38) Salvar P.1
Jeca:
Empecé a trabajar en la oficina a mediados de marzo, mes en que los auxiliares de inventario viajaban mucho y solo se pasaban por el lugar para reunirse a esperar a la camioneta de personal, cargar equipo y descargar información.
Estaba ganando una cantidad decente de dinero y no solía gastar mucho porque quería ahorrar; pero era difícil porque mamá me quitaba gran parte de mi sueldo bajo el argumento de que si no fuera por ella, yo estaría en la calle. Me había vuelto más blanda, así que discutir ya no era algo habitual. Solo me importaba estar tranquila.
Mi horario era muy cómodo, de diez de la mañana a seis de la tarde, además, Damián fue muy paciente conmigo a la hora de enseñarme la forma de tratar con clientes. Empezamos a pasar mucho tiempo juntos dentro del local, lo que resultó en charlas largas y amenas sobre nuestro día a día. Primero fueron cosas casuales: Comidas preferidas, tipo de música que nos gustaba oír, lugares a donde salir los fines de semana. Pero en quince días, él ya me tenía la confianza suficiente para hablarme de su vida personal, me contó que era divorciado, que tenía dos hijos, uno de seis y otro de ocho años, pero que vivía solo porque su ex mujer los cuidaba entre semana y él los fines de semana.
Damián parecía tan amable, simpático y experimentado, que no tardé en tomarle confianza. Le conté sobre mi fallida relación con Adam; superficialmente le hablé de la poca interacción que tenía con mi mamá y del nulo interés de mi padre. Veía en él una persona capaz de escucharme, de entender que si le contaba poco era porque así me sentía cómoda, y no porque fuese algo en contra de él.
Transmitía tanta seguridad, que nunca imaginé que pudiera traicionarme, mucho menos a aprovechar mi vulnerabilidad para lograr entrar en mi mente y hacerme su juguete.
Primero empezó con comentarios doble sentido, que apenas los hacía se disculpaba. Luego preguntas fuera de lugar sobre mi vida, mis relaciones sentimentales y amistosas. No me extrañé porque pasábamos el día entero juntos y cada vez había más confianza. Sus avances fueron de forma gradual, no pude notar a tiempo sus verdaderas intenciones, o tal vez no quise verlas porque me gustaba que él se interesara en saber de mí.
Desde que me había integrado a la oficina, mi vida se volvió pura monotonía. Me despertaba a las ocho, me bañaba, desayunaba, me iba a trabajar; salía, llegaba a casa a limpiar, esperaba que mamá se fuera o descuidara para atascarme de comida y provocarme el vómito; luego me acostaba hasta que el sueño se hacía presente.
Empecé a bajar de peso, algunos compañeros lo notaron y me hicieron comentarios sobre mi físico de forma positiva. Asocié el daño con algo positivo y me aferré a ello, porque la costumbre de anclarse a lo primero que me hiciera sentir bien, no se iba. Solo quería mantenerme a flote hasta juntar dinero suficiente para enviarle a mi hermano como ayuda de mis gastos funerarios. A esa altura ya no había dudas: Yo no quería seguir viva.
Por eso no levanté la voz cuando Damián empezó a acercarse mucho a mí. Por eso sonreía cuándo me decía que me veía muy hermosa a pesar de que me incomodaba. Por eso no huí cuando intentó besarme; solo lo rechacé gentilmente bajo el argumento de que no era correcto porque era mi jefe... pero él siguió insistiendo a tal punto que tomó mi rostro para que no pudiera evadirlo y pasó directo a meter su lengua en mi boca. Pensé muchas cosas, pero no actué, me quedé pasmada.
Después de eso, intenté anunciarle a mi madre que quería renunciar y ella no me dejó siquiera acabar la frase cuando ya estaba regañándome por ser una desconsiderada que no apreciaba lo que tenía. Me dijo que ella no iba apoyarme con nada si me salía y no encontraba un mejor empleo, porque ahí me estaban haciendo un favor al aceptarme.
Me quedé en la oficina convencida de que las cosas irían bien, que quizá Damián se cansaría de mi indiferencia. Por eso no le pedí callarse cuando me explicó que el sexo no debería ser una atadura, sino un acuerdo con beneficios mutuos, que las personas maduras podían hacerte sentir cosas inexplicables, aunque ni siquiera me apetecía saberlo.
Me aguanté las lágrimas cuando los besos pasaron a roces o toqueteos indecentes. Cuando él me explicaba de forma explícita todo lo que deseaba hacerme y me retrasaba el trabajo. Me callé, aguanté, doblegué y cedí por tener palabras bonitas cuando me sentía la persona más fea.
Pero las cosas se volvieron más complicadas de controlar, aquel día a finales de mes, cuando me pidió que lo acompañara a hacer unos depósitos y sin preguntar me llevó a un motel.
—Puedes decir que no —advirtió antes de pagar. Quizá notó mi nerviosismo.
—Está bien —aseguré con miedo.
No quería estar ahí, no me gustaba Damián, no sentía ningún tipo de atracción hacia él, pero tampoco quería perder el trabajo. En el fondo me sentía halagada por la atención que recibía de su parte y preferí quedarme a su lado para tener ese apoyo, esas palabras bonitas que te hacen sentir valiosa.
Intenté respirar con calma mientras al auto avanzaba a la habitación y se alojaba en una especie de cochera. Él bajó primero, me ayudó a abrir la puerta mientras yo pensaba que estaba cometiendo el mismo error del pasado.
—¿Y si mejor nos vamos? —inquirí cuando por el espacio de la entrada me dejó ver parte de la habitación anaranjada.
—No. Ya pagué, dijiste que sí, ¿a qué juegas?
—Es que e-el trabajo...
—Yo soy el jefe y puedo encargarme de cualquier inconveniente, hermosa. Tú no te preocupes, pasaremos un buen rato —aseguró poniendo una mano en mi espalda y empujándome despacio para que entrara.
Tomé aire viendo la cama de sábanas azules y rígidas, Damián me dio la vuelta para besarme con fiereza. No me gustaba su forma de besar, solo tenía en mente de que si yo le seguía el paso sin quejarme podría irme de ahí más rápido.
Lo dejé desvestirme, tocarme, halagarme y luego saciarse. Él ya estaba preparando desde hace tiempo para ese encuentro porque llevaba preservativos. Yo solo cerré los ojos mientras dejaba pasar el minutero. La cama hacía un ruido molesto tras cada movimiento, así que me concentré en ello para no ser más patética y soltarme a llorar.
Por las bruscas embestidas del hombre sobre mí, solté un par de jadeos ya que la posición me hacía difícil respirar. El tomó mi cara mientras me plantaba otro beso y por fin alcanzaba el clímax. Lo empujé discretamente, cayó al lado de mí en la cama y cuando pudo controlar su respiración, se puso de pie para buscar su ropa.
—Pensé que serías más caliente —soltó antes de entrar al baño.
Me abracé a mi misma sobre el colchón intentando resistir el llanto. Rápido me vestí, pero la sensación de estar sucia no se iba y sabía que perduraría mucho tiempo más. Tenía un grito de auxilio atascado en la garganta desde hacía tanto, que no sabía cómo sacarlo, ni con quién, ¿a quién podría contarle lo que me sucedía? ¿A mi desinteresada madre? ¿Mi ausente padre? ¿Mi hermano que podía desaparecer de mi vida por meses? La única persona en la que me había apoyado ese corto lapso, era la misma que se aprovechaba de mi situación.
Al poco tiempo íbamos en el auto de vuelta a la oficina. Estaba conmocionada por lo sucedido, no tenía ganas de hablar, debatir o existir. Damián iba centrado en el camino, no me dijo nada en todo el trayecto.
Una vez de vuelta en la oficina, nos encontramos con que la camioneta del equipo se había adelantado y nos esperaban afuera porque no tenían llaves para entrar. Nuestro jefe había apagado su celular y yo nunca cargaba con el mío. Pude sentir la mirada burlona de todos sobre mí, ellos se imaginaban lo que había pasado. Quería desaparecer ahí mismo o que alguna fuerza misteriosa me diera el valor de enfrentar lo que me dañaba.
Pasé directo al escritorio que me correspondía, revisé las llamadas registradas en el identificador y me puse a devolverlas, mientras los auxiliares empezaban a descargar el material de trabajo usado e irse cada uno a su casa.
—¿Quieres? —preguntó Pablo extendiéndome una bolsa de frituras.
Levanté la vista hacia él. Era un chico delgado, ojos de color miel y sonrisa maliciosa. No solíamos hablar mucho porque nuestros horarios rara vez coincidían, ya que él era de los que más viajaban.
—No gracias —respondí sonriendo de la forma más amable que pude, para luego regresar la vista al monitor. Tenía trabajo acumulado.
—En serio, toma... debes tener hambre —supuso.
—¿Qué quieres decir? ¿De dónde sacas eso? —indagué a la defensiva.
La líder del equipo estaba en la otra computadora junto a Damián y al lado de ellos, Lidia, otra empleada del mismo rango que Pablo. Ambas soltaron una carcajada.
—Nada. Solo que estás aquí todo el día y casi no comes. No queremos que te mal pases, porque luego nadie podría tomar tu lugar —explicó con sorna.
Volví a escuchar la risa burlona de las chicas, pero opté por clavar la vista en la pantalla y no responder. Tenía que comprobar nóminas, aprobar horas extras, nuevos horarios y depositar viáticos, quería acabar para poder irme de ahí. Mi consuelo estaba en encerrarme en la habitación a solo escuchar silencio.
Damián tenía que finalizar sus pendientes y me quitó de la computadora, mientras Gina —La líder del equipo— estaba descargando información en la otra, Lidia y Pablo fumaban en el estacionamiento, yo no quería cerca de nadie así que me quedé junto al baño una media hora.
—¿Puedo irme ya? —pregunté en voz alta. Damián levantó la cabeza y me vio con extrañeza, Gina hizo lo mismo aunque de forma más discreta.
—Aún te faltan una hora.
—Lo sé, pero ustedes están ocupado las computadoras y yo no puedo hacer nada sin ellas —justifiqué. Damián asintió.
—Está bien, solo intenta llegar más temprano mañana porque debemos depositar los viáticos del viaje a Sinaloa.
—Sí. Hasta mañana.
Tomé mi bolso, salí viendo directo a suelo y sin despedirme. Mientras cruzaba el estacionamiento, Lidia me cuestionó:
—¿Ya te vas? —Disminuí el paso, pero no me detuve.
—Sí.
—Beneficios de de ser la primera dama —insistió Pablo. Volví a guardar silencio mientras sus risas se alojaban en mi cabeza lo suficiente profundo para doler.
Llegué a casa muy hostigada, me empezó a dar migraña por todo lo sucedido durante el día y solo deseaba tirarme a dormir, pero al parecer mis necesidades no le interesaban al universo porque el piso de la sala estaba cubierto de agua.
—¿¡Mamá, qué pasó aquí!?
—Se rompió la tubería del fregadero. No pude arreglarla —explicó caminando con cuidado desde la cocina hasta mí.
—¿Y qué hiciste para que dejara de tirar agua?
—Cerré la llave de paso. ¿Tienes dinero? Yo no, y mientras no venga un fontanero, tendremos que estar sin agua.
Moví el pie derecho con desesperación.
—Pues sí tengo, ahorita lo saco. Llama al fontanero, me quiero bañar en cuanto antes... Hoy fue un día muy...
—Ponte a limpiar el tiradero, yo voy marcar —ordenó interrumpiéndome.
Tragué saliva. Estaba con tantos sentimientos negativos acumulados, era muy infeliz, no podía imaginar una nueva vida sin dejar de ser yo. Deseaba dormir y despertar en otro cuerpo, en otro país o en otra época; lejos, muy lejos de todos.
Y lo peor era que ya tenía un gasto extra que me daba otro motivo para no salirme de trabajar. Una nueva piedra que me llevaba a la conclusión de que el problema era yo, mi existencia, algo debía tener que al mundo le daba igual lo que pasara conmigo. Cuando más sola me sentía, empezaba a darme cuenta de que las personas me disgustaban cada vez más, porque todos eran egoístas, no les importaba el daño que pudieran causar con tal de saciar sus necesidades.
Después de ponerme a limpiar y bañarme, me fui a acostar. El asco no se iba, todos los posibles escenarios de lo que debí hacer, decir o mostrar, se pasearon por mi mente hasta la madrugada, dejando una ola de frustración, melancolía, vergüenza y miedo. Apenas pude dormir un par de horas antes de que la alarma sonara avisando que era hora de regresar a la rutina.
Tenía hambre porque no había comido desde la tarde anterior, pero por no querer salir de la cama a tiempo tuve que apresurarme. Había llegado a la conclusión de que debía ser fuerte y renunciar sin importar las consecuencias; tenía claro que mi moral y mi decisión eran valiosas, pero apenas salí de casa los ánimos se fueron apagando.
« ¿Qué puedo hacer? Si renuncio tendré que buscar algo nuevo y en la mayoría de trabajos que vi, pagaban mucho menos. Mi mamá me exige cada vez más, si ella tiene un mal día va a pasarse el rato recordándome lo inservible que soy y no querrá apoyarme con nada. Quiero contarle lo que estoy viviendo, necesito consejos, ¿o es que soy una exagerada? Seguro es eso, no paré cuando debí, ahora quejarme no tiene caso.
Nunca debí alejarme de Alicia, era la única que me soportaba. Quizá aún estando con ella como amiga, podría haberme llevado a Mérida y empezar una nueva vida.
Hubiera sido más paciente, hubiera sido más astuta, hubiera sido mejor persona. Hubiera...»
Pensaba sentada afuera de la oficina esperando que Damián llegara y abriera.
« ¿Qué caso tiene frenarlo ahora? Con suerte ya tuvo suficiente conmigo y como no le gustó como cogí, me deja en paz. ¿Y, es que, con quién puedo hablarlo? Él es mi jefe, un hombre mayor, responsable que se lleva bien con todos; yo solo soy la nueva, a la que hicieron un favor al darle el trabajo. Todos dirían que soy una niña calienta huevos en busca de atención y que cuando la tiene le da miedo. Soy una burla, solo una pendeja más»
La cabeza me dolía, deseaba regresar a casa e incluso pensé en hacerlo, pero Damián llegó antes de que huyera. Me saludó con normalidad mientras abría y explicaba que el tráfico era un asco.
—Creo que es mejor que me vaya de aquí —solté de pronto. Él me miró extrañado a la par que entraba a la oficina.
—¿Por qué lo dices? Pasa, Jeca, hablaremos de la situación.
Le hice caso, nos sentamos en el mismo lugar que cuando me entrevistó.
—Es que ya no me siento cómoda con lo que pasó.
—¿Qué pasó? Tranquila, no te estoy pidiendo nada, solo fue algo casual. Si es por el comentario que te hice, disculpa pero sabes que soy muy directo...
—No es por eso —interrumpí levantando la voz—. Es que, no sé, no es bueno mezclar el trabajo y lo personal, además ayer Pablo me hizo un par de comentarios muy desagradables...
—¿Y eso qué? Ese hombre de todo hace chisme, así es al ambiente aquí, Jeca. No puedes ir renunciando a cada trabajo porque la gente es metiche, así no vas a poder durar. Personas indeseables hay en todos lados.
»Ahora, lo que pasó entre nosotros no tienen porque afectar nuestra labor. Yo te seguiré tratando igual.
»Jeca, te di este empleo porque creo que eres capaz de manejarlo. No puedes irte así, estamos atrasados y tú dejarías tu labor de lado. Confié en tu talento, ¿esto me gano por ser buena persona?
Tragué saliva sin verlo a los ojos, él me estaba haciendo sentir mal.
—Tienes razón, pero es que el dinero ya no me está alcanzando y quisiera algo más céntrico —argumento como último recurso. Damián bufó.
—¿De eso se trata? ¿De dinero? Mira, no te puedo aumentar el sueldo, pero si sigues siendo buena en lo que haces y agradecida, puedo darte horas extras.
—¿Horas extras? —inquirí confundida.
—Ya verás. ¿Entonces te quedas? Necesito depositar los viáticos antes de medio día y tú te encargas de eso. Aunque sea apóyame esta semana, tenemos mucho trabajo.
Asentí y fui a mi lugar en silencio. Todo había salido peor de lo que esperaba. Me puse a trabajar sin intercambiar palabras con Damián, a menos que fueran muy necesarias. Estuvimos varias horas en silencio, incluso él estaba tan incómodo que me avisó saldría a buscar algo de comer y tardó casi una hora. Podía escuchar el tic-tac de la bomba de tiempo en la que me había convertido y solo necesitaba una pequeña flama para explotar.
—Jeca, ¿validaste las horas extras de la semana? —habló mi jefe acercándose a mí una vez cruzó la puerta.
—Ya quedaron desde el miércoles. Perla metió ocho horas el día veinte, pero José me confirmó que solo fueron cuatro, así que arreglé eso y le avisé a Perla por teléfono.
—¿De verdad? Eres tan buena en lo que haces, sin duda la práctica te hará ser excelente —contestó con un tono lleno de lívido.
—Ya. Edgar llamó cuando estabas fuera comiendo... Dijo que la tienda estaba tan bien acomodada que salieron antes, así que no tardan en llegar. También llamé a Claudia para confirmar el marbeteo en su sucursal.
—Perfecto. Me encanta lo que bien que te organizas. —Puso las manos en mis hombros a la par que me daba un beso en la cabeza.
Sentí ganas de aventarlo al instante. El olor de su colonia me revolvía el estómago, incluso su voz me parecía repulsiva, y de nuevo se formulaba la pregunta: ¿Cómo pude ser tan estúpida de creer que por ser una persona mayor, no iba a tomar ventaja de su posición?
—Tengo trabajo que hacer. Estamos atrasados, Damián —repliqué quitando sus manos de mis hombros
—Sí, tienes razón. Mira, déjame las nóminas a mí, tú céntrate en el horario del lunes.
Así estoy yo regresando después de no actualizarla desde hace más de una semana y trayendo más tragedias.
Well, esta es la primera parte del capítulo 38 y la segunda ni siquiera está completa... Kill me plz :( pero ya falta bien poquito para que la finalice y la suba.
No se confíen, aún falta más por saber de la versión de Jeca y por supuesto, la de nuestro cholito.
Ahora, ¿qué piensan que pasará en el resto del capítulo con Jeca y que creen que nos contara Adam? Me encantaría leerlo.
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