Capítulo 33
Diana
Me remuevo entre las mantas, pero me quedo quieta para que Marcos no se despierte. Él yace boca arriba, con un brazo sobre la cabeza y el otro desparramado hacia mí.
Las ganas de orinar me dan fuerzas para levantarme y, casi tambaleando, camino al baño. Aún es de madrugada. Lo más saludable es que regrese a la cama y me duerma, pero sé que no conciliaré el sueño.
Termino y me lavo las manos. Regreso a la habitación y miro a Marcos. Ahora se ha puesto boca abajo con los brazos debajo de la cabeza. El pobre está tan agotado que no ha reparado en que no estoy ahí.
La incertidumbre se abre paso en mi interior. No es bueno que sobrepiense en lo malo, debería tener confianza y fe en que todo saldrá bien con nosotros.
Pero y si no...
—¿No puedes dormir?
Me encojo ante la mano que Marcos me ha puesto en el hombro.
—No, aunque lo intentaré.
El calor de su cuerpo me invade cuando se sienta a mi lado en la cama.
—Debes descansar, corazón.
—Lo sé.
Me atrae hacia su pecho y me abraza con fuerza. Nos mantenemos así por unos instantes, perdidos en nuestros pensamientos.
Me alejo y lo miro a los ojos. Él no sostiene los míos.
La habitación está levemente iluminada, lo que permite que note la manera en que aprieta los dedos. Me he dicho en estos días que su comportamiento es por la incertidumbre que le produce la cesárea. Aunque, quizás, haya algo más y él no se ha atrevido a decirme.
Me levanto y camino hacia el mural de Marcos. Aquí tiene calendarios, anotaciones de pendientes, fotografías y nuestra nueva lista de deseos. La que hicimos los dos, como una familia.
Nuestros planes, futuros viajes, nuestro hijo.
Percibo su calor en mi espalda y cierro los ojos mientras me recuesto de su pecho.
—¿Qué sientes por mí, Diana?
La pregunta me ha tomado por sorpresa. Pestañeo, con la mente en blanco. No me atrevo a girarme y encararlo. No aún.
—¿Por qué?
—Quiero escucharlo una vez más.
En realidad, hablo poco de mis sentimientos. Me cuesta bastante.
—Eres el padre de mi hijo, mi novio.
Una exhalación profunda me acaricia el cuello.
—Fuera de eso, ¿me amas? —Abro la boca, pero la cierro—. ¿Hubieses estado conmigo si no estuvieras embarazada?
—No lo sé, Marcos. —Soy sincera—. Las cosas pasaron así y no estoy segura de qué hubiese sucedido entre nosotros si fuese diferente.
Él se aleja. No tengo que darme la vuelta para adivinar lo que hay en su rostro.
—Aunque —prosigo con voz suave—, de cualquier manera, hubiésemos terminado juntos.
Me giro, encontrando que él se ha llevado las manos a la cabeza.
—Te quiero —continúo mientras avanzo hacia él a pasos lentos—. Eres una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Nunca te olvidaré.
—No hables así —advierte con el dolor marcado en la cara.
—¿Cómo?
—Como si fuera una despedida. —Acorta la distancia y me acaricia las mejillas con dulzura.
Me besa despacio. El sabor de su boca me resulta embriagadora, excitante. Marcos lleva una palma a mi cuello y me acerca más. Me aprieta contra él como si quisiera que nuestros cuerpos se fusionen.
—Solo quiero asegurarme de que captes lo que intento decir. —Él me mira directo a los ojos, sin dejar de tocarme—. ¿Qué sucede, Marcos?
—No me hagas caso, Diana. Estoy estresado.
Tira de mi brazo hacia la cama.
Me acuesto a su lado, pero él me atrae hacia su pecho.
—Duerme.
Sus palabras me recuerdan que tengo sueño, así que un bostezo profundo sale de mi garganta y cierro los ojos.
***
Jamás he experimentado algo similar a esto. Ya en la clínica, esperando a que el doctor venga a verme y que me preparen para la cesárea. Siento los latidos en las manos, en la cabeza. No he podido dejar de darle vueltas a mis opciones ni de preguntarme cómo saldrá.
Marcos entra y me agarra la mano.
—Estaré contigo, Diana. Trata de calmarte.
Asiento y él me da un beso en la frente.
Paso por alto los pinchazos de agujas en los brazos, las revisiones. La voz de Marcos hablando con las enfermeras y doctores es lo único que tomo en cuenta. Me relaja saber que él está conmigo. No dejará que nada malo le pase a nuestro bebé.
La anestesia hace su efecto en mi sistema. Me sumerjo en un letargo profundo. Imagino lugares, escenas que creo pasaron en algún momento de mi vida. Los pensamientos se mueven con rapidez, las imágenes no son claras.
Mi cuerpo no es mío. Manos me sacuden y se meten muy adentro. Percibo el corte, cómo me arrancan algo vital y no puedo gritar que no lo hagan. El pánico me atraviesa de una manera arrolladora.
No puedo respirar.
—Es muy pequeño —dice alguien. Se escucha tan lejano que no sé si es real.
—Diana —el ruego gotea de mi nombre y me llena los sentidos—, por favor.
No tengo ninguna sensación ni puedo mover un solo músculo. Mi cerebro se apaga.
***
Valió la pena el dolor. Cualquier cosa que haya pasado, bueno o malo, valió la pena por este momento.
Marcos sonríe, pero yo no puedo apartar los ojos de Diego. Un bebé tan pequeñito y delicado, aun así, el más bonito que haya visto jamás.
—Me gustaría quedarme con él —digo enternecida, tocando el cristal de la incubadora.
—Solo estará aquí unos días.
Asiento sin despegar los ojos de mi hijo. Sus manitas apretadas y esos piecitos estirados.
—Sacó mi cabello —digo orgullosa por las hebras doradas que se distinguen.
—Es bonito gracias a ti —afirma divertido—. Debes volver a la cama, Diana.
Quiero negarme, pero ya hemos sobrepasado el tiempo aquí. Además, me duele el cuerpo y siento que me puedo caer si no me acuesto.
—Volveré mañana temprano, bebé.
Marcos me ayuda con el hidrante y me guía hacia la salida.
Caminamos por el pasillo desierto sin decir nada, como cada día desde que di a luz. Hemos estado aquí por tres ya, y aún no sé cuándo nos darán de alta.
La cesárea salió bien, pero tuve algunas complicaciones.
—Tu padre se retiró hace unas horas —dice mientras me acomoda en la cama.
—Supongo que mamá y Lucas se fueron con él.
—No, siguen en la sala de espera.
El pecho se me encoge. Nunca pensé que mis padres estarían tan pendientes de mí. Ellos han venido a menudo, y me han hecho compañía hasta de noche. No sé en qué momento cambió algo entre nosotros, aunque no me quejo.
—Hay alguien que vino a verte.
—¿Quién?
—León.
—Oh.
—Si te sientes muy cansada, puedo pedirle que venga otro día —dice con suavidad y esa mirada intensa que hace que me derrita.
—No, está bien. Me gustaría verlo.
Marcos me da un beso en los labios antes de salir.
Me quedo pendiente a la puerta, pero no entran. Me recuesto en la almohada. El dolor en cada parte del cuerpo está casi adormecido. Como un eco que me recuerda lo que pasé.
—Está durmiendo. —Esa voz hace que el corazón se me acelere—. No quisiera molestarla.
—Estoy despierta.
León sonríe y es tan familiar ese gesto que me transporta al pasado. Sus manos sostienen un arreglo azul de globitos. Marcos está a su lado, feliz.
—Hola, Diana —dice mientras deja el regalo sobre la mesita—. Muchas felicidades por el bebé.
—Gracias.
León le palmea el hombro a mi novio y se miran. Algún código silencioso que yo no entiendo.
—Los dejaré solos.
Marcos me ayuda a sentarme bien antes de irse.
La tensión nos arropa de una manera que no debería. No sé quién está más incómodo, él o yo.
—¿Cómo está Gala? —pregunto para romper el hielo.
Los ojos de León brillan con intensidad y agarra una silla para sentarse frente a mí.
—Muy bien —responde entusiasta—. Tendremos una niña.
—Eso es genial. —Asiente—. Me alegro por ustedes.
—Gracias, Diana. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?
—Bien, deseosa por irme de aquí.
—Imagino. Estoy seguro de que estarán en casa pronto.
Nos miramos a los ojos. Hay algo en él que me resulta extraño. ¿Acaso sabrá de lo que padezco? ¿Marcos le habrá dicho...?
—Nunca había visto a Marcos tan emocionado y feliz —prosigue—. Gracias por eso.
—No hay nada qué agradecer...
—Él ha pasado por mucho —me interrumpe—. ¿Puedo pedirte un favor? Es que no quiero parecer un entrometido.
Se ríe de sus propias palabras, y me dejo llevar por su buen humor.
—Adelante.
—Dale una oportunidad. —La voz le sale como un ruego—. Él te ama, en serio.
El corazón se me agita en el pecho. ¿León piensa que yo no quiero estar con Marcos? ¿Qué sabe él de lo nuestro?
—Yo también lo amo —confieso sin titubear—. Gracias por preocuparte, pero no es necesario.
León suspira con alivio, y no sé si sentirme ofendida por eso.
—Por lo demás —susurra mientras me agarra la mano—, saldrás con bien de aquí.
La vista se me nubla por las lágrimas contenidas. León lo sabe.
Hay algo que me golpea en algún lugar cerca del corazón. Debo excusarme con él o no podré estar tranquila.
—Perdóname —suelto sin pensarlo, apretando sus dedos entre los míos—. Tú siempre fuiste bueno y paciente conmigo y yo te arruiné. Lo lamento, León.
Las lágrimas bajan por mis mejillas incontrolables. Los recuerdos de aquella vez en el cementerio... Nunca pude decirle lo que sucedía, lo mucho que me dolió lastimarlo.
Lo hice por su bien y por el mío. Pero lo lastimé en el proceso, y no me deja en paz.
—No hay nada qué perdonar, Diana. En serio. —Sonríe con tanta dulzura que me desarma—. Por favor, olvida el pasado. Yo también cometí muchos errores, pero la vida continúa y soy feliz. Quiero que ustedes sean felices.
—Gracias.
Me limpio las mejillas con la mano suelta y él sigue cada movimiento. Su mirada cristalina me relaja.
—Algún día, cuando la situación mejore, me gustaría que nos juntáramos. Ustedes con Diego; Gala y yo con nuestra bebé.
Asiento sonriente, más tranquila. El alma menos pesada.
—Sería genial, León. Lo pondré en nuestra lista de deseos.
León no tiene idea de qué le hablo, aun así, mueve la cabeza de manera afirmativa.
Se levanta y deja un beso en mi frente, justo cuando Marcos entra. Nos miramos a los ojos. Él sonríe complacido, hay algo diferente en su mirada. Entonces, me doy cuenta.
Marcos escuchó nuestra conversación.
***
Solo tú está llegando a su final, por eso he estado desaparecida por aquí.
Muchas gracias a los que siguen la historia y la esperan.
Los quiero mucho. ❤️
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