Capítulo 28
Diana
Marcos entra, peinándose el cabello hacia atrás. El olor a su perfume inunda la habitación y lo encuentro más atractivo que todos los días. La camisa de manga corta, a juego con sus pantalones jeans, le queda muy bien.
—Al fin despertaste —dice antes de salir.
Me quedo quieta, procesando que aún estoy en su cama, desnuda. Los recuerdos de lo que hicimos anoche causan que se me calienten las mejillas y el cuello.
Regresa con una bandeja llena de frutas, panecillos y un chocolate que huele divino.
—¿Y esto?
—El desayuno, Diana. Lo preparé para ti. —Coloca la bandeja sobre la cama—. Espero que lo disfrutes.
—G-gracias.
—No tardes porque debemos irnos en cuarenta minutos.
—¿A dónde? —pregunto mientras me echo un pedazo de pan en la boca. Se deshace en mi paladar. Está riquísimo.
—Te dije que es una sorpresa. —Se sienta en la cama y me da un beso casto en los labios—. ¿Cómo te sientes?
—Bien —respondo en medio de sorbos al chocolate—. No quiero volver al trabajo.
—Hoy es domingo, corazón. No pienses en eso. —Un escalofrío me recorre la espalda por cómo me ha llamado—. Podrías pedir tu licencia esta semana o la que viene.
—Me faltan casi dos meses.
—Sí, pero recuerda tu condición.
Asiento y hago a un lado la bandeja.
—Necesito orinar.
Me levanto bajo su atenta mirada. Es cuando me encierro en el baño que boto el aire que estaba conteniendo. A veces se me olvida que estoy enferma. Que mis días están contados y que por más bien que me sienta, mi organismo se deteriora cada día.
Me paso la mano por la pancita y cierro los ojos.
«Por favor, Dios, ayúdame a criar a mi hijo. Por favor. Por favor, te lo ruego».
Las lágrimas brotan incontrolables y la fuerza me abandona.
—Diana. —Marcos me agarra los brazos y trata de abrazarme, pero no lo permito—. ¿Te duele algo?
La preocupación que reflejan sus facciones me hacen llorar más.
—Aquí —sollozo con un dedo en el pecho.
—Todo estará bien con ustedes.
—¿Y si no?
—No pienses eso.
Cedo a su agarre. Marcos me atrae y me aprieta contra su pecho. Acaricia mi espalda desnuda de arriba abajo.
—Sé positiva, corazón. Tengo fe de que todo saldrá bien para nosotros —prosigue en mi oído—. Diana, quiero proponerte algo.
Me alejo de él y me limpio las mejillas. Asiento para que continúe.
—No puedes seguir sola, ¿qué pasaría si necesitas ayuda de madrugada? —Trago saliva porque sé por dónde va—. Hablé con Mari y ella está dispuesta a quedarse en mi casa contigo.
—¿En tu casa?
—Ven a vivir conmigo, sé mi mujer.
Sus palabras retumban en mi mente. El estómago me da un vuelco, una sensación extraña me recorre desde los pies hasta la cabeza. Los latidos del corazón se descontrolan.
Los ojos de Marcos brillan como nunca. Cuánto me gustaría saber qué es lo pasa por su mente.
—Di algo.
—No lo sé... —Le doy la espalda. Sopeso mis opciones, tiene razón en que no debo quedarme sola en mi estado—. Dame tiempo, lo pensaré.
—Claro —dice y pone una mano en mi hombro—. Te dejo para que te duche.
Abandona el baño.
El agua caliente me reconforta y aclaro un poco mis decisiones. Me da miedo lo rápido que está sucediendo todo. Es precipitado, riesgoso.
Es cuando vuelvo a la habitación que me doy cuenta de que no tengo qué ponerme.
—Diana —Me giro y veo a Marcos que me extiende una bolsa—, me tomé el atrevimiento de comprar algunas prendas ayer.
—Lo calculaste todo.
—Casi, no estaba en mis planes venir aquí.
Sonrío y reviso el paquete. Es un vestido ancho y fresco, unas sandalias y traje de baño.
—¿Iremos a nadar? —pregunto y él sonríe de lado.
—Sí.
Marcos no me quita los ojos de encima mientras me visto. Me gusta cómo me veo y me siento cómoda.
Aplico un poco de maquillaje y me dejo el cabello suelto, húmedo.
—Estás preciosa, corazón. —Me atrapa la cara y nos miramos directo a los ojos—. Antes de irnos, deseo preguntarte algo.
—Estoy bien —respondo, adivinando sus pensamientos. Él niega con la cabeza.
—No es... Qué difícil se me hace esto —masculla para sí mismo—. Sé mi novia, Diana.
—¿Qué...?
—¿Quieres ser mi novia?
Sus palabras mueven algo dentro de mí. El corazón me late tan rápido que el pecho me duele.
¿Qué le respondo?
Esta es una buena oportunidad para seguir avanzando. Además, Marcos significa demasiado para mí. Nunca antes había sentido nada igual por otro hombre.
—Está bien —digo y él me mira como si no pudiera creerlo.
Me besa con pasión y anhelo. Es difícil seguirle el ritmo. Me rindo a él, al sabor de su boca y lo bien que se siente su piel en la mía.
***
La costa nos da la bienvenida. Marcos baja la ventanilla y entrecierro los ojos ante los rayos del sol. La brisa cálida hace que el pelo vuele. Me pierdo en el azul profundo del agua del mar.
—Vamos a la playa. —Lo miro en el momento justo en que él desvía la vista hacia mí. Su sonrisa es brillante.
Marcos trae puestas unas gafas negras que le queda espectacular. No puedo dejar de mirarlo.
—Escuché que el clima estaría adecuado.
Sigo el sendero del océano en todo el camino.
Llegamos e inmediatamente Marcos se aleja para hablar con unos hombres. Me quito las sandalias. La arena debajo de los pies es relajante. No recuerdo la última vez que vine a la playa.
—Ven conmigo —dice Marcos apenas me acomodo en una de las tumbonas.
—¿No nos quedaremos aquí?
Niega y me toma de la mano.
Me guía hasta el muelle de madera, donde hay varios barcos detenidos.
—Bienvenido a bordo, señor Bauer —saluda un chico cortés.
Marcos me ayuda a subir a un yate. Maravillada, miro los alrededores y luego a él.
—Es la primera vez que entro a uno.
Su mirada refleja que ya lo sabía, y que disfruta que me haya quedado sin palabras.
—Por ahora, esto es lo más parecido al flyboard que tendrás.
—Pero iremos después —refuto como niña pequeña.
—Claro que sí, Diana. Cuando tengas a Diego y te recuperes del parto, es una de las primeras cosas que haremos.
—¿Primera?
—Me gustaría que vayamos a Japón juntos. Es uno de mis deseos.
—Me encantaría.
Acorta la distancia y besa mis labios con suavidad.
Un carraspeo es el causante de que no lo profundicemos.
El joven, que se llama Milton, nos guía. También nos presenta al capitán del yate, Domingo.
En el interior hay comida y bebidas en abundancia. El lujo se manifiesta en cada detalle alusivo a la vida marina.
Me quito el vestido, quedando en traje de baño. Es uno de dos piezas, por lo que algunos moretones en la zona de los brazos y piernas se distinguen. Me apena, nunca me he mostrado libremente de esta forma delante de más personas.
—Te queda perfecto —dice Marcos, sin dejar de mirarme—. Necesitarás bloqueador.
Me ayuda a untarme en todo el cuerpo, después hago lo propio con él.
Milton ha preparado unos botecitos y nos entrega los chalecos.
Me recuesto en una tumbona a la orilla del yate. Marcos se quita el chaleco y se tira en el agua con un clavado perfecto. Su risa me contagia.
—Es una delicia —dice, nadando de un lado a otro.
—Deberías ponerte el salvavidas.
—Y tú deberías acompañarme.
Con la ayuda de Milton y de él, me meto al mar. Marcos no me suelta a pesar de que nos dijeron que es seguro.
Nos mantenemos unidos, disfrutando el agua cálida y besándonos a cada momento.
El almuerzo es un buffet riquísimo con varios platillos marinos.
—Debemos regresar, pero primero quiero que veas algo.
Solo asiento, el cansancio me ha dejado noqueada. Me quedo acostada en el sofá, apoyada de varios cojines. Marcos toma una copa de alguna bebida y se acomoda a mi lado.
—Mañana empezaremos con la habitación del niño —dice y lleva una mano en mi pancita—. ¿Cómo te sientes?
—Agotada, pero feliz.
—Igual yo. —Reímos al mismo tiempo mientras él me abraza.
La tarde ha avanzado. Me visto y seco el pelo con una toalla. Marcos solo lleva un pantalón corto. No me pasa desapercibido el olor a alcohol que emana de él.
—Ven conmigo.
Agarra mi mano antes de que le responda y salimos. La vista es magnífica. El cielo se ha teñido entre rosáceo y naranja. Es una de las cosas más hermosas que he presenciado.
El viento nos zarandea. Marcos me abraza y junta su cabeza con la mía.
—Es hermoso.
—Lo es, Diana.
Me atrapa la cara con sus dos manos, nos miramos a los ojos.
—Gracias por este bello día. No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien.
—Mereces esto y más, corazón.
El resplandor dorado cae sobre él, resaltando sus facciones. Lleva una mano a las hebras que vuelan en mi cara y las acomoda detrás de la oreja con dulzura. Me acaricia las mejillas con tanta delicadeza que revuelve mi interior.
Su aroma característico, mezclado con el alcohol, me resulta fascinante.
Nos besamos lentamente, aferrados a los brazos del otro.
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