Capítulo 3

Marcos

El pasillo está desierto, aun así, troto sin dejar de mirar a todos lados. La adrenalina supera con creces los nervios una vez entro al cuarto de mantenimiento. A los segundos siento sus manos en mi cuello, me sorprende con un beso apasionado que correspondo.

Avanzamos hacia lo más recóndito del lugar y la acorralo entre mi cuerpo y la pared. Escucho que algo se cae, nos separamos espantados hasta que diviso una botella de algún detergente en el suelo.

Mildred se arrodilla ante mí, una sonrisa cínica adorna su rostro mientras desata el cinturón de mis pantalones. Me quito la bata, después abro los botones de la camisa.

Echo la cabeza hacia atrás cuando siento que succiona mi pene, luego lo desaparece en su garganta. La agarro por el pelo y muevo las caderas contra su boca.

—No tenemos mucho tiempo, levántate —demando en medio de un gemido.

—Relájate, nadie vendrá —responde, pero se pone de pie.

La siento en uno de los estantes vacíos y me posiciono entre sus piernas. Nos besamos de una manera obscena, candente. Le bajo los pantalones al mismo tiempo que la tanga con su ayuda y, cuando me pongo el preservativo, la penetro de golpe.

Se queja en voz alta a la par que me entierra las uñas en el cuello.

—No te atrevas a dejarme marcas —advierto, molesto, embistiendo en su interior.

Alejo sus manos de mi piel y las pongo por encima de su cabeza.

—¿Tienes miedo de que tu novia descubra lo hijo de puta que eres? —pregunta con burla.

Maldita sea.

Trato de bloquear los recuerdos de Kim, pero es en vano. Una molestia en el estómago se hace presente, así como el dolor en el pecho.

Los grititos de Mildred provocan que me distraiga por unos segundos. Sus ojos están cerrados, una leve capa de sudor ha hecho que los mechones oscuros se le peguen en las mejillas y el cuello.

Ella se balancea de atrás hacia delante, me está cogiendo y lo disfruta.

Me muevo más rápido hasta que la siento temblar y la beso para ahogar sus gemidos. Se suelta de mi agarre, me abraza con fuerza y me hala el pelo de la nuca. 

Acabo, salgo de ella en un movimiento rápido y me quito el preservativo para tirarlo en uno de los zafacones.

—No tengo novia —aclaro de repente, aún con la respiración agitada.

Ella me observa como si no entendiera un carajo, pero eso cambia al instante y entorna los ojos.

—Vaya, ahora me siento mejor. Pensé que le estabas poniendo los cuernos a tu prometida.

—¿Podrías cerrar la maldita boca?

—¡Vete al diablo, Bauer! —grita, después se marcha como una fiera.

Enojado, recojo la bata del piso. Me dirijo hacia la pileta para lavarme las manos y la cara.

Espero unos minutos antes de abandonar este lugar, primero quiero calmarme y dar algo de tiempo por si alguien vio a Mildred saliendo de aquí.

Esta es la cuarta chica que me cojo en lo que va de semana. Debo parar por unos días, por lo menos con compañeras de trabajo. Estoy tentando mi suerte al confiar en que ellas no buscarán nada más que un revolcón de momento ni dirán lo que hemos hecho en algunos puestos del hospital.

Salgo como si nada hubiese pasado y me dirijo a la Emergencia.

El trabajo es tan estresante que las horas pasan volando.

Termino de escribir una receta y me quedo mirando cómo Mildred canaliza a una señora. Entonces, recuerdo que fui un idiota con ella.

—Discúlpame, no debí hablarte de esa manera —susurro, pero sé que me ha escuchado.

Se da la vuelta y me mira de arriba abajo con desdén.

—Vete a la mierda, bastardo —dice bajito antes de marcharse.

Me paso las manos por la cara y me fijo en que la paciente me dedica una sonrisa socarrona en medio de su somnolencia.

Reviso la hora en el reloj, tengo que irme.

Salgo y me dirijo hacia el consultorio a pasos rápidos. Hoy me toca clases en la noche, es uno de esos días en que salí de mi casa de madrugada y llegaré muy tarde.

Si no me equivoco, toca exámenes. No estoy seguro...

—¡Ay!

Paro en seco al sentir el impacto del cuerpo que ha chocado conmigo.

—Lo siento, no te vi —digo, alarmado.

Por instinto, agarro por los brazos a la chica que mantiene la cabeza agachada.

—Discúlpame, estaba distraída.

Se arregla el pelo y hacemos contacto visual. Hay algo en ella que me parece familiar, pero no caigo en cuenta de qué es.

—¿Marcos? —pregunta sin despegar los ojos de los míos.

—¿Me conoces? —inquiero, ceñudo.

—No te acuerdas de mí —dice entre risas—. Soy Diana.

«¿Diana?».

—¿La ex de León!

Ella hace una mueca extraña, pero asiente.

Entonces, la recuerdo perfectamente. Esta mujer fue la que destruyó el corazón de mi amigo sin piedad. La que lo ilusionó, enamoró y luego lo dejó botado.

La rabia emana desde lo más profundo de mi ser al verla tan relajada y... bonita. Es inevitable no fijarme en su espesa cabellera rubia, por los hombros, y esos ojos acaramelados.

—Qué sorpresa, no sabía que trabajabas aquí.

Sus palabras me sacan de la ensoñación. Llevo la mirada a otras partes de su cuerpo y me percato de que está vestida formal y tiene una plaquita del hospital en su chaqueta.

—Sí, ¿tú?

—Empecé desde ayer, soy la nueva de las que todos hablan.

Me muerdo la lengua para no decirle que se equivoca, yo no había escuchado de ella hasta ahora.

—Bueno, es extraño...

—El mundo es muy pequeño —me interrumpe—. Nunca pensé que te vería acá.

—Yo tampoco.

—¿Cómo está León? —pregunta y puedo notar cierta emoción en su voz.

Me distraigo un poco en cómo lleva su peso de una pierna a otra.

—Muy bien.

—Me alegra mucho, ¿pudo estudiar lo que quería?

El interés le sale por los poros, y no sé si seguir dándole información de mi amigo. Qué más da, tiene que saber que él pudo cumplir todos sus sueños y que ella solo le hizo un favor al dejarlo.

—Sí, incluso trabaja en una clínica para animales. Le va excelente en todos los sentidos.

—Me gustaría verlo, aunque no estoy muy segura.

—Puedo darte la dirección de dónde se encuentra...

—Bien —interrumpe—, pero ahora no. Por favor, no le comentes nada de que me viste.

—A él no le importaría.

Mis palabras provocan que ella haga una mueca.

—Prefiero que aún no sepa que vivimos en la misma ciudad.

—Como quieras.

Me alejo para irme, pero me agarra un brazo.

—Es bueno conocer a alguien aquí, ¿podrías mostrarme todo el hospital?

Su pregunta me hace entornar los ojos, ¿cree que somos amiguitos? No la recuerdo tan amable, de hecho, me caía muy mal.

Qué tonto soy, ya han pasado varios años, somos adultos. Muchas cosas han cambiado, así que supongo que ella es una mujer madura y diferente.

—Será otro día, Diana —respondo con toda la cortesía que logro reunir—. Debo irme.

—Oh, lo siento. No fue mi intención distraerte.

—No te preocupes, mañana nos veremos.

Ella sonríe, lo que provoca que se le marquen unos hoyuelos en las mejillas.

—Gracias, Marcos.

Asiento y sigo mi camino.

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