Deberían estar felices


Leni no recordaba haber sentido tanto dolor. Una sensación horrible que le cerraba la garganta y le impedía respirar. Comenzó a sentirlo inmediatamente después de que Lincoln le dijo que saldría con su novia. Su garganta comenzó a cerrarse y su corazón se paralizó, mientras sus ojos se humedecían.

Sin embargo, se las arregló para resistir. Pudo poner la mejor de sus caras a su hermanito, y con sus palabras lo animó a que se fuera a su cita y se divirtiera. Incluso pudo darle un leve beso en la mejilla antes de separarse de él y llegar a su habitación.

Los pocos metros que separaban la habitación de Lincoln de la suya se volvieron el trayecto más largo y doloroso de su vida. El dolor crecía a cada momento. Las lágrimas comenzaban a salir sin que ella lo pudiera evitar. Al final casi tuvo que correr, y cerró la puerta con un poco más de fuerza de lo que era habitual en ella.

Resistió hasta que estuvo acurrucada en su cama, tapada con las suaves sábanas de satín. Cuando se sintió cobijada y protegida, dio rienda suelta al llanto más amargo y prolongado de su vida. Lloró y lloró, hasta que ella misma creyó haberse quedado sin lágrimas; hasta que sintió que se había vaciado por completo de llanto. Se calmó un poco, pero su mente no le ayudó. Enseguida volvió a pensar a Lincoln. Se lo imaginó en los brazos de su novia mientras la besaba apasionadamente, y de nuevo sintió aquel dolor que la obligó a llorar sin poder contenerse.

No entendía. Simplemente no podía comprenderlo. Ella, que era puro amor, y que tantas veces había admitido maltratos y pérdidas para ver contentos a los demás, no podía aceptar que la vida volviera a cerrarle la puerta en las narices. Como le había ocurrido tantas veces antes.

- ¿Por qué? -pensaba entre su llanto- ¿Por qué, dios mío? ¿Por qué me están castigando? ¿Por qué no puedo tener el amor del único hombre que me ha dado todo sin pedir nada a cambio?

Tal vez era por tonta. Tal vez estaba siendo castigada porque su inteligencia no le alcanzaba para entender que era algo muy malo enamorarse de un hermano. No tenía derecho a desear que él estuviera a su lado, que la amara, y la hiciera su mujer. Estaba siendo castigada porque su estúpido corazón no aceptaba que el amor que sentía por Lincoln era sucio, pecaminoso, y antinatural. Sin importar cuánto lo amara; aunque fuera el único hombre que la había tratado con amor, respeto y consideración, Lincoln no era ni podía ser para ella.

Cuando empezó a pensar en ello, se sintió enojada y desesperada.

- ¡No! ¡¡No!! ¡Dios mío, es que hasta eso me ayudó a cambiar Linky! No lo sé... hay tantas cosas que no entiendo todavía... ¡Pero ya no es como antes! ¡Ya no me siento tan tonta! Puedo comprender, y comprendo muy bien que amo a Linky. ¡Lo amo y lo quiero a mi lado! Estoy segura de que esto es amor. ¡Verdadero amor! ¿Acaso no debería haber excepciones para el amor verdadero?

Se sentó en la cama, cerró los ojos, y se secó las lágrimas. Enojarse estaba muy bien. La hacía sentirse mejor y menos desesperada, pero... ¿Qué podía hacer, si Linky no la quería a su lado? Ella podía amarlo hasta morir. Pero él... Él no la amaba de la misma manera.

- ¿Lo ves, tonta? -dijo una parte de su mente. La parte que todavía se aferraba a las normas y convencionalismos sociales-. Lincoln no te quiere. Prefiere estar con otras mujeres. ¡Eres su hermana, boba! ¿Qué rayos sabes tú del amor verdadero?

Leni sacudió la cabeza. Por increíble que pareciera, se resistía a dejar que esos pensamientos derrotistas la abrumaran.

- ¡Maldita sea, lo sé... porque lo sé! Eso no se sabe... ¡Eso se siente! ¡Mi corazón lo siente, y yo lo tengo que aceptar de una vez! Estoy enamorada. ¡Estoy enamorada de Linky! ¡Él es el hombre al que yo quiero!

Se dejó sobre la cama y volvió a llorar desconsoladamente.

No había nada más que pensar. NI siquiera cabía hacerse más reproches. Estaba enamorada de su hermano, y esa era la realidad. Todo su ser, sus sentimientos y pensamientos lo gritaban. Él era el hombre perfecto para ella, y estaba segura de que jamás podría encontrar a ningún otro; sin importar que esperara y rogara durante toda su vida.

Pero entonces, ¿qué hacer?

¿Dar la pelea? ¿Intentar conquistarlo? ¿O dejar que todos aquellos sentimientos languidecieran en su interior?

No lo sabía. Quizá podía intentar conquistarlo si volvían a salir alguna vez, aunque se imaginaba que eso no sería suficiente para convencer a Lincoln. Tal vez él seguiría negándose. Él reconocía sus sentimientos y su valía, pero no la amaba como ella lo hacía.

Quizá no había nada que hacer: tal vez sus sentimientos debían languidecer y morir dentro de ella. Tendría que llorar y llorar, hasta quedarse completamente seca y vacía. Hasta que la resignación se llevara para siempre su alegría de vivir.

***

Dos rechazos más fueron suficientes. Por más que le doliera, tuvo que aceptar la realidad de su amor imposible. No cabía hacer otra cosa: tenía que soportar el dolor de ver sus ilusiones y esperanzas amorosas destrozadas una vez más.

Fueron las semanas más terribles de su vida. Leni apuró la copa del dolor y la desesperación hasta sus heces. Sufrió el vacío, la soledad y el desamor como nunca lo hizo antes; y como nunca lo haría después.

Se retrajo del todo, no hizo el menor intento por salir de su casa. Hablaba lo menos posible con sus padres y sus hermanas. Cumplía escrupulosamente con todos sus deberes y se iba enseguida a su habitación. Se encerraba para seguir llorando y entregarse a su desesperación.

Lo peor de todo era que Lincoln parecía evitarla deliberadamente. Apenas le dirigía la mirada a la hora de las comidas, y trataba de no cruzarse con ella en las mañanas o en las noches, cuando él regresaba a casa. Ahora salía casi todo el tiempo y siempre planeaba actividades con su novia para los fines de semana.

La familia atribuía el estado de Leni a lo mismo de siempre. Creían que ella sabía que su examen fue tan desastroso como siempre. Desde tiempo atrás, Leni les dijo muy firme que esa sería su última oportunidad; que no volvería a intentarlo, y se resignaría a buscar trabajo y abandonar sus ilusiones. Su depresión casaba muy bien con lo que todos imaginaban.

Por supuesto, a sus padres y hermanas les tocaba consolarla y animarla para que lo intentara de nuevo. El acuerdo con sus padres comenzaría a funcionar hasta que supieran los resultados oficiales del examen. Cuando se enterara de su nuevo fracaso, Leni comenzaría a buscar un trabajo estable; uno en el que pudiera consagrarse de manera definitiva y que le permitiera tener estabilidad y mantenerse por sí misma. Después, ya podría elegir lo que iba a hacer en su tiempo libre. Quizá podría ahorrar lo suficiente para intentar de nuevo en unos años, o podría pagarse sus estudios en una academia privada de Lessing o Detroit, en la que no importaría la calificación que había sacado en el SAT.

Por supuesto, también pensaban que Lincoln se había alejado de Leni por la misma razón. Seguro que estaba un poco molesto ante su nuevo e inminente fracaso. Y la verdad, ¿quién podía culparlo? ¡Leni podía ser tan desesperante! Cuando pensaban en ella, muchas de sus hermanas apenas podían impedir que la palabra "estúpida" aflorara a sus labios o a su mente. ¡Vamos, si el bueno de Lincoln había llegado hasta el extremo de tolerar salidas con ella y robarle tiempo a su relación amorosa con su preciosa novia!

¿Cómo no iba a estar enojado? ¿Cómo no iba a querer evitarla a toda costa?

Claro que Leni no estaba al tanto de lo que pensaba su familia. No era que le importara en realidad: ya hacía tiempo que se había resignado a la idea de que ellos la veían precisamente de ese modo. Por más que no lo dijeran, sabía muy bien que la catalogaban como estúpida de la familia; la futura fracasada, y difícilmente iban a cambiar su manera de pensar.

Sin embargo, en aquellos momentos era mejor así. De esa manera no le pedirían explicaciones. Solamente Luna, y a veces Lana y Lily acudían para darle un abrazo o una palabra de aliento y de consuelo. Y claro, Lori la había llamado un par de veces para ponerse al tanto de lo ocurrido. La alentaba a que no se sintiera triste o desesperada hasta que no supiera los resultados oficiales y definitivos.

Todos se hubieran sorprendido mucho y escandalizado si hubieran sabido la verdad. Si hubieran sabido de aquel amor que se resistía a languidecer en su corazón.

Con el transcurrir de los días, Leni se percató de la realidad de aquel amor. A veces veía a Lincoln muy contento; y en otras ocasiones, triste. En especial después de que sus miradas se cruzaban. Poco a poco, Leni se dio cuenta de que Lincoln sufría por ella. Él sabía lo que ella sentía, y no quería alimentar sus ilusiones por ese amor prohibido que no estaba dispuesto a consumar.

Más le valdría empezar a resignarse y olvidar a Lincoln.

El problema era que no podía; y en realidad, tampoco quería. A fin de cuentas, ¿por qué iba a resignarse a olvidar lo más hermoso que le había ocurrido? Si Lincoln no iba a corresponderle, pues era problema de él: ella no estaba dispuesta a olvidarlo. Ella seguía teniendo aquellos sueños en los que Lincoln estaba a su lado; en los que le correspondía, e incluso le hacía el amor de la manera más tierna y deliciosa.

Eran sueños tan vívidos, tan realistas, que Leni se despertaba feliz; solo para darse cuenta de que nada de ello era real. Entonces lloraba y se sentía desesperada. Si Lincoln estaba completamente fuera de su alcance, ¿por qué seguía soñando con él? ¿Por qué seguía entregándose a su hermano en cuerpo y alma cuando estaba dormida?

Eso la atormentaba. La hacía llorar; pero también le impedía sentirse peor. Gracias a esos sueños podía levantarse un día más, sin caer en la desesperación total; y sin resignarse completamente a que había perdido toda esperanza.

Mucho tiempo después, cuando le contó esos sueños a Lincoln, se dieron cuenta de que el corazón y la mente de Leni siempre lucharon; incluso en sus días más oscuros y desesperantes. Sus deseos y fantasías la hicieron sufrir, sí. Pero también mantuvieron viva la llama de su esperanza. Y cuando al fin logró colmar sus ilusiones, estuvo lista y dispuesta para recibir a Lincoln con su ser entero.

***

Lincoln también vivía una auténtica vorágine en su interior. Una guerra de sentimientos contradictorios como jamás había experimentado en su vida.

Después de rechazar a Leni por dos veces más, se sentía a la vez alegre y culpable. Su hermosa hermanita se había retraído, y eso minimizaba sus posibilidades de convivir y dejarse llevar por lo que sentía por ella. Era algo bueno, porque así podrían irse olvidando el uno del otro. O al menos, eso era lo que debió ocurrir.

Pero la verdad era muy otra. Entre más intentaba, menos lograba sacar a Leni de sus pensamientos. El amor y la pasión que ella le despertaban lo hacían sufrir, pero lo que más le dolía era darse cuenta de lo mucho que ella sufría, y lo poco que cualquiera podía hacer para apoyarla. La familia no entendía; quizá en el fondo ni siquiera les preocupaba. Tal vez Lori la hubiera ayudado si estuviera allí. Pero ella no estaba, y Leni tenía que sufrir sola y en silencio.

Con el transcurrir de los días, la situación se convirtió en una doble tortura para Lincoln. Ya era bastante malo ver sufrir a su hermana favorita; a la que amaba de una manera que no se atrevía a confesarse ni a sí mismo. Pero además no podía hacer absolutamente nada para consolarla. Acercarse a ella estaba fuera de toda consideración, porque solo alimentaría aquellos sentimientos prohibidos que tenían el uno por el otro. Sus hermanas estaban cada una en su mundo y no la comprendían ni la buscaban para consolarla. Era él quien siempre estuvo allí para ella, para apoyarla cuando era necesario.

Al final, intentó convencerse a sí mismo de que él era a la vez el remedio y la enfermedad; y que precisamente por eso, tenía que alejarse de Leni todo lo que pudiera. Si no podía consolarla, al menos podía dejar de hacerla sufrir con su presencia. Así que buscó mil actividades fuera de casa; hizo muchas citas con Cristina, y trató por todos los medios de consolidar su relación con la bella chica castaña.

Durante un tiempo, las cosas parecieron funcionar para él. Cristina y Lincoln se unieron más, e incluso llegó el día mágico en que por fin tuvieron relaciones sexuales. Fue la primera vez de Lincoln, y la experiencia en realidad fue bastante agradable. Hubo nerviosismo y algún sobresalto; pero como Cristina tenía experiencia previa, las cosas resultaron bien. Pudo disfrutar el momento y dejarse llevar por los besos y el contacto con el precioso cuerpo de la muchacha.

Sin embargo, por más que tratara de ocultárselo a sí mismo, no logró entregarse por entero. Desde la misma noche de su iniciación sexual, su mente comenzó a jugarle trampas. Ya en su casa, sin quererlo ni desearlo, se imaginó que su primera vez pudo haber sido con Leni; y a pesar de que él y Cristina habían disfrutado por dos veces el acto sexual, su mente se obnubiló y su cuerpo reaccionó erizando su piel y con una erección prodigiosa. Lincoln sintió tanta vergüenza que gritó, y alguna de sus hermanas acudió rápido para preguntarle qué le pasaba.

A partir de entonces, ya no pudo concentrarse del todo en su relación con Cristina. A mitad de una cita, sin quererlo él, se imaginaba lo que estaría haciendo con Leni. Cuando Cristina le hablaba de algo que no le interesaba, se sorprendía recordando alguna conversación con Leni. Cuando Cristina lo invitaba para que tuvieran algún encuentro íntimo y esperaba a que ella saliera preparada del baño, no era raro que pensara en Leni. Alguna vez, después de un beso o en medio de una relación sexual, se sorprendía imaginando lo que sentiría si estuviera con Leni.

No podía olvidar a su hermosa hermana. Después de todo, era la chica más bella y tierna de todo el mundo y su alumna más brillante. El verdadero prototipo de la mujer de sus sueños, que siempre se le aparecía con sus preciosos ojos azules y su encantadora sonrisa.

Simplemente no podía apartar a Leni de su mente. Incluso había estado a punto de llamar a Cristina con el nombre de su hermana en más de una ocasión. Por supuesto, si ello ocurría, Cristina terminaría con la relación inmediatamente; Lincoln empezó a sentir mucho miedo de que eso fuera lo que él deseaba en el fondo de su corazón.

***

- Vamos, dudes. ¡No tengan miedo! Tenemos que ver cómo les fue. Acaban de subir los resultados a la red. Yo estaré con ustedes, y podremos celebrar juntos.

Lincoln y Leni asintieron y se miraron con embarazo. Hacía tres semanas que sufrían, sin hablarse apenas. En realidad, ya ni siquiera se acordaban de los resultados del examen. No les interesaban, y olvidaron por completo que aquel era el día señalado. Solo estaban allí porque Luna no lo olvidó, y fue ella quien se encargó de reunirlos para que vieran los resultados en su propia habitación.

Luna aparentaba entusiasmo, pero estaba segura de lo que iba a ver. Era triste e incluso cruel, pero no confiaba en Leni. Eran demasiados fracasos y muchas falsas esperanzas con ella; por eso ningún otro miembro de la familia estaba con ellos en ese momento. ¿Para qué preocuparse por ver un resultado que ya conocían de antemano? ¿Qué podían esperar de Leni si no era una nueva decepción? Luna fue la única lo suficientemente atenta y caritativa para estar con ellos en ese momento tan difícil. Quizá Lana y Lily hubieran estado también, si no se les hubiera atravesado una reparación difícil que tuvieron que atender de emergencia.

Había tres sillas frente a la mesa de Luna. Ella tomó la de en medio y entró a la página del Educational Testing Service. Abrió las ligas necesarias para acceder a los resultados del SAT.

- ¿Cuál es la clave, Lincoln?

El chico lo pensó por un momento, pero Leni sorprendió a Luna recitando los doce caracteres de memoria.

- GAD2-3956-XT18.

Con algo de asombro, Luna digitó la clave.

- Leni... necesitas al menos 900 puntos para ingresar, ¿cierto?

- Sí -respondió sin mucho entusiasmo, y luego desvió la mirada al ver que Lincoln la observaba. Estaban muy nerviosos, y no era solo por unos resultados que ninguno de los dos tenía ánimo para ver.

- Vemos -dijo Luna. La información apareció en pantalla, y emitió un gemido antes de poder leer los números-. Seiscientos noventa y dos puntos...

Al escucharlo, Lincoln y Leni cerraron los ojos y se mordieron los labios. ¿De verdad, un nuevo fracaso? ¿Una nueva decepción?

Pero Luna todavía no había terminado. Su pausa se produjo no por decepción, sino porque su mente se negaba a creer lo que sus ojos veían.

- ... en Habilidad Verbal, Lectura y Redacción... ¡Setecientos treinta y dos puntos en matemáticas! ¡Mil cuatrocientos veinticuatro puntos en total! Leni... ¡¡Estás en el percentil 97, hermana!!

Leni y Lincoln abrieron la boca cuán grande era. Por un momento, creyeron que todo era una broma de Luna. Tuvieron que cerciorarse mirando la pantalla de la computadora.

Así era: Leni obtuvo un puntaje que solo alcanzaban el tres por ciento de los que presentaban el examen. ¡Leni hubiera podido entrar a Harvard, al MIT o al CalTech si solo dependiera del puntaje del SAT!

Luna no se reprimió. Saltó de la silla entre gritos de alegría y abrazó a sus hermanos con tanta fuerza que les cortaba la respiración. Se separó solo por un momento, los besó a ambos, y los volvió a abrazar con toda la fuerza que pudo.

- ¡Yay, hermanitos! De verdad... ¡No sé qué decir! Yo... yo... Creo que en el fondo lo sabía, pero... ¡Demonios, eso es grandioso! ¡Yeeeahhh!

Luna dio rienda suelta a su alegría saltando por la habitación. Inmediatamente después, tomó su guitarra e improvisó una canción en homenaje al extraordinario logro de sus hermanos.

Lincoln y Leni tardaron en asimilar la noticia. Por supuesto, se alegraron, pero la victoria estaba demasiado teñida de sentimientos de tristeza y vergüenza por lo que habían vivido en las últimas tres semanas. Solamente se abrazaron: era el primer contacto físico que tenían desde aquella tarde.

- Hey... ¿Qué les pasa a ustedes dos? ¡Tienen una cara de funeral, hermanos! ¡Deberían estar felices! -gritó Luna, antes de volver a acometer su instrumento.

Lincoln y Leni se separaron; pero de manera por completo inconsciente mantuvieron sus manos unidas.

- Claro que lo estamos, Luna. Creo que tendremos que celebrarlo con toda la familia. ¿Verdad Leni?

A Leni no se le escapó el énfasis con el que Lincoln mencionó a la familia, pero en ese momento, ya no le importó tanto. Lincoln la había ayudado a obtener un triunfo glorioso. Debería estar contenta, ¿no? Por fin estaba en camino de realizar el más grande de sus sueños, ¿verdad?

Volvió a mirar a Lincoln y le dirigió una tímida sonrisa. Lincoln se sintió tan enternecido que logró vencer parte de sus reservas y volvió a estrechar el tibio cuerpo de Leni entre sus brazos.

Fue abrazo casto, sí. Pero le encantó volver a sentir el cuerpo de su hermanita después de tres semanas de total abstinencia.

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