35) Enfrentar P.2
Jeca:
—Llegué —anunció Adam entrando.
—Me asustaste —avisé llevándome una mano al pecho.
—Te dije que volvería rápido... ¿Podemos seguir en lo que estábamos? —inquirió buscando unos preservativos en su mueble y de paso cerrando el cajón prohibido.
Se acercó a la cama, apenas se acomodó a mi lado me lancé a sus labios buscando apaciguar mis miedos. El tiempo, las ansias y la inseguridad se iban conforme sus caricias se intensificaban. No pasó mucho antes de que estuviera montándolo mientras se aferraba a mi cadera.
—Aprendes muy rápido, Jeca. Tranquila que me harás acabar en cualquier momento —advirtió Adam frenando el movimiento. Una ola de placer vino a mí al escuchar sus palabras. Me sentía bien de saberlo así de complacido.
Una vez terminado el sexo, nos vestimos y me acompañó a casa para que cada uno pudiera ir a trabajar. Quedamos de no vernos hasta dos días después.
Cuando por fin nos encontramos, Adam iba muy fumado, tanto que apenas podía hablar. Al principio no me molestó, pero la escena se repetía cada vez que nos veíamos. Si no estaba drogado, lo hacía durante el rato que pasamos juntos, bajo el pretexto del estrés del trabajo. Apenas había pasado una semana y yo estaba dudando si la promesa de Adam era real.
Mientras tanto yo luchaba contra mí misma. Seguía buscando consejos sobre cómo superar la baja autoestima, dependencia e incluso la depresión; aunque seguía sin creer que la padecía en su totalidad. La mayoría de tips no los tomaba en cuenta, y otro problema que afrontaba era que también me encontraba con páginas que apoyaban la idea del suicidio, la autoflagelación, los problemas alimenticios; te daban tips, ideas, te hacían sentir entendido, solitario y miserable; Extrañamente satisfactorio a la par de doloroso.
Pasadas dos semanas de nuestro "regreso", Adam me invitó al cine junto a Malcom y Esmeralda. Aunque primero iba muy emocionada porque no solíamos salir mucho, no tardé en empezar a sentirme abrumada por la ansiedad de estar en un lugar donde sabía que habría mucha gente. Ni siquiera había salido de casa y ya estaba pensando en que me quería regresar a la habitación.
Fui a buscar a Adam y de ahí Malcom pasó por nosotros en el auto de su papá. Nos presentó a su novia, que a decir verdad, era muy bella. Delgada, alta, cabello cobrizo, rostro alargado y una sonrisa amable, además de que fue amigable con nosotros. Inmediatamente me pregunté qué hacía con alguien como Malcom, pero bastó el camino al cine para darme cuenta que él la trataba con mucho cariño y respeto. Era como si Esmeralda sacará la mejor versión de aquel hombre.
Una vez dentro del lugar, mientras los demás se decidían qué película ver, yo me concentraba en no huir de ahí. Estaba incómoda, había muchos estudiantes de preparatoria, por alguna razón eso me hacía sentir exhibida, además de que había mujeres mucho más atractivas y no quería alzar la vista porque me intimidaban y porque pensaba que Adam las estaría viendo aunque no fuera así.
—¿Te parece, nena? —preguntó de pronto sacándome de mi ensimismamiento.
—Sí —balbuceé sin saber bien qué. Supuse que tenía que ver con la elección de la función.
Tenía años sin pisar un cine, la realidad era que no me encantaba ir: Los precios eran muy elevados, la gente me incomodaba, no podías pararte al baño sin sentirte juzgado, no había la opción de pause. Me parecía muy abrumante todo.
Compramos palomitas y nos dirigimos a la sala, habían elegido una película de terror que ya con el nombre presentía que era un fiasco. Media hora empezada la función, Malcom y Esmeralda se besaban con esmero a un lado de mí, mientras que Adam dormía del otro lado. No tuve más remedio que poner atención a la cinta, dándome cuenta que el género slasher era muy tonto para mi gusto. Lo malo de elegir la función más cercana a tu horario, nadie quiso esperar, me tocó tragarme una hora y cuarto de gritos, sangre, adolescentes calientes y armas filosas.
Saliendo hubo bromas entre Adam y Malcom por dormirse, lo cual aligeró el humor. Nos subimos al auto para volver, yo aún tenía palomitas, así que el trayecto fue mejor que la salida en sí. Iba comiendo mientras veía por la ventana y los demás hablaban de cosas que no entendía, lo interesante surgió a raíz de un comentario de Adam, que alegre anunció:
—Ya va a ser mi cumpleaños.
—Pero, ¿qué no cumples en febrero? —cuestioné confundida.
—Sí, ya casi.
—Es enero.
—El tiempo se pasa rápido, nena.
—¿Y qué haremos? Aparte del amor —inquirió Malcom.
—¿Pues qué más? Ponernos hasta el culo, como pocas veces en la vida. —Mi vista se clavó en el hombre mi lado.
—Te juro que será la última vez que me verás así en el año, nena. Voy a festejarme y de ahí no volveré ni siquiera a fumar marihuana. Será mi despedida —aseguró tomando mi mano y viéndome a los ojos. Malcom carraspeó desde su lugar, yo suspiré y asentí con la cabeza.
Paramos todos en casa de Adam. Mientras los hombres se ponían a forjar porros en la mesa, Esmeralda y yo teníamos una plática superficial en la sala. Me sentía bien, relajada, quería creer que dentro de un mes tendría a un Adam renovado y más centrado. Pero la idea se iba alejando porque en un breve lapso, varias personas tocaron la puerta para comprar dosis, cada vez que eso ocurría Malcom y Esmeralda guardaban silencio. Sentía que ellos me tenían lástima, y yo sabía que estaba mal salir con un hombre mayor que vendía drogas, pero mi razón se apagaba cada vez que nuestras miradas se cruzaban, cada vez que el sonreía, cada momento en el que me hacía sentir protegida y necesitada.
Por desgracia el mundo no es color de rosa, el sol no se tapa con un dedo y el amor no lo es todo. Enero avanzaba, Adam cada vez fumaba más, y yo optaba por verlo menos, porque siempre estaba tan marihuano que apenas y podía entenderle lo que decía, sumando que cuando estábamos pasando un buen momento a solas, tocaban la puerta sus clientes y a veces no se iban rápido.
Nuestra relación se estaba viendo afectada porque me dolía verlo así, al punto en el que para evitar confrontaciones, empecé a poner excusas para no visitar a Adam y que él no me buscara en casa. Quería sentirme mejor conmigo, pero él no me facilitaba las cosas. En mi interior se iban acumulando los sentimientos de culpa por no poder ayudarlo, por sacarle la vuelta; ansiedad, dudas, estrés, miedo.
Todo estaba volviendo al inicio en mi vida personal: Adam drogado y vendiendo, mamá regresando al alcohol, mi hermano tan alejado que ya era casi un desconocido y papá inexistente. Pero por alguna razón ya nada de eso me afectaba igual, estaba tan acostumbrada como decepcionada, había dejado de esperar cualquier cosa de todos, aunque aún mantenía la esperanza en la promesa de Adam y contaba los días para que llegara el trece de febrero.
Cuando el mes inició, el tiempo ya se volvía eterno entre nuevos problemas que me comían en silencio. El consumo de marihuana de Adam no disminuía, al contrario o quizá lo sentía así porque ya empezaba a cansarme de verlo ido. Ya no solo afectaba la relación amorosa, sino también la sexual.
—Lo siento, nena —balbuceó poniéndose de pie para ir a tirar el condón a la basura.
Aquella fue la tercera vez que no logró mantener la erección. La tercera vez que me quedé sola y desnuda en su cama pensando que era culpa mía aunque asegurara frustrado que no. «¿Podría ser que mi cuerpo ya no le apetece? ¿Se cansó de mí?» meditaba. Él juraba que eso no le había pasado antes, lo cual aumentaba mis inseguridades. Y cada vez que él volvía conmigo a la habitación ya estaba de mal humor aventando maldiciones al aire, con disculpas breves y una voz cargada de coraje. Claro, a mí me tocaba lidiar con su cambio de humor, consolarlo, buscar una explicación hasta que se quedaba dormido, y yo me mantenía en su habitación intentando descansar antes de que un cliente interrumpiera mi labor.
El insomnio se había vuelto más fuerte. Las ojeras ya eran parte de mi estilo personal. Pero algo raro pasaba dentro mí, las cosas cada vez me afectaban menos. No había lágrimas, ni odio, tampoco felicidad excesiva. Todo se mantenía al mismo nivel. A veces parecía que el tiempo no pasaba, aunque los días corrían, las personas se movían, yo seguía ahí, pero dentro de mí todo se había detenido desde navidad.
En un parpadeo ya era trece de febrero, Adam tenía el refrigerador lleno de cerveza y el cajón de drogas bien abastecido. Desde temprano la gente empezó a pasearse por el lugar a saludar, yo tenía un mal presentimiento de eso, pero no quise hablar porque mi negatividad siempre me hacía ver con mala espina todo.
Me mantuve todo el día apoyando a mi novio, pidiéndole que sea prudente, recordándole que lo quería mucho, que me importaba y que tenía una promesa pendiente. Él parecía feliz, tranquilo con su decisión y seguro de poder cumplir cualquier cosa si yo estaba a su lado.
Pasadas las seis de la tarde, la casa de Adam empezó a llenarse de gente que ya había visto antes, pero con la que no tenía relación alguna, incluso Jessica andaba por ahí. No estaba preocupada porque yo permanecía al lado del hombre en cuestión en todo momento, y él me presentaba como su novia.
Conforme las horas corrían, las cosas dentro se volvían más salvajes. Para las nueve de la noche las luces estaban apagadas, la música a todo volumen, los vidrios retumbaban y la mayoría de personas estaban inconscientes por drogas, alcohol o las dos. Estaba abrumada viendo la escena cuando Esmeralda llegó de pronto a saludarme, haciéndome pegar un brinco por la sorpresa de su tacto. Ya había visto a Malcom casi desde el inicio, así que no era difícil darse cuenta que su novia apenas se iba integrando a la fiesta, pues se veía igual de conflictuada que yo.
Malcom se acercó al oído de Adam, él asintió con la cabeza y me tomó de la muñeca con cuidado para que los siguiera, mientras su amigo tenía el mismo gesto con su novia. Caminé contrariada por las escaleras, que en esa ocasión tenían puesta una madera vieja a modo de puerta para evitar que alguien se metiera a las habitaciones. No era nada sofisticado, pero estaba cumpliendo su misión, además Adam se mantenía cerca de las escaleras para que no burlaran su máxima seguridad. Yo le dije que una puerta nueva sería más efectiva, pero al parecer eso era algo muy extremo e innecesario para él.
Entramos los cuatro a la habitación, la ventana estaba abierta y el aire que se colaba volvía todo más gélido. Dentro no olía tan fuerte a marihuana como en el piso de abajo y la música aunque hacía vibrar el suelo, no molestaba al hablar. Esmeralda estaba de pie al lado de la puerta, Malcom la abrazaba de forma protectora y yo me senté en la cama mientras Adam sacaba un par de pastillas de su cajón y se las entregaba a la pareja.
—Ahorita bajo —anunció posándose a mi lado. Malcom asintió y salió junto a su novia—. ¿Cómo estás, nena? —cuestionó en voz baja depositando un beso en mi hombro.
—No sé. Es raro, mucha gente.
—No es mucha gente, nada que ver.
—¿Qué le diste a Malcom? —desvíe el tema, porque aunque no había tantas personas como en la primera fiesta que me invitó, cada vez toleraba menos estar rodeada de desconocidos.
—Tachas... Esmeralda tiene curiosidad por probar y él ya tiene experiencia. Van a consumir juntos solo por esta vez.
—Ya veo... Adam, yo quiero probar.
—No. —respondió inmediatamente.
—¿Por qué no?
—No me gustaría verte así, Jeca. No es correcto —argumentó. Lo miré con desaprobación—. Ya sé que es muy cínico de mi parte, pero es que...
—Olvídalo, ¿sí? No quiero escuchar tus justificaciones, ya me cansé de esas, ya me las sé —reprendí poniéndome de pie.
—Jeca, no. Mira, sé que no soy ejemplo, pero también sé que te amo y que no quiero que acabes mal por una decisión estúpida. Pero si tú quieres probar algo, no te voy a detener, solo sé responsable porque no voy a cuidarte —advirtió señalando su cajón.
—No me molesta que no lo hagas, me molesta la hipocresía que manejas. Yo te cuido siempre, te preparo comida, te acaricio hasta que duermes, incluso justifico tus problemas. No me mal entiendas, gracias por cuidar de mí, Adam, pero también debes cuidar de ti mismo porque aunque tengas mucha calle, las consecuencias están ahí —advertí señalando el cajón de mercancía para luego dejar la habitación.
Regresé a la planta baja solo para notar que en realidad eran pocas personas, pero para mí seguían viéndose como multitud. Adam bajó a mi lado con un semblante afligido, me abrazó con cuidado. Eché un vistazo, pude reconocer a algunos clientes frecuentes que me saludaban con la cabeza y noté a un par de chicas que me señalaban mientras platicaban.
—Quiero ir a casa —susurré en su oído. El asintió y caminó a mi lado hasta la calle rodeándome con su brazo.
—¿Segura que tiene que ser así? —inquirió mientras dábamos pasos por el polvoriento asfalto y el sonido de la música se alejaba más.
—No me siento bien ahí, Adam. Perdón por arruinarte la fiesta, pero puedes regresar, no hace falta que me acompañes —aclaré pateando una piedra.
—No te dejaré sola hasta ver que estás bien. Me preocupas, nena.
Frenó en seco, tomó mi rostro entre sus manos y me plantó un beso lleno de ternura. Luego, de la misma forma espontánea entrelazó sus dedos con los míos y siguió caminando. Llegamos a casa, abrí la puerta en silencio mientras avisaba que estaba ahí, pero nadie respondió.
—Creo que mamá se fue.
—La noche mejora —concluyó entrando sin permiso y sentándose en el sillón.
—¿No vas a volver a tu fiesta?
—Más tarde. Siéntate conmigo —pidió estirando sus brazos. Me acomodé en sus piernas, con la cabeza recargada en la de él.
—Gracias por estar aquí, Adam.
—Me preocupas. Te noto más distante desde un tiempo.
—He estado ocupada —mentí sintiéndome miserable por ser tan cruel con quien era lindo conmigo.
—Entiendo, nena. Yo solo quiero estar contigo, para ti, ayudarte a seguir adelante. Te ves bonita hoy —señaló. Llevaba una blusa color durazno con unos jeans ceñidos negros y mis botas.
Nos quedamos abrazados en el sillón besándonos con tranquilidad por unos quince minutos, hasta que Malcom le marcó a Adam para avisarle que un tipo se quería colar al segundo piso. Escuché la conversación por el altavoz de su celular, así que no me quedó más que abrazarlo y pedirle que tuviera cuidado. Él me sonrió escueto.
—¿Segura que no quieres regresar a mi casa? —asentí—. Bien, llámame cualquier cosa. No quiero que te sientas sola, así que búscame si necesitas algo. Pienso que la cosa acabara temprano, entonces... puedes ir a la hora que quieras, ¿tienes las llaves de repuesto?
—Sí.
—Perfecto. Úsalas. Es más, mañana ve temprano a buscarme porque tengo que trabajar y no sé si la alarma será suficiente.
—No haré ninguna tontería estando sola, Adam —aseguré al notar su nerviosismo.
—Nena, yo no...
—Ve antes de que el problema se haga más grande —interrumpí, le di un pico rápido y él se dio la vuelta para regresar.
Empecé a poner seguro a las puertas y me encerré en mi habitación. Lo primero que hice fue botar la ropa por el suelo para cambiarme con una camiseta vieja y un pantalón de pijama. Salí para lavarme los dientes con calma antes de regresar a mi cuarto y hacerme ovillo en la cama. No tenía ganas de nada, solo de dormir hasta que haya pasado una semana completa. La escena de las chicas señalándome y hablando entre ellas me causaba vergüenza de mí sin entender bien porqué. Mi autoestima estaba roto, encajar las piezas se volvía cada vez más difícil porque el esfuerzo que hacía para sentirme mejor se derrumbaba con lo más mínimo.
Entre vueltas revisaba mi celular a ver si Adam necesitaba de mí, pero no había ni un mensaje o llamada de su parte. Me daba coraje conmigo por haberme ido así, por preocuparlo en su día de descanso, por no estar acompañándolo.
"Gracias por todo lo que haces por mí. Te amo".
Le escribí, pero me dormí esperando respuesta.
Desperté pasadas las once de la mañana. Me desperecé mientras buscaba mi teléfono ilusionándome por encontrar un mensaje de Adam, pero el hechizo se esfumó al no tener ningún nuevo aviso, ni siquiera de mi compañía de celular.
Busqué dinero entre mis cosas para visitar al hombre que me tenía con la incertidumbre de saber si estaba bien o mal. Antes de salir me di un baño, revisé que mamá estuviera en su habitación para corroborar y luego me puse algo que sabía que le gustaría a Adam. Me maquillé rápido, pues ya empezaba a tener práctica en el delineado.
Iba animada, dispuesta a remediar mi huida de la fiesta y a darle una salida a mi novio llena de risas. Un desestres más para ambos después de tanto trabajo y de haberle regalado solo una playera. Me sentía en deuda con él, era mi oportunidad de lucirme.
Toqué la puerta un par de veces, pero no abrió. Supuse que había bebido de más, así que use la llave de repuesto para entrar. El olor a tabaco, encierro y alcohol me hizo fruncir el ceño. Observé la casa con detenimiento: Manchas en el suelo, lodo, botellas, latas, vasos de plástico regados, colillas de cigarro, pero ninguna persona.
—¡Adam! —llamé al pie de la escalera que seguía con la tabla mal puesta.
Empecé a temer que él no estuviera bien o ni siquiera estuviera en su casa, así que sin pensarlo mucho moví el trozo de madera vieja que era más pesado de lo que parecía. Al intentar cruzar sin terminar de quitar la improvisada puerta, cayó haciendo un ruido que retumbó por toda la casa. No me importó porque iba asustada de que algo malo le hubiera pasado a Adam. Mi cabeza formulaba teorías tras cada segundo y en mi mente se repetía la imagen de él inconsciente vomitando boca arriba.
—¡Adam! —volví a llamar acercándome a su habitación y dando un vistazo desde el umbral. Todo se me vino encima al verlo de pie intentando ponerse un pantalón.
—Jeca, no es lo que piensas —aseguró de inmediato. Giré la vista para ver una mujer dormida en su cama.
No necesité mucho para relacionar la escena.
—Me das asco —escupí con odio.
Todo se fue a la mierda. Chale :(
¿Creen que ellos puedan superar esto? ¿El amor todo lo puede?
Un abrazo a todas las personas que están pasando por un mal momento. No están solos, no se dejen vencer.
Fuerza a las personas de Chile que están atravesando un momento muy difícil y violento.
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