18) Autosabotaje P1
Adam
Llegué a mi casa, consternado, confundido y temeroso. No podía creer que después de todo le daría esas pastillas a Jeca. Era lo único que podía hacer para regresarle los favores que me había hecho y eso daba más asco.
Esa mañana me di cuenta lo mucho que me gustaba, lo mucho que la deseaba, pero la diferencia de pensamiento y edad entre nosotros era una barrera inmensa. Nada bueno podría salir de ahí, aunque mis intenciones fueran las mejores. Por más vivencias que ella hubiese tenido, yo la superaba con creces. No me daba miedo pervertirla, lo que me aterraba era convencerla de estar conmigo para al final dejarla sin explicaciones, haciéndola sufrir doble. Definitivamente, no podía estar con ella, lo mejor era solo cuidarla.
Visitar a una chica en la madrugada después de que me dejara claro que no quería verme. Confesarle mi amor para olvidarla más rápido. Asegurarle que aunque me guste, no intentaré nada con ella y luego irme prometiendo que le ayudaría a suicidarse. Eso sonaba como algo muy típico en mí. Autosabotaje debió ser mi segundo nombre.
Desayuné, fumé un blunt y me dormí hasta medio día. Desperté a lavar el uniforme, fumé un poco más y de ahí fui a buscar las pastillas. ¿Quién diría que algo que puede salvar la vida de un enfermo, a alguien sano se la puede quitar en segundos? Saqué la caja como si fuese algo radiactivo, la abrí con las manos tan temblorosas que hasta me sorprendí; saqué la tira con más miedo y hasta ahí llegué. No tuve el valor de vaciar las pastillas, tuve que ir a buscar algunas píldoras para mí. Me metí un ansiolítico a la boca y guardé otro en el bolsillo de mi pantalón. Con el efecto a tope y relajado hasta el pelo, tomé sin miedo las fortuaninas, las metí en una bolsa y sin importarme nada fui a la casa de Jeca. Su madre salió cuando toqué la puerta, apenas me vio me dijo:
—No está Jeca, está en la escuela. —Y me cerró la puerta en la cara a pesar de que su hija estaba viendo por la ventana.
Yo le mostré las pastillas desde fuera, alcé las manos en el aire y me fui, Jeca abrió la boca y quizá me dijo algo grosero, pero como no le entendí, no me importó.
Iba caminando de regreso a mi casa, pasé a la tienda a comprar unas galletas y me senté en la esquina a comer. Mientras iba por la quinta galleta, Jessica bajó del camión, me miró con reproche e intentó sacarme la vuelta.
—¿En serio dejarás de hablarme?
—Sí. —Se quedó de pie, mas no se acercó.
—No seas ridícula, nunca te dejé de hablar cuando te pedí que fueras mi novia y me dijiste que no.
—Pero es diferente. —Se sentó a mi lado, le ofrecí una galleta y ella negó con la cabeza.
—Te presté mi habitación para que te cogieras a otros y nunca te dije nada, pero me dolía. Me hacía darme cuenta que había fila para estar contigo y yo solo era uno más. Pero a pesar de eso, yo he estado para ti porque somos amigos. —Jessica se quedó en silencio.
—Perdón. Dame unos días para digerirlo, ¿sí?
—Bien. —Volví a ofrecerle una galleta, esta vez la aceptó. Comimos en silencio, luego nos despedimos. Iba camino a mi casa y me llegó un mensaje de Jeca:
"Ven por favor".
Obedecí como adepto. Apenas llegué, ella estaba esperando pegada a la ventana. Me hizo una señal para que esperara y después de unos minutos salió.
—Hola —saludé sonriendo.
—Esos ojos... —reclamó al notar mi estado.
—Así son mis ojos de bonitos —respondí desviando la vista, ella negó con la cabeza.
—Te hace muy feliz, pero no quieres compartir. —Intentaba darle un tono sarcástico a sus palabras, pero su rostro mostraba un poco de molestia.
—No. Si por mí fuera, te pondría en un estante, dentro de una caja, o algo así. —Ella sonrió.
—¿Entonces las tienes?
—Aquí —dije entregándole una bolsa de plástico con tres pastillas dentro.
—Gracias Adam. —Tomó la bolsa y la apretó contra su pecho con los ojos cerrados, como esperando un milagro. Puse su cara entre mis manos obligándola a mirarme a los ojos.
—Piénsalo bien Jeca, puedes encontrar mucho por lo que vivir. —Pegué mi frente con la de ella, sentí su aliento sobre mi cara, pero me tragué las ganas. La abracé y me fui.
Jeca
Cuando Adam se fue, regresé a mi habitación con mucha cautela, sentía que había hecho algo muy malo. Observé las pastillas tras la bolsa transparente, luego la apreté contra mi pecho meditando las consecuencias que ya había repasado cientos de veces. ¿De verdad quería morir? La respuesta a eso variaba casi a diario y en ese momento temía haberme apresurado a la bondad de Adam. Guardé las pastillas entre las cobijas viejas que yacían en la esquina de mi habitación; esperando el momento de usarlas u olvidar donde las había dejado.
Pasaron dos semanas antes de que regresara a la escuela. Apenas llegué tuve un interrogatorio con Marilyn, Martha y Antonio: "¿Por qué no viniste? ¿Por qué no contestaste? ¿Por qué no avisaste?" Apenas llevaba cinco minutos en la escuela y ya quería regresar a casa. La maestra Susana entró sin notar mi presencia hasta el pase de lista:
—Pensé que no regresaría, Velasco...
—Lo siento, salí de la ciudad —mentí avergonzada.
—¿Y su justificante?
—No tengo uno oficial por la dirección, solo una carta hecha por mi madre, pero no he hablado con la directora del tema.
—Necesito un justificante real, tiene demasiadas faltas, ya está reprobada. —Yo asentí. La maestra me miró con preocupación.
—Haré lo que pueda. —Ella hizo un intento de sonrisa y siguió con el pase de lista.
La clase empezó, no entendí nada, era un tema nuevo, aunque Antonio y Marilyn intentaron explicarme tuve algunas dudas que posteriormente la maestra me resolvió. Apenas iba la primera clase y ya me sentía sofocada.
La segunda clase fue con el maestro Ciccilio, era nuestro tutor, así que aproveché para ir con la directora a hablar sobre mis faltas. Intentaron comunicarse con mi madre para corroborar mi versión, por fortuna ella estuvo de acuerdo en mentir para tener justificante. Aunque no contestó el teléfono sino hasta la cuarta llamada y de muy mal humor. La directora aceptó justificarme, pero solo una semana, si quería limpiar las faltas restantes, mi madre tenía que ir a la escuela, así que me resigné a tener el límite de ausencias en varias clases. Después de eso fui con la maestra Susana para entregarle el maldito papel.
—Solo te puedo quitar la mitad de la faltas, Velasco. ¿Su madre no piensa venir?
—No puede. Trabaja de noche, necesita dormir.
—Pero usted necesita aprobar. Con el número de faltas que tiene no puede exentar, tendrá que presentar examen extraordinario al final del semestre. —Nunca había tenido un examen extraordinario, es solo para gente que reprobaba. Me afectó bastante la noticia.
—Ni modo, es culpa mía por no venir. Lo acepto. —Asentí intentando controlar la frustración, la maestra hizo una mueca y me dejó ir.
Regresé a tutoría con el ánimo por el suelo. El profesor quiso hacerme conversación, pero me limité a entregar el justificante; así fue clase tras clase. En algunas no había mayor problema, pero en la mayoría las faltas sin justificar me hacían ir a extraordinario aun cumpliera con todas las tareas y trabajos. En pocas palabras fue un día de mierda. No podía esperar a llegar a casa y al mismo tiempo no quería ni siquiera poner un pie ahí.
—Necesito que vayas a mi escuela —le pedí a mi madre en cuanto la vi.
—Ya mandé una carta, que se conformen con eso —respondió sentada en el sillón mientras pintaba la uñas de sus pies.
—Solo quisieron justificar una semana. Una falta más y pierdo el semestre.
—No exageres. Solo quieren que vaya para darme un sermón y tratar de indagar en la vida de los demás. Se creen perfectos.
—Mamá, basta. No me importa lo que quieran decirte, necesito que vayas, si no vas le diré a la directora lo que pasó y ella llamará a las autoridades, al DIF, o a mi papá.
—¡No me amenaces!
—¡Pues ayúdame, carajo. Nunca te pido nada y ahora sales con tus tontas paranoias! —Mi madre tomó un pintauñas y lo arrojó contra el piso haciéndolo pedazos, dejando una mancha anaranjada, de ahí se fue a su cuarto—. ¡Eso... actúa como niña, estoy orgullosa de ti. A la directora le encantará saber esto!
Advertí de pie junto al sillón, luego huí antes de que saliera a enfrentarme. No lo hizo, pero tuve que estar un buen rato limpiando el piso para sacar la mancha de pintauñas.
Me pasaba los días haciendo tareas y pasando temas atrasados. Estaba fatigada mentalmente, quería distraerme. Desde el día de las pastillas no sabía nada de Adam, supuse que él estaría ocupado en el trabajo por eso ni intenté buscarlo.
A mitad de semana mi madre accedió a ir a la escuela para hablar con la directora, yo no sabía que iría así que cuando me avisaron que me estaba buscando pensé que sería algo malo, pero apenas nos hablamos.
—Jeca. —Me dio el justificante—, te veo en casa, ya no me pidas nada más.
—Como sea —dije levantando los hombros, pero con una sonrisa en la cara. Mi mamá me dio una palmada en la cabeza y se fue.
—¿Es tu madre? —preguntó algún curioso del salón una vez dejé de ver el papel.
—Sí.
—Es muy joven y está muy buena —observó riendo. Lo ignoré porque realmente me daba igual, pero no me di cuenta que ese imbécil había sacado una foto de mi madre y su ropa que marcaba cada curva de su cuerpo.
A pesar de que ya estaba al corriente con las materias y que de nuevo tenía oportunidad de aprobar y hasta exentar; como siempre los problemas no esperaban. La foto de mi madre pasó de teléfono a teléfono, de chico a chico con la testosterona a tope que se sentían muy graciosos al hacer chistes diciéndose mis padres. El tiempo pasaba y en vez de olvidar el tema se hacía cada vez más común, era como una epidemia de estupidez que me fastidiaba más y más, no por respeto mi madre sino por la falta de creatividad en sus tontas bromas. La escuela se volvía cada vez más aburrida y deprimente.
Adam
Pasaron dos semanas sin tener razón de Jeca. Fue hasta un domingo que Malcom me buscó por la tarde y estuvimos un rato hablando de cosas sinsentido. Él decidió invitarme a cenar a su casa ya que la comida en la mía se había acabado y no había tenido tiempo de ir por más. Íbamos concentrados en la plática, cruzamos el parque que quedaba justo enfrente de la casa de Malcom.
—¿Acaso aquella no es Jeca? —me preguntó confundido señalando con el índice.
—No creo, ella no sale de su... —respondí aún sin ver, estaba prendiendo un cigarro. Luego giré la cabeza para confirmar—. Sí es, ¿qué hace aquí?
—Vamos a preguntarle.
Caminamos hasta donde ella, sobre una especie de escenario pequeño de concreto que usaban para hacer eventos del gobierno. Jeca se encontraba sentada viendo los autos pasar, ajena a todo.
—¿Qué haces? —averigué sentándome a su lado. Pegó un brinco por el susto.
—Hola. Hola para ti también Malcom —saludó cuando se dio cuenta que él se sentó del otro lado—. Salí a la tienda y vine a sentarme aquí, estaba aburrida de estar en casa. También estoy aburrida aquí, por si tenían el pendiente.
—¿Por qué no fuiste a casa de Adam? Estuvimos ahí todo el día. —Encogió los hombros.
—No sabía, no he hablado con él desde hace unas semanas —puntualizó Jeca, ignorando mi presencia.
—Hmm, entiendo. Vamos a ir a mi casa a cenar, ¿vienes o quieres estar sola? —Quiso saber Malcom. Yo me limité a seguir fumando porque ambos me ignoraban.
—Ya comí, ¿puedo ir de todas formas?
Malcom asintió y ayudó a Jeca a ponerse de pie. Nos fuimos juntos, pero la chica en cuestión ni me veía, lo cual me molestaba porque no había hecho nada malo. Ellos iban platicando como si yo no existiera.
Entraron ellos primero a casa de Malcom, yo me quedé terminando el cigarro afuera y charlando con un conocido que iba de paso. Cuando crucé el umbral de la sala, ambos estaban sentados ahí:
—Tu casa es bonita —observó Jeca, curioseando las paredes verdes.
—Puede ser nuestra casa, bebé —respondió el rubio con una risa sarcástico, ella le dio una sonrisa lastimosa.
—¿Y la comida? —cuestioné, no era tanto por hambre sino por hacerme notar. Empezaba a sentir algo similar a los celos.
—Oh, sí, está en la estufa vamos. —Malcom caminó, nosotros lo seguimos a través de la sala para luego cruzar la puerta blanca con una ventanilla redonda que recordaba a las cocinas de restaurantes.
Yo use el encendedor para prender la estufa y empezar a calentar. La cocina tenía azulejos rojos y blancos en las paredes, era muy amplia y había una barra desayunadora con bancos altos, donde Jeca y Malcom estaban esperando que yo sirviera. Saqué los platos de la alacena, los serví, luego salimos hacia el comedor que estaba pegado a la sala. Jeca no quiso comer por más que insistimos, así que mi amigo le regaló una barra de cereales de chocolate.
—¿Estás bien? —le pregunté en voz baja, ella me miró sin expresión.
—Más o menos, pero está bien. —Dirigió la vista a otro lado mientras mordía el snack.
—Si quieres puedes usar la computadora de la sala, está prendida solo aplasta cualquier tecla —ofreció Malcom, ella asintió y caminó casi con flojera.
—Está rara hoy —comenté.
—Quizá tenga la regla, no sé, pero me la follaba aún así —aseguró Malcom riendo como tonto, yo me reí por su acción.
Terminando de comer fuimos a acompañar a Jeca que seguía en la computadora, parecía estar mejor ánimo. Me senté en el sillón a revisar mi celular que en automático se conectó al Wi-fi.
—¿Tienes alguna red social? Hace días intenté buscarte, pero no sé tú apellido —recordó Malcom, sentándose cerca de ella.
—Velasco Gutiérrez. Sí, tengo un perfil, pero no uso mi nombre real, me llamo Alicia Rabbitt. —Me reí, pero no pregunté, seguía alejado de sus pláticas y mi perfil tenía muchas notificaciones.
—¿Por qué? —inquirió Malcom, al parecer a él le interesaba más.
—Una tontería, ¿quieres que te agregue?
—Claro que sí, quiero ver tus fotos antes de dormir —añadió en un intento de ser gracioso que solo quedó en intento.
Todos estamos enajenados en los aparatos. Jeca se reía frente a la pantalla, no sabía que hacía, pero me agradaba verla sonreír. Bloqueé mi celular y lo dejé en el sillón.
—Listo, ya te acepté —habló Malcom de pronto sin despegar la mirada de su celular. Jeca alzó la vista y se dio cuenta de que la estaba viendo, me volteé intentando disimular, pero terminé observando la pared blanca.
«Soy un pendejo» Pensé. Para no seguir pasando penas saqué mi celular y después de un rato navegando entre vídeos virales y fotos graciosas, llamé a Jessica, se suponía que ella iba a regalarme otro chaleco; era la parte más importante del uniforme porque tenía el logo de la empresa. Salí a hablar un rato para ponernos de acuerdo y regresé la sala:
—Ya me voy —avisé apenas crucé el umbral
¿Malcom y Jeca a solas? ¿Qué podría pasar?
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