41) Adam


Adam:

Abrí los ojos de golpe y lo primero que me encontré fue una luz que podría jurar quemó mi retina. ¿Muerte? Había muchas voces, tenía la vista nublada y seguía escuchando distorsionado. Quise incorporarme pero no pude. No estaba en mi casa, había un olor peculiar en al aire que reconocí de inmediato, una mezcla de medicamentos, enfermedad y limpieza que me alteró en segundos. Aunque distinguía mejor, estaba a nada de entrar en pánico. Una mujer se acercó con suavidad a mi rostro.

—¿Ya despertaste? ¿Estás bien?

—Sí... —mascullé atontando.

—¿Cómo te llamas? ¿Puedes recordar qué estabas haciendo? —inquirió con calma, su paz me controlaba.

—Eh, me llamo Adam Maciel. Yo estaba en mi cama antes de aparecer aquí... ¿Estoy en un hospital? ¿Qué...

—Tranquilo, perdiste el conocimiento, pero todo estará bien —indicó poniendo sus manos frente a mí como evitando que me levanté—. ¿Cómo te sientes?

—Raro. Me duele la cabeza, estoy mareado y confundido.

—Estamos intentando que te sientas mejor, todo estará bien. En un momento vendrá el médico a explicarte todo, ¿sí? Mientras te cambiaré el suero.

—Claro —asentí cerrando los ojos.

Lo último que recordaba era estar en mi habitación inyectándome. ¿Qué había pasado que me hizo acabar en el hospital? ¿Acaso salí drogado y tuve un accidente? ¿Me habría caído? ¿O quizá me atropellaron? Esas opciones explicarían el dolor de cabeza. Pero me recordaba muy cansado, ni siquiera podía ponerme de pie. 

«Todo mal» me dijo mi cabeza. Empecé a tener ansias mientras la enfermera me explicaba que saldría un momento para llamar al médico, yo no quería quedarme solo.

Iba a sumergirme en teorías cuando un doctor entró a verme, se presentó y me explicó qué pasó conmigo. Al parecer tuve una sobredosis por heroína, me trasladaron a urgencias en una ambulancia que Eliana pidió. Me encontraron inconsciente, pero con pulso y en el hospital me estabilizaron usando algo llamado Naloxona. Yo iba a estar bien, aunque tenían que hacerme unos exámenes para asegurar que mi corazón no hubiese sufrido daños; el toxicólogo iría para verificar lo mismo y definir si era necesario ponerme cita psiquiátrica. 

Era mucha información en poco tiempo. Demasiadas vivencias en un solo día.

Concluimos la conversación con un "todo estará bien" aunque yo sabía que no sería así. El doctor salió para dejarme descansar. Apenas se fue, cerré los ojos y me dio un ataque de risa que concluyó en una tos espantosa. Menos mal tenía el estómago vacío, de otra forma hubiera manchado todo el piso.

Alguna vez escuché la frase "Lo bueno de tocar fondo es que ya no puedes seguir cayendo y solo te queda subir" pero en mi caso, cuando pensaba que no podía dar más pena, me superaba a mí mismo. Daba tanta lástima que era gracioso. Todas las decisiones que había tomado me llevaron por caminos fáciles que se volvieron más densos y turbios, mismos de los que sentía no poder salir.

De pronto empecé a sollozar por lo patético que resultaba jactarme de que podía estar bien solo, que podía dejar las drogas y terminar con una sobredosis cuando no pasaron ni tres horas de que Malcom me dejó en mi casa. ¿En qué me había convertido? ¿Acaso merecía vivir? De no ser por mi hermana yo no la hubiera contado.

«Eliana "salvó" mi vida» pensé de pronto.

Hundí más la cabeza en la camilla deseando estar dormido o alucinando porque odiaba los hospitales, no sabía que pasaría conmigo ahí dentro y Eliana estaría muy enfadada por mis estupideces cuando asimilara que yo sería dado de alta pronto y que todo ese embrollo era culpa de mis adicciones.

Rápido empecé a imaginar el caos que se me armaría cuando nos viéramos. No podía huir de ahí, tendría que enfrentar la furia de mi hermana, sus regaños, sermones y la maldita mirada de asco que a veces no podía ocultar al verme. 

No podía culparla de sentir asco, pero en el fondo me dolía decepcionarla porque ella creyó en mí, algo que muy pocas veces hizo y que yo como siempre arruiné. Era inevitable que las personas a mí alrededor se alejaran con el tiempo porque yo lastimaba a todos y aunque pidiera perdón mil veces, no aprendía de mis errores. 

Me sequé las lágrimas, no tenía que soltarme a llorar como si no mereciera todo lo malo que me pasaba, era momento de afrontar las consecuencias de mis estupideces y era hora de admitir que había cosas que simplemente se escapaban de mis manos.

—¿Se encuentra bien? —inquirió una enfermera entrando de pronto a revisar mi suero y ponerme algunos medicamentos que no puse atención para que servirían.

—Sí... solo estoy preocupado.

—Relájese, está en buenas manos...

—No por mí —me adelante—, se trata de una amiga cercana. Creo que ella intentó suicidarse y no sé en qué hospital está... ¿Podría buscar su nombre en los ingresos?

La mujer me vio con pena, si al menos podía saber algo todo se volvería más liviano.

—Claro, dígame el nombre.

—Jeca Velasco —contesté apresurado—. Es una adolescente, tiene diecisiete.

—Intentaré traer información, por ahora descanse. En las noches dejan a un familiar quedarse a hacer compañía, seguro eso le ayudará a estar mejor —aseguró intentando animarme.

—Ya lo creo —mascullé.

La enfermera no demoró mucho, me quitó la sonda —que la sensación casi me hace gritar—, me apoyó para que pudiera ir al baño porque después de tantas horas recostado, caminar me fue difícil; me dio agua y me avisó que llevarían la cena muy pronto. Me dieron dieta blanda, comiendo caí en cuenta que estaba famélico. 

No había reloj en la pared, yo estaba solo en una habitación gracias al seguro de mi madre y la ventana no podía abrirse. Quería saber la hora para tantear la llegada de quien me visitaría, pensaba que sería mamá o mi hermana, aunque seguro la segunda estaría tan molesta que no querría verme. 

Empecé a analizar la habitación: Paredes blancas, mi camilla era la única ahí, pero había enchufes y cabeceras por si era necesario meter otro paciente. En el techo había unos tubos de metal que servían como cortineros; también luces largas amarillentas. Un lavamanos y una puerta de madera ocupaban en final del cuarto. Sobre mi cabeza estaba una lámpara apagada y algunos botones que no sabía para qué servían. Todo el ambiente era cálido, pero muy solitario. 

La enfermera  fue a verme por última vez ese día, no pudo conseguir información sobre Jeca, aunque me aconsejó insistir al personal  del turno matutino. Me sentí muy decepcionado, empecé a frotarme el rostro mientras la mujer me aseguraba que todo estaría bien, que pronto tendría información positiva. Se fijó que el suero estuviera goteando la dosis correcta, luego se despidió para dejarme dormir.

Apagaron las luces; solo me quedó cerrar los ojos, confiar en las palabras de la desconocida, en que Malcom seguiría pendiente de tener noticias de Jeca y hundirme más al darme cuenta que ya era de noche y ningún familiar fue a visitarme.

Me despertaba cada tanto a acomodarme, pero apenas abría los ojos, el cansancio me vencía. En la madrugada giré la cara a la derecha y me encontré con una silueta sentada a mi lado.

—¡Verga! —exclamé asustado. La persona en la silla dio respingo casi al mismo tiempo que yo.

—¿Adam? ¿Estás bien?

—¿Eliana? No te esperaba, ¿a qué hora llegaste?

—Como a media noche —explicó mientras se ponía de pie para encender la lámpara sobre mi cabeza 

—Oh, no sabía que eso podía hacerse —comenté con nervios, me asustaba su reacción al vernos por fin.

Ella sonrió débilmente, se sentó a mi lado en la camilla y me abrazó.

—Tenía tanto miedo de que no despertaras. No tienes idea del alivio que es ver tus ojos otra vez. Por favor, no vuelvas a hacerme eso jamás.

—Perdón —susurré correspondiendo su gesto. Mi hermana empezó a sollozar y yo me quebré con ella.

—Malcom me llamó, fui a verte pensando que estarías... Estaba enojada, todo el camino pensé en regañarte, gritarte, pero al verte así... cuando noté que no respondías, que no podía despertarte... todo se volvió horrible... Pensé que no ibas a despertar y...

—Ey, tranquila, estoy bien, ¿sí? —expliqué tomándola del rostro para obligarla a verme. 

Mi hermana tenía la cara enrojecida por llorar. Sus ojos vidriosos me partían el corazón. El cabello recogido en una descuidada coleta y su cara limpia, delataban que no había puesto mucho empeño en su aspecto.

—Sí... claro —sonrió débilmente antes de volver a tomar lugar en la silla. Soltó un largo suspiro, se frotó el rostro y luego volvió a verme—. Deberías descansar un rato.

—Tú igual —dije tomando su mano—. ¿Dónde dejaste a los niños? Tú estás embarazada, no deberías estar en esto —recordé asustado.

—Ay, Adam... Los niños están con su papá y no me animé a decirle a mamá lo que había pasado, ¿te imaginas? Se volvería loca de angustia al saber que esto pasó después de su ultimátum.

—¿Tú lo sabías? 

—Ella me cuenta todo.

—¿Por qué no me dijiste nada? —Se encogió de hombros.

—Pensé que eras lo suficiente adulto para tomar esa decisión solo o para mantenerte sobrio.

—Eso último no tiene que ver con crecer, Eli, depende más de la mentalidad y la mía está frágil.

—Ya me di cuenta —bromeó. Se formó un silencio incómodo en la habitación que duró varios minutos.

—¿Sabes? He estado pensando mucho en que estoy arruinando mi vida y no logro encontrar la forma de regresar el principio. —Ella se sentó recta, juntó sus manos a modo de ruego y las puso sobre su regazo.

—Es imposible regresar al inicio de algo, Adam, porque el tiempo cobra factura y muchas cosas cambian.

—Exacto. Me aferré a que podía hacerlo solo, pero solo me engaño a mi mismo... Eliana, quiero cambiar, quiero dejarlo todo si es necesario.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Qué te falta? —cuestionó con calma, pero en su rostro había una emoción imposible de disimular.

—Aah, no sé. Primero debo arreglar unos pendientes en casa.

—¿Cuáles? —cuestionó con cierta molestia.

—¿Recuerdas a la chica de la que te hablé en navidad? Bueno, ella y yo nos separamos hace unos meses... Aah, no sé cómo decir esto, pero creo que ella ha intentado suicidarse... —Ambos nos quedamos en silencio. El ambiente se volvió pesado, Eliana llevó su mano derecha a la altura del mentón y recargó la cabeza en ella.

—¡Dios! ¿Esto tiene algo que ver contigo o con algo que tú...?

—No, es decir, no creo. Ella fue a buscarme hace poco y me explicó un par de cosas que no entendí hasta el día siguiente que leí una carta de despedida que me dejó y... Mira, sé que suena mal, deja de verme así.

—Ya, calma. ¿No has podido comunicarte con ella? ¿Quieres que te ayude en algo? ¿Hace cuánto pasó eso de la carta?

—Ayer, creo, no sé ni en qué día estamos.

—¿Por eso tuviste una sobredosis?

—Ahh, sí y no. Eliana, no pongas esa cara... Solo quiero asegurarme de que ella está bien, después de eso voy a enfocarme en mí. Lo prometo —sentencié mostrando mi mano derecha.

—No me prometas nada, Adam, ahórrate las excusas. Mejor duerme, ya mañana si quieres busco noticias sobre la chica —propuso recargando su cuerpo en la silla.

—No, Eliana, es que yo fui a los hospitales a buscarla y no me dieron razón de ella. No estaba o no podían darme esa información. No sé qué hacer, quizá cuando salga de aquí vaya a buscarla si es que no es muy tarde —medité con tristeza.

—Callate, ¿sí? Daremos con ella, te asegurarás de que este bien y luego te enfocarás en ayudarte a ti mismo. Así será.

—¿Crees que pueda lograrlo?

—No estaría hablando de esto contigo si no lo creyera así —respondió con dureza.

—Tienes razón... Pero, ¿qué haré? Si Jeca está bien no voy a querer despegarme de ella y no estoy seguro que ella o su familia acepten que yo esté cerca, sobre todo después de que  durmió conmigo antes de despertar y decidiera matarse —confesé.

—No es tu culpa, ¿bien? Entiendo que quieras saber de ella, pero llegó el momento de tomar una decisión: Cambiar o quedarte. Y deja de decir la palabra "no".

—Tengo sueño —sentencié con fastidio. Sentía que Eliana no entendía nada de lo que le decía.

Cada uno se acomodó para dormir. Al amanecer mi hermana se despidió de mí con una ternura que me llenó de sentimiento. Era buena persona, pero siempre estaba intentando verse fuerte. Quise decirle que el mundo no dependía de ella, que podía relajarse y equivocarse de vez en cuando porque su rostro se veía tenso por más que sonreía. No lo hice, la dejé regresar a su casa con la sensación de haber hecho las cosas mal conmigo.

Durante esa mañana fue el toxicólogo a verme, por mi problema de adicción fue necesario hacerme una cita psiquiátrica. Aquello no me cayó bien, estaba muy sensible y verme en esa situación era humillante. 

Esperaba las tres de la tarde porque esa hora era la visita, quería ver a mi mamá, estaba seguro que entraría y me abrazaría de tal forma que todo lo malo iba a desaparecer. Necesitaba sus palabras, sus consejos, ver sus ojos que siempre desbordaban ternura al verme; quería que me hablara como bebé, quería su afecto.

Estaba ansioso por su llegada, pero no llegó. Mamá no fue a verme. En cambio Eliana entró intentando disimular su cansancio y la dejaron pasar junto a Malcom.

—¿Cómo te sientes, asqueroso? —me preguntó jovial.

—Pues... bien —balbuceé tragándome la tristeza.

—Bonito cuarto, mejor que el tuyo —intentó animar.

—Al menos más limpio —añadió mi hermana sentándose a mi lado. Sonreí forzado.

—¿Dónde está mamá? —me atreví a preguntar temiendo la respuesta, pero con esperanza de alguna noticia buena. Eliana de inmediato cambió su gesto por uno más preocupado.

—Ella no quiere verte así, dice que no puede soportarlo —confesó.

—Ah —mascullé con un nudo en la garganta. 

Solo hubo silencio. Empecé a sorber por la nariz, era como si todo se juntara para hacerme sentir más miserable. Intenté sonreír, pero de inmediato la boca se torció y las lágrimas surcaron por el rostro. Me cubrí con el antebrazo, no quería que nadie me viera ser débil. Mi hermana se abalanzó sobre mí, me abrazó con dulzura mientras intentaba explicarme la postura de mamá. Malcom se acercó y me acarició la cabeza cual perro.

—Es que ya no lo soporto más —declaré aún escondido—. Ya no quiero vivir así.

—Ey, tranquilo, mira que ya estás dando el primer paso y pronto saldrás de esto —afirmó Malcom sentándose del otro lado.

—Exacto. Admitir el problema y pedir ayuda son cosas muy complicadas, tú ya estás avanzando —agregó Eliana con voz animada.

—Además, no solo nos tienes a nosotros, sino que yo en mi bendita y masculina presencia, te tengo buenas noticias —se regocijó el rubio.

Por fin quité el antebrazo de mi cara para ver a la de él, incluso Eliana se acomodó expectante. Buenas noticias no eran palabras que se pudieran pronunciar juntas seguido y menos en un momento como en el que nos encontrábamos.

—Jeca está viva y está bien. Ella volverá a casa pronto —soltó con una sonrisa. De inmediato me senté incluso jalando la aguja del suero por el movimiento sin cuidado.

—¿Cómo lo sabes? —debatí con nervios.

—Estuve yendo a preguntar a su vecina y sorprendentemente, su esposo es aún más chismoso que ella. Me dijo que Pamela, la mamá de Jeca, regresó por la mañana y les comentó que ella estaría bien, que al parecer la internaron porque estaba vomitando sangre...

—¿Sangre? ¿En qué mundo eso es normal? —interrumpí.

—Mira, no sé detalles, ¿sí? Lo importante es que Jeca está bien y según su mamá regresará a casa en unos días.

—¡Mierda! Yo tengo que estar ahí, yo la tengo que recibir. Jeca tiene que saber que estuve pendiente, que la busqué... —alegué intentado ponerme de pie.

Mi hermana me detuvo de inmediato y Malcom puso sus manos al frente en señal de marcarme un alto.

—¿A dónde carajos vas? ¿Ni siquiera te dan el alta? —reprendió Eliana.

—Pues que me la den, ya estoy bien, soy mayor de edad y puedo firmar una carta de responsabilidad.

—No es buena idea —masculló mi amigo.

—A la verga las buenas ideas, Jeca me necesita.

—Adam, ella acaba de intentar suicidarse, no necesita que vayas a restregarle tu esfuerzo por verla o tu reclamos indirectos. Al contrario, no sabes cómo ese evento vaya a afectar su mente. Intentó acabar con su vida y no lo logró, ¿entiendes eso? —explicó Eliana.

—¡Estuve a punto de morir! Claro que lo entiendo.

—Pero esa fue la consecuencia de tu ansiedad mal manejada. Malcom, ¿puedes salir un momento? —pidió con cortesía. Él asintió dando la vuelta.

—No le hagas caso —ordené, pero me ignoró a mí.

Nos quedamos mi hermana y yo en la misma habitación. Ella tenía esa frialdad en la mirada que indicaba que lo fuese a decir, no se mediría en hacerlo. Sería tan sincera como pudiera y a veces confundía la verdad con la crueldad.

—Eliana, tienes que entender que Jeca me necesita.

—No, tú tienes que entender que esto que está pasando no son hechos aislados. Ella influye en ti como tú en ella. Necesitan empezar de cero.

—Eso quiero, pero antes tengo que asegurarme de que está bien, de que estará bien —insistí desesperado.

—Adam, tienes que dejarla continuar porque ella debe aprender a vivir sola.

—¡No la conoces, no hables como si lo hicieras!

—¡¿Qué carajos tienes en la cabeza?! Tienes una familia que está preocupada por tu salud y a ti no te importa ni una, ni la otra. Solo te importa la tal Jeca.

—¡Al menos ella se preocuparía por venir a visitarme! —alegué.

—Eres un egoísta —sentenció Eliana poniéndose de pie.

—¿Yo? 

—Sí. Tú fuiste el que se alejó con tal de que nadie te hiciera ver tus adicciones porque estabas seguro que ibas a controlarlas. Pues mira, tuviste una sobredosis por heroína, ¿de que te sirvió alejarte si de cualquier forma seguimos pendientes de ti a lo lejos? ¿Crees es genial ver como te consumes? 

—¿Me salvaste la vida solo para reclamarme? —bufé indignado—. Claro, soy yo el único que está mal.

—¡Aagh, puta madre! Mira, te diré la verdad para que dejes de pensar que eres el único con problemas, Adam: Voy a tener a mi cuarto hijo y viene con un problema que quizá le impida vivir. Apenas nazca necesitará una cirugía porque sus intestinos están expuestos debido a una malformación, sus probabilidades son muy bajas y no tienes idea de cómo me duele eso porque tal vez ni siquiera pueda cargarlo o besarlo mientras respire

»Mamá está pasando por una depresión muy fuerte desde hace meses porque Esteban tenía un romance que se salió de control. Su amante llamó a nuestra madre para contarle todo y ha estado dejándole cartas fuera de la casa, donde le relata detalles asquerosos de su aventura. Ella quiere separarse, él no y al final ninguno está feliz. 

»Todos tenemos problemas, Adam y la mayoría debemos enfrentarlos estando sobrios. Algunos llevan terapia, otros rezan, otros intentamos ser fuertes porque alguien depende de nosotros. ¿Sabes qué es lo más me jode? Que mientras tú estás pensando en correr a ver a una mujer, hay otra esperándote por la cual ni has preguntado. Ana Paula solo desea verte, ella está preparando sus juguetes y galletas para cuando pueda visitarte.

»Yo nunca te reclamaría por salvarte la vida, eres mi hermano y me importas tanto que me hice a un lado para que pudieras entender en qué te estabas metiendo. No sabes lo que he callado por no pelear y lo que me pienso aguantar con tal de que sigas tomando tus propias decisiones. Yo hice lo que debía, alejarme para no hacernos daño —concluyó con lágrimas cristalizando sus ojos. Tomó su bolsa y caminó dándome la espalda.

Las palabras de mi hermana atravesaban como espinas. Ella nunca fue la mala, la ruda o la apática, ella solo quería mantenerse a raya ante mis adicciones, le importaba tanto que no me contaba sus problemas por miedo a que no pudiera sobrellevarlos. Mi familia no estaba mal, ellos no eran los que no entendían. De lo único que fui víctima fue de mi propia terquedad. Quizá me creí especial, quizá pensé saberlo todo, fui demasiado confiado y terminé enredado en mi propia telaraña. Todo se había terminado, era momento de crecer y afrontar que por mi cuenta no iba a lograr nada.

—Eliana... —llamé. Ella se detuvo en la puerta—. Sé que no tengo cara para pedirte nada, pero lo necesito, por favor.

—Dime —suspiró con la voz cansada dando la vuelta, pero sin soltar el picaporte.

—Quiero ir a rehabilitación. Necesito ayuda, no puedo hacer esto solo. Por favor —supliqué con un hilo de voz.

—Por supuesto. Yo estaré a tu lado —asintió con una sonrisa débil y unas cuantas lágrimas escapándose. Se alejó de la puerta para caminar a mi lugar.

—Sé que será difícil, así que espero no me escuches cuando me arrepienta.

—Créeme que así será. —Sonreí ante su seguridad mientras ella regresaba a sentarse en la silla.

—Solo necesito un papel y una pluma. Quiero despedirme de Jeca, que sepa que estaré bien, pero que ya no estaré donde antes —declaré.

»Necesito empezar otra vez.

 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top