgada! ¿Qué ha pasado? ¿Ejercicio?
—Supongo que eso de vivir sola y tener un negocio propio es algo estresante.
Ambas rieron mientras Lucía no dejaba de acariciar sus mejillas y barbilla mientras Kaedi aferraba sus manos a las de ella.
—Te ves preciosa, no puedo creer que te tenga aquí, frente a mí.
Kaedi sonrió nerviosa mientras miraba alrededor. Algunas personas tenían su atención puesta en ellas.
—Tú te ves hermosa, ¿estás usando saco? Te ves elegante —dijo Kaedi estrechándola en sus brazos con fuerza—. ¿Nos vamos ya? Seguro debes estar cansada.
Lucía aceptó, tomó la mano de Kaedi como antes pero la chica parecía un poco tímida y rígida. Aun así no soltó su mano hasta que la ayudó a subir su equipaje y le abrió la puerta de su automóvil.
Durante el camino, Kaedi se mostró más entusiasta, le preguntó sobre el viaje, sobre cómo estaban las cosas con su doctorado y su nueva vida en España, así como el extraño acento que tenía ahora.
—¿Vas a hablar así siempre?
—¡Basta! es inevitable, es un acento muy persistente.
Cuando llegaron al departamento, Lucía miró a su alrededor. Tenía buenos recuerdos de ese lugar y todo parecía estar igual. Era como si el tiempo no hubiera pasado, a excepción de que Kaedi tenía una colección de tés en la alacena. Era extraño, sabía que no era muy amante del té y que prefería el café. Lucía no quiso decir nada al respecto. Se limitó a pedirle un vaso de agua simplemente.
—Pero qué tonta eres, Lucía. Esta es tu casa, puedes tomar lo que quieras.
La chica sonrió:
—Agradezco tu cordialidad. Pero esta ya no es más mi casa, es tuya, soy tu invitada.
—No es así, no eres mi invitada eres... —se quedó pensando en ello. Se llevó una taza de té frío a la boca y vio que Lucía esperaba que completara su frase.
—¿Qué soy, Kaedi?
—Eres la reina de este castillo, te lo dije antes y ahora te lo repito.
Ambas rieron, Lucía estaba sentada en el sofá y mientras pasaba una mano por el terciopelo del mismo no pudo evitar llenarse de recuerdos. Ese sofá tenía historias, en él habían hecho el amor por primera vez...

...

—Lo mejor es que deje de ser tu psicóloga. Estoy faltando a mi ética profesional.
Lucía estaba sentada sobre el sofá, acariciándolo con algo de nerviosismo.
Kaedi sonrió, con esa sonrisa que sólo Lucía producía en ella y se puso de pie para poner algo de música.
—No me molestaría que sigas siendo mi psicóloga, pero si es un problema para ti. Quizá puedas recomendarme a alguien más.
Había una canción de Nina Simone de fondo cuando vio a Kaedi acercarse hasta ella mientras iba sacando su blusa despacio. Podía sentir su rostro caliente cuando la chica se inclinó para besarle los labios.
—¿Puedes seguir siendo mi psicóloga sólo por hoy?
—¿Qué dices? —preguntó Lucía algo nerviosa mientras Kaedi se sentaba sobre su regazo, frente a frente.
—Es sólo que, pensar que me estoy acostando con mi psicóloga me excita demasiado.
Lucía esbozó una sonrisa tímida. Tragó un poco de saliva algo nerviosa cuando sintió el joven y firme cuerpo de Kaedi junto al suyo, le llevó las manos a la espalda mientras desataba su sostén y recorría con su lengua el tatuaje que llevaba en el hombro, su cuello y sus pechos. Es tan hermosa, pensó, mientras el cabello rizado le caía sobre el rostro y la espalda. Desde el primer momento que la vio cruzar la puerta de su consultorio lo pensó. Sólo en instantes de debilidad había deseado tenerla de esa forma, había podido comportarse hasta ese momento pero ahora estaba haciéndole el amor  a su paciente, extasiada mientras escuchaba sus frágiles gemidos. Estaba cometiendo un terrible error, pero era quizá el mejor de todos...

...

—¿Lucía? ¿Estás escuchándome?
La chica volvió a la realidad. Miró extrañada a Kaedi sin tener la menor idea de lo que acababa de decirle.
—¿Perdón?
Kaedi rio:
— Que si tienes hambre, prepararé algo de comer ¿o prefieres salir?
La chica sonrió nerviosa.
—Podríamos preparar algo. Voy a enseñarte a hacer un rico gazpacho. Es un platillo típico andaluz.
—Me parece excelente idea.
Lucía se puso de pie, caminó a la cocina para buscar los ingredientes en el refrigerador de Kaedi.
—Creo que tenemos todo, falta un poco de pan ¿crees que podamos ir a comprar?
Fueron al súper mercado, Lucía se puso a buscar algunas especies que pudieran elevar el sazón del gazpacho mientras Kaedi, como de costumbre, iba al pasillo de comida chatarra.
Lucía pensó que si se iba a quedar con Kaedi lo mejor era tener un poco más de despensa así que aprovechó. Se encontraba escogiendo algunos tomates frescos cuando por accidente se topó con una chica tirando la fruta que llevaba en la mano
—Lo siento, soy una tonta.
—No te preocupes, no me fije que la bolsa estaba rota.
Lía se quedó mirando a la chica que tenía enfrente, era morena y realmente hermosa. Tenía los labios carnosos y rojos, el cabello quebrado y castaño y sus ojos oscuros eran preciosos. Parecía una modelo.
La chica fue hasta una de las pesas y arrancó una bolsa para Lía.
—Ten, una bolsa nueva.
—Gracias —dijo sin dejar de sonreírle.
En es instante Nina llegó hasta ellas. No parecía feliz de que Lía compartiera sonrisas con una desconocida.
—¿Pasa algo? —preguntó.
Lucía miró a la chica rubia que parecía un poco malhumorada.
—Nada, cielo. Esta señorita me ayudó, muy cortésmente, a recoger lo que tiré.
Pero Nina no parecía muy conforme. Lucía era demasiado receptiva como para no darse cuenta de que eran pareja y sin duda la rubia era amenazante y algo extraña.
—Me tengo que ir. Y una disculpa nuevamente.
—Descuida, muchas gracias.
Lucía se alejó con una sonrisa en el rostro y llegó hasta donde estaba Kaedi que aun no podía elegir entre unas galletas comunes y otras cubiertas de chocolate.
—Lleva las de chocolate, no quieras hacerte la modesta conmigo, glotona.
Kaedi soltó una carcajada y le dio un golpecito con la caja a Lucía.
—Fuiste tú la que dijo que estaba más delgada.
—Eso no te quita lo glotona.
Caminaron hacia la caja y pagaron todo lo que llevaban para finalmente marcharse.

***

Se encontraba en la salida del supermercado, esperando a Nina que regresó a comprar algo que había olvidado. Vio a la chica con quien había topado hacía un instante, pensó en gritarle y despedirse hasta que vio quien era su acompañante.
—¿Kaedi? —susurró para si.
No podía creerlo, se negaba a creer que era ella pero se dio cuenta de que subían a la Caribe color arena. Sin duda era ella, iba en compañía de esa chica que ahora comprendía debía ser Lucía. Sintió un golpe en el estómago, tuvo el impulso de ir hasta allá y armar un drama pero en ese instante Nina volvió.
—¿Qué tienes? —preguntó al verla algo alterada.
—Nada, vámonos a casa —continuó con una voz cortante. Caminó rumbo a su automóvil y se subió rápidamente.
Miró por el espejo retrovisor y esperó a que la Caribe arrancara primero, sin embargo Nina continuaba mirándola algo extrañada por ese repentino comportamiento.
—Lía, vámonos. Llegaré tarde al hospital.
La chica aceleró, iban tan rápido que la rubia tuvo que pedirle que se detuviera antes de que las matara a las dos.
—¡Lía! ¡Detén el maldito auto!
La chica frenó de repente, Nina no podía comprender qué era lo que le sucedía así que le pidió que cambiaran de lugar y fue ella quien condujo hasta su destino.
—¿Qué te sucede? ¿Te has vuelto loca?
Lía sintió que algo le oprimía el pecho. Quería llorar, no podía dejar de pensar en la imagen de Kaedi junto a esa mujer. Debía estar viviendo en su departamento, durmiendo en su cama, compartiendo su comida. No podía evitarlo ni tampoco negarlo. Estaba celosa, tanto que apenas si podía respirar con tranquilidad.

***

—¡Esto está buenísimo, Lucía! Pensé que al ser fría sabría a mierda, pero me sorprendiste.
Lucía levantó una ceja, no podía creer que Kaedi dudara de su sazón culinario.
—Te dije que te gustaría. Es sólo que estás acostumbrada a comer pura basura.
—Claro que no, ahora llevo una vida muy sana. Como frutas y verduras, salgo a caminar...
—Bebes té... —intervino Lucía tratando de sonar causal—. Antes no te gustaba mucho, preferías el café y ahora tienes una colección con todos los sabores y colores de té que existen ¿por qué?
Kaedi sonrió. Se llevó una mano a la cabeza para despejar su cabello y Lucía sabía que eso era simplemente un reflejo nervioso. Luchaba por no ser demasiado insistente pero era imposible estando así de cerca de la verdad, de conocer la razón por la que Kaedi había dejado de llamarle con frecuencia y hacer vídeo llamadas con ella, la razón por la que estaba ahí.
—No sé, comencé a tomarle gusto de repente. Demasiada literatura inglesa, supongo —dijo con algo de humor y se dio cuenta de que en realidad Lucía no parecía encontrarle la misma gracia. Era claro que su intención había sido otra desde un inicio.
—¿A ella le gusta?
Kaedi dejó de lado la cuchara de su comida.
—¿De quién hablas, Lucía?
—De la chica con la que sales, ¿sabe que existo? ¿Qué voy a quedarme contigo?
Kaedi miró su plato con gazpacho. Lo tomó y se puso de pie para llevarlo hasta el fregador mientras abría el refrigerador y sacaba una cerveza.
—No quiero molestarte, si no quieres que me quede puedo buscar algo.
—Lucía, nadie ha dicho que te vayas, eres tú la que está armando todo este drama.
Kaedi sonaba tan irritada que Lucía tuvo el impulso de tomar sus cosas y marcharse, quizá volver a Barcelona. Pero quería saber la verdad, había venido en busca de ella y quería escucharlo de voz de Kaedi para así saber qué hacer.
El móvil de Kaedi sonó, la chica lo tomó y al ver que era el número de Lía cerró los ojos. No podía creerlo, aquello no podía ponerse peor. Miró el teléfono sonar y sonar. Lucía la observaba a ella, con ese semblante doloroso que era imposible de ocultar aunque lo intentara.
—Contéstale. Yo iré a fumar un cigarrillo.
Lucía se puso de pie, caminó lentamente mientras Kaedi escuchaba el arrastre de sus pies hasta la puerta. Respiró profundamente y después se llevó las manos a la cara. Era su momento, el momento perfecto para ser sincera con Lucía y lo había dejado pasar. De pronto, recibió un mensaje de Lía.

Se dio cuenta de que sería difícil poder esconderle la verdad a las dos. Ella no estaba acostumbrada a esos juegos, no quería tener que armar todo un plan de espías para poder tener a Lucía en su departamento sin que Lía se sintiera amenazada. Lo mejor era decirle la verdad, de todos modos, podía adivinar cómo reaccionaría Lía cuando supiera que Lucía se quedaría un tiempo con ella.

Lucía regresó y se sentó en la mesa nuevamente. Olía un poco a anís, así que supuso que había tomado alguno de sus cigarrillos.
—Es insistente, al parecer. Le molesta que esté aquí contigo ¿cierto?
Kaedi suspiró, sabía que no podía seguir sosteniendo esa situación. Lo mejor que podía hacer era hablarle con sinceridad a Lucía, se lo debía después de todo, después de tanto.
—Creo que es necesario que hablemos. Te debo una explicación.
Estaban en la sala, sentadas sobre aquel sillón que guardaba pedazos de su historia, pedazos que ahora no podía poner en su lugar.
No sabía por dónde comenzar, sentía un nudo en el estómago como si las palabras estuvieran ya ahí, pidiendo ser expulsadas. Lucía tomó tranquilamente las manos de la chica entre las suyas.
—Escucha, no voy a reclamarte ni a culparte de nada. Fui yo quien te pidió que siguieras con tu vida —De pronto su voz se entrecortó y sus ojos comenzaron a llenarse de agua—. No voy a negar que es doloroso, jamás pensé que fuera a suceder. Te sentí tan mía que pensé que este momento nunca llegaría.
Kaedi miró caer las lágrimas por el hermoso rostro de la psicóloga, era algo que le dolía en lo más profundo. Su intención no era lastimarla, pero sabía que estaba haciendo lo correcto, no merecía vivir engañada con la idea de que ella seguiría a su lado.
—No pretendía que esto pasara, sólo sucedió. Era simplemente una absurda idea de Nailea, quería que yo ayudara a Lía... —Terminó por contarle todo el plan de su amiga. 
—Siempre supe que Nailea terminaría metiéndote en algún "lío" —bromeó, un poco más serena. 
Kaedi sonrió al verla así de nuevo. Se acercó a ella y tomó de nuevo sus manos.
—Debí ser honesta contigo desde un inicio, pero no sabía qué estaba pasando, aun es muy confuso. Lo único tengo claro es que no quiero mentirte.
Lucía la miró fijamente, se llevó las manos de la chica de cabellos rizados a los labios para besarlas con ternura.
—¿Aun sientes algo por mí?
Kaedi sentía que el corazón se le detendría en cualquier momento.
—Claro que sí —respondió sin dejar de mirarla a los ojos—. Es imposible deshacer así lo nuestro después de todo lo que hemos vivido.
—Entonces eso es suficiente —dijo Lucía como si aquello fuera lo que quería escuchar—. Mira, sé que ahora todo es muy complicado y si quieres que terminemos no voy a poner resistencia. Aclara las cosas con ella. Estaré esperándote en Barcelona, como la mujer que aun te ama o simplemente como una amiga. Lo único que no quiero es que estés fuera de mi vida.
Kaedi no sabía qué tan peligroso resultaría eso. Amaba a Lucía, no podía ocultarlo, pero también amaba a Lía. Todo en diferentes contextos y todo bajo un manto de confusión que ni siquiera ella misma era capaz de resolver.
—Ahora me iré a dormir, estoy agotada, siento como si no hubiera dormido en dos días.
Kaedi asintió y luego dirigió a su invitada hasta la habitación.
—Puedes dormir aquí, estaré en el sofá.
—No, de ninguna manera —intervino tomando su maleta—. Si voy a incomodarte olvídalo, mejor me quedo en un hotel, no tengo problema.
—No es necesario. El sofá es cómodo, lo sabes —Se dio cuenta de que la chica la miraba de forma traviesa, imaginó lo que estaba pasando por su mente—. Me refiero a que se duerme bien, y...
—Se folla bien también.
—¡Basta! Me iré al sofá —dijo Kaedi intentando ocultar su sonrojado rostro.
Apenas dio un paso cuando Lucía la aferró por la cintura, acercando sus labios a su oreja provocando que la piel se le erizara. Besó su cuello, mientras que su otra mano buscaba inquietamente su vientre. Por un instante estuvo a punto de resistirse, pero Lucía la sujetó con fuerza y comenzó a besarla en los labios.
—Perdóname, Kaedi, es que, he deseado esto desde hace tanto... —Le susurró mientras sus labios vacilaban entre su boca y su cuello.
Kaedi sintió que perdía la voluntad. No podía luchar contra algo que ella también estaba deseando desde hacía años. Desde el mismo día que se marchó a Barcelona y se despidió de ella en el aeropuerto con lágrimas en los ojos.
Terminaron por desnudarse y dejarse caer en la cama. Kaedi había olvidado lo placentero que era hacer el amor con Lucía. Su cuerpo era perfecto, tenía una figura atlética y definida. Su cuerpo curveo y su vientre ejercitados eran tan sensuales que solo mirarlos era un deleite. 
Mientras se derretía entre sus manos, se percató de que era como si el tiempo no hubiera pasado, como si nunca se hubiera marchado en realidad. Aún conocía sus puntos débiles, sabía que si besaba al rededor de su ombligo la volvía loca, tanto como si se dejaba llevar por cierta rudeza pasional. Eran años de conocerse, de saberse ciertas y unidas por algo más que el tiempo y la distancia.

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