40) Finalizar

https://youtu.be/y3ufQPb1KM8


Jeca:

Salí de casa de Adam con la sensación de haber olvidado una parte de mí ahí dentro. Yo aún lo quería, no deseaba hacerlo sufrir, pero la última decisión la había tomando por cuenta propia y ya no estaba dispuesta a dar marcha atrás. Solo esperaba que él me perdonara, que entendiera un poco mi postura y que pudiera seguir adelante con sus deseos. Pude dejar las cosas inconclusas entre nosotros, pude solo marcharme, pero sentí que él merecía una explicación. Merecía la paz que no tuve.

Estaba amaneciendo apenas, no había mucha gente en la calle y las pocas personas que cruzaban en mi camino no parecían poner atención a mi presencia. ¿La última vez que vería las mismas calles? Ni siquiera eso me hacía disminuir el paso, ya no quería observar lo mismo.

Había hecho un plan y todo lo realicé en menos de una semana. Incluso concluyó la noche que pasé a ver a Adam. Ya no tenía pendientes conmigo, aunque sí incertidumbre. Antes de llegar a mi casa me puse a recordar mi travesía, ser organizada me había dejado algo bueno después de todo:

Primero debí conseguir unas pastillas que tuvieran el mismo efecto que la fortuanina, así que me dediqué a buscar en internet algo similar, para mí suerte encontré el compuesto: Metanfortuanilico fenolato.

Si no podía conseguir las fortuaninas como tal, podría buscar su genérico y hasta gastar menos. También me puse a investigar efectos de una sobredosis, pero la información que pude encontrar era escasa, más que nada se centraba en efectos secundarios o por uso prolongado, nada sobre abuso de sustancia.

De igual forma en todas partes alertaban de consultar al médico en caso de molestias al consumir, así que solo que me quedó confiar en que todo saldría bien para mí.

Necesitaba receta para adquirir cualquier medicamento con ese compuesto; inventé una historia sobre mi abuelo enfermo que perdió su prescripción para vulnerar al dependiente de la farmacia, luego ofrecí dinero extra por las pastillas y presioné con el chantaje de la urgencia familiar por conseguir ayudar a mi pobre abuelo. Hice lo que tenía que hacer, yo había ahorrado la mayor parte de mi sueldo para obtener el medicamento y un papel no me lo iba impedir. Sobornar, mentir, chantajear, manipular, ya me daba igual.

Por último envié el resto de mis ahorros a mi hermano: "Un regalo para Aarón bebé" dije y se lo creyeron, no sin antes soltar una anécdota de que si no lo enviaba, mamá me lo iba a robar, lo cual no era tan falso. "Ya estamos juntando dinero para que puedas venir a vivir aquí. De hecho pedimos un préstamo para poner nuestro propio negocio, una papelería. Cuando nos acomodemos un poco ya estarás viajando hacia acá" prometió mi hermano antes de colgar.

«Creo que primero regresas tú» pensé mientras me despedía intentando no llorar.

¿Estaba tan mal querer acabar con todo? ¿Era mi obligación disfrutar la vida? ¿Estaba tomando la salida fácil? ¿De verdad eso era la parte fácil? Porque cada día era agotador, mis recuerdos eran cada vez más insípidos, había cosas que yo creía que no podía volver a sentir. Aunque quisiera detenerme a pensar en las personas que me rodeaban y el impacto de mi decisión en sus vidas, la realidad era que la balanza se inclinaba al miedo que me daba continuar, a la fatiga, el asco. No podía pararme a considerar a quienes no me consideraron, razón que me hacía sentir aún más egoísta.
Entré a casa con cuidado de no hacer ruido, me encerré en mi habitación y me senté en la cama. «Cuánta carga emocional para no ser ni las diez de la mañana» pensé, luego sonreí con debilidad. Un quejido involuntario salió de mi boca, la gastritis se estaba haciendo más intensa. Me puse en posición fetal para mitigar un poco esa dolorosa experiencia, pero no sirvió en absoluto.

Salí a la cocina, me paré en medio intentando escuchar a mi madre dormir, solo unos perros en la calle llenaban el silencio de la casa. Serví un vaso con agua y regresé a mi habitación en busca de las pastillas. Antes de entrar eché un vistazo a la puerta de al lado, sabía que le dolería, encontrarme sería algo que marcaría un antes y después en su vida.

«Espero que puedas perdonarme, mamá y que te des cuenta que no fue tu culpa. Tú tienes tus problemas y tienes que lidiar con tu existencia. A veces no es fácil darse cuenta de lo que pasa alrededor» Expliqué en mi mente, deseando poder decírselo de frente aunque fuera en sueños.

Entré al cuarto, saqué de mi cajón la caja de pastillas, me senté en suelo frío con el vaso un lado; Era de plástico, grande casi de un litro, color azul, aquel era mi preferido, «¿Lo tomé inconsciente?» me cuestioné examinándolo unos segundos «¿O solo intento hacer tiempo en lo que valor llega a mí?» suspiré y me pasé las manos por la cabeza, luego las dejé detrás de mi cuello mientras veía la caja blanca con letras verdes.
Saqué el blíster, me temblaban las manos, más bien yo temblaba. Sentí la piel ponerse de gallina hasta mi nuca, luego un escalofrío me recorrió el cuerpo. «Tardas mucho, si no te das prisa Adam va a despertar y te buscará» me reprendió mi mente.

El estómago me ardía horrible, tenía frío pero estaba sudando, la sensación de incertidumbre me dejaba la garganta seca, los nervios me tenían temblando y el miedo me hacía imposible escuchar otra cosa que no fuera mi corazón. Aunque quisiera sentarme a pensar en lo bueno y lo malo de mi vida, en mis vivencias, en rectificar; cierto era que eso me estuvo dando vueltas los últimos días, sin embargo en ese momento solo podía pensar en mí.

«Todo termina hoy» juré.

Empecé a sacar pastilla tras pasilla e ingerirlas con calma. Una píldora, un trago de agua, en total doce antes de empezar a sentirme mareada y decidir que sería suficiente. Dejé el blíster vacío en el suelo junto a la caja del medicamento y me puse de pie para recostarme, quizá sería menos dramático que me encontraran "durmiendo" que tirada en el suelo polvoriento.

Todo daba vueltas, el estómago se me revolvió, me ardía horrible y de la nada un dolor de cabeza agudo se unió a los síntomas. Quise aguantarme, cerré los ojos, me tapé con la cobija, me hice bolita en un intento de mitigar mis males, luego me recosté boca arriba porque la primera opción solo hacía peor la gastritis.

Estuve así unos minutos antes de empezar  a ahogarme, algo se acumulaba en mi garganta. Me levanté por inercia y sin poder evitarlo, escupí sangre. Lo primero que pensé es que ya me estaba muriendo, estaba muy mareada, aunque quisiera caminar no podía. Respirar se había vuelto pesado, como si algo me obstruyera la nariz. Comencé a toser con fuerza y cada vez que lo hacía, hilos de sangre salían disparados de mi interior. Caí sobre mis rodillas sin poder controlar lo que mi cuerpo desechaba. Sumando la gastritis y el agua que había ingerido, el desenlace fue aún más grotesco; empecé a vomitar chorros de agua con sangre y las arcadas eran tan fuertes que resonaban por la habitación.

Mi mamá entró sin avisar, me vio en el suelo y su rostro pasó de tener una expresión confundida a estar horrorizada.

—¡Jeca ¿Qué está pasando? ¿Qué hiciste?! —gritó alarmada.

Intentó acercarse, luego se alejó, ella estaba aterrada y no sabía cómo proceder, balbuceaba, miraba a su alrededor, parecía que el pánico la había dominado cuando salió huyendo de ahí. Regresó con su celular, para ese entonces mi vista estaba nublada, veía destellos de luz por todas partes. Pude escuchar que llamaba a una ambulancia, pude ver el miedo reflejado en su rostro antes de perder el conocimiento y caer en el charco de vómito, sangre y pastillas.

«No quería que vieras esto. No quería verte así antes de morir» Fue lo último que pensé.

Adam:

El mundo de detuvo por un instante, mi corazón latió tan fuerte que todo el cuerpo me tembló. No podía ser una simple despedida, era una nota suicida. Ella iba a suicidarse, solo por eso me buscó.

Regresé a mi habitación a toda prisa para ponerme los tenis y así mismo salí de casa notando que Jeca había abierto las puertas, pero no me percaté. Lo único que sabía era que me quedé dormido tan profundo que ella aprovechó eso para marcharse sin que pudiera detenerla o cuestionarle.

«Quizá cuando llegue a su casa ya sea muy tarde. Nunca podré perdonarme eso» pensaba mientras corría a buscarla.

Fui de prisa por las calles sin reparar en las personas, casas o autos, de hecho no tenía tampoco idea de qué hora era. No cerré la puerta de mi casa, iba vestido con lo primero que encontré, estaba asustado, alterado, irritable, mi respiración era agitada y probablemente daba miedo a quienes me veían.

Cuando por fin estuve frente al hogar de Jeca empecé a golpear la reja con la mano mientras gritaba su nombre sin siquiera darme cuenta de mi tono o fuerza. Estaba desesperado y eso se reflejaba en mi errático actuar. Necesitaba una respuesta, pero nadie salía a auxiliarme, la puerta seguía tan cerrada como cuando llegué y todo parecía quedarse estático.

No había candado, tenía la esperanza de que no quisiera abrirme así que entré hasta la puerta principal. Intenté empujarla mientras gritaba el nombre de Jeca para alertarla, pero el silencio que habitaba dentro de su casa se volvía más pesado y yo más volátil.

—¡Por favor, alguien salga! —rogaba con lágrimas en los ojos.

—¡Hey, ya basta! Sal de aquí o llamaré a la policía —me reprendió una mujer de mediana edad cabello corto, vestida con una playera blanca de un partido político y un short de hombre.

—Solo estoy buscando a Jeca, quiero saber si está bien.

—Ella no está. Y ya toda la colonia sabe que la buscas, cálmate.

—¿Co-cómo sabe que no está? —inquirí trémulo. Caminé unos pasos hasta la mujer en cuestión que se alejó otros al notar mi cercanía.

—Vino una ambulancia, se la llevaron y su mamá se fue con ella... No sé a dónde, ni por qué, pero tú debes saber más que yo, ¿o no? —cuestionó curiosa, quizá porque sabía que habíamos tenido una relación o porque mi estado no era casualidad.

No estaba consciente de la magnitud de las cosas, sentía algo atorado en la garganta, no podía ni respirar bien, sudaba como nunca y el corazón me latía tan fuerte que parecía tener una taquicardia. Empecé a caminar despacio, sacándole la vuelta a la mujer chismosa que seguía haciendo preguntas, o tal vez quería advertirme algo, no supe porque no podía escuchar.

Empecé a sentir las lágrimas escurriendo por el rostro, me abracé a mi mismo sin dejar de caminar, sin poder centrarme en nada.

«Vino una ambulancia, se la llevaron». Se repetía en mi mente una y otra vez; ninguna era más clara que la anterior. Apenas podía respirar, me zumbaban los oídos, tenía mucho miedo.

Tomé aire, me limpié la cara para estar "presentable" ante la única persona a la cual podía acudir. Tal era mi estado que había caminado sin darme cuenta en realidad, mi mente me llevó en automático hasta su casa. Toqué la reja con la poca calma que me quedaba. Por fortuna Malcom salió rápido a ver quién era.

—¿Qué pedo? ¿Qué tienes? —preguntó a verme.

—Jeca... se la llevaron en ambulancia... —balbuceé antes de soltarme a llorar.

Mi amigo se apuró a abrir la reja, puso su mano sobre mi hombro en un intento de tranquilizarme.

—Ey, espera... ¿estás seguro que era ella? —cuestionó asustado.

—No sé, eso me dijo su vecina —respondí sorbiendo por la nariz.

—Cálmate, pásale a la casa... ¿Ya intentaste llamar a Jeca?

—¡¿Cómo vergas si no tengo su número? Ni siquiera tengo teléfono! —reprendí alzando la voz, el rubio no pareció molestarse por mi reacción agresiva.

—Cierto, perdón... Pero, ¿por qué la llevaron al hospital? ¿Pasó algo ayer cuando se quedaron solos? —inquirió con cautela.

—No... Bueno, sí. Ella se quedó a dormir y cuando desperté se había ido... Me dejó una carta, se despidió de mí a través de ella, como si fuera a... —No pude concluir la frase, de solo intentarlo me entraron ganas de vomitar.

—Mierda —susurró Malcom—. ¿Qué hacemos?

—No sé, no sé, yo quiero saber cómo está —expresé con la voz quebrada. Volví a llorar de forma patética frente a mi amigo y en plena acera porque no entré a su casa.

—¿Crees que la hayan llevado a la cruz verde de aquí cerca? ¿O al hospital infantil? ¿Sigue siendo menor? ¿Si la ingresan al DIF? —Empezó a cuestionar el rubio al aire a la par que me sobaba la espalda.

—No sé, puta madre, no sé nada.
—Pues vamos a ver, ahí tengo la moto. Espérate aquí, voy por ella y por dinero —avisó mientras caminaba de vuelta adentro.

Yo me quedé como perro abandonado viendo a la nada, confundido y triste. Cada vez que me secaba una lágrima otra brotaba. Tenía mucho miedo, sabía que temblaba, mi cuerpo se sentía frágil. Estaba tan vulnerable que si alguien me culpaba de lo sucedido, yo no podría soportarlo, no podría vivir con eso. Aunque, ¿qué había sucedido en realidad? Una parte de mí rogaba que todo fuera un malentendido, una serie de desafortunadas coincidencias. Pero otra voz en mi cabeza no dejaba de atacarme por idiota, por no haber despertado más temprano.

—Súbete, pues —ordenó Malcom desde su moto. Estaba tan absortó que no noté cuando salió y por su expresión supe que no era la primera vez que me hablaba.

Él ni siquiera se había cambiado con tal de darse prisa. Llevaba unas sandalias de plástico que me recordaban a una máscara de hockey, además que su playera era interior, sin mangas. Malcom estaba preocupado, pero no lo mostraba y yo agradecía eso.

Me subí rápido, rodeé la cintura de mi pálido compañero esperando algún chiste de mal gusto, pero no hubo nada porque ni bien me había agarrado cuando él estaba avanzando. Íbamos a exceso de velocidad, nos metíamos entre los autos y cambiamos de carril sin precaución; el mal comportamiento de los motociclistas estaba tan normalizado que ya ni se molestaban en maldecirnos.

Llegamos a la cruz verde más cercana que teníamos. El recorrido normalmente era de media hora, pero hicimos quince minutos. Apenas Malcom se orilló, entré al lugar todo confundido, no sabía a dónde dirigirme. El personal caminaba de un lado a otro sin prestar atención, odiaba los hospitales y en esos momentos era tal mi desesperación que sentía que me daría algo que me haría quedarme internado.

Cuando al fin encontré la ventilla donde podían orientarme, la secretaria me dijo en tono pesado:

—Estamos en cambio de turno, por favor espere.

Ni siquiera pude protestar, me quedé como inepto viendo mi reflejo en el pulcro cristal que protegía dicha área. Estaba actuando sin pensar, sin planes, me movía por miedo. Malcom llegó, se acercó a preguntarme qué pasaba y le respondí lo mismo que me dijeron. Asintió, luego imitó mi actuar: Ambos estábamos de pie viendo una pared blanca.

—¿Crees que esté bien? —pregunté después de varios minutos. Nos miramos a la cara unos segundos.

—Sí —masculló girando la cabeza para no verme.

Después de una plática eterna entre la secretaria y su relevo, pude preguntar por Jeca. Tuve que mentir diciendo que era su hermano, que había perdido mi identificación pero que me urgía saber cómo y dónde estaba mi hermana. Por desgracia no había ingresado ninguna Jeca Velasco. Agradecí con la voz apagada, luego caminé a la salida del mismo modo automático que entré. No me sentía yo, todo era incertidumbre, culpa, miedo, solo quería una señal, una razón para poder volver a la vida... aunque, ¿tenía una vida antes de esa tarde?

—¿Qué hacemos? —cuestionó Malcom caminando a mi lado.

—Ir al DIF, ¿no? —Él asintió.

El rubio tenía una cara que pocas veces le había visto, era preocupación excesiva que camuflaba con una severa seriedad. Eso no hacía más que avivar mis nervios.

Regresamos a la moto para ir a siguiente hospital, pero fue casi lo mismo: Llegamos en poco tiempo gracias a nuestra inconsciencia al conducir, entré desesperado para encontrar a un montón de personas dispersas, me hicieron esperar una hora para darme informes y no supe ni porque, pero al final Jeca tampoco estaba ahí. Salí con más ansias, estaba cansado de perder tiempo, la cabeza empezó a dolerme, tenía hambre y Malcom se veía más estresado conforme pasaban las horas.

—¿Y ahora? —volvió a preguntar mi amigo.

—Pues vamos a otro puto hospital, al que esté más cerca —exigí levantado la voz. Él asintió de nuevo, pero poniendo los ojos en blanco.

La odisea acabó de la misma forma. Jeca no estaba, ya iban a ser las cinco de la tarde y mi desesperación había aumentado tanto que sentía que explotaría por el estrés.

—¡Es que no puede ser! ¿Acaso se la tragó la tierra? —exclamaba saliendo del tercer hospital.

—No sé, a lo mejor su mamá la llevó a uno particular o lo de la ambulancia es mentira. —Frené en seco para encarar a Malcom.

—¿Por qué la puta vieja metiche me mentiría?

—No sé —masculló irritado—. ¿Ahora qué? ¿Regresamos a casa?

—No, vamos a la otra clínica de por...

—Adam, no mames, no podemos ir de hospital en hospital —me interrumpió—. Ya es tarde, me están esperando en la casa, tengo hambre, no tengo gasolina y ni siquiera te sabes el nombre completo de Jeca.

—¡Puta madre!

Me froté la cara con frustración, él tenía razón pero hacerle caso era rendirme y rendirme me aterraba.

—Mira, ya vete, me iré en camión a buscar. Gracias por ayudarme.

—No seas... Adam, es en serio, deberíamos ir a casa. Quizá Jeca volvió o su mamá, tal vez alguien sepa algo. Tú también necesitas calmarte un rato —propuso con cautela.

Caminé a unas escaleras de concreto que daban a la calle, me senté sin decir nada, Malcom fue tras de mí e hizo lo mismo.

—Es que... —No pude decir más, el llanto me impidió hablar.

—Yo sé. La quieres mucho, te sientes mal por no poder ayudarla, ella es importante para ti, pero necesitas estar mejor para verla. Mañana será otro día, te prometo que mañana te ayudaré desde temprano a saber qué pasó con Jeca.

Puse los brazos sobre las rodillas y hundí mi cabeza en ellos para poder soltarme a llorar. Había fallado en ayudar a la chica que me importaba, en una de las pocas cosas que me había propuesto en la vida por decisión propia.

—Ella está bien —aseguró Malcom dándome palmadas en la espalda—. Mira, si algo le pasó, tenemos un testigo que dice que se la llevaron en ambulancia. Es una buena señal, ¿no? La salvaron.

—Yo creo —balbuceé limpiándome la nariz con mi camiseta—. ¿Nos vamos a su casa? Si quieres llevarme, claro...

—No seas mamón, yo te traje yo te llevo.

Nos subimos de nuevo a la moto, pero a comparación de toda la tarde, Malcom iba despacio, respetando a los otros conductores. El camino se sintió mucho más largo y aunque no quería pensar, no podía evitar imaginar los posibles desenlaces al llegar a casa de Jeca. Los repasé en mi mente todo el trayecto como una forma de prepararme para actuar.

Cuando empecé a notar que nos acercábamos a nuestra colonia, el corazón volvió a latirme en el oído, el miedo me hizo incapaz de pensar en algo positivo, de pronto todo era aterrador. Las calles que transitaba casi a diario me parecían amenazantes, como si me advirtieran que me esperaban solo malas noticias.

Me bajé de la moto con el cuerpo sudoroso, pero la piel fría. Admiré la casa descuidada de Jeca: Paredes de un tono claro, quizá en algún momento fue color durazno; tenían partes donde se notaba el salitre. El pasto estaba crecido y seco, la cerca negra con partes oxidadas al igual que la puerta principal. Ventanas sucias tapadas con pesadas cortinas oscuras, seguramente a causa de la poca tolerancia de su madre a la luz.

—¿No vas a tocar? —cuestionó Malcom interrumpiendo mis observaciones.

Asentí, tomé aire para relajarme y empecé a golpear la cerca despacio con una piedra pequeña que recogí antes. El sonido aumentaba, pero nadie respondía. Reparé en la que reja seguía sin candado, quizá salieron con prisa y no les interesó cerrar porque la vida de una adolescente estaba en juego.
Aumenté la fuerza a mi llamado sin embargo dentro de la casa las cortinas y la puerta seguía estáticas.

—Por favor, por favor... ¡Por favor, necesito respuestas! —rogué recargando el cuerpo contra la cerca. Tenía la respiración agitada a pesar de que no me había movido.

—Ey, te llevo a tu casa —ofreció Malcom al notar mi desesperación. Puso su mano en mi hombro con suavidad—. Debes comer algo, mañana volvemos temprano. Tú intenta descansar, ya casi anochece.

—Yo me voy solo —advertí quitando su agarre con brusquedad.

—Adam, ¿qué vas a hacer? Deja de caminar, escu...

—Gracias por ayudarme hoy, Malcom, pero quiero pasar el resto del día solo —enfaticé la última palabra. Él negó con la cabeza y aceleró en la moto dejándome atrás.

Cada paso se sentía irreal, seguía temblando y no sabía si por nervios o ansiedad de estar sobrio. «Necesito una dosis» repetía en mi cabeza atormentada. Era demasiada carga en un solo día, ¿alguien podía culparme por querer drogarme? Yo no, merecía un poco de calma. Además, ¿qué importaba lo que los demás dijeran de mi adicción? El odio que yo sentía por mí mismo era peor que cualquier mirada juzgándome.

Entré a mi casa a rebuscar entre las cosas para sacar algo de dinero, pues ya no tenía más dosis disponibles. Moviendo los cajones encontré un curioso paquete envuelto en periódico, que yo mismo había guardado ahí. Era heroína, había que prepararla e inyectarla, nunca antes experimenté con ella por miedo a terminar enganchado, pero ya me daba igual. Todo me daba igual desde hacía meses.

Conseguí unas pocas monedas buscando entre mis cosas, suficientes para ir a la tienda por una jeringa para insulina. Todo en mí era desesperación y miedo, quería apaciguar lo negativo, poder dormir, tener un poco calma. Solo un poco paz.

Cuando me dieron la jeringuilla, de inmediato sentí un cosquilleo en las manos que me distrajo de la mirada de asco de los otros compradores; al encargado le daba lo mismo, él sabía para qué la quería y por algo vendía ese producto tan específico, no era su única clientela.

—Gracias —musité con la cabeza baja.

Salí de ahí con la sensación de estar haciendo algo muy malo, pero mi ansiedad no me permitió recapacitar. Iba llegando a la casa, levanté al vista y Malcom estaba sobre su moto esperando afuera.

—¿Dónde estabas, culo mío?

—Vete a la verga, ya me rechazaste ya no te doy nada —alegué intentando sonar divertido para que no sospechara—. Fui por un encendedor a la tienda.

—Ahh, ¿cómo estás? —siguió cuestionado esperando que yo abriera la puerta.

—Estoy, ya es ganancia.
Entré sin verlo, pretendía dejarlo afuera, pero Malcom era muy idiota o muy inteligente para notar mi intención, se bajó y caminó tras de mí.

—¿Y qué vas a hacer?

—Fumar —respondí tajante sin dejar de caminar por la casa.

— ¿Qué cosa?

—¿Que chingados te importa? —inquirí dando la vuelta y plantándole cara.

—Quiero saber, me preocupas —respondió con calma viéndome fijo.

—No eres mi papá, Malcom. Quiero estar solo...

—Adam, no deberías empezar a drogarte otra vez mientras Jeca...

—¿Mientras ella muere? ¿Mientras Jeca está en quién sabe dónde? ¿Mientras la entierran? Puta madre, ¡qué más quieren de mí? —grité alterado.

—Calma, mira, tienes que estar bien. Mañana tendremos noticias y tú tienes que estar presentable...

—¿Para qué? —interrumpí—. Ella tomó esa decisión probablemente por mí culpa, ¿cómo se supone que lo supere? ¿Qué pasará si no me quiere ver? ¿Si su familia me culpa y jamás vuelvo a verla? Malcom, quiero estar solo. Necesito estar solo.

—Adam entiende que...

—¡No¡ ¡Tú entiende que no quiero ver a nadie, ni hablar con nadie! —exclamé empujando a mi amigo con fuerza. El impacto lo hizo retroceder unos pasos.

—¿Sabes qué? Yo ya me cansé. Intento apoyarte, pero das un paso en frente y cinco atrás. Quise darte el beneficio de la duda. El que avisa no es traidor, Adam: Yo cruzo los brazos y dejo el resto a alguien más —sentenció Malcom poniendo las manos al aire, quizá como muestra de rendición o de que ya no le importaba.

—Haz lo que te de tu gana, pero vete.

Él obedeció sin verme, salió dejando la puerta abierta y no me molesté en cerrar. Mis negatividad estaba en un frasco lleno que había sido abierto, todo se derramaba. Estaba harto, necesitaba relajarme. Subí a mi habitación di vueltas en la misma sin estar seguro de cómo proceder. Me senté, me paré, caminé, me volví a sentar, grité. Era como si el mundo se hubiera puesto en mi contra justo cuando pensaba que nada podía ir peor.

Bajé a la cocina, tomé una cuchara grande de aluminio y volví a repetir el proceso de sentarme, pararme, dar vueltas en círculos mientras buscaba una señal que no llegaba o tal vez llegó y no supe descifrar.

Regresé a mi habitación a sentarme, dar vueltas, gritar, temblar. Tenía la garganta seca, dolor de cabeza, me zumbaban los oídos, estaba sudando. Estaba asustado de caer en un nuevo vicio, pero más intentaba resistirme peor se volvía todo.

Después de frotarme la cara y abrazarme a mí mismo, decidí sacar el paquete de heroína que tenía por ahí. Mil cosas me inundaban la cabeza: Desde que lo había robado e irían a cobrarme cuando menos pensara, hasta que yo mismo lo compré buscando nuevas sensaciones estando inconsciente de mis actos. Me tumbé en la cama rendido.

—¡Puta madre! —maldije al aire, temblando por no encontrar ni un minuto de sosiego ni siquiera en mi habitación.

Sin más tomé la droga, la preparé sobre la cuchara y quemé la mezcla para pasarla a la jeringa. Vi la aguja con respeto, luego mis delgados brazos. Agarré aire y dejé todo en el suelo al lado de mi cama, no estaba seguro de cómo hacerlo, había visto personas inyectarse antes, pero no era igual ver que realizar.

«Estás perdiendo mucho tiempo en nada» me reclamé luego de pasarme viendo el suelo por varios minutos. Llené mis pulmones de aire, volví a inspeccionar mis brazos buscando la vena más sobresaliente, apreté el puño para confirmar y sin querer detenerme a pensar más, clavé la aguja. El pinchazo me hizo fruncir el ceño, sentir como el líquido entraba a mi cuerpo fue casi desagradable, pero de inmediato me empecé a relajar.

Entré en un estado de somnolencia tan rápido que apenas tuve tiempo de sacar la jeringa vacía de mi cuerpo. Me tumbé en la cama, todo daba vueltas, la vista se me nublaba, quería pensar en lo que pasaba a mi alrededor, lo que estaba viviendo pero todo era confuso.

¿Me llamaban? Escuchaba un eco lejano, mas no entendía que decía o de donde provenía el ruido, porque era como si yo tuviera la cabeza sumergida en agua. Quise ponerme de pie, mi cuerpo no respondía. Había siluetas en la habitación, ¿estaba alucinando? Pude distinguir una voz femenina entre burbujas reventando en mis tímpanos. Quería hablar, preguntar qué pasaba, pero ni siquiera podía abrir la boca.

Sueño, mucho sueño. Calma, todo era calma. Tranquilidad. Solo tenía que cerrar los ojos y olvidarme de todo. Olvidarme de mí, eso de igual forma no me costaba. De ahí en adelante quedé en blanco, no había nada más en mi mente.


Hola a todos, aquí tengo su actualización y me costó un ovario sacarla :( espero sus opiniones y teorías, por favor que tengo mucha incertidumbre a pesar de que esto lleva planeado desde el 2016.

Merezco amor porque Wattpad se me cerró muchas veces mientras editaba para subir.

Aclaraciones: Obviamente el compuesto de las pastillas NO existe. Gracias a Andrea Graciano Castro por ayudarme tanto en este capítulo y en el resto de la historia.

Jeca y Adam tienen problemas que se han intensificado a través del tiempo por su renuencia a aceptar que tienen un problema y su incapacidad de buscar ayuda. Sus acciones los llevaron a límite, pero esta conducta PUEDE EVITARSE.

Estar bien va más allá de decir "échale ganas" pero tenemos la opción de pedir ayuda, orientación o desahogarnos con amigos, maestros, familiares o personas de confianza.

Yo no estoy intentando dar ideas, yo intento contar una historia sobre personas rotas y tóxicas que por más agradables que parezcan, sus acciones lastiman a otros y terminan destruyéndose ellos mismos.

Sin más, nos leemos en la siguiente parte que será el final.

Esta historia no tendrá segunda parte, solo un epílogo (tal vez).

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