Jeca:
Ver a Adam con Estefanía me había dejado destrozada, no entendía porque pretendía ayudarme y luego a mis espaldas me engañaba con una mujer que apenas y se conocían. Estaba confundida, molesta, dolida y arrepentida hasta los huesos de haberme enamorado de él. Lo odiaba, lo odiaba mucho.
Uno sabe que su familia puede llegar a ser decepcionante, vergonzosa, ruin, pero los amigos... Los amigos se supone que deben ser leales, Adam era mi único amigo, él juraba que la lealtad era lo más importante, pero mintió. Mintió cuando me dijo que le importaba, mintió cuando me dijo que me quería, mintió cuando me dijo que le parecía hermosa, mintió respecto a Estefanía, mintió respecto a todo. Mi razón para vivir fue un espejismo que al final me dejó más rota y sola que cuando lo encontré.
Después de la ruptura fui a mi casa. Entré sin cuidado y me arrojé en el sillón a llorar. De mi pecho emanaban sollozos tan fuertes que resonaban por toda la sala. Me cubrí la boca para no escucharme a mí misma, porque ya sentía suficiente vergüenza. Pero como el mundo estaba dispuesto a verme peor, mi madre salió de su habitación. Al verla intenté calmarme, me limpié las lágrimas que rebeldes siguieron brotando.
—¿Tengo que preguntar qué pasa? —inquirió examinándome con cuidado. Negué con la cabeza a la par que solté un largo suspiró—. ¿Tiene que ver con el bueno para nada?
—Sí. Ya no estamos juntos. Puedes decirme que tenías razón, que yo soy una idiota, reírte o simplemente fingir que no pasa nada —mascullé apabullada.
Se hizo un silencio incómodo que solo se vio interrumpido por mis lloriqueos al intentar calmarme. Mamá estaba estática en su lugar, como si de pronto le hubieran puesto pause al a su cuerpo. Suspiró intranquila, se acercó al refrigerador por una botella de refresco con ron y mientras bebía soltó:
—No voy a negar que soy mala madre, pero sé lo que es tener el corazón roto, y lo que sea que haya pasado con el vago, no fue tu culpa.
La vi por unos segundos antes de soltarme a llorar con más fuerza.
—No entiendo nada, ¿qué pude hacerle para que él me hiciera tanto daño? Lo intenté todo por verlo feliz. ¿Merezco lo que pasó o es que solo no soy suficiente? ¿Di demasiado? ¿Demasiado poco?...
—Cállate —ordenó de pronto. Guardé silencio mientras sorbía por la nariz y los pucheros transformaban mi cara por las ganas de seguir llorando—. Tú no tienes la culpa. No mereces que te hagan daño, así que ni siquiera vuelvas a mencionarlo.
Asentí con la cabeza abrazando mis rodillas. Pasamos unos minutos calladas en los que mi madre seguía bebiendo y yo intentaba seguir tranquila. Empecé a meditar sobre mi empleo en el ciber.
—No quiero volver con Marco porque sé que Adam me buscará y yo... —guardé silencio otra vez en espera de que de pronto mamá se pusiera a gritarme enojada, pero al contrario asintió despacio.
—Encontraras algo mejor... Hay más trabajos y también más hombres. Ve a renunciar, y de ahí regresa a dormir porque te ves fatal —ordenó poniéndose de pie. Yo me quedé estática. Cruzamos miradas, ella rodó los ojos—. No tienes que salir de casa si no quieres, solo envíale un mensaje a Marco avisando que no irás a trabajar y que no regresarás.
No quería volver a ver a Adam, me dejó claro que no era suficiente para él y si me buscaba, si cruzábamos miradas, si le daba el tiempo de explicar su mentira, me sería imposible no llorar, no abrazarlo; me sería imposible no darle otra oportunidad.
Asentí, tomé mi celular y escribí exactamente lo que mamá recomendó. Luego me metí en la habitación para cambiarme de ropa, por alguna razón me sentía sucia. Me recosté en la cama, fatigada mentalmente y con la sensación de haber sido humillada. Empecé a repasar mi relación con Adam, a imaginar las veces que pudo haberme engañado, mientras yo ilusa me forzaba a creer en él. Lloraba de rabia, de impotencia, de tristeza. Pensaba que lo merecía por haber sido tan histérica; que Estefanía era mejor que yo en su forma de ser, que quizá yo no era tan buena en la cama como pensaba y él buscaba a alguien más complaciente.
Me hice bolita como protegiéndome de mis pensamientos, pero no funcionaba porque sentía que algo se desgarraba por dentro y salía en forma de sollozos. Todo se había oscurecido, la poca confianza que había adquirido, mi autoestima, mis ganas de avanzar, todo roto en segundos. Me costaba diferenciar entre que había sido mentira y que había sido verdad en mi relación, porque de pronto todo estaba en duda. Por primera vez me habían roto el corazón, así pude entender el daño que le había hecho a los chicos con los que salí y me sentí aún más miserable. Llegué a la conclusión de que yo era una mala persona que merecía estar sufriendo así.
Me pasé el día entero encerrada, primero llorando, luego durmiendo. Desperté atontada, mi madre estaba tocando la puerta. La ventana delataba que el sol se empezaba a ocultar, la cabeza me punzaba y mi estómago se sentía vacío.
—¿Jeca?
—Voy —respondí adormilada.
—Jeca, ven a cenar, pedí pizza —anunció mi madre al otro lado de la puerta.
Me moví perezosa, apenas y levanté los pies al caminar. Salí frotandome los ojos por la luz artificial de la bombilla, mamá ya estaba sentada dándole el primer mordisco a su rebanada de pizza. Tomé lugar frente a ella dejándome caer en una silla, luego giré la caja para tomar mi trozo de comida, ni me molesté en ir por un plato.
—¿Cómo te sientes? —cuestionó mi madre sin verme. Levanté la vista, luego la clavé en la mesa.
—No ha pasado un día y siento que se me acaba el mundo —confesé.
Pero no hubo palabras de aliento, solo silencio. Me sentí avergonzada de haberle revelado mi pensamiento ya que parecía que le daba igual, incluso estaba tan seria que sentí que le molestaba verme así. Comimos sin cruzar palabras, ella se levantó primero, dejó su plato en el fregadero para caminar a su habitación. Se detuvo frente a la puerta, me miró sin expresión.
—Cuando termines de comer lavas los platos y te metes a bañar.
—Sí, mamá...
—Lo digo en serio, Jeca. Metete a bañar, no hueles mal, pero no te ves bien. Necesitas verte bien para sentirte bien —explicó viéndome a la cara. Asentí extrañada, luego ella entró a su habitación como si nada.
Respiré profundo, me sentía confundida, muy sola, quería un abrazo, anhelaba que alguien me dijera: "No fuiste mala novia, él perdió más" o algo similar que me hiciera sentir menos mierda. Cerré los ojos por unos minutos para estar consciente de mí misma, porque era tal mi desesperación, la sensación de rechazo y abandono, que por un momento dudé estar presente. ¿A alguien de verdad le importaba? Porque no lo aparentaban, incluso estaba segura que a nadie le preocuparía si yo desapareciera; si dejara de ser una carga.
El ruido de la televisión de mi madre estaba tan alto que podía escuchar las falsas risas de su programa haciendo eco por la sala. Todo dentro de mi cabeza estaba en desorden, al punto en el que no sabía lo que quería. Necesitaba tener el control de algo. Ruido, ira, risa, excitación; algo más, lo que fuera con tal de llenar ese hueco que se formaba bajo mi pecho.
Caminé al baño sin estar consciente del por qué, me arrodille frente al váter y metí los dedos hasta la campanilla para provocarme el vómito. Estaba de rodillas, temblando e incrédula de haber sido capaz de eso. La comida salía expulsada de forma brusca raspando la garganta. No pude controlar las arcadas, terminé vaciando mi estómago. La televisión había amortiguado el ruido de mi asqueroso acto.
Jalé a la cadena y me senté el en suelo dándome cuenta que había caído aún más bajo. No estaba vomitando para perder peso en realidad, solo lo hacia para sentir que podía tener el control de algo, que podía auto castigarme si así lo quería. Era Asqueroso, sucio, enfermizo; iba en picada y nadie se daría cuenta porque dentro de mí pensaba: "Puedo sobrellevarlo, puedo hacerlo, estoy bien", mientras lloraba en silencio con un olor nauseabundo y la garganta irritada.
Pase mis manos por el cabello reteniendo las ganas inmensas que sentía por gritar. Había mucha rabia en mi pecho porque aunque intentaba no pensarlo, la escena de Adam a medio vestir, la voz despreocupada de Estefanía, la promesa rota, todo se repetía una y otra vez. Cada gesto, cada palabra, cada lágrima, todo se sentía irreal, doloroso. No me podía explicar cómo alguien podía mentir así de bien.
Y de nuevo el llanto me hizo cubrirme el rostro. ¿Qué caso tenía jugar así conmigo? ¿Qué ganaba él al ser al ser tan amable, al dejarme ver su lado tierno, si después me mostraría su peor faceta? Todos me habían advertido lo mal que me iría, al parecer todos entendían algo que yo no quise ni siquiera ver. El problema estaba en mí, como siempre. Quise quedarme a entregar todo por alguien al cual no le importaba nada.
Estaba de rodillas con la cabeza agachada y el rostro cubierto, como pidiendo un favor o cumpliendo una penitencia. Con dificultad me puse de pie para meterme a bañar. El agua caliente me hizo sentir un poco mejor, pero dentro seguía un sentimiento tan profundo y contradictorio. Quería dormir durante semanas enteras, despertar cuando el dolor hubiera cedido, cuando todo fuera más ameno.
Salí de la ducha directo a la cama, tenía bastante sueño y después de mucho tiempo, pude dormir sin tanta batalla como otras noches... Hasta que mi celular empezó a sonar a casi de madrugada.
Adam estaba a buscándome, llamando de forma insistente. Lo que no pasó cuando me vio salir de su casa, que me tuvo con la idea de que en realidad nunca le importé; lo que pudo hacer durante todo el día, se le ocurrió efectuarlo cuando por fin había dejado de pasarla mal. Llamó hasta que me cansó, no importó cuántas veces le colgué, su insistencia fue tal que tuve que apagar el celular. El problema fue el revuelo de sensaciones que me dejó, estaba tan consternada y confundida que pasé parte de la madrugada estática viendo a la nada, pensando lo doloroso que había sido poner mi fe en algo tan inestable.
Desperté desubicada a mediodía y no fue porque yo quisiera hacerlo, sino que mi madre me buscó para que desayunara. De haber podido salir arrastrándome, lo hubiese hecho porque estaba tan hostigada que hasta moverme era molesto.
Me dejé caer en la silla resoplando, mamá me miró de reojo y me hizo una señal para que me levantara a servirme lo que ella había preparado. Bufé haciendo muecas y de mala gana le hice caso. Cuando regresé a mi lugar empecé a comer sin cruzar palabra, lo cual mi madre no replicó, ni siquiera intentó sacar algún tema de conversación, pero tampoco se levantó de la mesa para dejarme sola.
Estaba lavando los platos cuando escuché que tocaban la reja de afuera, asustada volteé a ver a mi mamá que solo levantó la ceja mientras sorbía lo último que le quedaba de café. Con cuidado se asomó por la ventana.
—Es él —avisó. De inmediato sentí como me temblaban las rodillas. Incluso podría jurar que los pulmones se me encogieron.
—No quiero hablarle —declaré con un nudo en la garganta y el miedo sofocandome.
Mi madre volvió a tomar su lugar y encendió un cigarrillo que tenía en la mesa, todo con tanta paciencia que me inquietaba. El humo me dificultaba más poder respirar con normalidad, los golpes contra el metal me taladraban la mente y por un tiempo no supe cuántos minutos pasaron. Todo parecía estar inmóvil, solo fui consciente del ruido y mis temblores; del pánico que me causaba hacerle frente a quien me había hecho daño.
Escuché la reja abrirse, clavé la vista en mi madre que seguía pasible fumando. Al instante Adam empezó a tocar la puerta de la casa, el ruido se incrementó por la cercanía y junto a los golpes, los latidos se agolpaban en mis oídos.
—Escóndete —susurró mamá, yo la observé confundida—. Ve a esconderte, corre...
Reaccioné tarde y atontada, corrí a mi habitación.
—Por Dios, niña, se supone que eres lista, no te escondas en tu cuarto. Vete al mio o al baño... rápido, mamasita.
Me quedé de pie un segundo junto a la puerta de mi habitación antes de reaccionar y huir. Crucé por el cuarto de mi mamá sin prestar atención al olor o como se veía; me encerré en el baño, puse candado en ambas puertas, luego me metí a la ducha y corrí la cortina. Tampoco entendía de donde venía ese pánico, pero las ansias actuaban antes de que yo pudiera pensar que estaba haciendo.
Me quedé quieta, pude escuchar a Adam llamarme desde la sala. Sentí mis piernas tan frágiles que temí irme de rodillas al suelo. Podría jurar que las tripas se me comprimieron hasta el pecho. Me quedé ahí, medio oyendo una discusión, pero sin entender de que se trataba en realidad. Luego solo hubo silencio por unos segundos, hasta que mi mamá intentó ir a buscarme.
—Ya se fue... El baboso, se metió sin permiso —avisó del otro lado de la puerta. Asentí un par de veces antes de salir a su encuentro.
Eché un vistazo a su habitación, había ropa en el suelo, zapatillas, su tocador era un desastre y la cama no estaba hecha, además olía a alcohol rancio. Me froté la cara con parsimonia, apenas había despertado y ya tenía que lidiar con todo el drama.
—Jeca, tienes el cabello muy largo, pero muy maltratado igual que yo —delató viéndome por el espejo.
—Sí, estoy pensando en cortarlo.
—Yo también y volver a teñirlo, ¿vamos?
—¿Tú me estás invitando? —pregunté con recelo.
—Pues sí. —Levantó las manos como si yo hubiese cuestionado algo obvio.
—No tengo mucho dinero.
—Yo te lo pagaré. Una por tantas que te he hecho.
»La realidad Jeca, es que cuando pasas por ruptura amorosa sueles culparte a ti misma, te dejas de atender y terminas mal. Necesitas darte cuenta que eres bonita, tienes que salir a buscar un empleo y no lo conseguirás vistiendo una camisetas extra grande con un estampado de un conejo comiendo helado —sonreí apenada.
—No tengo mucha ropa y la poca que compré solo la usaba para trabajar.
—Vamos con mi estilista de ahí regresamos y revisamos la ropa que tengo guardada, a ver que puede quedarte...
»Quiero dejarte algo claro Jeca: Que ahora te trate bien no significa que será así siempre, estoy sobria y veo las cosas de otra manera... Pero no será así por mucho tiempo, cuando llegue el estrés, las ansias o simplemente me aburra, volveré a beber, volverá a ser todo igual porque así somos los adictos, ¿entiendes lo que te quiero decir?
—Creo... —Por supuesto que lo entendía, pero dolía mucho porque su explicación no se limitaba a nosotras dos.
—Las personas llegan, hacen crecen flores y mariposas dentro de ti, pero se van dejándote una jungla de emociones... luego regresan pidiendo perdón. Puedes perdonar, pero no debes olvidar...
—Gracias mamá.
Apreté los labios en la mueca más cercana a una sonrisa que pude esbozar, ella me regresó el gesto genuino. Me ordenó que me bañara, vistiera con algo bonito y me esperó para salir juntas como nunca lo habíamos hecho.
Nos fuimos en camión al centro de la ciudad. El trayecto fue más rápido que otras veces, pero pesado porque no nos conocíamos en realidad, no teníamos temas de conversación y había una barrera invisible que no podíamos derrumbar.
Nos bajamos, caminamos por las calles repletas de edificios viejos y locales diversos hasta llegar a uno con puertas de cristal que dejaban ver una esbelta mujer pelirroja cortando el cabello de otra chica y al fondo había un hombre poniendo uñas acrilicas. Mamá abrió la puerta, saludó con confianza y la recibieron con una plática que no entendí por estar echando un vistado a la decoración en animal print del lugar y por olor desagradable que soltaban los químicos de las uñas falsas.
Mi mamá me presentó con la estilista y entre ellas dos eligieron lo que según me iría mejor. Yo estaba tan fuera de mí que solo asentía sin parar. Al final terminé cambiando el color de mi cabello a un tono más claro y cortándolo mucho más de lo esperado, por debajo de los hombros. Me gustó el resultado, me veía bien, pero seguía sintiéndome vacía.
—¿Cuánto tarda en irse esa sensación dolorosa? —le pregunté a mi madre, ella se acomodaba su cabellera rubia frente al espejo.
—No sé. A mí aún me duele, pero no con la misma intensidad y tampoco puedo asegurar que sea por el mismo motivo que al inicio. Supongo que se aprende a vivir con eso.
Salimos de la estética, mamá pagó todo y yo me quedé sorprendida por el precio. Volvimos a casa sintiendo la misma tensión que no nos permitía pasar de la plática sobre nuestros nuevos estilos de cabello.
Apenas entramos, ella sacó una cerveza y me avisó que iría a recostarse. Lo primero que pensé fue que estaba hostigada de mí porque nunca pasabamos tanto tiempo juntas. Hice lo mismo de encerrarme en mi habitación. Me senté al borde de la cama, saqué mi celular debajo de la almohada y me encontré con múltiples mensajes de Adam pidiéndome hablar, además de llamadas perdidas. Me miré en el espejo, me sentía devastada, agotada mentalmente y en el fondo deseaba saber que es lo que Adam tenía que explicarme porque quería creerle. Porque quería seguir pensando que yo era la única, que me amaba y que jamás me haría daño.
Pero la venda se me caía cuando llegaba a la conclusión lo que diría, al fin de cuentas no había muchas opciones: Solo dormimos, estaba muy drogado, ella se metió a mi cama, no pasó nada... No me acuerdo de nada.
Le confié mi amor, mis secretos y mi vida a quien no sabía ni cuidar de sí mismo. Eso era lo doloroso. Había perdido lo único que me ayudaba a continuar, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Cómo podía seguir si ni siquiera sentía ganas de avanzar? Las fuerzas se me habían ido, oficialmente estaba rendida, ya no quería, ni podía continuar existiendo.
¡Hola! Para quienes no sabían, no tuve celular unos días, pero por fortuna ya conseguí uno nuevo y acá estamos medio entendiendole.
¿Qué tal el capítulo?
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No cuento con grupo de lectores ni nada similar. Así que cualquier novedad con la novela lo comento en mi muro de Wattpad. Si quieren seguirme sería genial y si no, dense una vuelta de vez en vez.
Abrazo y besos. En especial a Flor y Andrea Graciano que siempre están pendientes, y a los que comentaron la publicación donde avisé lo de mi celular 💓 Gracias infinitas.
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