Capítulo 30

Diana

—¡Diana!

La voz de Marcos se escucha lejana, sombría. Deseo responderle que me ayude, pero no puedo. El terror me ha paralizado, la oscuridad no cesa.

«Aún no puedo morirme, debo salvar a mi bebé».

Diego.

Mi hijo.

No percibo nada hasta que la molestia en algún lugar del cuerpo se hace presente. Lo siento, duele algo en mí.

—Solo es cuestión de tiempo para que despierte —dice alguien—. Ella estará bien, Marcos.

El calor abraza mi piel y me tranquilizo. La caricia me reconforta.

—Te necesito, Diana —dice sin dejar de tocarme—. Por favor, no te rindas.

«No quiero rendirme».

—Por favor, abre los ojos.

El sueño profundo es interrumpido por imágenes de mi niñez. El escenario cambia y la cara de mi ex se ilumina. Le había preguntado por qué estábamos ahí, en un cuarto de motel. Los nervios impidieron que dijera que no.

El derrumbe económico de mi familia, mis desgastes emocionales pasaron por mi mente como una película en cámara lenta.

La enfermedad. Esos primeros días no lo asimilaba ni paraba de llorar. ¿Por qué debía aferrarme? Quizás era el momento de dejarme ir. No más remordimientos ni esa horrible sensación de que nada valía la pena.

Pero mi hijo.

Lucas.

Marcos.

La habitación está en penumbras. Parpadeo varias veces y miro alrededor. Tengo cables conectados por todos lados y algo en la cara que me ayuda a respirar. Hay alguien sentado en un sillón, alejado de la cama. La cabeza agachada, encorvado y con las dos manos sobre su nuca.

Tengo el impulso de gritarle, de decirle que estoy despierta. No es necesario, Marcos levanta el mentón y nuestros ojos se entrelazan. La falta de luz no permite que vea lo que se refleja en los suyos.

—¿Diana? —Se levanta deprisa y se acerca a mí—. ¿Cómo te sientes?

—No lo sé... —Hago silencio por unos segundos—. ¿Mi hijo?

—Él está bien, corazón. —Me agarra una mano y la lleva a mi pancita aún abultada—. Nuestro bebé sigue aquí.

Las pataditas de Diego me emocionan tanto que lloro.

—Buscaré a tu doctor —dice alejándose de mí—. Necesita que te evalúe.

Sale casi corriendo.

Las horas se van entre análisis y explicaciones. Dos días estuve hospitalizada y debo quedarme uno más.

Al cabo del tiempo, salimos de la clínica con una licencia por lo que resta de mi embarazo.

Me entristece un poco que, quizás, no regrese a trabajar en el hospital.

Mari me recibe con mucho cariño y se pone a disposición para lo que necesite.

—¿Está cómoda? —pregunta mientras arregla la almohada.

—Sí, muchas gracias.

—No hay de qué. Marquito salió temprano y me encomendó que la cuidara.

—Puedes tutearme, Mari. Por favor.

Ella sonríe y asiente.

—Iré a preparar el almuerzo, ¿qué te apetece?

Lo pienso por unos segundos.

—Lo que hagas estará bien para mí.

Mari sale del cuarto con una cesta de ropa.

Miro alrededor desganada. ¿Qué haré en todo este tiempo?

Salgo y camino por el pasillo despacio. Entro a la habitación de Diego. La pintura ya está seca y hay varios paquetes en el piso. Marcos y yo no habíamos venido después de lo que sucedió ese día.

Regreso a nuestro cuarto, directo al armario que Marcos acondicionó para mí. Aquí está la mayoría de mis pertenencias. Él se encargó de traerlos antes de que me dieran de alta.

Saco varios pinceles y lápices, así como acuarela. Busco en la laptop varias imágenes fáciles de dibujar y, una vez, en la habitación de Diego, me pongo manos a la obra.

Tengo que recurrir a una regla. Los primeros trazos de un sol son horribles. Algo tan simple y me sale mal. Lo borro, frustrada. Aun así, empiezo de nuevo. Una y otra y otra vez.

Solo me detengo porque Mari me avisa que la comida está lista. Almorzamos juntas en medio de una charla sobre cualquier cosa. Apenas terminamos, me encierro de nuevo en el cuarto de mi hijo.

—Me siento traicionado porque empezaste sin mí.

Me doy la vuelta y suspiro. Marcos está en el umbral de la puerta. Lleva su bata y el pelo hecho un lío.

—Debo entretenerme con algo.

—Lo sé, Diana. —Se acerca y recorre con la vista la pared—. Te está quedando hermoso.

Me acorrala en sus brazos sin importarle las manchas de pintura que hay en mi camiseta ancha.

Sus labios buscan los míos y los une en un apasionado beso.

—Saliste temprano —digo, separándome solo un poco de él.

—Trataré de venir a esta hora todos los días. Ya hablé con mis superiores.

—¿Y la universidad?

Marcos se aleja y posa su mirada en el piso.

—Retiré todas las materias, por ahora.

—No, Marcos.

—Ustedes me necesitan, Diana.

Me mira directo a la cara. Sus ojos lucen angustiados y noto las orejas prominentes. Marcos no ha estado durmiendo bien por mi culpa.

—Tienes visita.

Me choca el cambio de tema tan drástico.

—¿Quién?

—Tus compañeros de trabajo.

El corazón se me acelera de solo pensar que ellos se encuentran aquí. No por Ámbar, sino por Janah y Tulio.

—Mira mis fachas.

—Ve a cambiarte —dice, mirándome a los ojos—. Yo estaré con ellos mientras tanto.

—Ahora sí van a correr más chismes...

—Me importa una mierda —me interrumpe—. A estas alturas, a ti debería darte lo mismo.

Marcos me da un beso en la frente y me toca la espalda, guiándome a la salida.

Me cambio con manos temblorosas. Un vestido largo y suelto y me recojo el cabello en una coleta baja.

La tarde está llegando a su fin. El cielo nublado le da un aspecto sobrio a la terraza, donde se encuentran mis compañeros de oficina. Los tres acomodados en los tumbones alrededor de la piscina, tomando jugo y algunos aperitivos que les brindó Mari.

—Diana, estábamos tan preocupados por ti —dice Janah apenas me ve.

Los tres se levantan y me saludan con un beso en la mejilla. Es Ámbar la que me abraza por más tiempo.

—¿Cómo te sientes? —pregunta y le respondo que bien.

—Vaya, esta casa es espectacular —halaga Tulio, recorriendo la vista por todo el jardín—. Te sacaste la lotería.

—Hasta yo me hubiese embarazado de Bauer —bromea Janah, pero no me río. Los demás tampoco.

—Les agradezco que hayan venido.

—La oficina se siente diferente sin ti —dice Tulio con sinceridad—. Andrew es insoportable.

—Se la pasa todo el día diciendo lo mal que trabajabas —añade Janah—. Incluso le pidió a la jefa que lo dejara modificar algunos archivos.

—No vinimos a cargar a Diana con esas tonterías —interviene Ámbar, mirándome con amabilidad—. ¿Vas a hacer un baby shower?

Me alegra que haya cambiado de tema.

—Ay, sí. Nosotros podemos organizar algo —se ofrece Tulio con entusiasmo.

—No lo sé aún. Les haré saber cualquier cosa.

—También puedes decirnos qué necesita el bebé —dice Janah.

—A mi hijo no le hace falta nada, pero gracias. Lo tomaremos en cuenta.

Marcos se acerca a mí, bajo la atenta mirada de todos, y me pasa un brazo por los hombros.

—¿Todo bien? —pregunta en mi oído.

Asiento y él se aleja.

—¿Desean algo más? Mari hace unas galletas riquísimas.

—No, ya debemos irnos —responde Janah. No me pasa desapercibido la manera en que mira a mi novio y lo roja que se ha puesto su cara.

—Fue un placer verte, Diana —dice Ámbar sonriente—. Espero que nos veamos pronto.

Me da un pequeño abrazo. Los otros se despiden y Marcos los guía hacia la casa de nuevo.

Respiro como si hubiese estado reteniendo el aire.

—Esa es una de las víboras que se la pasa inventando cosas sobre mí.

Las palabras de Marcos hacen que abra la boca por la sorpresa.

—¿Quién...?

—La compañera tuya, la tal Janah.

No refuto sus palabras porque es verdad. Ella siempre está al tanto de él y sus movidas.

—Puede que le gustes.

Marcos resopla.

—O solo disfruta el chisme.

Sonrío por lo indignado que luce.

—La mayoría, no es pecado —tanteo para que se relaje.

—¿Sabes qué es un pecado? —pregunta juguetón y yo niego—. No quitarte ese vestido y hacerte el amor aquí mismo.

Un escalofrío me recorre el cuerpo y él se aleja con una sonrisa pícara en el rostro.

***

Paso cada día dentro de la habitación de Diego. La pared se ha llenado poco a poco de pinturas e imágenes de todo tipo. Desde un sol radiente, lagos y montañas, hasta animalitos. Cubos con números, nubes con letras, árboles con sonrisas.

—Es maravilloso —dice Mari, admirando el mural—. Quién diría que fuiste tú.

Sonrío antes sus palabras. Ella ha sido testigo de las veces que he maldecido cuando he fallado.

—Ahora sí podremos empezar a poner todo en su lugar.

Han pasado varias semanas desde que estoy de licencia. Los viajes a la clínica se han intensificado. Es muy probable que me hagan una cesárea pronto. El temor me visita cada vez que pienso en eso y sé que también a Marcos.

Él ha sido clave importante en mi cuidado y seguimiento médico.

Espero su regreso parada en la puerta. No falla en la hora ni en la sonrisa que me dedica cuando sus ojos se cruzan con los míos.

Me aterra lo mucho que me he acostumbrado a él. La manera en que mi piel lo extraña o cómo el sueño me abandona si no lo siento a mi lado. No comprendo en qué momento pasó, por qué caí demasiado profundo.

Marcos me abraza apenas sale del vehículo y deja un beso en mis labios.

—¿Cómo te sientes hoy, Diana?

Le respondo que bien sin dejar de apretarme contra su pecho.

Apenas se ducha y se pone cómodo, nos encerramos en la habitación de Diego.

Aquí ya está la cuna armada. Un reguero de paquetes en el piso y los armarios desarmados.

Charlamos de cualquier cosa mientras decoramos cada rincón. Marcos instala las luces, taladra las paredes y se sube en una escalera para alcanzar el techo.

Desde abajo, me quedo mirándolo. Detallo cada gesto, esa sonrisa y en cómo las hebras sedosas oscuras le caen por la frente por los movimientos.

El corazón retumba en mi pecho y una ola de tristeza me invade. Trato de que no se dé cuenta para no preocuparlo, pero no puedo evitar sentirme nostálgica. Si mi vida acaba pronto, dondequiera que vaya, me gustaría recordar estos momentos junto a él.

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