11) Verdades

Banner por dreams_writter

Adam

Nos regresamos de la capital el sábado. Me despedí de Helena con la seguridad de que nunca volvería a verla, tampoco le importó mucho. 

Nos devolvimos en autobús, aunque fue cansado, el solo hecho de llegar a mi casa me ponía impaciente, extrañaba mi cama y me daba curiosidad saber qué había hecho Jeca, ella odiaba el desorden, aunque la lista era corta sabía que se iba pasar limpiando hasta sentirse cómoda. A decir verdad, quería hablar con ella a solas, sentía que la extrañaba un poco, eso sumado a un terrible problema que estaba aquejándome desde unos días atrás.

Apenas entramos a la ciudad una felicidad profunda se apoderó de mí, se me subió la energía. Mandé mensaje a Jeca porque sabía que ella había invitado a sus amigos, eso no me molestaba, me urgía estar en mi casa.

Cuando crucé la puerta los amigos de Jeca me miraron como si fuera un ser de otro mundo, pero estaba impuesto a eso, no le di importancia incluso hice un par de bromas. Todo iba normal hasta que me di cuenta que esa niña había borrado la música de mi usb para llenarme de sus canciones aburridas. Ella se sentía graciosa con sus bromas de primaria. 

Fingí estar muy molesto, aunque en realidad me daba igual, nada me costaba conseguir otra memoria y llenarla de música, además mi casa estaba mejor a como la había dejado: Olía bien, las ventanas se veían limpias, las cortinas eran agradables, aunque tendría que acostumbrarme a la luz; incluso había cojines en los sillones que le daban un mejor aspecto y cubrían las manchas, el único defecto era la horrible foto en la pared, era un recordatorio de que alguna vez crecí siendo un niño bonito, feliz... y también estaba gordo.

Mientras andaba de quisquilloso por la casa observaba de reojo a los compañeros de Jeca: Sus amigas eran un poco sin chiste, diría que bastante comunes, me veían con miedo. Pero el chico, él estaba perdidamente enamorado de ella, era muy obvio por como la miraba. Él podría ser eso que Jeca necesitaba, podría ser su razón de vivir, lástima que el sentimiento no era mutuo.

Me acerqué a la mesa, crucé un par de líneas con Jeca, y lo noté, ella estaba derrumbada e intentaba que nadie se diera cuenta. Lo único que se me ocurrió fue encender un cigarro cerca de las chicas que no tenían ni un centímetro de calle para que se incomodaran y se fueran. Me hice el gracioso ofreciendo cigarros, pero Jeca me sorprendió asegurando que quería uno:

—Tú no fumas, Jeca. —Ni imaginarlo.

—Sé hacerlo. Si te vas a la cochera te lo demuestro.

—Me parece bien. Igual tengo algo que preguntarte —avisé, llevándola afuera y de paso acercándome más para que su amigo siguiera viéndome con esa cara de odio.

Nos paramos pegados a la ventana, yo seguía fumando y mi acompañante me miraba expectante.

—¿Y bien? ¿Dónde está mi cigarro? —Hice el ademán de recordar. Luego le extendí la cajetilla, pero antes de que pudiera tomarla volví a guardarla en mi bolsillo.

—Te regalo uno si me respondes algo. —Enseguida noté como su expresión cambió, de expectante a nerviosa.

—¿Qué quieres preguntarme?

—Espera —pedí, buscando donde poner el cigarro encendido, aunque en realidad estaba analizando las palabras adecuadas para empezar la plática que iba a ser un poco incómoda.

—Adam, tengo que ayudar a juntar los recortes y guardar a Beto.

—¿El muñeco sexual tamaño real de la mesa? —Ella divagó antes de asentir—. Sí, bueno, lo diré tal cual lo pienso: ¿Llegará el día en que te vea de verdad feliz? —pregunté, su expresión cambió de forma brusca. Pasó de estar relajada a deprimida en un segundo, encogió los hombros y se puso el cabello detrás de la oreja:

—No sé de qué hablas, estoy bien. —Sus palabras salieron claras, pero su vista quedó en el suelo.

—Empezamos a conocernos, ¿no? Te he visto reír a carcajadas con mis tonterías, te he visto llorar, no soy bueno en eso de hacer sentir bien a las personas, pero acércate. —Ella me hizo caso, aunque dudando, cuando estuvo lo suficiente cerca la abracé—. Todo estará bien. Parece difícil, pero estarás bien, vas a mejorar.

Jeca no respondió con palabras, pero se echó a llorar. Y yo, como siempre sin saber qué decir o hacer, me abrumé por creer que había hecho algo malo, así que solo la seguí abrazando mientras repetía:

» Ya, ya, ya... Tranquila, ten paciencia.

—He tenido demasiada paciencia, Adam —habló limpiándose las lágrimas e intentando parar de llorar.


—Eres muy fuerte —aseguré tomándola de los hombros.

—No lo soy. Ya me viste llorar como niña —musitó, luego sonrió.

—Sí, eres fuerte. Tienes todo para triunfar en la vida: Eres inteligente, paciente, ordenada y además eres bonita. —Jeca me miró buscando el sarcasmo.

—Esas cualidades las tiene cualquiera. Además no soy bonita.

—Puta madre, te estoy haciendo cumplidos y tratándote bien. Acéptalo y no estés de simplona. No cualquiera tiene tu carácter, y sí eres bonita, aunque tengas esta frentesota —reforcé, empujando su cabeza con mi dedo. Ella empezó a sonrojarse, su reacción me intimidó y tuve que ver a otro lado.

Estábamos en silencio, yo tenía la mano su hombro, no había ni siquiera contacto visual, hasta que Antonio salió:

—Jeca, ya llamé para que... ¿Estás bien? ¿Estabas llorando? —preguntó asustado—. ¿Qué le hiciste? —inquirió viéndome con enojo, yo respiré profundo para no insultar.

—Le dije la verdad: Que a mí no me gustan tan chiquitas. La rechacé, pero ella no pudo tomarlo de buena manera. La entiendo, soy perfecto. —Jeca comenzó a reír.

—Sí, me voy a perder de todo eso —agregó señalando mi cuerpo, Antonio nos miró confundido.

—Uno setenta y pico de pura diversión —guiñé para ambos.

—Ya en serio, ¿qué tienes? —preguntó acercándose a Jeca, queriendo sacarme de la conversación.

—Ya te dijimos —repliqué sin moverme.

—Jeca no se enamoraría de ti. —Él se veía un poco intimidado y sabía que se asustaría si le reclamaba, así que sólo contesté:

—A ella le gustan los chicos malos, lo siento por ti. —Preferí dejarlos solos antes de que la aludida me regañara.

Entré a la cocina por algo de comer, no pasaron ni dos minutos cuando la chica en cuestión volvió, tras de ella iba Antonio que tenía cara de frustración, me miró con recelo yo solo le dediqué una risa de "Te lo dije".

—Dejaste tu vicio afuera —me avisó extendiéndome el cigarro. Ya estaba apagado, mas no aplastado. Diría que lo apagó con suficiente cuidado para no dañarlo. Me quedé viendo sorprendido, ella no mentía: Sabía fumar.

La vi fijo, pero antes de encontrar qué decir tocaron la puerta. Era Jessica. Entró sin hablar, al notar al grupo de chicos en la cocina se dio la vuelta para verme:

—¿Tienes guardería o qué?

—Algo así. ¿Me esperas arriba? —Ella se encogió de hombros luego subió por las escaleras, yo me paré cerca de Jeca:

—Llevo toda la semana convenciéndola de que tú y yo no tenemos nada, aunque no tengo porqué, ya que entre ella y yo no hay nada... Como sea, estaré un poco ocupado, no me busques —pedí en voz baja.

—Perro. Primero págame, ¿crees que quiero quedarme al espectáculo?

—Puede ser que te guste y te animes a participar, quien sabe. Por cierto, te traje algo, si te esperas te lo doy —propuse con tono de líbido, ella me sacó el dedo medio, le guiñé el ojo para que se pusiera nerviosa, sus amigos contemplaban la escena extrañados.

Jeca

Cuando Adam dijo que quería preguntarme algo, jamás imaginé que su pregunta me haría llorar. Él tenía razón, siempre que nos veíamos yo estaba triste, él me hacía reír, me iba sonriendo, pero regresaba de nuevo sintiéndome vacía. Era como un círculo sin fin.

Quería contarle lo sucedido, que me escuchara, pero Antonio nos interrumpió; estaba celoso, así era él, inseguro como yo, por eso nos entendimos bien desde el inicio.

Bastó ese breve momento desde la llegada de Adam hasta que Jessica apareció para que todos dedujeran que había atracción entre él y yo, pero nada más alejado de la realidad. 

Cuando Jessica llegó y sin decir nada subió las escaleras, sabía que ellos tendrían intimidad. Debo admitir que el hecho de que Adam me haya llevado un regalo me causaba emoción, y cuando lo vi subir a su habitación para encontrarse a solas con su amiga, imploré, supliqué, rogué sentir celos, pero no hubo nada. No sentía envidia, no quería estar en el lugar de Jessica y eso me frustraba porque no podía explicarme cómo es que Adam me alegraba la existencia así, sin esforzarse. No podía entender cómo alguien se volvía de pronto importante en tu vida si no era por amor:

—¿Te gusta ese? —me preguntó Marilyn, sacándome del ensimismamiento.

—¿Ese? ¿Adam? —divagué confundida señalando la escalera vacía.

—Sí, ese... Te quedaste como boba viéndolo irse.

—¿En serio? No me di cuenta, estaba pensando en otra cosa.

—¿Pero te gusta? ¿En serio? —quiso saber Antonio.

—Ya te dije que no. No me gusta, es solo mi amigo.

—Pues tienen mucha química para una simple amistad. Lo tratas con más confianza que a nosotros —replicó Martha, entonces me cansé de dar explicaciones.

—Porque ustedes son unas florecillas que si les digo algo insultante se lo tomaran a pecho y me dejaran de hablar, ¿o me equivoco? —mascullé, levantando la cabeza.

Martha se encogió de hombros, Marilyn se hizo la ofendida y Antonio prefirió no agregar más. El ambiente se puso tenso, por unos minutos nadie dijo nada. En ese lapso Adam bajó junto con Jessica y ella se fue como llegó: Callada y amargada.

—¿Qué pasó? No me digas para que la magia suceda, también necesitas drogas —me burlé, él se paró a un lado de mí y me dio un golpe leve en el hombro.

—Eso quisieras, pero no, yo no soy como tú... Solo hablamos, no hicimos nada más.

—uy, no me digas que ya se acabó el amor entre la perra y el maldito —seguí presionando, Adam soltó una carcajada.

—No, ella me ama, aunque no lo acepté, está celosa, pero ya se le pasará —aseguró. Iba seguir bromeando, pero el hombre a mi lado estaba más serio y mis compañeros muy atentos.

—¿Qué me trajiste? —pregunté, él no dijo nada, fue a recoger su mochila y de ahí sacó mi bufanda—. ¡Mi bufanda! Ya regresamela.

—¿Tuya? Esta es mía, la compré allá.

—Ay sí, una igual a la mía. Que te la crea tu abuela.

—Sí, la compré, me la puse ¿y sabes qué pasó? La gente se burló de mí. Me dijeron que era horrible y ridícula. Mira esto, tiene esos bordes que hasta parece ciempiés.

—En realidad si está fea —agregó Martha con un poco de pena.

—Está del asco, pero es mía. ¿Qué me trajiste? —pregunté animada, Adam sacó una caja pequeña de su mochila y me la dio

»¿Un pintauñas? —cuestioné incrédula.

—Sí, he visto que a veces usas de estos, además el color es bonito, es como tu tono de piel —explicó viendo atento como lo abría.

—No jodas, Adam, yo soy morena y esto es dorado —aclaré mientras me pintaba el dedo pulgar.

—Hay diferentes tipos de piel morena, Jeca... ¿Segura que eres mujer?

—Es cierto, tu piel es trigueña —añadió Antonio en voz baja sin voltear a vernos.

—Sí, es como dorada o no sé, pero es bonita... —debatió Adam, tomando mi mano para ver mi uña pintada. 

—¿Y se te ocurrió darme un pintauñas dorado? —inquirí en tono sarcástico.

—¿Lo quieres o no? Porque es lo último que te voy a dar, malagradecida.

—Sí lo quiero, maldito llorón —repliqué quitando mi mano, él sonrió con satisfacción. Luego se puso a hurgar en el refrigerador.

—¿Por qué hay tanta comida? —preguntó explorando dentro de las bolsas con frutas. 

—Vino tu madre a dejar despensa.

—¿Mi mamá? ¿Y qué dice? —cuestionó sorprendido asomándose tras la puerta del refri.

—Nada, se pasó la tarde conmigo, ahora somos amigas. Me contó sobre ti, tu hermana, tus sobrinos... —Adam movió la cabeza como si ordenara sus ideas con eso. 

—Tengo tantas cosas que preguntar que no sé por dónde empezar... Mejor me voy a dormir. 

Afuera un auto tocó el claxon, era la madre de Antonio que ya venía a recogerlo, de paso iba a llevar a Marilyn y Martha a sus casas. Las chicas se despidieron como normalmente, pero a Antonio le costó un poco más porque sabía que me quedaría a solas con Adam. Cuando todos se fueron empezamos a hablar sin bromas ni ofensas. 

—Entonces, ¿qué pasó en tu casa? —preguntó Adam, mientras me daba una manzana.

—Mi madre llevó a dos tipos y nos robaron todo, incluso creo que hasta la comida del refrigerador —solté, lo último me causó un poco de gracia.

—¿Quieres que los busquemos?

—No, quiero que quede como un recordatorio a mi madre. Me preocupa el dinero, le robaron su cartera —admití viendo el fruto entre mis manos.

—Yo te pagaré lo que prometí, claro, descontando lo que ya te deposité... De ahí puedes darle dinero a tu madre para su semana, aunque no lo merezca.

—Lo pensaré. —Aunque ese dinero lo quería para las pastillas, lo necesitaba más para comer. Estaba mejor anímicamente, no quería seguir hablando de mí—. ¿A ti cómo te fue?

—Bien —soltó tras un largo suspiro.

—¿Bien, bien, o no tan bien? —investigué, Adam movió la cabeza hacia un lado, se pasó la mano por la nuca, luego miró el techo.

—Soy un pendejo, Jeca —habló. Me miró buscando respuesta, yo hice el ademán de preguntar por qué—. Me acosté con una chica, lo hice sin condón y pasó algo malo —confesó, su voz sonaba muy distinta, estaba al borde del pánico, por un momento no supe qué decir.

—Demonios, Adam, me estás asustando.

—Si te estoy contando esto es porque tengo miedo, no sé con quién hablarlo. —Clavó sus ojos en el suelo y se mordió el labio inferior lleno de angustia.

—Pues dime qué pasó, yo te ayudaré, te lo prometo.

—Pasan cosas... en mi... —dijo señalando a su entrepierna. Asentí con la cabeza mientras pensaba qué hacer.

—Quizá no sea algo tan malo. En mi casa tengo un libro de biología, vienen enfermedades de transmisión sexual. Puedo traerlo y nos informamos, ¿está bien? Espera aquí.

Él asintió, salí apresurada de ahí, no pensaba en otra cosa más que encontrar respuestas. Me preocupa notarlo así de afligido y en su lugar estaría peor.

Fui a mi casa tan rápido como pude, ni siquiera advertí si mi madre estaba. El ser ordenada me ayudó a encontrar el libro con facilidad. Así cómo llegué, regresé con Adam, él estaba sentado en la cocina con una cara de angustia que nunca pensé verle. Me senté a su lado y busqué la página que necesitábamos:

—Lee esto, quizá te ayude a saber lo que pasa con... eso. Quizá no es algo malo. —Adam se lo pensó un momento, pero al final cedió, lo dejé concentrarse. Mientras él leía yo preparaba algo de comer: 

—¿Jeca? No encuentro nada, algunos síntomas coinciden con varias enfermedades, pero ninguna encaja por completo. ¿Qué voy a hacer? Soy un pendejo, la cagué, la cagué para siempre. —Se puso de pie, por un momento temí que fuera a salir huyendo.

—Cálmate. ¿Tienes seguro médico? —pregunté tomándolo del hombro para asegurar que me mirara.

—Mi madre me tiene asegurado en una clínica privada, pero si voy a ella le avisan y si le avisan... que vergüenza, además me van a revisar el pene. ¿Qué tal si es una doctora?

—¡Da igual! Lo importante es saber que tienes —reprendí sacudiendo su hombro.

—No sé si quiero saber. Tengo miedo, Jeca. —Verlo así me preocupaba a la par que me frustraba.

—Por dios, Adam... a cualquiera le puede pasar en una noche de calentura, pero no puedes ir por ahí sabiendo que tienes algo en tu maldito pene y aún así no tratarte, o peor, seguir teniendo sexo con chicas. Saca la cabeza de tu culo y haz algo por tu salud, en este momento eres un riesgo para la sociedad —expliqué de la forma cruel que a veces me salía sin querer.

—Es fácil para ti decirlo, estás sana, no tienes miedo, no te sientes sucio, no te sientes como un asco —respondió Adam, mirándome a la cara. Su frustración era latente.

—No estás solo, no seas ridículo... ¿Tienes otro tipo de seguro?

—No. —Nos quedamos en silencio unos segundos.

—Prometí ayudarte así que déjamelo a mí, pero promete que no te arrepentirás en el último momento. ¿Trato? —negocié.

—Trato.

—¿Ahora sí me vas a decir que le pasó a tu pene? ¿Verrugas? ¿Te sale pus? ¿Granos?

—Jeca, cállate —pidió en voz baja, después de una breve pausa él me empezó a contar—. Primero fue un pequeño ardor al ir al baño, luego se puso rojo, después me salieron puntos rojos que arden y duelen mucho, aparte huele un poco mal... Es vergonzoso.

—Qué asco —le dije riendo, él me aventó restos de manzana.

—Por eso no quería decirte.

—No seas llorón. Ya verás que pronto nos estaremos riendo por esto. 

»Tenemos un trato Adam. Me iré a casa de una vez, así que dame mi dinero. —Adam sacó el pago de su mochila y me lo puso en la mano.

—Gracias Jeca, hasta mañana... Y gracias también por cuidar de mi casa, se ve muy bien. 

»Por cierto, si te veo fumando alguna vez te apagaré el cigarro en la frentesota —advirtió sonriendo débilmente mientras acariciaba la punta de mi cabello. Yo le regresé la sonrisa caminando junto a él a la puerta.

¿Qué sucede en los genitales de Adam? ¿Cómo Jeca lo ayudará?

Saludos y gracias por leer.
💕

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