Capítulo 9
Marcos
Sobrepensar me llevará a la locura un día de estos. Ya no vale de nada que esté ocupado, porque mi mente me tortura de una manera despiadada y cruel.
Puede que mis padres tengan razón y sí necesite esas vacaciones. El inconveniente es que no quiero perderla de vista.
¿No es muy pronto? ¿Por qué me atrae otra mujer que no sea Kim?
Tal vez solo quiero aferrarme a algo para olvidarme definitivamente de mi ex...
Además, es imposible. Hay un sinnúmero de códigos que violaría de solo pensarlo.
—¡Toma, malnacido!
El grito de Emil me devuelve a la realidad. Me enfoco en la pantalla en el mismo instante en que mi personaje estalla y muere.
León chasquea la lengua con fastidio en medio de los alaridos de su hermano por mi derrota.
—¿Qué te sucede, Marcos? —pregunta con preocupación mientras dejo el mando del juego sobre la mesa de centro—. Le dije que tú eras el mejor jugador de esa serie.
—El mejor en nada —interviene Emil entre risas—. Lo gané muy fácil, así ya no es divertido.
En otra ocasión le demostraría de lo que soy capaz, pero no tengo ánimos ni de moverme. Aun así, me levanto bajo la mirada intensa de mi amigo y la burlona de su hermano.
—Debo irme, chicos. Gracias por invitarme a pasar el rato.
—Marcos, ¿deseas hablar? —cuestiona León de esa forma en la que me deja entrever lo mal que debe estar mi aspecto.
Su preocupación es genuina, y esto hace que me sienta fatal. Soy un pésimo amigo.
Niego varias veces con la cabeza, luego salgo de esa casa.
La brisa fresca de la noche provoca que la piel se me erice. A pesar del frío, camino por la acera sin rumbo para despejar la mente.
Sopeso mi situación de la forma más objetiva posible.
Me gusta Diana.
La ex de mi mejor amigo.
Llegar a esta conclusión es muy difícil, pero no puedo tapar el sol con un dedo. He tratado de mentirme, incluso pensé que siento lástima por lo que estaba pasando en su vida. Me conozco, y no me ando por las ramas en cuanto a mis sentimientos. Diana me atrae más allá de una amistad.
Ha pasado casi un mes de lo que sucedió con su hermano. Desde entonces, hemos hablado cada día y me encargo de llevarle chocolate en las mañanas. No he querido incomodarla, así que únicamente nos vemos en el patio desierto del hospital.
Detengo mi andar y me llevo las manos a la cabeza. Lo más sensato sería alejarme por el bien de todos.
¿Qué dirá León?
Estoy acabado.
Regreso para buscar mi auto. Necesito hacer algo que me ayude a ahuyentar estos pensamientos.
Mientras conduzco, tomo la decisión de ir al hospital. No me queda de otra.
Una vez llego, avanzo hacia la emergencia que está abarrotada de gente y me envuelvo en el trabajo.
—Pensé que estabas libre —dice Mildred a la vez que llena un reporte.
—Me encanta estar aquí. Es mi sitio favorito.
Ella se ríe a causa del sarcasmo, luego me hace señas para que la siga.
Entramos en un consultorio vacío y, después de asegurar la puerta, se abalanza sobre mí.
El beso es demandante, apasionado. Le agarro la cara para tomar el control, ganándome un gemido de su parte. Lleva las manos a mi camisa, la cual va desabotonando con desespero sin despegar su boca de la mía.
—Espera, solo quería hablar contigo —digo mientras me alejo.
Un resoplido es su respuesta. Mildred me mira con hastío y frustración.
—¿Hablar?
—Sí. Quiero un consejo y no sé a quién acudir.
—Vete a la mierda, Bauer.
Avanza hacia la salida, pero no se lo permito.
—Esto es serio —digo cuando me posiciono frente a ella—. Necesito desahogarme.
—¿Y crees que soy la persona correcta para esto? Solo quiero que me cojas, no simular un maldito psicólogo.
—Por favor.
La manera en que resopla me da a entender su hartazgo, aunque asiente de todas formas. Le agarro las manos y la siento sobre el escritorio, después me acomodo en el sillón.
—Suéltalo, debo ir a trabajar.
Suspiro ante sus palabras cargadas de reproche. No sé si esto sea una buena idea, pero voy a explotar si no lo saco de mi pecho.
—Me gusta alguien...
—Esto debe ser una broma —me interrumpe con los ojos en blanco.
—No.
Mildred hace un gesto con su mano para que continúe.
—La cosa es que no es cualquier chica...
—Déjame adivinar, es alguien inalcanzable —interviene burlona.
—Bueno, quizás.
—No me interesa, Bauer.
—Es la ex de mi mejor amigo.
Nos quedamos en silencio por unos segundos hasta que ella lo rompe con unas carcajadas.
—Menuda mierda.
—Opino lo mismo —digo con un hilo de voz.
Ella sigue riéndose a mi costa.
—Te has equivocado conmigo, Bauer. No me interesan tus sentimientos ni me apetece escuchar lo mal que te tiene una mujer —dice al tiempo que se levanta del escritorio.
Agacho la cabeza porque he caído muy bajo en venir aquí a decirle esto. A Mildred no le importa cómo me sienta, no sé por qué pensé que me ayudaría en algo.
Sin más, desbloquea la puerta y sale.
Ahora no solo me siento perdido, sino también un idiota. La vergüenza se apodera de mí.
El teléfono timbra en mis pantalones, así que lo verifico. Los nervios me atacan al ver ese nombre en la pantalla.
—¿Sí? —contesto desinteresado.
—Marcos, es Diana.
«Lo sé».
—Qué sorpresa...
—¿Estás ocupado?
—No, ¿necesitas algo?
—¿Podrías venir a mi casa? Por favor.
***
Diana me invitó a cenar. Mencionó que había hecho una receta que vio en un programa y quiso compartirla con alguien. Desde que entré a su casa y me fijé en su sonrisa brillante, reafirmé lo jodido que me tiene.
Ahora estamos echados en el sofá, con una botella de vino por la mitad y dos copas casi vacías en la mesa del centro.
Ella tararea una música suave mientras mueve los brazos y cierra los ojos. Yo no puedo despegar los míos de su figura.
El suéter fino manga larga se le sube, dejando al descubierto su cintura. Tiene la piel lechosa, pero logro distinguir algunos lunares esparcidos.
—¿Cómo sigue tu hermano? —rompo el silencio para desviar mis pensamientos.
—Mejorando. Hablé con mi madre hace poco y me dijo que ha llevado bien su recuperación.
—Me alegro mucho, Diana.
—Es un alivio —confiesa bajito—. Tenía miedo de perderlo.
Me gustaría seguir indagando, pero sé cuándo no debo hacerlo. Este es uno de los casos.
Diana suspira profundamente.
—¿Estás aburrido?
Agarro mi copa y de un sorbo me tomo el vino que quedaba.
—No. Lo he pasado bien.
—No sé si te dije que casi no conozco a mucha gente en esta ciudad.
—Por eso me invitaste.
—Sí, pero también porque te debo muchas cosas.
—No es así, Diana.
—Lo es —refuta con una mirada tan intensa que debo desviar la mía—. Siempre estaré en deuda contigo por cómo te comportaste con lo de mi hermano.
Hacemos contacto visual. Diana sonríe de una manera que me reconforta y no sé por qué.
—Era lo correcto —digo sin despegar la vista.
—Gracias, Marcos. Te considero un amigo.
—Un amigo...
—Sí, el primero en esta ciudad.
Asiento a sus palabras conforme. Una amistad me parece bien, y es un gran avance considerando lo esquiva que fue conmigo desde el principio.
***
Hoy en muchos lugares es el día de las madres. Muchas felicidades mis lectoras que lo son, espero que hayan disfrutado su día y que sea así por siempre.
Un abrazo enorme, las quiero muchísimo. 🌹
Besos. 💋
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top