Capítulo 5

Marcos

Hoy, después de mucho tiempo, es mi día libre. Ni siquiera tengo clases en la universidad, así que no me he preocupado en levantarme a nada.

El ocio se ha convertido en mi peor enemigo porque da libertad a mi cabeza de pensar en cosas que no debería.

Agarro el teléfono y me distraigo con las diferentes notificaciones. Entro a WhatsApp, está repleto de mensajes que no he leído en un buen tiempo. Toda mi atención se va al apartado de los archivados. Ahí habita un chat, y los dedos me pican por entrar a verlo.

Confieso que no he tenido el valor de borrar las conversaciones de Kim, tampoco sus fotos. Es muy pronto, apenas han pasado un par de meses desde nuestra ruptura.

Por curiosidad, me meto donde no debería. Un dolor, parecido a una puñalada, me atraviesa el pecho al ver la foto de perfil de mi exnovia. Ella está junto a un hombre, besándose.

Me indigna por muchos motivos, uno de ellos es que ella nunca subió una foto conmigo en ninguna de sus redes. Decía que no le gustaba, que disfrutaba de su privacidad. Solo eran excusas, porque ahora está presumiendo a un tipo poco después de nuestra separación.

Detesto cuánto me lastima una simple imagen o quizás es todo lo que encierra. Sin pensarlo dos veces, borro el historial de conversaciones de más de dos años.

También voy a las carpetas que había guardado, esas donde aún permanece la historia desde que nos conocimos. Elimino fotos, videos.

Una parte de mi vida se ha ido, me da rabia que perdí mi valioso tiempo. Quizás me aferré demasiado a algo que pudo ser pasajero.

Kim se cansó de mí, de mis constantes charlas, de mis preguntas y de todas las veces que estaba pendiente de ella. En ocasiones, en medio de alguna pelea, decía que era un tóxico.

Solo demostraba cuánto me importaba, además, cuando uno ama cela. Es normal, me ponía celoso si algún hombre se le acercaba porque veía las intenciones. Ella no lo hacía, tal vez ni le importaba.

Dejo el teléfono encima de la cama y me cubro el rostro. Necesito superarla, no quiero sentirme de esta manera cuando ella se encuentra muy feliz en brazos de otros.

Unos toques en la puerta provocan que me ponga alerta.

—Marquito, ¿estás ahí?

Respondo que sí y me percato del desastre que hay en la habitación. La puerta se abre y se asoma Mari, la señora que se encarga de limpiar la casa y lavar mi ropa.

—Es raro que estés aquí a esta hora —dice al momento en que empieza a recoger las prendas del suelo.

—Estoy libre.

—Eso es genial.

Mari me mira con tanta ternura que me desarma. Ella me quiere como a un hijo.

—¿Ya desayunaste? —pregunta ante mi silencio.

—No, ni siquiera me he parado de la cama.

—Vete a duchar, ya solo me falta este cuarto.

—Como ordenes...

Una sonrisa es su respuesta.

Me levanto, ella aprovecha esto para retirar las sábanas. La dejo en lo suyo y yo me encierro en el baño. Verifico mi cara en el espejo, dándome cuenta de que necesito un corte de pelo. Me paso una mano por el rastro de barba.

A pesar de que no deseo hacer nada con mi físico, me rasuro. Quedo satisfecho, el cabello tendrá que esperar.

Una vez que me baño y visto, voy directo a la cocina. El olor a limpio me relaja, Mari ha dejado todo reluciente. Pongo una música suave, después saco algunos alimentos del refrigerador.

—Puedo hacerte algo de comer, ¿qué te apetece?

Se posiciona a mi lado con una cesta llena de ropa limpia.

—No, voy a preparar el almuerzo para los dos.

Ella sonríe y asiente antes de salir de la cocina.

Agradezco que haya aceptado acompañarme, aunque no he dicho nada desde que empezamos a degustar el puré con mariscos que cociné.

Es raro que Mari esté tan callada, puede que sospeche que hay algo malo en mí.

—No te quedes encerrado aquí hoy, Marquito.

Sus palabras hacen que pose los ojos sobre ella.

—No tengo idea adónde ir.

«En realidad, no hay ningún sitio al que pueda acudir», pienso.

—Tienes amigos, ¿por qué no los llamas? O da un paseo tú solo.

Su insistencia solo significa una cosa: se me nota a leguas lo jodido que estoy.

Mari no espera que le responda, empieza a recoger los platos y los lleva al fregadero.

—Veré lo que hago —digo, ganándome una sonrisa de su parte.

—Ve, yo me encargo de esto. —Señala los trastes.

Le doy un abrazo que ella acepta al tiempo que dejo dinero en el bolsillo de su pantalón.

—Gracias por todo.

—Estoy aquí porque me pagas, Marquito.

Sus palabras me hacen sonreír y le doy un beso en la frente.

—Cualquier chica sería afortunada de tenerte —dice cuando me alejo—. Ya verás que pronto encontrarás a la indicada.

Quiero decirle que ya no me interesa meterme en ninguna relación, pero me lo reservo.

Si soy sincero, no me gusta la vida que estoy llevando porque me siento vacío. Tampoco quisiera enamorarme de nuevo y dejar mi corazón a merced de otra persona. Necesito aprender a estar solo, debo superar a Kim.

Salgo y compruebo que todo esté en orden con mi auto, después empiezo a manejar sin rumbo fijo. Le mando un mensaje a León, él responde que no está en su casa.

El cielo nublado es un indicio de que pronto lloverá, así que mis opciones se ven más reducidas aún.

Mejor iré al hospital, no me conviene pasarme el día de esta manera.

Casi a dos esquinas de mi destino, visualizo un vehículo parado. Me detengo porque creo que conozco a la mujer que luce desesperada mientras habla por teléfono.

—¿Necesitas ayuda? —pregunto cuando me acerco.

Diana se gira y, no sé si es cosa mía, su cara muestra tanto alivio que suspira profundamente.

—El auto se averió —dice con la voz entrecortada—. Por suerte fue a la salida del trabajo, hoy no ha sido mi día. Tuve inconvenientes en la mañana con unos documentos que me costó mi primer regaño y ahora pasa esto.

No la interrumpo, al parecer está divagando y sacando las frustraciones.

Espero unos segundos para hablar.

—Déjame ver qué sucede.

Diana se echa a un lado, lo que me permite verificar el capó. Una humareda sale de repente cuando lo levanto.

—Es grave, ¿cierto?

—Hay que llevarlo a un taller.

Diana resopla con tanto hastío que me da lástima. La desesperación le sale por los poros.

—Lo que me faltaba —dice seguido de algunas maldiciones susurradas que logro escuchar—. Ya llamé al seguro, la grúa vendrá en cualquier momento.

—Puedo hacerte compañía mientras esperas.

—¿No tienes que ir...? —Hace silencio al momento en que empieza a lloviznar—.  ¡Maldita sea!

—Ven conmigo —digo y le hago seña mientras me muevo hacia mi vehículo.

Diana me sigue a pasos rápidos porque la lluvia se intensifica. Le abro la puerta del copiloto, luego subo al volante.

Nos quedamos en silencio, solo se escucha la respiración agitada de ella y el repiqueteo de las gruesas gotas de agua.

Mira la ventana a la vez que retuerce las manos como si fuera alguna manera de calmarse. Me doy cuenta de que su perfil es bonito, las hebras rubias están retenidas en una coleta baja y algunos mechones rebeldes le caen a los lados del rostro.

Carraspeo, esto hace que ella me mire.

—Qué pena contigo, Marcos. Imagino que debes ir a trabajar.

—Hoy es mi día libre.

Asiente sin despegar sus ojos de los míos.

Silencio de nuevo, uno incómodo y no sé por qué. Desvío la mirada al recordar la última vez que hablamos en el hospital. Después de ese día, no habíamos coincidido. Me avergüenza que haya presenciado mi momento de vulnerabilidad.

—Gracias por esto, Marcos. Pediré un taxi, no puedo quedarme aquí.

Hace ademán de abrir la puerta, pero la tomo con suavidad por el hombro.

—Te vas a mojar, Diana.

Ella barre su mirada sobre mí de nuevo, esta vez de arriba abajo.

—Tengo que verme con mi hermano. Es algo urgente.

Luce angustiada, sus ojos reflejan una tristeza profunda.

Enciendo el vehículo y logro ver de reojo la sorpresa pasmada en su cara.

—¿Qué estás haciendo?

—Dame la dirección, voy a llevarte.

—Marcos, no...

—No tengo nada que hacer ahora, tranquila.

Me detengo en un semáforo y poso la vista sobre ella. Sus orbes titubeantes me dejan saber que no le agrada del todo la idea. Eso cambia en segundos, un resoplido cargado de resignación me lo confirma.

—Gracias.

—Estamos a mano —respondo desinteresado antes de seguir conduciendo.

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