Capítulo 7
Diana
Hoy no me siento bien.
Es uno de esos días en que la vida me devuelve los pies sobre la tierra. Agradezco que sea domingo, porque sería desastroso trabajar en estas condiciones.
Estiro las manos para agarrar el potecito que contiene las pastillas. Lo hago con los ojos cerrados, ya que la iluminación que entra por las ventanas me molesta. Me meto dos píldoras en la boca y me quedo quieta.
Es inevitable, los recuerdos regresan a mi mente como una tortura.
—¿Estás despierta?
Un quejido es mi respuesta a la pregunta de Lucas.
Él abre la puerta, lo que me obliga a abrir los ojos y lo veo entrando a la habitación.
—Tengo hambre.
Trato de que no note el bote en mis manos y pongo mi mejor cara. No quiero que se dé cuenta de mi estado.
—Dame unos minutos.
—También necesito dinero.
—Lucas...
—Por favor.
Me siento, esto provoca que la cabeza me dé vueltas.
—No estás estudiando, te pasas todo el tiempo en nada —reprocho con la voz entrecortada por culpa de la molestia.
—Ya vas a empezar de nuevo...
—Me preocupo por ti.
Chasquea la lengua y sale del cuarto deprisa.
Levantarme de la cama es una odisea. Me duele el cuerpo como no lo hacía en meses. Una ducha rápida es lo que me termina de despertar. Ni siquiera le presto atención a un moretón feo que me salió en el antebrazo, solo me pongo un suéter manga larga para que Lucas no lo note.
Él está sentado en uno de los taburetes cuando entro a la cocina.
—Pensé que me ibas a esperar.
No responde. Al parecer lo que está viendo en su celular es más importante mientras se mete cucharadas de cereal con leche en la boca.
Preparo algo ligero para mí y un té para sentirme mejor.
—Mañana regreso a casa.
Sus palabras me alivian. Quiero a mi hermano, pero tenerlo acá me drena demasiado la energía.
Mis padres deben buscarle una solución a su comportamiento. No sé, obligarlo a que vaya a la escuela o llevarlo a un centro para que lo ayuden con el vicio.
No puedo tapar el sol con un dedo, es peligroso que siga así.
—Puedes escribirme si necesitas cualquier cosa, Lucas.
No obtengo nada de su parte, quizás ni me escuchó.
Dejo de lado cómo me siento y empleo toda la tarde en limpiar la casa y lavar la ropa. Cuando termino, pido algo para almorzar, después me acuesto a ver películas.
Todos los fines de semana son iguales, salvo cuando visito la casa de mis padres. Cosa que no sucede a menudo.
Nuestra relación no es buena, aunque siempre les mando dinero y me aseguro de que estén bien.
Han pasado muchos años desde que salí de esa casa, pero hay secuelas que persisten.
El lunes llega, trayendo con él los afanes del trabajo. Dos meses en el hospital y ya me estoy acostumbrando a la competitividad de mis compañeros, los chismes de pasillo, el evitar a Marcos a toda costa.
A veces lo veo de lejos y ya me di cuenta de cuál es la enfermera que más tiempo pasa con él. No hay que ser un genio para saber que tienen algo.
La mejor decisión que tomé fue no involucrarme de ninguna manera con su persona. Los rumores corren como pólvora en este sitio.
—¿Todo bien? —pregunta Janah, quien deja un bocadillo en mi escritorio—. Para que te endulces la vida.
Le sonrío en medio de un «gracias».
Unos murmullos me llaman la atención, y entonces lo veo.
Marcos camina con Tulio hacia su cubículo con varios papeles en manos. No me gusta el vuelco que me ha dado el corazón ni la manera en que los nervios me han atacado.
Es normal que nos visite, pues los doctores necesitan algunos expedientes que no se encuentran en facturación, pero es la primera vez que Marcos viene desde que trabajo aquí.
—Señoritas —saluda.
Janah y Ámbar le hacen señas con las manos.
Ellas vuelven a sus labores y yo trato de concentrarme en lo mío. Es difícil con él entre nosotros y más que se ha sentado. Al parecer no es cosa de unos minutos.
Lo miro de reojo en el momento exacto en que me observa. Nuestros ojos se cruzan por unos segundos, pero yo desvío los míos.
Habla con tanta seguridad y profesionalismo que me sorprende. Los términos médicos, que aún no comprendo del todo, no faltan.
Me desestabiliza cómo su presencia llena cada rincón del lugar, casi de la misma manera que la colonia que usa. Me siento incómoda, percibo que la oficina se ha reducido por culpa de su aura.
—¿No sienten la tensión en el aire? —pregunta Janah mientras se levanta de su escritorio—. Necesito tomar agua.
Ámbar ríe en voz alta y le pide que le traiga a ella también.
—¿Y tú, Martin? ¿Quieres algo del comedor?
Niego a la vez que trato de espabilarme. No hay ninguna razón para estar nerviosa, solo es Marcos. El tipo del que he huido en las últimas semanas.
Con esto en mente, me pongo los audífonos y me sumerjo en el trabajo.
***
—Espera, Diana.
Me paralizo al escuchar esa voz detrás de mí. Recorro el parqueo con temor. A esta hora salen muchos empleados, por lo que no es conveniente que me vean con él.
—Tengo prisa —digo mientras desbloqueo el vehículo.
Su mano alrededor de mi brazo no permite que entre al auto.
—¿Es cierto que fuiste a ver a León?
Me giro y reúno toda la molestia que su toque y presencia me provocan.
—No te importa...
—Sí que me importa. Ten cuidado con lo que pretendes.
—¿De qué estás hablando?
—Bueno, quizás buscas algo de su parte.
Una risa cargada de molestia e ironía brota de mi garganta.
—¿Te estás escuchando? Nada de lo que dices tiene sentido.
Marcos se cruza de brazos y me dedica una mirada que pondría a temblar a cualquiera. Es intimidante el maldito.
—Solo quiero advertirte que él está muy bien...
—Y enamorado de otra, lo tengo claro.
Sus ojos se suavizan ante mis palabras.
—No entiendo por qué lo buscaste si me habías pedido que no le dijera nada de ti.
Resoplo con cansancio por el tema.
—Fue en plan de amigos, Marcos. Quise saber cómo estaba. Me reconforta que él cumplió sus sueños, que esté feliz y enamorado.
La realidad es que me sorprendió mucho. León se ve muy diferente a lo que recordaba. Era algo que tenía pendiente porque necesitaba saber que su vida mejoró. Se lo merece.
Marcos abre la boca para decir algo más, pero alguien llamándolo por su apellido no lo permite.
—¿Qué sucede?
—Te necesitamos en Emergencias —responde el chico alterado.
Él me mira, después se va corriendo.
Me permito respirar antes de meterme en el auto.
El tránsito a esta hora es horrible. Maldigo varias veces porque mi paciencia es escasa. Además, el numerito que me armó Marcos en el parqueo me dejó furiosa.
Ya me imagino los comentarios que harán mañana a mi costa. Eso es lo que he tratado de evitar. Aún no cumplo los tres meses y necesito mi trabajo.
Aprovecho que el semáforo está en rojo para calmarme. Suspiro profundamente, cierro los ojos. Trato de pensar en algo que me guste, que me calme.
No encuentro nada.
Es triste reconocer que solo vivo un día a la vez. No me he puesto metas personales porque el futuro es tan incierto que no vale la pena. Mi única motivación para seguir luchando es Lucas. Mis padres están en una situación económica crítica, por lo que casi todo mi sueldo se va en ellos.
La melancolía me visita de una manera tan arrolladora que se me nubla la vista. Contengo las lágrimas, ya que no tiene caso llorar. Además, no me gusta.
Las bocinas me sacan de la ensoñación. Conduzco con la mirada al frente y la mente en blanco.
El dolor en las articulaciones es tan familiar que ya no me quejo.
El timbre de mi teléfono provoca que desvíe la mirada por unos segundos. Es un número desconocido, así que no le hago caso.
Se corta, pero suena de nuevo. Y otra vez.
Decido detenerme para atenderla porque puede que haya pasado algo.
—¿Hola?
—Diana, necesito que vengas al hospital.
Las palabras de Marcos se escuchan atropelladas en medio de murmullos.
—¿Por qué...?
—Se trata de tu hermano —me interrumpe y el corazón me empieza a latir de una manera desmedida.
—¿Qué le sucedió a Lucas! —grito con impotencia mientras las manos me tiemblan incontrolables.
El silencio me pone peor, aunque puedo escuchar su respiración agitada.
—Te cuento aquí.
—¡No! Dime que está bien, por favor.
A estas alturas, la desesperación que siento me está asfixiando.
—Sufrió una sobredosis, Diana.
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