01) Reencuentro
Jeca
Parecía un día normal. Me desperté y encontré a mi madre tirada en la sala, inconsciente por el alcohol. Lo normal.
Fui a la escuela, participé en clases, incluso trabajé en equipo. Normal.
Llegué a casa y mi madre ya estaba tumbada en su cama, todo olía a cigarro y alcohol viejo. Lo de diario.
Entré a mi cuarto en silencio, me cambié el uniforme, me senté en la cama a llorar mientras deseaba desesperadamente tener el valor suficiente para suicidarme.
El ciclo monótono de la semana.
No sé cómo esa idea rondó por mi cabeza, pero desde hacía semanas atrás, no podía pensar en seguir adelante, quería morir, nadie se daba cuenta de lo que sentía y era incapaz de siquiera intentar hablar del tema.
Sin amigos, sin familia y con una madre alcohólica que pasaba la mayor parte de su tiempo fuera, mis opciones de pedir ayuda eran en ese entonces nulas. Ya nada tenía sentido para mí y aún así no me atrevía a hacerlo. Tenía miedo de fracasar, de que me encontraran con vida; necesitaba una opción rápida
Mientras intentaba retener el llanto, por alguna extraña razón, recordé una conversación de mi hermano y unos "amigos" de él:
—¿Supieron que el Gelo se estaba muriendo? —preguntó un chico al otro lado de la cortina.
La habitación era compartida por ambos y a falta de presupuesto para hacer otra o poner una pared, mi hermano improvisó una cortina con telas viejas y una soga.
—No, ¿qué le pasó? —inquirió Aarón.
—El idiota estaba en crisis, y como no tenía dinero para drogas le robó unas a su abuelo. —Todos empezaron a reír tan alto que hasta me sentí mal por el desgraciado.
—Pero que imbécil... ¿Cuáles eran? —Se sumó otro, y de nuevo las risas acompañadas de bromas.
—Fortunanina creo que se llamaban. Según, eran para el corazón, pero el idiota pensó que serían una "cura" y terminó en el hospital. Tan solo tomó dos pastillas. Los doctores le dijeron que dos pastillas más y no la habría logrado.
—Está pendejo, apenas a él se le ocurre... ¿Se acuerdan cuando fumó mierda de perro porque le dijeron que ponía más?
Todos empezaron a reír otra vez, yo estaba conmocionada por el hecho de que ninguno se oía preocupado por él, pero después entendí que no eran amigos de verdad.
Decidí en cuestión de minutos que era la mejor forma de suicidarme, quizá con cuatro pastillas todo se terminaría por fin.
Entré al cuarto de mi madre en silencio, tomé unos billetes de su bolso y salí con el mismo cuidado. Para ser junio el clima se sentía fresco.
A unas cuantas calles de mi casa había una farmacia, caminé decidida, pero la valentía se esfumó cuando a través de la ventana vi al empleado y un par de clientes pagando.
Me sudaban las manos. Sentí que el corazón quería salirse del pecho, empecé a temblar y al entrar me quedé un rato observando los helados mientras repasaba mentalmente mis líneas, en lo que todos los clientes se iban.
Tomé aire, me acerqué a pagar, tropecé con mis propios pies. Me vi demasiado tonta porque después me reí de los nervios. El empleado del mostrador me miró extrañado con las luces blancas bañandole el cuerpo.
—Buenas tardes... digo noches, noches ya... ¿Cuánto es?
—Buenas noches. Veintiuno, por favor —me respondió con cara de molestia.
—¿Veintiuno por una paleta helada? Carambas... bueno, está bien —divagué mientras pagaba. En realidad sabía el precio, pero tenía miedo de hacer la pregunta real. Mientras el empleado me daba el cambio, tuve que armarme de valor—. ¿De casualidad tienes pastillas "Fortunanina" —pregunté viendo los dulces bajo el mostrador.
—¿Fortunanina? Creo que buscas Fortuanina.
—Sí, esas son, lo siento. ¿Cuál es el precio? —La voz salió más alta de lo que esperaba.
—Mil quinientos. —Sentí como si me lanzaran un balde de agua helada encima—. Ahorita no la tenemos, nos la traen en dos semanas más. Pero si tienes seguro y llevas la receta te la dan gratis —explicó con algo parecido a una sonrisa en el rostro lampiño.
—¿Receta? —cuestioné, aún más desanimada.
—Sí, necesitas receta. —Me echó una mirada perspicaz.
—Muchas gracias y buenas noches —balbuceé mientras salía.
Ni dinero, ni receta, solo una agobiante sensación de soledad.
Cuando llegué a casa mi madre ya estaba despierta. No me había dado cuenta, pero estuve casi cuarenta minutos fuera haciéndome tonta.
—¿Dónde estabas, Jeca? —cuestionó mientras fumaba y ponía un sartén en el fuego.
—Fui a comprar una paleta helada.
—Ajá, ¿con qué dinero? Porque esas paletas son caras.
De pronto mi tristeza se convirtió en coraje.
—Tomé dinero de tu bolsa, estabas tan dormida que no te diste cuenta que entré.
—¡¿Con qué derecho entras a robarme mi dinero, Jeca?!
—Solo compré una maldita paleta de veintiún pesos, es lo mismo que te gastas en una cerveza. —Mi madre estaba más furiosa que antes, se acercó a mí con paso firme.
—Te di tu dinero de la semana, ¿en qué te lo gastaste?
—Me diste solo trescientos, de ahí pago transporte y comida porque nunca hay que comer aquí, y ni siquiera te importa porque a ti te pagan las cenas "tus amigos".
Apenas vi el movimiento de su mano cuando sentí el ardor del golpe. Ese tipo de situaciones se habían vuelto más frecuentes y solo aumentaban las ganas de desaparecer.
—No me faltes al respeto, si no te gusta vivir aquí lárgate. Lárgate como tu padre irresponsable, lárgate como el egoísta de tu hermano. Ustedes no tienen ni un poco de agradecimiento hacia mí. Ustedes solo me juzgan y reclaman.
Mi madre empezó a llorar, entendí que aún estaba ebria, así que me quedé en silencio tragando mi coraje mientras ella se recuperaba del suyo.
Mi única razón de vivir estaba lejos y, al parecer, él ya tenía otra razón para vivir muy aparte de mí.
Estaba cansada de lo mismo. Mamá ebria era insoportable y peor que eso pasaba la mayor parte del día, eso sin contar los hombres que metía a casa y a veces intentaban colarse en mi cuarto. Tenía que dormir bajo llave, era prisionera en mi propio hogar, resistía con una enorme desesperación por dentro.
Me quedé en mi cuarto y de nuevo terminé llorando sintiéndome tan infeliz, quería una razón para continuar, pero no la encontraba, solo oscuridad. Un abismo. Necesitaba cambiar eso, necesitaba acabar con todo.
Me puse de pie en forma monótona, salí y caminé unas calles hacia el lugar que pensé que jamás iría.
Adam
Eran las once de la noche, a pesar de ser junio el viento era fresco.
Estaba preparándome algo para cenar cuando tocaron la puerta. Abrí con la idea de que sería algún cliente frecuente, pero era una chica que no había visto antes:
—Buenas noches —saludó, mirando a un punto fijo detrás de mí.
Eso lo hacía más raro, nadie me saludaba con "Buenas noches" por lo regular era: ¿Qué onda? ¿Qué hay? ¿Qué tranza?, entre otras cosas, pero nunca buenas noches.
—Ey, ¿qué necesitas? —pregunté, echando el cuerpo a un lado para que la luz de la cocina la iluminara mejor.
Era una joven que se veía bastante limpia. Morena, espalda ancha; alta, no era delgada, tal vez curvilínea; cabello oscuro recogido en un moño alto, vestía ropa similar a una pijama. Solo podía haber tres razones para que estuviera en mi casa: Buscaba a alguien, compraba para otra persona o venía a amenazarme para que dejara de venderle a algún cercano.
—Yo... yo quería saber si... ¿puedo pasar? —habló con la voz trémula.
Estaba muy nerviosa, cruzaba los brazos frente a su pecho y evitaba mirarme a la cara. Sabía que no era un problema así que la dejé entrar, le indiqué que se sentara en una silla. Mientras yo me servía la comida, ella miraba con recelo el lugar.
—¿Qué necesitas? —volví a preguntar mientras masticaba con la boca abierta para que se desesperara, y vaya que funcionó. Pero la chica seguía sin responder—. Mira, niña: si vienes a pedirme que deje de venderle mierda a tu novio, amigo, hermano, papá, amigas o quien sea... mejor lárgate. No dejaré de hacerlo y si quieres denunciar, hazlo. A los tres días estaré suelto otra vez; mientras esté encerrado los demás compraran con otra persona, así que grabatelo: Nadie dejará de consumir porque tú se lo pidas.
»Por lo regular en estas zonas, las personas que se meten donde nadie les llaman terminan con la cara partida, si bien les va, así que adiós —solté para intimidarla.
Estaba harto de ese tipo de gente que me buscaban para que dejara de hacer lo que hacía, como si eso solucionara el problema de drogas que tenían en casa, pero esta chica no era de ellas.
—No quiero que dejes de vender. Al contrario, necesito unas pastillas.
—¿De qué tipo? ¿Tachas? ¿Pingas?
—No, necesito Fortuanina. —La miré confundido por un rato, jamás me habían pedido de esas. Ni sabía su existencia.
—¿Para qué necesitas eso? —cuestioné con un trozo de tortilla en la mano.
—¿Qué te importa? ¿Puedes conseguirlas o no? —Su gesto impaciente me resultaba familiar.
—Sí puedo. Puedo conseguir cualquier cosa, siempre y cuando me pagues en efectivo.
—¿Cuánto me vas a cobrar?
—Depende del precio y que tan fácil pueda encontrarlas. Ven mañana y hacemos el trato —propuse, estaba seguro que serían fáciles de conseguir.
—Está bien. Mañana vendré a la misma hora. Buenas noches, Adam —finalizó mientras se ponía de pie.
No me extrañaba que supiera mi nombre, mucha gente lo sabía por mi mala fama, pero algo en ella me hacía ruido.
—¿Quién eres? —indagué.
—Jeca. —El nombre de la chica me trajo el recuerdo que tanto buscaba.
—¿Jeca? ¿La hermana de Teddy?
—Sí.
—Jamás pensé que estarías aquí después de lo de tu hermano... ¿Para qué quieres las pastillas? —Volví a preguntar con más ánimo.
—Limítate a conseguirlas, soy solo una cliente más —masculló antes de irse.
Su actitud era un asco, aunque su físico agradaba más, la pubertad la había tratado bien. Como fuera, ella tenía razón; por más triste que me pareciera, Jeca se había convertido en una cliente más y al cliente lo que pida.
Jeca
Nunca pensé que la visita a Adam fuera tan bochornosa.
Llegué a casa, ni siquiera quise cenar, solo dormir, pero me quedé en el intento porque tenía tantos sentimientos encontrados que me fue imposible conciliar el sueño. Por una parte me aliviaba que Adam pudiese conseguir esas pastillas, pero por otro lado, tenía miedo de tomarlas. Era consciente de que al hacerlo dejaría de existir, y aunque eso buscaba, no podía evitar estar aterrada.
La conversación la había escuchado siete años atrás, ni siquiera sabía porque no olvidé el nombre de las fortuaninas. Quizá mi subconsciente supo que las iba a necesitar algún día, pero ¿qué sucedería si fallaba? Si los compuestos habían cambiado y no tenían el mismo efecto. ¿Qué pasaría si despertaba en el hospital dándome cuenta que fracasé? ¿Qué haría mamá si yo moría? ¿Qué pasaría con ella, con su casa? ¿Qué pasaría con mi hermano? Demasiadas dudas y una noche muy larga.
El sábado desperté después del mediodía. La patética escena de la sala sucia, con botellas vacías sobre el sillón viejo lleno de manchas dudosas; el piso con tierra y colillas haciendo camino a la cocina y su altero de platos por limpiar, todo esperando ser limpiado sin despertar a mi madre. La odisea de cada fin de semana.
Las tripas se retorcían por hambre y enojo. Como de costumbre el refrigerador estaba tan vacío como la alacena, y volvió esa horrible sensación de soledad, la desesperación de querer escapar, pero no poder hacer nada para ayudarte a ti mismo.
Me senté en el sillón a llorar, en realidad lo odiaba, sin embargo a veces no podía controlarme; todo se acumulaba con la intención de hundirme. Una vez que me calmé, busqué un poco de dinero entre mis cosas para comprar un par de huevos y pan.
Era como desinflar un globo, volvía a su forma, pero ya no igual, poco a poco se va desgastando hasta romperse.
Me puse a limpiar mi cuarto, ni siquiera estaba sucio, pero me sentía útil haciéndolo, me distraía un poco de mis pensamientos. Las pertenencias eran escasas, el tiempo volaba y a su vez se quedaba estancado.
Mamá se despertó casi a las cuatro de la tarde con resaca y su acompañante encima. Compraron algo de comer, mas no salí de mi habitación, lo único que deseaba era ir a casa de Adam y ver qué noticias me daba.
Fue el día más largo que había tenido en mucho tiempo. De nuevo comenzaba a deprimirme, así que salí de mi habitación cuando estuve segura de que mamá había regresado a la suya. Tomé unas monedas que habían dejado en la mesa y fui al ciber a buscar más información sobre las pastillas Fortuanina.
Pude constatar que venían en cajas de treinta y seis cápsulas, era su única presentación, y el precio regular andaba en mil quinientos. ¿Para qué querría yo treinta y seis pastillas? Si solo necesitaba unas cuatro o seis.
Se vendían únicamente con receta. Me preguntaba cómo haría Adam para conseguirlas, ¿compraría la receta? ¿Me cobraría más barato o más caro? ¿Cómo iba a pagarle? Necesitaba llegar hasta las últimas consecuencias, hacer lo necesario, no importaba lo poco que me gustase la idea, de cualquier forma todo acabaría una vez que tuviera esa caja en mis manos.
Regresé a casa, mi madre estaba sentada sirviéndose su primera copa de la tarde:
—¿Dónde estabas?
—Fui al ciber a hacer una tarea.
—Yo no sé para qué te enfocas tanto en los estudios... No sirven de nada, Jeca. Tienes que estudiar la mitad de tu vida para conseguir un "Buen trabajo", pero no conseguirás nada si no chupas pitos primero... Las mujeres son tratadas como objetos en cualquier parte, no sirves si eres demasiado inteligente. Yo ni siquiera terminé el bachillerato.
—Claro, tú fuiste directo a chupar. —Mamá me miró esperando que terminara la oración para meterme un buen golpe—. Voy a mi cuarto —avisé dándome prisa.
—¡Pobre de ti salgas con otro comentario de esos, no estoy de humor para tus estupideces, Jeca! —gritó desde la cocina.
Quería silencio. Quería estar sola. Quería llorar. Quería gritar. Quería morir.
Me encerré dentro de mi armario y me quedé ahí en la oscuridad respirando miseria. Sabía que tenía una casa, una madre, un hermano, incluso un sobrino. Tenía la posibilidad de estudiar, podía hacer amigos. Pero aún así no era capaz de dejar de sentirme miserable, vacía, rota, inútil y hasta fea.
A las diez treinta estaba esperando que mamá saliera, una vez que estuve segura que ella no iba a regresar empecé a cambiarme para ver a Adam.
Busqué algo que no llamara la atención, el clima era fresco así que tomé unos jeans, una sudadera oscura y unos tenis viejos, luego salí de casa rumbo a la de Adam.
Pensé que estaría solo como la noche anterior, pero me equivoque en todo: Había unas seis personas fuera de su casa, entre ellos varias chicas. Yo llamaba la atención con mi ropa anticuada porque las demás iban vestidas más acorde a su edad, los tipos me miraron como bicho raro.
—¿A quién buscas? —me preguntó un hombre con cabello rubio, largo y en ondas, creo que pensó que me había equivocado de casa.
—A Adam, necesito hablar con él.
—Él está ocupado, pero puedes esperarlo aquí, saldrá en un rato —avisó.
—¿No puedes hablarle? Me urge —pedí en tono casi suplicante.
—No, lo siento, él está ocupado —repitió sin verme.
—Bien, entonces me quedo aquí a esperar —asentí mientras me recargaba en la pared y noté de reojo que aún me miraban extrañados los demás.
—¿Quiéres? —ofreció el mismo chico de cabello largo mientras estiraba su porro hacia mí.
—Gracias, no consumo nada.
—¿De verdad? ¿Entonces para que buscas a Adam? —preguntó extrañado.
—Tenemos un trato.
Nota:
>Las pastillas fortuanina mencionadas, no existen.
>La historia está ambientada en México.
Está bien no estar bien. Pero si sientes que ya no puedes más, busca ayuda entre tu familia, maestros, compañeros o amigos.
Perfecto manip hecho por DreamsGraphics 💜 un más o menos de como imaginé a los personajes. Ustedes pueden imaginarlos como deseen y de paso si quieren checar el trabajo de la editora, es excelente.
Ya como favor personal, me encantaría poder contar con su apoyo más allá de las vistas. Dejar sus votos es algo opcional, pero a mí me motiva mucho y los comentarios me ayudan a saber si la historia está transmitiendo lo que intento contar (además siempre respondo). Si pudieran dejar sus estrellas y opiniones les estaré muy agradecida.
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