06) Cuidado

Jeca

Si dormir ya me era difícil, esa madrugada en particular fue imposible. Di vueltas hasta que me harté. Me fui a la habitación de mi mamá a ver televisión, queriendo encontrar alguna noticia de lo sucedido horas atrás, pero nada.

Me armé de valor para encender el celular esperando tener mensajes de Adam, sin embargo obtuve el mismo frustrante resultado.

Mi madre llegó hasta el domingo alrededor de las tres de la tarde, para ese entonces yo había limpiado a fondo por los nervios, ni siquiera había vuelto a encender la tele.

—Va a venir Marco, así que no empieces con tus escenas, ¿entendido? —avisó mamá en cuanto nos encontramos.

—Da igual —resoplé sin verla a la cara.

—No, no da igual. ¿Entendiste o no? —Me di la vuelta para encararla.

—Sí, mamita. Prometo no molestarte cuando venga tu amiguito. —Ella puso su mueca, de fastidio, mas no me reprendió.

Me metí a mi habitación y busqué la ropa más holgada que tenía, no quería que Marco me viera con morbo otra vez. Incluso pensaba en no salir de mi cuarto hasta que recordé que la persona más chismosa de la colonia estaría en mi casa, y estaba segura de que él sabría que había pasado la noche anterior. Esperé con paciencia a que llegara. No me equivoqué, apenas entró empezó a hablar, ni siquiera respondió el saludo de mi mamá.

—¿Supiste lo que pasó anoche? —Fue como una señal para dejar la madriguera.

—Buenas tardes —saludé apática, mi madre me miró con coraje, Marco solo  respondió con un movimiento de cabeza.

—¿Qué pasó anoche? —retomó mamá, mientras tanto yo fingía servirme agua, aunque nomás me hacía tonta con el vaso.

—Asaltaron la farmacia, al empleado le dieron dos puñaladas y está grave en el hospital.

Escuchar eso hizo que se me fuera la fuerza de las manos, me quedé en blanco por unos segundos, hasta que el cristal rompiéndose contra el suelo me obligó a recomponerme.

—¡Jeca, fíjate en lo que haces! —gritó mi madre.

—Perdón, ya lo junto —avisé apresurada.

—Qué barbaridad. De seguro fue uno de los amiguitos de esta niña.

—Pues hay un vídeo de lo sucedido, pero los asaltantes usaban gorras y no pudieron identificarlos porque eso cubrió sus caras frente a la cámara. De igual forma si fue alguien de aquí cerca me voy a enterar —aseguró Marco con una mueca de autosuficiencia.

—¡Por dios, Jeca, ¿estás tonta o qué?! —me gritó mi madre al notar que seguía recogiendo los trozos de cristal sin barrerlos.

—Perdón, buscaba los pedazos más grandes.

Me apresuré a limpiar, no escuché más de la plática, apenas recogí me encerré en mi cuarto. Me temblaba todo, tenía una terrible carga moral, sollozos cortos salían de forma involuntaria y la aflicción me consumía la mente y dejándome con sensación de estar perdida.

Mi madre y Marco pidieron pizza, a pesar de que me gustaba mucho no me apetecía probar bocado, pero tampoco levantar sospechas, así que me senté con ellos. Apenas sentí el sabor en la boca, el estómago se me revolvió, no me había acabado ni la mitad cuando tuve que correr al baño para vomitar.

Las arcadas parecían interminables, creía que aventaría mis órganos por la boca en cualquier momento. Al tirar la cadena mi madre entró sin avisar, jalándome el cabello para quedar inmóvil.

—Pobre de ti estés embarazada, te vas a la calle con todo y engendro —amenazó con rabia escurriendo en su voz.

—No estoy embarazada. Solo me siento mal desde que me levanté —expliqué cansada. Ella me soltó.

—Te juro que si te embarazas, ese bastardo no nacerá.

—¿Te lo vas a comer? —bromeé con evidente sarcasmo, pero ella me golpeó en la cara para hacerme ver que no estaba jugando.

—Estás advertida, Jeca —sentenció, luego salió del baño. Yo me quedé enjuagándome la boca.

Permanecí atrincherada hasta que escuché que Marco y mi mamá se fueron, apenas me supe sola me derrumbé. Empecé a llorar de una forma que pocas veces había hecho, me sentía como una niña, débil y sola. Tenía la culpa encima de mí, no podía soportarlo más. Era miserable, estaba abrumada, muy agotada.

Busqué entre mis cosas una bufanda, luego un lugar que fuese suficientemente fuerte para poder resistir mi peso. Iba decidida a acabar con todo, pero tardé mucho recorriendo la casa sin nada de suerte. La ansiedad provocaba que me picara la piel; en el estómago un hueco tan grande que podía jurar que todo dentro de mí estaba vacío, como si yo fuese un cascarón roto.

Al final decidí amarrar la bufanda a la perilla de la puerta cerrada, ponerme de rodillas y tirar mi cuerpo hacia enfrente.

Tenía mucho miedo, muchos nervios, no podía parar de llorar, sentía culpa y ni siquiera estaba segura de tenerla. No había certeza de que Adam hubiese asaltado la farmacia y herido de gravedad al empleado, una parte de mí quería convencerme de que yo no tenía nada que ver con eso, pero otra me recriminaba y esa voz era más fuerte.

Estaba muy confundida y cansada, pensar era lo que menos quería en esos momentos, así que solo actué. Me dejé caer hacía enfrente, pronto empecé sentir la sensación de ahogo y una desesperación entró en mi cuerpo, intenté empujar más hacia adelante, pero a alguien se le ocurrió tocar la puerta de casa.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pensé que sería mi madre que había olvidado sus llaves. Me debatí entre salir o no y el golpe de la puerta se hacía más insistente. Sin darme cuenta ya estaba recta.

—¡Jeca! —Era la voz de Adam.

Me paré de un brinco, empecé a quitar el nudo de la bufanda, algo muy difícil con tantos nervios.

—¡Voy... ya voy! —grité asustada.

El ruido cesó por un momento, yo seguía peleando contra el nudo, después de un largo minuto el sonido de la puerta regresó con más insistencia.

—¡Qué ya voy, carajo! —volví a gritar.

La bufanda por fin cedió, antes de salir me miré en el espejo: Una marca roja se había quedado en mi cuello. Entré en pánico y Adam no dejaba de tocar la puerta, hice lo primero que se me ocurrió, ponerme la maldita bufanda a pesar de estar en verano. Pensé que si salía y confrontaba a Adam, él ignoraría el detalle, pero no sucedió lo que esperaba.

—¿Qué demonios pasa contigo? Si mi madre te ve aquí los problemas los tendré yo —reclamé en cuanto abrí la puerta, porque en realidad ese era mi mayor miedo.

—¿Y ella está aquí? —averiguó echando un vistazo dentro de casa.

—No. —Bajé la vista avergonzada.

—Entonces tu mami me la pela —aseguró Adam con la misma frescura de siempre, pero solo logró hacerme elevar la ceja—. No lo digo literal, hablo de que no me hará nada, no de que me pela la... ya sabes, eso no.

—Que asco. —Le empujé el pecho con más fuerza de la necesaria, su cuerpo se meció, pero las piernas permanecieron rectas.

—Asco la cosa que traes puesta. Quítate eso, se te ve ridículo —reprendió con una sonrisa intentando quitarme la bufanda.

—No. —Levanté la voz alejando sus manos de mí. Con mi exagerado gesto dejé en evidencia que algo estaba mal.

—¿Qué hiciste, Jeca?

—¿Yo qué hice? ¿Tú que hiciste, Adam? —me atreví a preguntar.

Adam me miró a la cara fijamente. La farola de la calle alumbraba parte de mi casa y la luz quedaba justo detrás de la cabeza del hombre frente a mí. Sus pómulos se veían más afilados, su semblante sombrío, la boca cerrada y su labio inferior comenzó a temblar antes de que él soltara un suspiro.

Adam

El domingo me desperté en mi cama, pato estaba dormido en el sofá cama de al lado. Me levanté desorientado, apenas me incorporé, noté que el piso de mi cuarto estaba lleno de cajas de medicinas y que pato tenía sangre en las manos y ropa

«Mierda, ¿Qué hice?» pensé sin atreverme a abrir la boca.

El vértigo me hizo tumbarme otra vez. No podría recordar casi nada del día anterior. Solo recordaba que Janeth había estado en la casa y habíamos hecho unas mezclas extrañas... Supuse que esa era la razón de mis lagunas mentales. Me senté y me quedé así unos minutos mientras todo se estabilizaba.

—Despierta, imbécil,  tenemos problemas —ordené a pato, empujando el sofá con el pie. Se levantó igual de desorientado que yo.

—¿Qué chingados? —balbuceó viendo la escena con el cabello revuelto y los ojos hinchados.

—No sé, creo que hicimos una estupidez.

Sin saber que hacer llamamos a Jessica para ver si sabía algo. Ella nos contó que la noche anterior dos tipos habían asaltado la farmacia, uno había atacado al empleado con una navaja y todo había sido captado por una cámara de seguridad.

Pato y yo nos quedamos en la casa intentando encontrar la manera de salir de todo eso. El vídeo fue subido a Internet en un intento de dar con nosotros, y aunque no pude recordar, pude quitarme un peso de encima:

Entramos al local, teníamos lentes oscuros y gorras. Nos acomodamos de una forma que la cámara no nos captará se frente. Pato amenaza al empleado, el cual empezó a darle el dinero y yo fui a tomar los medicamentos; puse todos los controlados en una mochila, junto a los cigarros y condones. Le pregunté algo al encargado y me señaló dónde conseguirlo. Tomé una caja, pero al terminar, el moreno intentó navajear al empleado, yo lo jalé del brazo haciendo que el arma apenas rozara el torso del tipo que ni siquiera intentó defenderse. Pato se molestó más y clavó el filo en el brazo del hombre, nada grave como dijeron los demás. Jalé a pato y nos fuimos, él caminó lanzando amenazas.

Ahí finalizó el vídeo.

Al revisar lo que me robé encontré una caja de fortuanina, no tenía idea porque lo hice, pero ahí estaba. Mientras, pato llamaba a algún contacto que nos pudiera ayudar a escapar de las consecuencias, puse la caja de fortuanina dentro de un cofre de madera que era de mi madre, le busqué un candado y lo guardé en el otro cuarto que estaba lleno de cosas sin usar.

—Adam, el botín —alertó pato, haciéndome volver a la tierra. Después de ver el vídeo estaba actuando por inercia.

—¿Qué botín? ¿De qué hablas? —pregunté pensando en un zapato de mujer.

—Lo robado, no te hagas pendejo.

—Ahh, ese tipo de botín. Yo no quiero nada. Por mi llévatelo todo —ofrecí asqueado, Pato me miró con suspicacia.

—No, los dos lo hicimos, debemos irnos mitad y mitad. —No era que él fuese muy generoso, era más bien que no quería que intentara librarme de la culpa.

—Como sea, quiero los condones —pedí. Seguía medio perdido en mi propia mente.

Durante la tarde recibimos algunas visitas de los contactos de Pato, ellos nos ayudarían a escaparnos —literalmente— una semana, al parecer él tenía un favor pendiente por cobrar. Nos iríamos esa misma noche, pero yo no me sentía cómodo dejando la casa sola.

Tomé una hoja de papel, hice una lista, alisté una mochila con mis pertenencias y antes de irnos pasamos a casa de Jeca. Estuve un rato tocando la puerta, ella aseguraba que ya saldría, pero no se daba prisa y eso me desesperaba, era mi única opción.

—¿Qué demonios pasa contigo? Si mi madre te ve aquí los problemas los tendré yo —me regañó histérica en cuanto abrió la puerta.

—¿Y ella está aquí? —cuestioné seguro que no, de otra forma la señora hubiese abierto la puerta o al menos se hubiera asomado.

—No. —Su gesto de vergüenza fue casi tierno.

—Entonces tu mami me la pela —aseguré para hacerla reír, pero Jeca no estaba de humor y molestarla no me convenía—. No lo digo literal, hablo de que no me hará nada, no de que me pela la... ya sabes, eso no.

—Que asco.

Me dio un empujón. Le creí que tuviera asco de mí porque yo también me sentía así conmigo.

Reparé en que tenía una bufanda puesta y que cada extremo de esta estaba extrañamente doblado. Presentí algo malo:

—Asco la cosa que traes puesta. Quítate eso, se te ve ridículo —le pedí intentando quitarsela, primero metió las manos, pensé que jugábamos.

—¡No! —gritó, ahí noté que estaba muy nerviosa.

—¿Qué hiciste, Jeca? —pregunté sin saber siquiera cómo actuar ante su respuesta.

—¿Yo qué hice? ¿Tú que hiciste, Adam? —Me cambió la jugada de una buena manera. Volvió la culpa a mí.

—No lo sé, Jeca... No sé qué mierdas hice —confesé conteniendo el evidente derrumbe interno.

Un sentimiento de miedo se clavó en mi pecho, Jeca me miraba y tenía esa tonta cara que expresaba todo sin decir nada. Estaba tan asustada como yo.

—El tipo está grave en el hospital, Adam, pudiste matarlo —me acusó, lo último le salió casi en un hilo de voz.

—No, no, no... Yo no lo... Fue pato, y no está grave, no sé que te hayan dicho porque estoy seguro que no sabes nada. De no ser por mí todo hubiera terminado en tragedia.

—¡Gracias, Santo Adam, ¿qué haríamos sin ti?! —espetó, su tono de voz era más grueso por la frustración y terminé desesperándome.

—Bueno, solo vengo a pedirte un favor —anuncié, ella me miró incrédula.

—¿Un favor? No Adam, yo no quiero tener que ver contigo después de que por mi culpa... —dejó de hablar y desvió la vista, no sabía que se había callado.

—¿Tu culpa qué? Tú no hiciste nada... ¿O acaso tú me obligaste a robar la farmacia? —indagué en broma, ella abrió los ojos sorprendida y con esa expresión pude entender que Jeca había hablado conmigo el sábado—. Ya dime, ¿qué pasó?

—Nada. Fui a verte y pues... no sé... Quizá te presioné para que consiguieras las pastillas.

—¿Fuiste a verme? ¿Por qué? —Me empezaba a sentir más confundido.

—Me invitaste a tu casa a pasar un rato divertido. —La miré buscando el sarcasmo, pero no, su idiotez era genuina.

—¿Te invité a mi casa un sábado en la noche a pasarla bien y tú pensaste que era buena idea ir? Jeca, soy un puto adicto, ¿por qué me haces caso? ¿A quién se le ocurre? Lección de vida, mujer: Si un adicto que apenas conoces y con el que no tienes ningún tipo de relación, te busca en la noche, no vayas, no será tan divertido después de todo.

—Es culpa mía —aseguró llevando el puño a la boca.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y yo no era bueno consolando gente, solo me puse más nervioso y le di unas palmadas en la espalda.

—No es culpa tuya, Jeca. Fue mi culpa al cien por ciento, hubiese hecho otra estupidez igual o peor aún sin conocerte porque así soy yo. Soy idiota. Tienes que entender que lo que hagan otras personas no es tu problema, tú no puedes obligar a nadie a actuar de una forma. —Mientras hablaba Jeca estaba atenta a mis palabras, así que aproveché su guardia baja para quitarle la bufanda del cuello. También era que estar serio tanto tiempo me causaba una sensación desagradable—. Ya quítate esa cosa, hace calor.

—¡No! —gritó, luego se cubrió el cuello con las manos como si de verdad estuviese desnuda.

Noté la línea roja cerca de la garganta y todo tenía sentido. Ella había intentado quitarse la vida. Estaba sin palabras, el miedo me dominaba, la mirada culpable de Jeca se clavaba en lo más profundo, haciéndome reaccionar como idiota. Ambos nos quedamos en silencio, no supe qué esperaba ella que le dijera, pero era evidente que no me conocía lo suficiente para darse cuenta que yo también estaba en pánico y no podía articular alguna palabra al respecto.

—¿Entonces me vas a ayudar o no? —Cambié de tema tratando de verme tan despreocupado como siempre. Me miró sin entender nada, primero quiso reír, luego negó con la cabeza.

—¿Qué necesitas? —cedió abatida, llevando ambas manos a su cintura.

—Tengo que irme una semana, quiero que cuides mi casa.

—¿Estás idiota? Robaste una farmacia y quieres que me quede en tu casa. Sola. Yo sola.

—Ay, por favor, nadie sabe que yo lo hice y mi casa tiene todo para que estés tranquila. Hay un poco de comida, agua, luz, estéreo y Jessica quedó en llevar una antena para que puedas ver tele... Hice una lista de cosas que tienes que limpiar y te pagaré por eso, cualquier persona lo haría.

—Pues pídeselo a cualquier otra persona —sentenció intentando irse.

—No confío en nadie más —recalqué tomándola del brazo para que no me dejara ahí.

—Es una locura... Además de todo me pasaré el tiempo limpiando tu desastre.

—Te pagaré... Te daré mil pesos en efectivo, sin trucos. Aparte ya tengo las pastillas —confesé desesperado.

La cara de Jeca cambió hasta de color. Abrió los labios, sus ojos marrones se movían inquietos de un lado a otro, jugueteaba con sus dedos. Lo estaba pensando.

A pesar de que entregarle las pastillas iba en contra de lo que quería en realidad, pensé en ingeniarmelas después. Tenía que irme esa noche. Aproveché sus nervios para presionar:

—¿Entonces?

—No sé, tengo que pensarlo Adam. Es riesgoso...

—No hay tiempo —interrumpí—. Debo irme ya. Jeca decide, Jeca, Jeca, decide, ¡Jeca! ¡Jeca! ¡El tiempo! —grité mientras movía las manos de forma violenta e infantil. Ella me pidió callar y me dio un golpe para que dejara de moverme.

—¿Exactamente que tengo que hacer? — masculló, se notaba preocupada.

—Dejé una lista pegada en el refrigerador. No permitas que nadie entre a casa, es todo. Si alguien te pregunta tú no sabes nada, yo solo te dejé las llaves y me fui.

—Eso es lo que estás haciendo, Adam...

—¿Querías decir mentiras? —divagué divertido. Ella no sonrió, al contrario solo suspiró—. Mira, puedes llevar a quien quieras a casa, puedes hacer lo que quieras. Puedes hacer tu tonto proyecto escolar, nadie te molestara... Te pago cuando regrese, es una promesa.

—Tenemos un trato, Adam. Sin excusas —corroboró viéndome a los ojos, yo le di las llaves de la casa.

—Ya, no seas llorona. Me llevo la bufanda, te queda muy ridícula, y más si es verano —agregué, mientras la guardaba en la mochila.

—No... espera.

—¿Para qué la necesitas? —pregunté, ella vaciló por un momento.

—¿Para qué la necesitas tú? —Sonreí al notar su intento de dar la vuelta a la situación.

—No lograrás el mismo truco dos veces en una noche, niña. Te hago un favor, me lo agradecerás luego. Te veo en unos días, en casa dejé doscientos para que compres lo que necesites —anuncié colgándome la mochila en el hombro.

Me di la vuelta para irme, escuché que habló:

—Que tengas buen viaje, Adam. Ten cuidado.

—También ten cuidado —pedí sin verla.

🖤

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