24) Espiral P.1

Adam

Una hora después de que Jeca se fue con Alicia, me marché yo. Eran las tres de la madrugada y en pocas horas tenía que ir a trabajar; le avisé a Malcom, nos empezamos a despedir para irnos. Dejamos a Jessica en su casa, de ahí cada uno se fue a la suya.

Llegué a mi hogar dando tumbos, canturreando canciones pegajosas y sin sentido. Lo primero que noté al abrir la puerta, fue que las cosas de Jeca seguían en la sala. Tenía la idea de que ella se había ido a su casa, pero sus pertenencias me indicaban lo contrario y empecé a preocuparme. Le llamé un par de veces, solo conseguí que me mandara a buzón de voz. Me sentí impotente al imaginarla con el tipo con el que se pasó en la fiesta, yo quería estar en su lugar, pero no tenía el valor para dar el siguiente paso.

Me fui a dormir frustrado y enojado conmigo mismo, estaba contrariado sobre cómo proceder.

Desperté con una terrible resaca, sentía que la cabeza me iba a estallar. Revisé la hora y de paso si Jeca se había comunicado, pero nada. Rogaba internamente que ella ya estuviera en su casa, también rogaba no arrojar el intestino por la boca por las terribles arcadas que me mantuvieron vomitando en el baño y me robaban cualquier atisbo de energía.

Llegué al trabajo casi arrastrándome, no dije que tenía tremenda cruda. Intentaba estar bien, pero no pasó ni una hora cuando estaba vomitando en el piso del baño porque no alcancé a llegar. Pensaron que era una infección estomacal y yo no los contradije para que me dejaran ir a casa después de limpiar el desastre del suelo.

El camino de regreso fue una tortura, el autobús iba lleno, la mezcla de olores me revolvió el estómago y terminé vomitando dentro de una bolsa de plástico, sin mencionar que la cabeza me punzaba del dolor, sentía que algo se había reventado ahí dentro.

«Ya no tienes veinte años, Adam»  Me reprochaba mentalmente.

Llegué a casa sintiéndome fatal, solo quería meterme a la cama. Intenté quitar el candado, pero la puerta estaba abierta, pensé que con lo mal que me sentía quizá la había dejado así, pero no, apenas entré, me encontré con Jeca sentada en el sillón. A verme dio un respingo, tenía sus cosas en la mano, al parecer las estaba juntando.

—¿Adam? Perdón pensé que estarías trabajando. No quise importunar, ni entrar a tu casa sin permiso, lo siento —balbuceó.

—Está bien, por algo te di otro juego de llaves... ¿Cómo estás? —pregunté, dejándome caer a su lado mientras me frotaba la sien. Ella no me miró, tenía la vista clavada en sus rodillas, levantó los hombros.

—Bien, ¿y tú?

—Estoy muriendo de la cruda. Me regresaron del trabajo —le conté. Intentó hacer contacto visual, pero al cruzar la mirada volteó la cara.

—¿Necesitas que te traiga agua? —ofreció pasando las manos por sus muslos.

—No. ¿Qué tienes, nena? Estás rara. —Jeca apretó los labios negando con la cabeza. Tomé su rostro y lo giré despacio para verla. Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Qué tienes? ¿Pasó algo cuando te fuiste?

—Ajam —musitó apenas audible.

—¿Te obligaron a...? —pregunté aún más asustado.

—Yo sola me obligué a hacer algo que no quería... —confesó a punto de llorar. El estómago me dio un vuelco.

—Dios, Jeca, estoy en pánico, dime que pasó.

—Ayer, después de salir de la fiesta, nos subimos al auto, los tipos nos llevaron a un motel. Alicia me preguntó si quería quedarme y dije que sí. Cuando estuve a solas con Frank, él me preguntó que si de verdad quería tener sexo y le dije que sí. No quería, quería irme, me sentía mal, pero me quedé sin saber ni porqué. Me siento sucia, con asco de mí. Dejé que él me usara. Al salir me pagó el taxi como a cualquier puta. Decidí terminar mi relación con Alicia y temo haberme equivocado, otra vez... No puedo creer haya sido tan barata. —Me dolía verla, me dolía oírla, pero también mi estado me quitaba mucha concentración. Me puse de pie sin decir nada—. ¿Estás decepcionado de mí? —preguntó.

No pude responder, necesitaba vomitar otra vez. Huí al baño, arrojé bilis porque mi estómago estaba vacío. Apenas terminé, me aseguré que todo estuviera limpio y me enjuagué la boca. Jeca estaba esperando afuera:

—¿Qué tienes?

—Es la resaca, perdón. No estoy decepcionado de ti. Te falta mucho por vivir, Jeca, no es el fin del mundo, no eres una zorra y aunque lo fueras, no me importaría, no cambia nada lo que sentía por ti, lo que sigo sintiendo. No estás pasando por un buen momento, supongo que quieres sentirte aceptada, no sé —justifiqué mareado, intentando que no se notara que apenas podía estar de pie.

En realidad sí me dolía lo sucedido, hasta cierto punto me molestaba, pero no tenía derecho a reclamar y mucho menos a juzgar. Además, discutir me era imposible. Agarré a Jeca y la atraje hacia mí para darle un abrazo.

—No puedo, Adam, no puedo dejar de sentirme mal.

—¿Te cuidaste? —pregunté inseguro,  Ella comenzó a sollozar y negó con la cabeza. Sentí algo muy parecido al coraje—. Iré a la farmacia. Puedes bañarte aquí, toma ropa limpia de mis cajones, ¿está bien? Necesito un suero —asintió con la cabeza sin cruzar palabras y sin verme a la cara. En realidad, ni yo tenía el valor de verla o hablarle.

Regresar a la farmacia que había asaltado meses atrás me puso muy mal... o quizá fue el sol, pero me temblaban las piernas, la cabeza me dolía más, sentía náuseas y podía jurar que me iba desmayar en cualquier momento. El encargado al que pato había herido anteriormente no estaba, por fortuna para mí, en esa ocasión estaba una mujer bajita, gorda y muy sonriente. Compré un par de sueros, unos panecillos, leche, pastillas de emergencia y otras para la migraña. 

Al regresar a casa, Jeca se estaba bañando. Supe por el orden de mi cuarto —que era el mismo que al salir en la mañana— que ella no había entrado. Así que saqué una camiseta azul muy grande, unos bóxers y se los dejé afuera del baño.

—Aquí está la ropa, nena, cuando termines baja a desayunar.

Esperé tomando un suero, no me sentía listo para comer algo sólido. Jeca bajó en silencio, la ropa le quedaba enorme, pero ese cabello mojado y la camiseta me hizo notar que no llevaba brasier; empezaba a pensar cosas que no iban al caso y menos en un momento como ese.

—No tengo hambre —avisó con pena.

—Entonces tomate las pastillas. 

Ella leyó las instrucciones con cuidado y en silencio. Ambos estábamos en la mesa.

—Gracias Adam —sonrió de forma que en vez de tranquilizarme, me daba pena—. Perdón por lo de ayer.

—No te disculpes por decir lo que piensas y lo que sientes. Tienes razón, solo he estado dándole vueltas al asunto sin decidir nada.

—Pasa que en estos últimos días he hecho las cosas por puro interés ajeno. Soy patética, estoy cansada y me siento perdida.

—Es normal intentar salir de nuestra zona de confort. No sé, es parte de crecer.

—Supongo que es hora de afrontar la realidad. Soy muy joven para ti, somos distintos, es imposible.

—No es imposible, es difícil solamente, no solo para ti... Me gustas mucho, mi mente está dividida todo el tiempo. Nunca me había sentido atraído a alguien tan pequeña, ni tampoco en tan poco tiempo, pero podemos intentarlo. —Jeca me miró con fastidio, pensó que estaba jugando.

—Estoy cansada, Adam, ¿puedo dormir un poco aquí? No quiero llegar a casa, no ahora. —Asentí con la cabeza. No supe cómo interpretar el primer comentario.

Después de tomar las pastillas, subimos en silencio a la habitación, le pasé una almohada y una sábana. Cuando me acomodé, noté que Jeca estaba viendo el techo mientras jugueteaba con sus dedos, tenía la mirada perdida, como si estuviera meditando algo importante. Le dije algunas cosas para intentar animarla, y aunque quería quedarme a platicar, el malestar físico no disminuía, terminé quedándome dormido sin darme cuenta.

Desperté cuando estaba por caer la noche, estaba solo. En el sofá cama estaba mi ropa y la sabana perfectamente dobladas. Bajé y encontré una nota en la mesa.

"Gracias por ayudarme. 

Jeca ♡".

Sentí mucho miedo: ¿Eso sonaba a una despedida o era yo? Le llamé sin obtener respuesta, pensé en ir a su casa, pero podía meterla en problemas si su madre estaba ahí. Solo me quedó esperar; esperar a que ella se comunicara conmigo, esperar lo mejor.

Jeca

Después de irnos de la fiesta, mientras íbamos en el auto, Frank se acercó a mí, me abrazó con más fuerza, depositó un beso en mi hombro, dijo algunas palabras lindas que me sonaron muy genéricas, pero que necesitaba oír, luego me dio un beso en la mejilla. Yo seguía con la vista clavada al frente, él tomó mi barbilla con suavidad para que lo besara, y lo hice. Actuaba por inercia, aunque no estaba cómoda, me sentía buscada.

Fuimos a un lugar que le llamaban "El mirador", una especie de barranca donde se veían las luces de la ciudad, pero el espectáculo era bastante precario, pues solo se podía ver una parte pequeña de la zona y era más usado para besarse, tomar y toquetearse por la falta de alumbrado público.

Entre tanto mis compañeros bebían más, yo seguía mentalmente alejada. Escuchaba sus voces, pero no prestaba atención a sus platicas; si veía que reían yo hacía lo mismo, imitaba sus gestos. De pronto noté que me estaban mirando, esperaban respuesta de algo que no entendía. Alicia me tomó de la mano y me llevó a unos pasos de ahí.

—Jeca, hablábamos sobre ir a Dunas... pero no tienes que ir si no te sientes cómoda —aclaró con premura.

—No, está bien. ¿Dónde o qué es Dunas? —Alicia hizo un gesto incómodo.

—Un motel. —Balbuceó pasando un mechón de cabello tras su oreja. Asentí contrariada.

—Podemos decirle a Frank que te lleve a casa, o pedir un taxi. Sé que has cambiado y no...

—Quiero ir —interrumpí. Alicia volvió a hacer el mismo gesto incómodo.

—¿Segura? —Asentí sin verla—. Pues vamos.

Regresamos, Alicia dio respuesta y de nuevo subimos al auto para irnos. Frank volvió a besarme, luego tuvimos una breve charla sobre el mirador para no ir callados el resto del camino.

Al ver el letrero del motel, empezaron a fluir los nervios, comprendí la magnitud de lo que estaba por hacer. Se me nubló la mente, me sudaban las manos, quería gritar, quería correr, pero estúpidamente me quedé. De nuevo veía que hablaban, sin embargo no escuchaba nada.

Estacionamos los cuatro en la misma habitación, apenas pusimos pies en el piso, Alicia empezó a alejarse, ni siquiera se despidió; así me quedé a solas con Frank en un cuarto mal decorado. No me sentía bien, pero por alguna razón no podía decir nada, estaba congelada. Frank me rodeó con sus brazos, empezó a besarme, yo tenía la mente en blanco, actuaba sin pensar.

—¿Estás bien, nena? —preguntó. La última palabra fue como una bofetada a mis sentimientos.

—Sí, no... Yo no... —balbuceé.

—¿Nunca lo has hecho? —cuestionó con sarcasmo, luego empezó a reír—. Relájate, estaremos bien. Voy hacerte sentir cómoda, ya verás. Claro solo si estás segura que quieres hacerlo...

No respondí. Frank continuó repartiendo besos, caricias y palabras tiernas que seguían sonándome a basura, pero me hacían estar menos asqueada. Él lo intentó, intentó hacerme sentir bien, quizá en otro momento lo hubiera disfrutado, porque a diferencia de otros chicos con los que había estado, Frank intentaba estimularme de muchas formas. Pero yo solo quería el que acabara, quería dejar de sentirlo sobre mí, quería dejar de sentir su aliento en mi oído. Quería irme.

Apenas Frank comenzaba a regular su respiración después del orgasmo, yo me empecé a vestir. Iba muy asqueada de mí misma, en mi mente se acumulaban posibles escenarios y desenlaces de cómo habrían sido las cosas si yo hubiera tenido el suficiente coraje para decir "no quiero".

—¿Estás bien? Estás aún más tensa que en la fiesta —observó cuando iba rumbo al baño para ducharme, mas no respondí.

Me puse a llorar en silencio, a maldecirme por estúpida. Tenía lástima de mí misma, me recriminaba, buscaba más personas a las cuales culpar de mis actos para no sentirme tan sucia, pero sabía que las decisiones fueron mías.

Salí del baño después de muy larga ducha. Le avisé a Frank que quería irme y aunque insistió en llevarme, preferí que le pidiera a su amigo que le dijera a Alicia que nos fuéramos, por suerte la respuesta llegó más rápido de lo que pensaba y al poco tiempo íbamos en un taxi pagado, justo cuando pensaba que no podía sentirme más barata.

—¿Cómo la pasaste? —preguntó Alicia rompiendo el silencio.

—Bien. ¿Puedo pedirte algo?

—Claro que sí, amor mío.

—No vuelvas a hablarme, por favor. Me di cuenta que siempre me presionas para que haga cosas que no quiero. —Alicia hizo una mueca de no saber qué decía.

—¿Qué? Te pregunté dos veces si querías venir con nosotros y dijiste que sí. No te victimices o quieras culparme de tu inmadurez, Jeca.

—No estoy cómoda contigo, te pasas criticándome y me haces sentir mal —solté para no darle la razón—. No tienes que decir lo que piensas todo el tiempo, Alicia. Las personas cambian y ahora lo que dices y haces me afecta más.

—Te pedí disculpas. ¿Sabes? No te rogaré para que seas mi amiga, el problema no soy yo. Yo he estado para ti cuando te sientes triste, que no quiera escuchar tus lloriqueos no significa que no me importan... siempre estoy haciéndote reír, buscando que te sientas mejor, animándote. No soy una persona egoísta por decirte la verdad. Madura de una vez, Jeca y deja de culpar a los demás por tus cagadas.

El silencio se formó otra vez, Alicia bajó en casa de su madre y se fue sin verme, mientras se alejaba, veía que había arruinado la única amistad duradera que había tenido. De nuevo el sentimiento de culpa me comía la cabeza, por zorra, por mala amiga, por celosa, por impulsiva, por imprudente, merecía estar sola... debía estar sola.

Llegué a mi casa, entré en silencio y con mucho miedo. Me cambié de ropa y esperé a una hora prudente para ir por las cosas que había dejado en casa de Adam. Salí con cuidado para no despertar a mi mamá, no quería confrontarla. Usé el juego de llaves para colarme a la morada de Adam, luego me dejé caer en los sillones, el cansancio mental me tenía muy mal. Sorpresa, cuando estaba relajándome, el dueño apareció con tremenda resaca. 

No tardó en darse cuenta que algo me pasaba, así que le conté todo, pensé que me odiaría, pero contrario a eso, se pasó un buen rato intentando hacerme sentir bien, me compró las pastillas de emergencia porque ni siquiera me había cuidado. Sabía que había hecho cosas malas con anterioridad, pero jamás había tenido sexo con una persona que acababa de conocer, lo cual aumentaba esa sensación de ser una persona sucia.

—No es malo, Jeca, hay chicas que les gusta el sexo de una noche y está bien. También existen casos contrarios y no hay problema tampoco. Todo queda como experiencia, nena, no vales menos, no eres mala persona, tampoco es algo que se tenga saber. Te quiero, Jeca. No seas dura contigo misma —aconsejó Adam antes de dormirse.

Quería descansar, pero no pude, a las pocas horas tomé mis cosas para regresar a casa. Le dejé una nota a Adam agradeciéndole sus cuidados, ya que él estaba muy dormido.

En esa ocasión entré a casa ya sin tener precaución, me encontraba mal de muchas formas y solo necesitaba un poco más de presión para convencerme de que nada iba a cambiar. El problema estaba en mí y la solución inmediata era la misma a la que le huía.

—¡¿Dónde estabas? Te estoy llamando desde ayer! —advirtió mi madre con la cara roja por el coraje.

—No me llevé mi celular, o tal vez se lo quedó Alicia, no sé —expliqué dando pasos rápidos hasta mi habitación. Cerré la puerta apresurada y me lancé a mi cama.

En segundos todo se volvió un caos, mamá estaba gritándome desde el otro lado de la puerta, pateaba, golpeaba, maldecía al pedazo de madera y a mí, recordando que jamás quiso tenerme. Abracé mis rodillas y hundí la cara en ellas, estaba harta, cansada, asqueada.

Pasé horas sin levantarme de la cama, a ratos lloraba, otros solo veía un punto fijo mientras las malas ideas me comían hasta la última esperanza. Me sentía desvalorizada, pensar que las cosas podrían mejorar era imposible, pues incluso pensar en que pasaría dentro unos días me resultaba agónico. Me había rendido hacía mucho tiempo atrás, solo me quedaba una salida.

Empecé a buscar entre las cosas viejas del rincón, hasta encontrar una bolsa pequeña con tres pastillas. Las manos me temblaban, había algo presionando mi garganta, el hueco en el estómago se sentía cada vez más profundo, tenía mucha sed y miedo. Intentaba aclarar mis pensamientos, no sabía si quería morir con esa imagen de mí misma, también creía que había algunas personas que se interesarían en saber porque tomé una decisión tan extrema y complicada. ¿De verdad quería irme sin despedirme?

Mi teléfono empezó a sonar en algún lugar de la habitación, mi madre seguía gritando en la cocina y arrojaba cosas haciendo más ruido, yo estaba al borde del colapso, pensar me era imposible. Saqué una pastilla y la mastiqué con fuerza, el sabor amargo me hizo hacer muecas, tomé la segunda y repetí el proceso, luego la tercera. La textura áspera quedó en mi lengua junto al asqueroso sabor. Actuaba por inercia.

Salí de mi ensimismamiento para darme cuenta que había un silencio casi total en la casa, de pronto se me revolvió el estómago, empecé a ponerme mal por haberme tomado las pastillas, pues con una dosis tan insuficiente era obvio que no iba a hacerme nada mortal.

Metí mis dedos hasta la garganta, empecé a vomitar en el piso hasta que sentí que tiraría las tripas por la boca. Me senté en la cama y me quedé abrazándome a mí misma. No supe en qué momento mi madre había dejado arrojar cosas, de hecho dudé que en realidad ese ruido hubiera sido real. No sabía si aún estaba en casa; me había perdido en mi propia mente.

Me levanté de la cama, las piernas me temblaban, mis labios estaban secos, el olor a vómito era asqueroso, mi ropa húmeda por el sudor, y por el contenido de mi estómago. Todo era silencio, el ambiente se sentía muy raro, como si todo fuera falso. Tomé el trapeador y algunos limpiadores para ordenar mi habitación. Actuaba por impulso, no procesaba nada de lo que había sucedido, estaba como zombificada.

Mientras limpiaba mi madre entró:

—¿Dónde estabas? —cuestionó con tono enfadado y de extrañeza, yo la miré sin verla en realidad, como si estuviera fuera de mi cuerpo.

—En un lugar asqueroso. No sé cómo puedes seguir sonriendo después de hacer lo que haces. —Tragué saliva, ella no esperaba mi respuesta, se quedó sin palabras. Tomé las cosas que usé para limpiar, salí a dejarlas en la sala, mi madre me jaló del brazo.

—¿Qué hiciste, Jeca? —indagó, podía jurar que estaba asustada, pero quizá era yo y mi extraña percepción. La miré fijo, le tenía un rencor inmenso, verla me causaba ira.

—Hice lo mismo que tú... revolcarme con desconocidos. —Me quité de su agarré y me encerré otra vez en el cuarto.

De nuevo ella golpeaba la puerta maldiciendo. El olor a cloro penetraba en mi nariz, me dio migraña, seguía sintiéndome la peor persona del mundo. Me arrepentí de haber vomitado las pastillas, me arrepentí de haberlas puesto en mi boca en vez de esperar a tener más dosis.

Era mi segundo intento de suicidio y odiaba el hecho de haber fallado tanto como de intentarlo. Prefería hacer como que nada había pasado, pues de igual forma nadie sabía por lo que atravesaba y tal vez ni les importaba. Negar los eventos me ayudaba a sobrellevarlos, a creerme menos miserable y patética. Me lanzaba al precipicio esperando que alguien o algo me salvara del inminente desastre.

—Quiero estar bien contigo, Jeca, pero tú no cedes —gritó mi madre del otro lado de la puerta, quizás tenía razón, pero para mí ya era tarde.


¿Qué tal?

Te recomiendo esperar un poco antes de seguir leyendo, en esta parte suceden muchas cosas y en la segunda, otras más. Hay muchas información que procesar y recomiendo tomarse su tiempo para hacerlo.

Ahora sí, ¿teorías? Dejenlas acá.

Capítulo dedicado a Josh, que se ha leído todas mis novelas y sigue comentando, votando y apoyando

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