36) Autodestrucción P.1

https://youtu.be/0WxGezOtrsA

Adam

Escuché que me llamaban. La voz sonaba muy lejana e incluso pensé que era un sueño, hasta que el ruido me hizo ponerme alerta. ¿Madera? Oí como gritaban mi nombre, ¿Jeca? Estiré el brazo para confirmar si había alguien a mi lado, giré la vista apresurado al escuchar el golpe fuerte de la tabla cayendo. La chica en mi cama era rubia, delgada hasta los huesos, no era Jeca; ella estaba subiendo las escaleras. Me paré de brinco, tomé mis pantalones deseando ser más rápido y persuadir a mi novia para que no entrara a la habitación, pero cuando levanté la mirada ella estaba en el umbral contemplando la escena. Intenté explicarle algo que ni yo entendía, pero ni bien estaba por hablar cuando se adelantó:

—Me das asco —espetó con tanto odio que hasta la posible cruda se me quitó. Ella giró para irse.

—¡No. No, no, no, no Jeca, no es lo que piensas, maldita sea, no! —grité caminando tras sus pasos. De pronto frenó en seco y me encaró quedando a centímetros de mi cara.

—¡¿Qué es lo pienso, Adam? ¿Puedes entender que pienso? Porque yo estoy en blanco. Tú que todo lo sabes, dime qué carajo pienso! —masculló con impotencia a la par que sus ojos se empañaban. Caminó hacía las escaleras, intenté tomarla del brazo pero ella se quitó con fuerza.

—Jeca, no hice nada, no paso nada... Estaba muy dopado, no es posible que... Por favor no te vayas. Tú me viste, tenía ropa puesta. —Volteó a verme con una sonrisa llena de dolor. Se posó en medio de las escaleras para declarar:

—No necesitas quitarte los bóxers para hacer algo con una mujer... eres experto en eso... Así déjalo, Adam, solo déjame ir.

—¡No. Jeca, te lo juro, no hice nada, estoy seguro de eso!

—¡Maldita sea, ¿quieres gritar? ¿Eso quieres? ¿Cómo estás seguro de no hiciste nada? ¿Me juras que recuerdas todo?! —Estaba tan molesta que su cara se tornó roja, las lágrimas caían, pero su voz no se quebraba. 

—No, no recuerdo todo, pero sí estoy seguro de que no hice nada, soy incapaz... —balbuceé estirando mi brazo hacia el de ella. Seguíamos sin avanzar de lugar.

—Vete a la mierda, no me toques. De verdad me das un asco terrible.

La rubia salió de la habitación. La reconocí, era Estefanía, una vieja cliente frecuente que solía teñirse el cabello de diferentes tonos cada mes. Ni siquiera nos hablábamos fuera de la relación cliente—vendedor, menos entendía como acabó en mi cama. Lo único certero es que su presencia en esos momentos no traería sino más problemas.

—Niña, no pasó nada, deja el escándalo, solo es un hombre. —espetó acomodándose la blusa. Jeca cerró los ojos con fuerza, se dio la vuelta para terminar de bajar las escaleras y largarse. Yo seguí detrás como un cachorro.

—No te vayas, nena.

—Deja de decirme así, Adam: No soy tu nena, tú y yo somos nada.

—Ay, niña, para tu drama adolescente...

—Estefanía, vete —la interrumpí, ella resopló, caminó a un lado de Jeca, pero se detuvo a unos centímetros.

—Ni siquiera coge tan bien —inquirió en voz en baja levantando sus hombros.

Explotó. Jeca la agarró del cabello sin decir nada y la aventó de cara contra la pared. La mujer no pudo reaccionar a tiempo, terminó estampada de lleno, le salió sangre de la boca y nariz, dejando pequeñas gotas en el muro y en suelo

—Basta, Jeca, calma —intenté persuadir, Estefanía había metido las manos para defenderse, pero muy poco pudo hacer.

En mi desesperación por separarlas, tomé a Jeca de la cintura, entonces ella se fue contra mí. Me empujó con mucha fuerza, a tal punto que me hizo tambalear.

—¡No me toques!

—¡Lárgate de una vez, Estefanía! —ordené desde mi lugar. Necesitaba estar a solas con Jeca.

Ni siquiera volteo, salió apresurada de casa dejándome solo con una mujer convertida en demonio. Intentaba tranquilizarme, pensar un poco. Me froté el rostro con exasperación,  Jeca puso las manos en sus rodillas como si de pronto un peso enorme se posara en sus hombros.

—¿Esa es tu manera de convencer a las personas para que sigan viviendo? 

—¿Qué? No... Yo... 

—Acabas de destrozar una parte de mí, Adam, no tienes idea de cómo duele... —musitó entre sollozos mostrando dolor en cada palabra—. Siento tanto odio. Eres muy cruel, tú me dijiste que viniera, ¿acaso esto fue planeado? ¿Querías torturar mi mente de esa forma? —Ella seguía en la misma posición, la escuchaba, pero no me veía a la cara. Su cuerpo temblaba por el llanto.

—Nena, las cosas no fueron como piensas, por favor. —Me acerqué para que me viera, tomé su cara entre mis manos y ella solo me mostró una mirada iracunda.

—¡Que me sueltes! ¡Entiende que me das asco! —soltó con la voz llena de coraje. Empezó a empujarme y lanzar manotazos, llegando a darme varios en el pecho y cara, dejándome rasguños en la barbilla.

—¡Solo quiero explicarte! 

—¿Explicar? No quiero saber nada. ¡Déjame Adam, por favor déjame, piérdete, salte de mi vida... Ojalá nunca te hubiera conocido. Eres lo peor que me ha pasado! ¡Encima tienes el descaro de exigir saber que quiero, de prometerme cosas que sabías que no ibas a cumplir. No tienes ni una pizca de vergüenza o decencia! —ladró tocándose la sien.

—¡No! Yo no hice nada, estoy seguro que si vamos arriba no encontraremos rastro de que haya pasado algo más...

—¡Hazlo tú, mierda! ¿Qué te hace pensar que quiero ir a tu habitación para saber las porquerías que hiciste? Yo ya no quiero seguir hablando contigo, ni ver tu cara, ni oírte.

—No te vayas, por favor —le pedí sin poder contener el llanto. Ella gimoteó otra vez, intentaba hacerse la fuerte y retener sus lágrimas.

—Eres la peor persona que he conocido —negó con la cabeza—. Se acabó, Adam, no quiero volver a hablarte, no quiero saber qué hiciste o harás... No quiero ni estar cerca de ti.

Giró hacia la salida dejándome de pie, ni siquiera volteó. Tampoco fui tras ella, me quedé como inepto viendo la puerta, esperando no sé qué. Estaba de pie llorando aunque bien sabía que me merecía sentirme así, había fallado y no tenía justificación. Jeca estaba sufriendo por mi culpa, yo sufría por mi culpa, nada podía remediarse. 

Me sentía muy frustrado, empecé a tirar las sillas, golpeé la pared hasta lastimarme los nudillos y la muñeca derecha. Tomé aire aún con ira, subí para acostarme en la cama a meditar mi siguiente paso. 

No podía calmarme, era demasiado pensar, demasiado sentir. Movía la pierna de forma inconsciente, había tanto silencio que sentía el corazón latirme en el oído. Tenía que usar lo que fuera para no estar consciente de lo mucho que me pesaba lo sucedido. Las palabras de Jeca se repetían en mi cabeza, su mirada de llena de odio, ¿cómo podría recuperarla? Abrí el cajón donde guardaba la mercancía, tomé una par de pastillas inhibidoras y me quedé dormido otra vez. Necesitaba estar relajado para saber qué debía hacer.

Me desperté entrada la noche. Ya no había ira, pero sí mucha melancolía y arrepentimiento, aún quería llorar. Me levanté para ponerme a limpiar, pues el estado tan deplorable de mi casa bien podría ser un reflejo de cómo me sentía. Empecé recogiendo la basura en el suelo de mi habitación y encontré la prueba de mi estupidez: Un condón usado. 

Convencido de que aquel preservativo había sido de algún encuentro con Jeca, ya que siempre terminaba arrojándolos al suelo y a veces no los juntaba; llamé a Malcom. Necesitaba a alguien de confianza que me confirmara mis dudas. Busqué mi teléfono entre mis cosas, lo encontré bajo la playera que había usado esa misma noche. Él me respondió al tercer timbrazo.

—Hola bebé... —Ni bien había terminado la frase cuando me adelante.

—Mira, no quiero regaños, no estoy para eso. Necesito solo respuestas, Malcom, hablo en serio. 

—Ajá, ¿qué pasó? —inquirió con seriedad.

—Necesito que me digas que pasó en la fiesta, qué hice... Es que desperté y Estefanía estaba en mi cama. No recuerdo nada, pero Jeca me encontró así y ahora no quiere ni verme. Necesito recuperarla, explicarle que fue un malentendido, porque estoy seguro que Estefanía se metió a mi cama, pero solo dormi...

—Lo siento, Adam —me interrumpió—. Tú la llevaste a tu habitación y no precisamente a dormir... Lo hiciste frente a todos.

El mundo se detuvo un momento tras escuchar a Malcom confirmar algo que yo no recordaba. La piel se me puso de gallina, negué con la cabeza.

—¡¿Por qué no me detuviste?!

—¡Lo intenté, pedazo de mierda! Esmeralda había tomado una tacha, no la podía dejar sola mucho tiempo. Te seguí y te dije que no mamarás, que tenías novia; tú me respondiste que no me metiera y eso hice...

—¡Vete a la verga, gracias por el esfuerzo, pendejo! —mascullé con ira.

—Pues chinga a tu madre, ya tienes veinticinco. ¿Cuidar a mi novia que está experimentando por primera vez o cuidar a mi amigo que es un puto inepto y se la vive drogado? 

—Chinga tu madre.

—¿Quieres que vaya a verte y hablar? —preguntó más calmado después de unos segundos de silencio.

—No. No voy a estar en mi casa —aseguré dolido, luego colgué la llamada.

Cerré los ojos con fuerza mientras me golpeaba la cabeza con el puño para no gritar mil maldiciones. En efecto, yo mismo puse la pistola en mi cabeza y apunté al decidir mezclar tragos y pastillas. No había necesidad de enfiestarme, pero el déficit me mantenía en un estado de estupidez constante. Esa noche rompí una promesa, mi relación y el corazón de la persona que más me importaba.

Tomé otra vez mi celular para ver qué hora era porque me sentía muy extrañado, desesperado de no entender ni en qué día estaba. El corazón me dio un vuelco al encontrar un mensaje sin leer de Jeca:

"Gracias por todo lo que haces por mí. Te amo"

Se me rompió el alma, no pude evitar soltarme a llorar. Ella me había enviado eso antes de que yo la cagara, de haberlo leído seguro hubiese pasado una noche más consciente. Maldije no haber disfrutado nuestras últimas horas juntos. Me reproché entre sollozos, sentado en la orilla de la cama, el no haberme quedado a su lado en lugar de regresar a la fiesta que jamás debí dar. Merecía sufrir, merecía estar mal, pero Jeca no y eso era lo que más me jodia.

Pasaba la medianoche y aún así le llamé no una, sino más de veinte veces en menos de una hora. Cada timbrazo sin contestar se volvió un desgarro al corazón que quedó hecho trizas. Quería saber como estaba, escucharla aunque solo se dedicara a insultarme, pero ella apagó el teléfono. 

Pensé en salir a buscarla, aunque desistí porque sabía que no abriría la puerta. La desesperación me tenía al borde del colapso.

Me desperté más temprano de lo regular y más cansado que nunca. Bajé a desayunar mientras pensaba en que decirle a Jeca si ella decidía darme la oportunidad de explicarle, pero nada era bueno, no había explicación. Ni siquiera recordaba la noche, mucho menos como Estefanía acabó en mi cama si ni siquiera me agradaba.

Esperé con paciencia a que dieran las once de la mañana para ir al ciber a encontrarme con Jeca en su trabajo, ya que era una hora de pocos clientes y en caso de que no estuviera, era seguro que la encontraría en su casa.

Salí a paso lento, pero conforme me acercaba y pensaba que podría suceder, aceleraba el ritmo de forma inconsciente. Llegué al ciber, respiré hondo, luego divisé a Marco tras el mostrador. Verlo ahí me descolocó, los nervios se aceleraron.

—Hola, ¿está Jeca? —pregunté intentando permanecer sereno, Marco alzó la vista sin hacer ningún tipo de gesto.

—No... ¿Acaso no estás al pendiente de tu novia? Oh, es verdad, ya no es tu novia —dijo en tono de broma, pero yo no estaba para bromas y menos de él.

—¿Dónde está?

—Olvidalo, Adam, ella renunció ayer temprano. No me dio motivos, pero aquí todo se sabe...

—Tú no sabes nada.

—Yo no, pero Jessica sí estuvo en tu fiestecita. ¿Una chica que no se droga es mucho para ti? —soltó aguantando la risa.

Ver su cara, oírlo, su puta risa, todo me dio mucho coraje, me le fui encima sin pensarlo. Iba a golpearlo, pero me contuve, el pobre diablo temblaba como gelatina.

—No vales la pena... no vales nada —concluí mientras él amenazaba con llamar a la policía. Levanté los hombros y seguí mi camino.

«Si él está diciendo la verdad, Jeca debería estar en su casa» pensé. La desesperación por verla me tenía con hueco en el estómago. Caminé a paso firme hasta estar en la esquina de su calle. El aire me empezó a faltar, sentía la garganta rasposa y los nervios me tenían las tripas hechas nudos. 

Cuando vi su casa por fuera sentí que mis pulmones estaban siendo tomados por un ente extraño que no permitía inhalar. Tomé una pequeña piedra y golpeé el cerco de la casa con ella. Toqué un buen rato y nadie salió. Recargué la cabeza en la cerca a la par que jalaba una bocanada de aire otra vez. La reja no tenía candado, eso quería decir que alguien estaba dentro de casa. Me armé de valor y entré hasta quedar frente a la puerta de aluminio color negro. Golpeé otra vez; muchas otras veces, nadie salía, pero se oía ruido. Insistí hasta que el rechinido me indicó que alguien estaba por atenderme.

—¿Qué? —preguntó la madre de Jeca en el tono más hostil que le salió.

Llevaba una blusa azul de tirantes que apenas le cubría los pechos y unos leggins de un tono más fuerte. Recordé la frase: "Las putas no sienten frío". La mujer fumaba un cigarro y aventaba el humo hacía mí, parecía la escena porno de una producción mediocre. En ese momento me di cuenta que esa señora me daba asco.

—¿Está Jeca?

—No, ¿no estaba contigo? Desde ayer no la veo... —relató despreocupada con un gesto sobreactuado de estar pensando.

Su apatía solo logró desesperarme más, así que entré a la fuerza a su casa. Sentía que me mentía y no me iba a quedar a preguntarle.

—¡Jeca, quiero hablar contigo, por favor! —grité golpeando con los nudillos la entrada de su cuarto. Su madre soltó una carcajada, se acercó a la puerta y la abrió mostrándome que decía la verdad.

—¿Ya puedes dejar de hacer ruido?

—¿Dónde está?

—No sé, creo que trabajando...

—No mienta, ella renunció, ¿acaso no sabía? —cuestioné enojado, la señora se encogió los hombros mientras soltaba el humo del cigarro.

—No, no lo sabía... Espero que pronto encuentre un nuevo trabajo, está por acabarse el gas —meditó dando otra calada. 

—¡Usted es un monstruo. Sus hijos no le importan en lo más mínimo, nunca debió ser madre... Como persona es un asco, morirá sola! 

Le grité en su cara y en su casa, no debí hacerlo, pero estaba tan frustrado que me desquité con ella. Esperaba una pelea y la mujer ni se inmutó.

—Tienes razón, no debí tener hijos, pero ya qué... Ahora vete, necesito dormir más, si ves a Jeca dile lo del gas.

Salí de ahí hecho un manojo de ira y remordimiento. Llegué a mi casa directo por mi celular, intenté llamarla otra vez, pero seguía apagado. Estaba al borde del colapso, necesitaba apaciguar todo. De nuevo recurrí al cajón, buscando algo fuerte, no me importó si se fumaba o inyectaba con tal de estar más o menos relajado. Tomé lo primero que se me cruzó, y por desgracia, ese proceso se empezó a volver hábito. 

El remordimiento de no saber de ella, de recordar nuestra última conversación, de pensar en su mirada llena de rabia... Solo quería volver el tiempo, volver a verla. Solo deseaba que ella fuera feliz, que no sufriera por mis estupideces, pero cada mensaje sin respuesta, cada llamada que acababa en el buzón, solo me indicaban que no quería saber de mí porque le había hecho mucho daño, que yo no podía tener su perdón.

Lamento la espera, pero acá está la primera parte del capítulo y espero les haya causado diferentes emociones.

¿Ahora que sucederá con estos dos?

No sé que tal van los capítulos, estoy en suspenso porque los estoy reescribiendo, así que si es posible dejenme saber si la narración y la coherencia de la historia les parece adecuada.

Varias personas me dejaron comentarios pidiendo actualización. Agradezco mucho su apoyo en la historia, me encanta que les guste, pero lamentablemente me estoy demorando en actualizar porque estos capítulos son más extensos. Pido un poco de paciencia, quiero que salgan bien, que sean entendibles, a ritmo adecuado.

Sin más, la segunda parte la subiré en unos días ♡ besos y abrazos. Gracias por seguir pendientes.

Gracias Vania015 por el apoyo ❤️

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