32) Paz

 Adam

Jeca se vestía para irse a comprar sus cosas. Bendita adolescencia, podía trabajar, desvelarse, madrugar y aún así tenía ganas de sexo; Éramos tal para cual. Después de despedirnos y cada uno tomar su camino, quedamos en vernos dos días antes de navidad para que ella me entregara la camisa que le había encargado y la bolsa del regalo de Ana Paula.


En cuanto pudimos vernos fue a mi casa, apenas cruzó la puerta me saludó efusiva y me mostró las compras:

—¿Te gusta? —preguntó mostrándome una camisa color negro con finas líneas tintas. Su cara de emoción genuina me causó tanta ternura que no pude evitar pregúntale:

—¿No había algo más feo? —Jeca abrió la boca entre sorprendida y conmocionada. Solté una carcajada, me acerqué abrazarla mientras intentaba quitarse—. Sí me gusta, me gusta mucho. Gracias, mi hermosa nena. Era una bromita, es genial, me encanta.

—Grosero. Ya no te haré ningún favor.

—Uuh, yo te quería pedir un favor sexual —anuncié con cara de falsa decepción. Jeca me dio golpe en el brazo.

—¿Qué te compraste para ti? —pregunté para hacerla sentir mejor.

—Umm, unas botas, una falda y una blusa de manga larga. Por cierto, te sobró dinero, no tomé nada de tu cambio —avisó sacando unos billetes y monedas de la bolsa del pantalón.

—¿Por qué? Yo quería dártelo a modo de regalo —reproché con seriedad, ella se encogió de hombros. La miré a la cara unos segundos, no podía estar serio mucho tiempo—. ¿Dijiste Falda? Que rico, nunca te he visto con una... ¿Qué te parece si después de cenar con Tony te vienes a la casa y pasamos el resto de la noche juntos? ¿Vas a trabajar el veinticinco?

—No, Marco abrirá a medio día, pero él se hará cargo... ¿por? —inquirió, con una sonrisa coqueta.

—Tendré el auto de mi cuñado ese día, podemos ir a comer algo y pasar un rato como personas normales.

—Me gusta esa idea; me gustan ambas... Sí quiero —asintió, emocionada otra vez. Le di un beso en la frente, pensé en si hacerle un comentario sarcástico o seguir en modo romántico.

—Bien, frentesota... entonces hablamos entre semana, yo saliendo del trabajo iré con mi hermana el veinticuatro. Es probable que no te vea hasta que regrese... Si no estoy, entra con la llave de repuesto, igual no pienso tardar mucho, quiero llegar en la madrugada.

—Está bien, yo tampoco creo llegar tarde...

—Bien. ¿Pasamos al sexo o quieres seguir hablando? —inquirí acariciando sus pechos sobre la ropa, ella me miró ofendida.

—Tú solo piensas en eso. Pero vamos por condones y después te regaño.

—Regáñame mientras me haces un oral, eso debe ser excitante. —Jeca me vio con coraje y eso solo logró calentarme más.

Después de estar juntos, la acompañé a su casa, no volví a verla, apenas y hablamos luego de eso porque ambos tuvimos mucha carga laboral. Era muy estresante, al finalizar el día solo quería llegar a dormir, lo único positivo era que de propinas me iba demasiado bien y mis ahorros estaban tan altos que mis planes estarían realizados antes de lo pensado.

Hubo un ligero cambio, mi hermana fue por mí cuando salí del trabajo, tuve que cambiarme la ropa ahí mismo, aunque solo me puse la camisa que Jeca había comprado porque el pantalón de mi uniforme era formal, al igual que los zapatos.

Abracé a Eliana, se veía radiante. Estaba más rubia, el maquillaje la hacía ver parecida a mamá y su corte de cabello, recto y por encima del hombro, le daban un aire un de sofisticación que iba muy bien con su atuendo: Unos pantalones negros, tacones altos del mismo color y un suéter ceñido morado. Mi hermana lucía como una señora adinerada, aunque eso era.

—Ey, estás más gordito y pálido. —Me dio un piquete en el estomago, yo le sonreí de forma altanera—. Así te traen, ¿no?

—Pues, ya ves.

Nos subimos al auto, mi hermana empezó a hablarme de su día ajetreado como organizadora de la fiesta de ese año. Me contó los preparativos que hizo, la comida, sobre los regalos y culminó hablándome de mis sobrinos y sus travesuras. Por mi parte me limité a escuchar, me era divertido verla metida en cosas de adultos.

Cuando llegamos mamá me abrazó muy fuerte, me dijo que me veía mejor, que estaba más gordito y más guapo, yo solo me reí porque empezaba a cansarme que hablaran de mi apariencia. Mis sobrinos me observaban como si fuese un puto alíen, comprensible considerando las pocas veces que los había visto. Esteban me saludó afectuoso, a pesar de que no le caía del todo bien y mi cuñado pues era tan soso y sin vida desde que lo conocí por primera vez, así que fue igual de aburrido que siempre.

Ana Paula fue la única que no hizo comentarios de mi físico, en cambio me llevó a jugar con ella en la tablet y al poco rato sus hermanos se unieron. Yo era la sensación entre los niños por mis altas puntuaciones en los juegos y por alguna razón les causaba gracia cada vez que perdía y maldecía al avatar estúpido que no se movía rápido.

Mi mamá me llamó para que le ayudara a hacer ensalada de manzana. Dejé a mis sobrinos para incorporarme a la charla de grandes, pero no tardé en arrepentirme.

—Estoy tan feliz de que vinieras hijo —insistió mamá—. Tenía mucho sin verte y saber que estás tan bien me alegra mucho.

—A mí también —respondí, mientras me comía las nueces de la ensalada que fingía preparar.

—¿Qué pasó con la chica que estaba en tu casa... La del nombre raro? —curioseó de pronto Esteban, con una risa traviesa. Él solo quería ponerme nervioso, y lo logró.

—¿Jeca? Anda por ahí.

—¿Aún se hablan? —inquirió mi madre.

—Sí.

—¿Quién es Jeca? —cuestionó mi hermana. Hasta dejó de pelar manzanas para verme.

—Una chica que anda por ahí... —contesté riendo. Ahora era yo quien pelaba manzanas para no ver a nadie.

—¿Es la que tiene así? —preguntó señalándome con el cuchillo.

—¿Así cómo?

—Te ves diferente. Estás diferente. ¿Es tu novia? ¿Tienes novia? Y es puta —aseguró lo último con fastidio.

—Sí, sí y ... —Levanté las cejas varias veces para descolocar a Eliana, que respondió negando con la cabeza y rodando los ojos.

—¿No es muy chica para ti? —Esteban era quien cuestionaba, pero su risa me advertía que solo lo hacía para ver la reacción de mi hermana.

—También, sí.

—¿Cuántos años tiene? —siguió Eliana, con la misma cara de fastidio.

—No importa. No quiero contarte.

—¿Por qué no la trajiste? Quiero conocerla. La cuñada que logró lo impensable.

—Es cierto, hijo, la hubieras traído —habló mi madre con ternura.

—Ella tenía planes. ¿No tienes una sorpresa para nosotros, Eli? —Quise girar la situación para zafarme, aunque resultó igual de desastrosa y hasta más incómoda.

—Sí... ¡Voy a tener otro bebé! —gritó emocionada.

Mi mamá puso su mano sobre la boca, los niños saltaron, Esteban puso cara de incredulidad y Fernando tenía mucho tiempo muerto por dentro, así que solo sonrió con el mismo aburrimiento de siempre. Todos se amontonaron para felicitar a los padres, luego mi madre me regañó por no haberle contado antes.

—¿Y tú para cuando, Adam? —preguntó Esteban, divertido.

—Bueno, según mis planes y si Dios quiere: Nunca. Tengo la fe puesta en ello —respondí, juntando las manos a modo de ruego.

—Adamsin, no digas eso. Yo quiero verte feliz en familia, quiero tener muchos nietos. —Mi mamá estaba obstinada.

—Ya tienes tres, y viene otro en camino, mamá... se puede ser feliz sin tanta progenie.

—Sí, Martha, apenas se está acomodando déjalo que él decida —me apoyó Esteban, lo cual me pareció raro, pero le agradecí.

Poco después de esa charla me echaron de la cocina porque me estaba comiendo los ingredientes y no ayudaba en nada.

Le pedí la tablet a mi sobrina y pasamos media hora vistiendo muñecas en un juego donde nos calificaban el atuendo. Yo estaba muy frustrado porque no podía sacar diez, y estaba seguro de que mi personaje era más bella que todas las demás. Ana Paula me repetía que solo era un juego, pero como estaba enojado me puse a darle una charla de no vestirse para complacer a los demás, solo a ella misma. Ahí nos dieron las doce y por fin pudimos sentarnos a cenar.

La cena se veía y estaba deliciosa, era lomo de cerdo relleno e hicieron una parte solo para mí que no tenía verduras. La noche iba de maravilla, solo faltaba el intercambio de regalos, pero como todos estábamos muy llenos decidimos no levantarnos de la mesa a pesar de que la sala era muy grande, al igual que el resto de la casa.

Pensé que el intercambio sería un fiasco, pero mi sobrina estaba muy contenta con su pistola morada que lanzaba pelotas. Mi hermana no estuvo de acuerdo con mi decisión después de que Ana Paula golpeara a su papá en la cabeza, pero como el regalo era para la niña, no pudieron decirme nada.

Luego llegó el turno de Luis, mi sobrino de en medio. Resultó que su padre había elegido el regalo y le toqué yo, me dieron un suéter amarillo lanudo.

—¿Te gusta, tío? —me preguntó el pequeño, con una sonrisa y un hueco del diente que había mudado. Era muy tierno para tratarlo mal.

—Sí... A veces me da frío... también a veces quiero parecer un pato peludo. Gracias —expliqué con una sonrisa. Eliana me dio un golpe en el hombro.

—¿Cómo íbamos a saber que te gusta si nunca nos hablamos? —cuestionó ofendida, yo la miré expectante.

—Sí me conoces. Sabes perfectamente que tengo un par de gustos culposos desde la secundaria. Soy feliz con hierba y condones. 

En ese momento no pensé que estaba diciendo, hasta que el silencio se hizo en la mesa y sentí la mirada de todos. Luego volteé a mi izquierda y Luis estaba viéndome confundido.

—¿Qué son con...dones, tío y para qué quieres hierba? —me preguntó Ana Paula, sus ojos miel me examinaban impacientes.

—Son globos para adultos y la hierba es porque me gusta mucho tomar té —expliqué con una sonrisa falsa.

En realidad quería soltar una carcajada pero me contuve, hasta que Esteban soltó la carcajada por mí rompiendo la tensión.

—Dios, Adam, a ti sí que no te importa nada... Tomar té —repitió entre risas.

Mi cuñado empezó a reír por lo bajo, mamá tomó un sorbo de vino para no reírse y Eliana se frotó la frente. Terminado el intercambio, mi hermana mandó a los niños a jugar para poder seguir con las pláticas maduras que me ponían ansioso.

—En serio, Adam, ¿no has pensando en cambiar un poco? —preguntó mi hermana. De nuevo el ambiente se tensó.

—No me quiero casar, ni tener hijos... No sé si en un futuro, pero definitivamente no ahora, no el próximo año.

—No hablo de eso, hablo de volver a la escuela, comprar un auto, hacer nuevas amistades, viajar, no sé. Superarte.

—De hecho, Eliana, he estado ahorrando dinero, pienso regresar a la universidad, pero antes quiero comprar un auto para facilitarme el traslado y eso. —Todos se sorprendieron. El rostro de mi madre se iluminó—. Mamá, no te emociones tan pronto, todo está en veremos.

—Adam, me hace tan feliz oír eso y aunque sea a futuro créeme que te apoyaremos en todo. Podemos ayudarte a conseguir tu carro, a entrar en cualquier universidad, a pagarla incluso...

—No, mamá —la interrumpí—. Quiero hacerlo solo, por lo menos empezar solo, siempre han estado ayudándome y se los agradezco, pero esta vez lo estoy intentando por mí.

—Estoy orgulloso de ti, Adam —añadió Esteban, alzando su copa.

Era una de las pocas veces que aprobaba alguna decisión que yo tomaba y más aún, era la primera vez que me decía que estaba orgulloso de mí. Nunca pensé que ese día llegaría y menos que se sentiría tan bien. Agradecí a mi familia, era la mejor cena navideña que habíamos tenido en más de diez años o incluso en toda la vida.

Reposamos la comida, luego comimos pay de limón casero. Con eso cerramos la noche, mis sobrinos se fueron a dormir, de ahí siguió Fernando, mamá, Esteban y solo quedamos Eliana y yo.

—Estoy feliz por haber venido —me sinceré.

—Yo también. Me dio gusto verte así, espero que pronto me presentes a la culpable de tus cachetes —agregó pellizcándome la cara.

—Si no le dices puta o le lanzas indirectas, puede que sí.

—Ah, qué complicado. Cuéntame de ella para estar preparada.

—A ver, piel morena que me encanta. Está bien buena, tiene unas tetas y unas piernas que, uff, mamasita. —Eliana me miró con pesadez—. Ya, estoy bromeando, aunque sí está bien rica y su piel es hermosa... Ella es complicada, en todos los sentidos, empezando porque tiene diecisiete y cuando la conocí apenas los iba cumpliendo —admití con pesar.

—Mierda, Adam. Es una niña... Es raro, no sé qué decir. Sí sé qué decir, pero te vas a enojar. No me pediste mi consejo, pero si ella te tiene tan bien y tan calmado, cuídala. Y si las cosas no funcionan entre ustedes, tú intenta seguir adelante por ti, porque todo debes hacerlo por ti y para ti.

»Ten en cuenta el futuro. No quiero presionarte, pero ella es una adolescente y tú no. Seguro ya lo tienes en cuenta, pero igual te lo recuerdo —concluyó con una sonrisa temerosa. 

—Gracias, hermana. —La abracé con ternura porque pocas veces ella me había aconsejado así de sincera y centrada, sin insultos ni comparaciones.

Eliana me dio las llaves del auto para que pudiera regresar a casa. Me despedí de ella con nostalgia y tomé camino, iban a ser las dos y media de la madrugada.

Cuando yo llegué a mi casa, Jeca aún estaba con Tony, me iba a ir a dormir, pero Malcom tocó la puerta, traía compañía: Jessica, Janeth, Pato y un par de chicas que vivían cerca. Sabía que Jeca se sorprendería al darse cuenta de eso, pensaría que le ocultaba algo, así que le llamé para avisar, pero ella no me contestó. Me mandó mensaje unos minutos después:

"Hay mucho ruido por eso no respondí... ¿Llegaste? En un rato voy para allá

"Si, llegué, Malcom está aquí trajo a un par de personas que te caen mal... Lo siento, te juro que no las invité"  

Le escribí

"Bien... No pasa nada, diviértete

Me respondió.

No sabía si era sarcasmo, pero le hice caso por si las dudas. Todos ya estaban intoxicados y yo tenía poco tiempo para alcanzarlos, así que empecé a tomar cerveza mientras fumaba mota sin pensar demasiado.

Jeca

En nochebuena trabajé hasta las nueve, de ahí fui a cambiarme a casa. Me puse la ropa que recién había comprado: Una falda corta ceñida color negro, una blusa manga larga color miel y mis botas negras con tacones. Me maquillé un poco más de lo normal, tenía un labial escarlata que solo había usado una vez y al terminar de acomodarme el cabello me sentía muy linda. Pero luego mis inseguridades me hicieron una mala jugada, ya no me sentía cómoda con los zapatos altos, ni con el labial. No me dio tiempo de cambiarme, pues Antonio y su mamá pasaron por mí.

Me subí a su auto apresurada, no me gustaba que supieran donde vivía. Después de arrancar, empezamos la típica plática de "¿Cómo has estado?" Para hacer el camino más ameno.

La familia de Antonio era muy tranquila, me hicieron sentir bienvenida en su casa, además de que no dejaron de mencionar que me veía muy bien, lo cual me daba más confianza en mí. Me aconsejaron sobre regresar a estudiar, yo fingí estar interesada en eso, aunque en realidad no estaba en mis planes, pero ellos parecían tan atentos que cortarles la plática se me hacía una grosería.

Pasé una noche más divertida de lo esperado, comimos bien, reí mucho, incluso me hice una idea de cómo era tener una familia decente. Todo iba perfecto hasta que a la mamá de Antonio se le ocurrió brindar con vino y con una copa su hijo terminó embriagándose. 

Al primer descuido intento besarme, rápido me alejé de él.

—No. Antonio, entiende que tengo novio.

—Sí, Adam Adam, Adam... No sé qué le ves, Jeca. ¿Por qué lo quieres tanto? Es un vendedor de drogas, no tienes nada seguro con él.

—Porque lo quiero y ya. Me hace sentir bien, entendida, deseada, querida, no sé...

—Yo tampoco sé. Sabes bien que yo intenté hacerte sentir eso y más, pero nunca me diste la oportunidad —reclamó con amargura—. Espero te haga demasiado feliz.

Nos quedamos sentados en silencio en la sala, ya era de madrugada cuando Adam me avisó que había llegado a casa y que tenía compañía. Intenté mantener la calma, llamé un taxi y aunque los padres de Antonio insistieron en llevarme, ya no me sentía para nada cómoda. La espera fue una tortura.

Llegué preocupada por lo sucedido en la otra casa, había pasado una hora y media entre el trayecto del taxi y la espera del mismo. Al bajar lo primero que noté fue que la música sonaba hasta la calle y que el grupo de personas estaban reunidas en la cochera.

Adam se acercó a mí, su caminar era tan desprolijo que solo evidenciaba lo bebido que iba. Su sonrisa atontada mostraba que también estaba drogado, y el gato asustado que cargaba confirmaba ambas cosas.

Suspiré y saqué mi mejor sonrisa, no quería pelear. Adam pagó el taxi, intentó abrazarme, pero el gato quiso huir así que caminamos juntos a su casa.

—Nena... Woow, te ves preciosa. Qué rica te queda esa ropa. Por cierto Feliz navidad, hermosa —farfulló hasta la puerta de la cochera.

—¿Y ese gato? —inquirí, me sentía muy extraña al ver a Adam tan dopado después mucho tiempo de contenerse, incluso una parte de mí estaba decepcionada.

—Me lo regaló Malcom. Mira qué guapo está —presumió acercándolo a mí.

El animal era aún pequeño, color negro y ojos amarillosos. Estaba muy temeroso así que preferí dar unos pasos atrás antes de que me atacara. Adam notó que el minino intentaba irse, así que lo envolvió en sus brazos.

—¡Llegó mi nena! —avisó efusivo al grupo de gente que me saludó sin mucho ánimo. Luego me besó frente a todos.

Por inercia volteé a ver quienes estaban acompañándolo, reparando en la presencia de Janeth. Era de esperarse que donde estuviera Janeth todos terminaran drogados, pues ella tenía el problema de adicción más grande.


¿Qué está pasando con Adam?
¿De dónde sacó ese gato?
¿Cómo terminará esa noche?

¿Qué tal están? Espero que bien. Saludos a los nuevos lectores ♡

Espero que este capítulo les haya gustado. Dejen sus votos y comentarios que el siguiente lo subiré antes (Iba a ser un capítulo en dos partes, pero preferí hacerlo dos porque quedó muy largo). Merezco amor, babys, me esforcé mucho esta semana y estoy ansiosa porque lean lo que se viene.

No lo subo ya porque estoy con mis betas replantando darle otro final a ver que queda mejor.

Saludos ☆ Aprecio mucho el apoyo que me han dado a lo largo se estos meses. Gracias infinitas ♡

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