Capítulo 8
Diana
—Se supone que estaba contigo, ¿cómo que ni siquiera sabías que vino a la ciudad?
La voz dura de mi padre provoca que tiemble, como hace mucho no sucedía. Quizás se deba a que estoy sensible con todo lo que está pasando.
—Debieron llamarme. —Miro a mi madre, quien se encuentra con los ojos y mejillas rojos de tanto llorar—. Lucas es mi hermano. Ustedes saben que daría lo que fuera para mantenerlo bien, pero no puedo hacerme cargo de todo.
La voz se me entrecorta y hago un esfuerzo sobrehumano por mantenerme a raya. Me conozco, sé que no falta mucho para que explote, y no quiero hacerlo delante de ellos.
Me alejo bajo la mirada despectiva de papá.
Lucas había salido de casa hace días y les dijo que se quedaría conmigo. Les mintió y ellos confiaron en sus palabras porque no me avisaron.
No tengo idea de qué cosas hizo a su suerte en ese tiempo ni con quién se quedó. Lo único que tengo claro es que consumió tanto esa porquería que su cuerpo no lo resistió.
Su situación es grave, aun así, sigue vivo. Hay esperanzas de que se recupere.
Camino a pasos apresurados fuera de la sala de espera, donde hay compañeros que me miran de una manera no muy grata. Estoy segura de que soy y seré la comidilla en todos estos días. Ya he escuchado a varios hablando del caso en los pasillos.
El dolor, la impotencia y la incertidumbre se han mezclado con la vergüenza. Esto es horrible, y yo no creo que pueda soportarlo más.
No sé a dónde acudir, pero paro en seco al recordar el patio que siempre se encuentra solitario. No lo pienso dos veces, apresuro el paso y salgo por la puertecita.
Me recargo de la pared y cierro los ojos. La tarde está fresca, aunque lo de menos es el frío. Desde ayer he dormido apenas dos horas y casi no he ingerido alimentos.
Las emociones se arremolinan en mi pecho, siento que me asfixio. No lo puedo mantener bajo control un segundo más. De mi boca sale un grito desgarrador tan fuerte que me lastima la garganta.
Las lágrimas bajan como si fuesen un diluvio, no puedo ver bien, todo en mí se contrae. Mi cuerpo se encorva mientras me dejo caer y me siento sobre la hierba.
—Diana...
Por instinto, me hago bolita para que no me vea. Deseo decirle que se vaya, pero no puedo hablar.
Siento su toque en mi hombro de manera sutil, lo que provoca que me encoja más.
—Él se pondrá bien —prosigue con la voz suave.
Es la primera vez que lo escucho hablando de esta manera.
Percibo que se acomoda a mi lado. No ha dejado de tocarme y el calor que emana atraviesa la tela. Es reconfortante de alguna manera extraña.
—V-vete —tartamudeo tan bajito que no sé si me escuchó.
—No te dejaré en estas condiciones, Diana.
La manera en la que habla no da lugar a que proteste. Me quedo quieta mientras las lágrimas siguen emanando de mis ojos.
No sé cuántos minutos pasan, pero empiezo a sentir el cuerpo entumecido. Me levanto con la cabeza agachada.
Escucho que él hace lo mismo y se detiene frente a mí. Abro los ojos de repente cuando me encuentro envuelta en el calor de sus brazos y pecho.
Marcos me está abrazando.
La tensión que se expande por cada una de mis extremidades es involuntaria. No puedo recordar cuándo recibí un abrazo la última vez, pero sé que fue hace muchísimos años atrás.
—Él está estable —susurra en mi oído.
Cierro los ojos, me calmo. Recargo la cabeza en su hombro y lloro con más libertad ahora. A pesar de lo apenada que estoy, no puedo negar que es reconfortante.
Marcos huele bien. Sus brazos me sujetan con la fuerza exacta para relajarme.
No me suelta hasta que soy yo la que me alejo despacio. Me da vergüenza mirarlo a la cara, así que desvío la vista a ningún punto en particular.
—Quiero verlo —ruego en medio de un sollozo.
No me han permitido entrar a donde está, solo a mis padres en horas específicas. De algo debe servir trabajar en este lugar.
—Te llevaré con él más tarde.
Hacemos contacto visual y lo que veo en sus ojos remueve algo dentro de mí. No es la típica mirada de lástima ni de morbo, como casi todos mis compañeros, sino de pesar y preocupación.
—Gracias...
—No hay de qué, Diana —dice de inmediato—. Espera a que te avise.
Asiento a la vez que me limpio el rostro con las palmas. Él se queda quieto, sin despegar sus ojos de mí.
***
Marcos cumplió con sus palabras. Cuando entré en esa habitación y vi a mi hermano moribundo, caí en cuenta de lo cerca que tuve de perderlo. No pude evitar sentir enojo hacia él por su comportamiento.
Lucas ha sido muy desconsiderado. No obstante, toda la rabia se disipó y la culpa ha llenado mi sistema. Debió suceder algo cuando me fui de la casa que lo llevó por el mal camino. He pensado en que, quizás, ha querido desahogarse de esa manera porque no sabe cómo canalizar sus sentimientos.
Necesita ayuda, y es algo que he estado tratando hacer entender a mis padres desde que llegamos a casa.
—Lo voy a meter en un colegio militar —sentencia el hombre que me engendró.
La ira le sale por los poros mientras camina de un lado al otro en medio de la cocina. Mamá, por su parte, no ha dejado de llorar en silencio.
No le respondo, sé que si hablo armaré una discusión y vomitaré todo lo que llevo guardado por tanto tiempo.
—Me haré cargo de él —digo, después de unos minutos, ganándome la mirada de ambos.
—Ya bastante haces, Diana —interviene mi madre.
—He buscado información sobre algunos reformatorios que nos pueden ayudar.
Ella asiente varias veces. Asegura que pondrá de su parte y que me apoyará en todo lo que haga. Mi padre, en cambio, se queda callado. Me observa de una manera acusatoria, como si yo fuera la causante de todas sus desgracias.
No pienso dejar a mi hermano solo, por lo que me doy una ducha rápida y recojo algunas cosas que necesitaré.
Antes de irme, pongo mi cama a disposición de mamá para que duerma. Que mi padre use el sofá.
Cuando llego al hospital, me comunico con Marcos. Es la primera vez que lo llamo, también agendo su número.
Por él entro de nuevo en la habitación donde está Lucas.
No me despego de su lado por horas, y me encargo de hacer todas las preguntas que se me ocurren a los doctores y enfermeras que lo atienden.
No ha despertado, así que me mantengo vigilante por si ocurre. No me gustaría que lo haga y se encuentre solo aquí.
—Diana.
Miro hacia la puerta desde el sillón donde me he acomodado. Es Marcos. Me hace unas señas y luego desaparece.
—Vengo enseguida, hermano —susurro cuando me levanto y dejo un beso en su frente.
Salgo de la habitación. Marcos me está esperando y hace gestos con las manos para que lo siga.
Agradezco que se haya adelantado, por lo que camino despacio hasta el ascensor. Sin embargo, lo encuentro aquí. Me quedo al lado de la puerta, alejada de él, quien se mantiene con la cara neutra y los brazos detrás de la espalda.
El corazón se me agita, y quiero convencerme de que es porque no es bueno que estemos solos en este sitio a pesar de que es de madrugada.
Llegamos a la planta del comedor. Marcos espera a que salga, después me sigue.
—¿Qué deseas? —pregunto una vez entramos.
—Que comas algo, Diana.
Señala una mesa repleta de bolsas. El olor a comida despierta mis sentidos. Entonces, el estómago me da un vuelco y empiezo a salivar. Justo en este momento es que caigo en cuenta de que no he ingerido nada en todo el día.
«¿Cómo lo supo?».
—No hay nadie y es poco probable que alguien pase por aquí a estas horas.
Sus palabras me descolocan. ¿Acaso él está enterado...?
Por alguna razón, lo que ha dicho me sienta mal. Ha sido muy amable y considerado conmigo.
—Gracias.
Asiente y me señala la mesa.
Avanzo a ella, percatándome de que, además, hay un termo con dos tazas. Él saca una silla, luego se acomoda en la que queda al frente. Me siento tímida al momento en que sirve varias porciones de derretido de queso.
Me como dos, tres pedazos. Marcos sirve el chocolate y me acerca una taza humeante. Le doy varios sorbos, los suficientes para llegar a la conclusión de que es el más sabroso que he probado en mi vida.
Engullimos todos los panes en un silencio cómodo. Nos miramos de reojo y en ocasiones nuestros dedos se rozan cuando agarramos algo al mismo tiempo.
Me atemoriza que me haga preguntas que no quiera responder, pero no sucede. Se queda a mi lado hasta que recogemos los desperdicios y vuelvo a la habitación con Lucas.
Aún no entiendo por qué se molestó en traerme comida ni cómo pudo actuar de la manera que necesitaba. Lo que sí sé es que estaré eternamente agradecida con él por todo lo que ha hecho por mí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top