Capítulo 31
Diana
Lucas se encuentra en un rincón, mirando algo en la pared, mientras le muestro a nuestra madre la ropita de Diego.
La habitación está terminada, y yo no puedo dejar de admirar los detalles. Hasta he dormido aquí los últimos tres días, abrazada a un peluche o una colcha de mi hijo.
—Ese niño nacerá con el pan debajo del brazo —dice ella—. Tantos juguetes, ¿para qué?
—Fue idea de Marcos. Él es fanático.
Mi madre asiente, pasándole las manos a una colección de vehículos al pie del armario.
—Tu padre no vino por el trabajo —dice bajito, como si temiera mi reacción—. Parece que le gusta lo que hace.
Suspiro aliviada. Saber que Otto se ha centrado en buscar dinero me alegra.
—Ya era hora —espeta Lucas desde el rincón. Su cara grita aburrimiento.
—Cuéntale a tu hermana que ya tienes novia.
Miro a Lucas con los ojos abiertos.
—¿Tú...?
—¡Es mentira! —grita con tanto ímpetu que me asusta—. Lena y yo solo somos amigos.
Mamá sonríe con picardía y se acerca a mi oído.
—Está enamorado, pero es muy terco para admitirlo.
—¡Te escuché mamá!
Sonrío enternecida. A Lucas le gusta una chica. Mi hermano pequeño. Cómo ha pasado el tiempo. Hace nada él era un bicho escuálido y maloliente. Ahora es más alto que yo.
Mi madre me mira con ojos llorosos, quizás está pensando lo mismo.
—Debemos irnos, Diana. Mañana te pondré al tanto si recibo la mercancía.
Asiento y me levanto para darle un abrazo.
—Me pone tan feliz por ti mamá.
Ella me abraza con fuerza por más tiempo de lo que esperaba.
Mamá, con mi ayuda, pondrá un pequeño negocio de comida. A ella le encanta cocinar, así que ya ha empezado a hacer algún que otro aperitivo para venderlo. No le fue mal, de hecho, le encargaron bastante. Más adelante, cuando sea necesario, la ayudaré con un local.
—Gracias a ti, siempre a ti. —La manera en la que habla me pone más sensible de lo que ya estoy por las hormonas—. Me saludas a Marcos.
Los acompaño a la salida. Lucas me da un abrazo de oso que correspondo.
—Te quiero muchísimo.
—Yo también, Di-Di.
Deja un beso en mi frente, luego sale detrás de mamá.
Me quedo paralizada, viendo hacia dónde se fueron. La casa se siente muy sola. Mari tuvo que salir a hacer algunas diligencias y Marcos me avisó que hoy llegaría más tarde, después de varias semanas viniendo puntual a las cinco. Yo sé que hacía un esfuerzo sobrehumano, su trabajo requiere de mucho tiempo.
Trato de alejar la tristeza y me encamino a pasos lentos a la habitación de mi bebé. Moverme con libertad se me hace difícil. El peso de la barriga provoca que me duela todo.
Sé que es cuestión de tiempo para que nazca Diego. La incertidumbre no me ha dejado tranquila. Quiero conocer a mi hijo, pero el miedo a que suceda lo peor me visita.
Trato de que esos pensamientos negativos no me controlen, aunque es muy difícil. Mi caso es delicado, el doctor confirmó lo que Marcos y yo ya sabíamos. Solo están esperando que el bebé crezca un poco más para intervenir con una cesárea.
Entro a mi cuarto y me siento en la cama. Le paso la mano a la pancita justo donde patea mi hijo.
—Diana.
Los ojos agotados de Marcos se cruzan con los míos. Sonreímos al mismo tiempo.
—¿Cómo estás? —pregunta y me da un beso en los labios.
—Bien, ¿y tú?
Marcos se pasa las manos por el pelo y deja la palma en la nuca.
—Cansado —dice cuando se sienta a mi lado—. Tuve una discusión con mi superior.
—¿Por qué?
—Algunos desacuerdos, nada importante.
Deseo decirle que no le creo, pero lo dejo pasar. Lo mejor sería que despeje la mente.
—Podría preparar algo de comer, ¿qué te apetece?
—Para nada —responde serio—. Es mejor que te quedes tranquila.
Entorno los ojos ante lo que ha dicho.
—Hacer la cena no me va a afectar, Marcos.
Me levanto y me acerco a él. Lo abrazo, apoyando la cabeza en su pecho. Los latidos de su corazón retumban en mi oído. Cierro los ojos, concentrándome en el movimiento que causan sus respiraciones. Ese compás lleno de vida que me relaja.
Me da besos en la cabeza, se aferra a mí.
—¿Estás nervioso? —pregunto mientras lo miro a la cara.
Marcos mantiene la vista en algún punto en mi espalda.
—¿Por qué lo preguntas?
Sonrío al darme cuenta de que di en el clavo. Aún me sorprende que sepa descifrar sus emociones con tan solo una mirada o un gesto suyo. Marcos es un libro fácil de leer.
—¿Qué sucede? —insisto amable—. Me he sentido bien.
—No es eso...
—¿Entonces?
Ahora me observa directo a los ojos. Trago saliva por la intensidad de su mirada.
—Ven conmigo.
Me agarra la mano y me lleva hacia la salida, después hasta nuestra habitación.
—He pensado mucho en nosotros, Diana.
—Yo también —respondo cuando me posiciono frente a él.
Sus ojos cristalinos me recorren entera.
—Prometí que no iba a cometer los mismos errores, que no debía precipitarme...
Trato de entender sus palabras. La manera en que se encorva grita que hay algo que quiere vomitar. Lo veo y me reflejo en él. En el miedo gracias al pasado, ese temor a tropezar con la misma piedra o alguna parecida.
—Marcos.
—Compré algo para ti —dice al fin.
Se mueve hacia el armario y rebusca algo, al segundo vuelve a estar frente a mí. Lo que sea que tomó es pequeño.
—Un plan más, Diana —continúa con voz solemne. Un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Qué es?
—¿Recuerdas cuando te dije que soñaba con una familia? —Asiento—. En realidad, quise decir una familia contigo.
Un jadeo se escapa de mi garganta al momento en que deja al descubierto un anillo dorado. Es tan hermoso, con pequeños diamantes incrustados alrededor.
—Marcos.
—¿Aceptas casarte conmigo, Diana?
—Yo...
—No ahora, sino cuando tengas a nuestro hijo. Después que te recuperes del todo y que hayamos logrado algunos de nuestros sueños.
Casarme con Marcos. Un matrimonio, una familia feliz. Criar a nuestro hijo juntos. Hacer historias y crear recuerdos bonitos para Diego.
Se acerca, mirándome a los ojos. Aún con el anillo a la vista.
—Te amo, Diana. Hubo un momento de mi vida en que pensé que había amado a alguien, pero me equivoqué. Solo tú me has hecho sentir que vale la pena seguir insistiendo, aun si el camino es oscuro y hay probabilidades de que caiga del otro lado. Estoy dispuesto a lo que sea por ti, a intentarlo una y otra vez.
Sé a qué se refiere. Ese miedo a que todo acabe de golpe. A que la enfermedad me supere y ya no haya vuelta atrás.
Extiendo mi mano a él, en silencio. Marcos la acaricia antes de ajustar el anillo en el dedo correcto. Sonreímos cómplices. Le doy un beso en los labios que él corresponde.
—Quiero hacer algo —digo bajito. Las emociones han hecho estragos en mi interior.
—¿Algo como qué?
Nos miramos por unos segundos.
—Una nueva lista de deseos, juntos.
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