Capítulo 24
Marcos
—Te estaba buscando.
Me doy la vuelta y nuestras miradas se cruzan. Desvío la mía, no quiero que note la decepción en mi cara.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?
Mildred chasquea la lengua a la vez que avanza hacia mí.
—Te había visto salir por la puertecita, pero te daba tu espacio.
—Lo necesito ahora, por favor.
Se detiene a unos pocos centímetros, pero yo me mantengo con la vista en los árboles y algunas aves que han bajado a picar el suelo.
—¿Tan mal te está tratando tu novia?
—No empieces. —La miro directo a los ojos ahora—. Diana y yo no tenemos nada.
—No es necesario que lo ocultes.
—¿Crees que me importa lo que piensen los demás de mi vida? ¿O tú?
—Ya veo, por eso has estado de mal humor.
—¿A qué viniste, Mildred? —pregunto, serio—. No estoy de ánimo para estos jueguitos.
—Solo quería hacerte compañía —dice y lleva una mano a las hebras que me caen por la frente, después me acaricia la mandíbula—. Hace mucho que no pasa nada entre nosotros.
—Ni pasará nunca más.
—Oh, vaya.
—Estoy enamorado, Mildred —confieso con un hilo de voz. Ella, por su parte, entorna los ojos—. Lo peor de todo es que no es recíproco.
—La vida es dura, Bauer. No siempre obtenemos lo que deseamos.
Tengo el impulso de decirle todas mis frustraciones, pero sé que a ella le valen un comino. En cambio, avanzo hacia la entrada.
—Qué raro es esto, ¿no crees?
Me detengo. Ella mira al cielo como si pensara profundamente.
—¿A qué te refieres?
—Este sitio parece que lo añadieron a propósito. Es un gran contraste al caos que se vive a diario en el hospital.
—Por eso vengo de vez en cuando cuando necesito escapar de la rutina.
—Supongo que sí —dice sin dejar de mirarme—. Si necesitas compañía, llámame.
No le contesto y traspaso la puerta que me lleva de nuevo a la realidad. De lejos, con sus compañeros de oficina, vislumbro a Diana. Camina detrás de ellos, ajena a la conversación, acariciando su abultado vientre.
Tengo que apretar las manos para aguantar las ganas de acercarme y preguntarle cómo está. No lo hago, he mantenido mi distancia desde que ella me dejó claro que no tendremos ninguna oportunidad.
Lo que sea que teníamos empeoró porque ya todos saben que el bebé que espera es mío. Nosotros no lo hemos dicho abiertamente, aunque no ha hecho falta.
Diana posa sus ojos sobre mí y su ceño se frunce. Desvía la cabeza de inmediato.
Doy la vuelta para no molestarla con mi presencia.
Algo dentro de mí duele. Es una sensación molesta que me ha tenido todo el día airado.
—Marcos, ¿sigues aquí? —pregunta Daniel desde el umbral de la puerta.
Se adentra al consultorio y se sienta en una silla frente a mí.
—Tengo cosas que hacer.
—Tu turno terminó hace horas.
Encojo los hombros porque no sé qué decirle.
—Debes descansar. ¿No tenías unas vacaciones pendientes?
—Sí, pero esperaré para tomarlas.
—Imagino que cuando nazca tu hijo.
Asiento y él sonríe.
—Nunca imaginé que diría esas palabras.
Si tuviera de humor, respondería con alguna tontería. En cambio, me paro del sillón y me acerco a la puerta.
—Hablamos luego, Daniel.
Me adentro en el parqueo desorientado. Tengo tanta mierda en mi interior que no sé qué haré en lo adelante. El agotamiento pasa a un segundo plano porque la angustia y el pesar se han apoderado de mi ser.
¿En qué me he convertido? Ni siquiera cuando Kim me dejó me sentí tan miserable como ahora. Lo peor es que no tengo con quién desahogarme.
León pasa por mi mente. No estoy seguro de buscarlo después de tanto tiempo. No es justo que repare en nuestra amistad solo porque los problemas me han consumido.
«Para eso son los amigos» es lo que él diría si me escuchara.
Desbloqueo el auto y entro, aprovechando el valor repentino que me ha visitado.
Mientras avanzo por la carretera, repaso en mi mente cómo podría abordarlo. Quizás no se encuentre en casa y luego tenga que ponerle algún mensaje. Eso sería un alivio a mis nervios, aunque, si soy sincero, me gustaría que sí me recibiera.
La duda se hace presente una vez me detengo frente a la casa de León. Desde aquí logro ver su vehículo.
Salgo y me dirijo a pasos rápidos hacia la entrada. Toco el timbre y me meto las manos en los bolsillos de la bata.
No tarda en abrir la puerta, mi mejor amigo de infancia está frente a mí. Su ceño fruncido desaparece y la sorpresa, acompañada de algo más, surca sus facciones.
—¿Puedo pasar? —pregunto en voz baja. Él asiente y se hace a un lado para que pase.
Camino al centro de la sala y miro alrededor para no toparme con sus ojos.
—Marcos, cuánto tiempo.
Respondo con un carraspeo, en el mismo lugar.
—No se siente igual, ¿cierto? —rompo el incómodo silencio.
León palidece.
—No. Supongo que es lo normal. Ya sabes, crecemos y todo eso.
La tensión densa crece. Somos como dos desconocidos. Es así, a pesar de que cuando éramos adolescentes fuimos los mejores amigos. León y yo nos hemos distanciado demasiado y ha sido culpa mía. Sin embargo, decido dejar de lado las diferencias. Ahora mismo necesito que alguien me escuche.
—Mi vida es un asco, León. Extraño ese tiempo donde mi única preocupación era buscar novia o comprar un mejor auto.
Él hace gestos con una mano hacia el sofá y obedezco. León se sienta frente a mí.
—Supe que serás papá, felicidades.
Sus palabras me toman por sorpresa y es inevitable que nuestras miradas se conecten. El pecho me sube y baja agitado.
—Sí. Tuve un desliz con alguien...
—Marcos, no hay necesidad de ocultarme las cosas —me interrumpe—. Sé que Diana y tú están juntos y no me molesta ni me siento traicionado de ninguna manera. Puedes estar tranquilo.
Un suspiro que no sabía que estaba reteniendo se escapa de mi boca.
—No estamos juntos, León —digo con dificultad—. Ella no quiere una relación conmigo y me lo ha dejado claro en muchas ocasiones.
Decirlo en voz alta es todavía peor.
—Y tú estás enamorado —afirma tan seguro que me descoloca.
Me tomo unos segundos para contestarle. Esto es difícil para mí.
—No lo vi venir, León —expreso apenado—. Una cosa llevó a otra y cuando quise reaccionar ya estábamos desnudos en su cama. Te juro que me recriminé por eso. Me sentí fatal porque se supone que hay códigos...
—Marcos, deja de joder con eso —reprende con hastío—. ¿Qué parte de «no me molesta que estés con ella» no entiendes? Si esa es la razón de que te hayas alejado de mí, puedes olvidarlo. Eres y siempre serás mi mejor amigo.
Sus palabras remueven todo dentro de mí. Es un alivio que él aún me considere de esa manera. Lo abrazo efusivo y él me corresponde.
—Nací para fracasar en el amor —me quejo en su hombro.
León me aprieta y me da palmadas en la espalda.
—Lucha por tu familia. Estoy seguro de que valdrá la pena.
—No es fácil, Diana es como una pared blindada. —Me alejo y me siento en el sofá de nuevo—. A veces me pregunto cómo fue que terminamos teniendo un hijo.
—¿Es varón? —pregunta emocionado—. Muchas felicidades.
—Sí —respondo, contagiado por su buen humor. El ambiente se ha despejado y puedo respirar con tranquilidad ahora—. ¿Ya saben qué será el de ustedes?
—Todavía no, pero tenemos una apuesta. Yo digo que es una niña.
—Intuición de padre —agrego y él asiente.
—Fuera de todo eso, ¿qué tal te ha ido? ¿Cómo siguen los estudios?
Su interés es genuino, lo que hace que me sienta cómodo. Le hablo de las materias, exámenes. De lo poco que he dormido en mucho tiempo.
León también me cuenta de Gala y la relación que tienen.
—Debemos juntarnos más a menudo —dice, acompañándome a la puerta—. Quizás una cena en pareja, ¿qué te parece?
—Me encantaría, pero no sé si Diana acceda. De todos modos, te escribiré para que salgamos una tarde o noche.
Nos abrazamos de nuevo.
—Promete que no volveremos a distanciarnos —pide cuando me suelta.
—Lo prometo, León. Discúlpame por haber sido un imbécil.
—Yo también me comporté como uno, Marcos.
Nos damos las manos y forcejeamos como cuando éramos unos críos. Reímos al mismo tiempo hasta que salgo.
Me paro frente al auto, cierro los ojos y me permito respirar. Un peso enorme se me ha quitado de los hombros.
De camino a casa, las palabras de León no dejan de reproducirse en mi mente referente a Diana y mi hijo. ¿Debería seguir luchando por lo nuestro? No quiero aferrarme a ella ni comportarme como un inmaduro.
Deseo darle su espacio, que ella recapacite y entienda que la respeto.
Una notificación de un mensaje me saca de mis pensamientos. Me detengo a la derecha porque es de parte de Diana.
[¿Podemos hablar? Es sobre el bebé y lo que necesita. Hoy caí en cuenta de que no hemos arreglado su habitación ni comprado casi nada. Mañana, luego del trabajo, por favor].
Sonrío como un tonto y leo el mensaje varias veces, emocionado. No importa si ella quiere verme para lo de nuestro hijo, es un gran paso.
No es conveniente, pero me ilusiono. Esas simples palabras han provocado que mi noche sea aún mejor.
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