Solo una noche más


¿Cómo se puede dañar tanto la vida? ¿Cómo se puede perder todo aquello que amas? Mi vida era perfecta, tenía una carrera de la cual estaba muy orgullosa, una familia que me amaba y el amor de mi vida a mi lado. Teníamos cinco años de casados, no teníamos discusiones. Éramos amigos y amantes, nos complementábamos. Me sentía dichosa a su lado. Todo era perfecto.

Nos conocimos una tarde de abril, chocamos en un café. Yo torpemente le había derramado mi café caliente. Me sentí muy mal, por quemarle. Él amablemente minimizó el daño, para no hacerme sentir mal. Aunque su piel se veía roja.

Esa tarde, le invité un café, como pago por los daños. Un café se convirtió en muchos, que a su vez se convirtieron en una cena y esté, en un desayuno. Era como si no tuviéramos suficiente, el uno del otro. Como si nuestra vida, dependiera de estar juntos.

Nos casamos rápido, todos mis amigos creyeron, que estaba embarazada. Algo que para nosotros, no hubiese sido un problema. Estábamos muy enamorados, un hijo sería una bendición. La convivencia era soñada, cada día me sentía dichosa y completa. A veces observaba la vida de mis amigas, me preocupaba ver cuán perfecta era la mía. Parecía de fantasía, me aterraba que pudiera un día despertar y descubrir que solo fue un sueño.

Un día desapareció, me abandonó, no había tenido el valor de enfrentarme. A mi casa llegaron los documentos de divorcio y eso fue lo último que supe de él. No lograba entender nada, ¿Qué hice mal? De la noche a la mañana me perdí, tenía tantas preguntas, ¿Cómo no me di cuenta? Lo peor era enfrentar a mí la familia y amigos, no soportaba estar cerca de ellos. Su mirada de lastima, era mucho peor que el abandono. Por casi dos años me entregué al dolor, abandoné todo, me encerré en casa. Las dudas estaban quitándome la vida. ¿Por qué? Necesitaba respuestas, así que una noche atiborrada de alcohol, decidí que me haría cargo. Averiguaría y obtendría mis respuestas, costase lo que costase.

Logré pagar un detective, que me ayudará a buscarle, al parecer se lo había tragado la tierra. Me llevo unos meses ubicarlo, tardé un poco más en averiguar, qué era lo que ocultaba de mí. Al fin, comencé a entender, porqué huyó de mí. Todo fue tomando su lugar. El descubrir la verdad, me llenó de calma y al mismo tiempo de pesar. ¿Acaso no confiaba en mí? ¿Realmente pensó que lo juzgaría? Aún atormentada por mis temores y demonios, decidí aprender a ser aquello que él deseaba.

Busqué información, conocí a personas que me educaron. Una parte de mí, sentía temor por probar esto, que para algunos era aberrante y enfermo. Otra parte se entregó de lleno a la experiencia. Fue increíble darme cuenta que amaba esta parte de mí. Una mujer en control, decidida a satisfacer sus necesidades. Aprendí a seducir, a domar y a controlar aquellos que necesitaban de mí. Amé esta faceta, me entristecí al reconocer, que si él hubiese sido honesto conmigo, juntos nos habríamos complementado, como siempre lo hicimos. ¿Acaso no me amaba?

Una noche decidí ser otra mujer, alguien a quien él no reconociera. No creí que fuese difícil pasar por otra, ya que por lo visto no me conocía bien. Llevada por la rabia, cambié el tono del cabello, compré lentes de contacto. Y me vestí como aquello, que él tanto anhelaba. Me vi ante el espejo, ni yo me reconocía, aquella mujer que me saludaba, no era una simple mujer. Era una seductora, una mujer en control. Era una dominatriz.

Durante meses jugué con él. Le miraba de lejos, me le insinuaba. Era otra mujer; pero al mismo tiempo era la misma de la cual él se enamoró. Me gustaba tentarle y luego desaparecer. Necesitaba mantenerle en vilo, para lo que me había propuesto. Por fin, había decidido dar mi jugada final.

Llegue al club, al cual él acudía cada viernes. Yo era bien conocida allí, me había tomado la tarea de darme a conocer, como mi alter ego: La Reina Roja. Siempre vestía con corset rojos, me gustaba como los hombre me veían con lujuria. Hoy volvería a estar con él, cerraría este círculo vicioso en el cual me había perdido hace casi tres años. Hoy firmaba mi sentencia de libertad, hoy al fin lo iba a dejar en el pasado. El gerente del local -el cual se había convertido en uno de mis maestro en el tema- se me acercó, me hizo saber que él me esperaba en mi suite personal. Ya le había dado instrucciones de cómo debía prepararlo para mí. Él sería mi juguete por hoy. Durante meses lo había tentado de lejos, sabía que me deseaba. Quería que muriera por estar conmigo, así aceptaría las condiciones del encuentro. Porque estaba clara, esta noche él no debía reconocerme. Ese era mi poder, lo que me daba libertad.

Llegue a mi suite, él me esperaba de rodillas. Sus manos estaban atadas en la espalda. Su rostro estaba acompañado por un antifaz. Así no me reconocería. Lo más importante de todo, tenía audífonos para que no escuchara mi voz. Mi corazón palpitaba despotricado. Ya podía sentir como mi entrepierna se humedecía. Mi mano levantó su rostro, con mis dedos jugué con sus labios. Él soltó pequeños gemidos casi insonoros. Me sentí dichosa al saberme dueña de su placer y su dolor. Hoy sin duda, él obtendría ambos.

Le ayude a levantarse, solté sus manos. Para luego anclarlo al techo, le desvestí poco a poco. Mientras su miembro cobraba vida. Me sentía poderosa. Con mis manos di pequeños masajes a su pene, disfruté como su cuerpo intentaba controlar mis manos. Tome una fusta, comencé a repartir golpes por todo su cuerpo. Él siempre fue muy cuidadoso de su cuerpo, su abdomen estaba esculpido a la perfección. Con cada golpe dado, su pene soltaba líquido pre seminal. Dándome a entender junto con sus jadeos, que estaba disfrutando tanto como yo.

Cuando su cuerpo tomó ese maravilloso color rosa, me detuve. Le desate nuevamente, él estaba tan débil, que cayó de rodillas al suelo. Aproveché esa posición para colocarme cerca de su rostro. Necesitaba sentir su boca sobre mí. Ya me había desecho de mi ropa. Él olio mi excitación, sin tener que ordenarle saco su lengua y se hundió en mí. Vi fuegos artificiales, sus manos se posaron en mis labios vaginales, para abrirlos y tener más acceso a mi clítoris.

Coloque sobre su hombro mi pierna derecha, para poder darle más cabida. Sin pérdida de tiempo, se dedicó a beber de mí, mientras mis gemidos llenaban el lugar. Mi cuerpo se preparaba para su primera explosión de placer en años. Él posó sus manos en mis nalgas, al parecer podía sentir que estaba cerca de mi orgasmo, no quería que me alejase de él. Mi cuerpo comenzó a convulsionar, grité de placer. Mientras caía a su lado. Él se mantuvo en su postura, como el buen sumiso que era.

Me levante,  aún en los estertores del orgasmo. Tomé sus manos para ayudarle a ponerle de pie. Su miembro estaba erecto y de un color rojo oscuro. Sin duda necesitaba atención; sin embargo esta noche era para mí. Lo llevé a la cama, donde sabanas de satén rojos nos esperaban. Amarre sus manos al cabecero de la cama. Le vi dispuesto solo para mí, como un bufet de comida.

Moría por probar su piel, cada centímetro de ella. Su cuerpo se convulsionaba de placer. Al llegar a su miembro me divertí, lamiendo, succionando y repartiendo besos. Su boca suplicaba, pedía que parara y continuara. Amaba poder tener este control, que nunca tuve. Mi alma estaba siendo liberada en este acto.

Mi cuerpo estaba nuevamente caliente y listo para recibirlo. Me coloque sobre su rostro, quería volver a probar las maravillas de su lengua. Él lamio, chupo y mordió, me perdí en un nuevo orgasmo. Mientras la cabecera de la cama me sostenía. Había llegado mi acto final, bajé por su cuerpo, hasta que introduje dentro de mí su miembro. Él suspiro, mientras movía sus caderas. Quería imponer su ritmo, sin duda desesperado por llegar. Tomé la fusta que había dejado sobre la mesa de noche. Y di dos golpes seco sobre su pecho, él gimoteo. Entendió mi deseo y descanso sus caderas en la cama.

Entonces inicié un baile sobre su miembro, mientras me estimulaba por más. Él nuevamente volvía a suplicar, sus sonidos eran como himnos de gloria. Aumente el ritmo mientras le cabalgaba. Hoy era una reina, una amazona, yo controlaba mi vida. Nadie más lo haría por mí. Escuché como se corría, mientras gritaba. Yo aumente mis movimientos mientras una nueva explosión de placer se adueñaba de mí. Caí en su pecho, disfrute del contacto de su piel con la mía. Mi alma estaba libre, podría al fin seguir mi camino. Me levanté, le miré por última vez y abandoné el recinto. Dejando atrás todo el dolor y mi pasado...

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